Capítulo 1
Ellas decidían I
Celia, la secretaria de mi jefe tiene 48 años, está casada y con tres hijos mayores.
No es un monumento de mujer pero siempre pensé que tenía cara de viciosa, es menuda, delgada pero con unos grandes pechos un poco caídos por la edad, talle de avispa y caderas amplias contrastadas con esa cintura, un pequeño culito respingón pese a su edad, tiene unas manos deliciosas y unos ojos negros de mirada expresiva.
Nunca tuve con ella ningún asunto de sexo, pero me ponía caliente cuando tenía que relacionarme con ella, ya que me hacía algún trabajo si faltaba mi secretaria Lucía.
Con Lucía, de 45 años, que también está casada y con dos hijos si he follado alguna vez, soy amigo de su marido y ya os contaré la relación entre nosotros tres.
Hacía ya tiempo que no escuchaba a Celia hablar de las relaciones con su marido como era habitual en ella, pensé que era ocasión de hacer una intentona y comencé a toquitearla más de lo habitual cuando estaba a mi alcance.
No recibí ningún rechazo pero tampoco ninguna síntoma de aliento al progreso.
Una tarde, estando los dos solos en la oficina me llamó porque no encontraba un fichero de texto que yo le había pasado y que tenía que actualizar.
Mientras buscábamos en el ordenador le pasé el brazo por el hombro y como casualmente dejé la mano sobre su cuello.
Ella me dijo: – Yo te gusto ¿no?
– Si, me gustas.
– Pero solamente para hacer sexo ¿no?
– Pues sí, la verdad. No pensarás que me voy a enamorar locamente a mi edad.
– Bien, si quieres podemos follar un día y después ya veremos. Pero con una condición: no quiero el típico polvo mal echado y la típica pregunta de ¿Que tal he estado? Ya que voy a poner los cuernos a mi marido por primera vez quiero pasarlo bien. Quiero que me trates como a las actrices de las películas porno.
– De acuerdo. ¿En mi casa el viernes ?. – Bien, no tengo otra alternativa salvo un hotel.
El viernes se presentó en mi casa. Soy soltero, 30 años, y en mi casa no hay nadie salvo la asistenta que acude a limpiar los martes y jueves, a la que me beneficio a primera hora cuando estoy necesitado.
Después de quitarle el abrigo le di un beso en el que mi lengua recorrió durante un buen rato toda su boca y hasta dejarla sin aliento y notar cómo su cuerpo se pegaba al mío como una lapa.
La llevé al sofá donde tenía preparadas unas copas y empezó a explicarme: No pienses que soy una fulana, amo a mi marido y mis hijos, pero él sufrió un accidente el año pasado que le ha dejado impotente.
Yo necesito sexo y él me lo daba cumplidamente, pero ahora que no puede, he hablado del asunto con él y comprende y aprueba que tenga alguna aventura de cuando en cuando para desahogarme.
Pero eso sí, como no quiero que sea frecuentemente, espero que sea intensamente.
– No te preocupes, como te prometí, tendrás sexo estilo película porno.
La desnudé y, en el mismo sofá, lentamente comencé a examinarle todo el cuerpo alabando sus delicias y criticando sus defectos.
Le critiqué su corte de pelo diciéndole que era demasiado convencional e incómodo. Noté en su mirada la satisfacción cuando hablé de sus ojos.
Su decepción cuando le dije que no me agradaba que en la boca en que iba a meter mi polla hubiese un diente torcido. Alabé su fino y blanco cuello, así como sus hombros y orejas.
Estuve un buen rato sopesando sus pechos, midiendo sus areolas y pezones, tirando de ellos, pellizcándolos y chupándolos.
Noté cómo su calentura iba en aumento. Me excedí quizá en alabanzas a su cintura tan fina, pero le dije que, para resaltarla debía ponerse un cinturón ancho, aún estando desnuda.
Casi insultantemente le reproché el poco cuidado que tenía con sus hermosas manos, que no tuviera las uñas pintadas, que no llevase al menos una sortija y, sobre todo, que ni tan siquiera llevase la alianza matrimonial. Eso, le reproché, es imperdonable.
– Deberías tener más respeto por un hombre tan bueno que te permite desahogar tus necesidades sexuales sin exigir el deber de fidelidad conyugal aún en la enfermedad.
Lo arregló rápidamente ya que la alianza la llevaba colgada del cuello en una cadenita. Se la quitó del cuello y se la puso en el dedo anular derecho.
Mientras ella daba unos tragos a su copa fui a buscar un frasquito de laca de uñas rojo oscuro y un precioso anillo de plata muy ancho que debió olvidar alguna de mis visitas femeninas. Pintamos las uñas y, mientras se secaba la laca, examiné y elogié su tersa tripita que, pese a sus tres partos, se mantenía en excelentes condiciones.
Donde me enfadé mucho fue en el examen de su pubis. Le dije que unos labios vaginales tan grandes, abultados y jugosos como los suyos no se podían ocultar bajo aquella mata de vello.
También lo arreglamos sobre la marcha con una maquinilla de afeitar y una crema depiladora, también olvidada por alguna amistad. Su pubis quedó como el de una bebita. Incluso fue a una habitación con espejo a mirarse y quedó encantada de su imagen.
El examen de sus genitales fue más detenido y ahí intervinieron no solo los ojos y los dedos sino que di un gran protagonismo a mi boca y lengua.
Noté como le vinieron varios orgasmos consecutivos, consecuencia de los cuales pude saborear sus maravillosos jugos vaginales.
Puso algún reparo a la introducción de los dedos en su ano diciendo que era virgen de ese agujero, pero no la forcé y se conformó con la introducción de un solo dedo bajo la promesa de que era como ponerse un supositorio.
Por último le acerqué mi polla a su boca y le dije: Tu ya te has corrido varias veces, ahora me toca a mi.
Quiero que la mames hasta que me corra en tu boca y te tragues todo saboreándolo. Se levantó de inmediato diciendo que no haría eso ni por asomo, cosa que me esperaba, así que le dije que no nos volveríamos a ver. Se vistió, tomó sus cosas y se marchó.
Tuve que llamar a una puta para que me aliviase de mi situación.
Al día siguiente Celia se acercó en un aparte del trabajo y me dijo:
Está bien, lo haré, me he informado y no es tan repugnante como yo creía.
— Estás muy mal informada respecto al sexo. Tu marido no ha hecho mucho por corregirlo.
Creo que no sabes bien lo que has perdido.
— Bueno, me enseñarás hoy no?.– Creí que habías dicho pocas veces pero intenso. – Ya, pero lo de ayer no terminó. Ni siquiera me follaste. – Vale, es tu decisión. Esta tarde en mi casa como ayer?. – De acuerdo.
Esa tarde se presentó con el pelo cortado de un estilo muy rejuvenecedor, se notaba que también había pasado por la manicura y, cuando la desnudé pude comprobar que la depilación del pubis había sido apurada hasta parecer el culo de un bebé. Llevaba puesto un ancho cinturón sobre su vientre desnudo.
Se puso de rodillas delante de mi y dijo: Sácala, como te he prometido, te la voy a mamar hasta que te corras y me voy a beber todo. – Ahora no me apetece, haremos otra cosa, vamos a animar tu culito y que te des cuenta de que es muy útil en el sexo. –Ya hablé de eso con mi marido también, le conté que me metiste un dedo en el culo y, con lo que me ha informado, he llegado a la conclusión de que también me puedes usar por ahí. De todas formas no te preocupes si doy muestras de asco al beber tu semen o me duele que me folles en el culo. Yo he decidido que me lo hagas y no te culparé de nada.
Esa noche abandonó la virginidad del culo por medio de una serie de consoladores cada vez más gruesos que le fui metiendo y se bebió dos veces mi semen.
Abusando un poco de mi suerte y de su tolerancia hasta entonces, saque unas bolas chinas y unos tapaculos de mi maleta de artilugios y le dije:
No me ha gustado mucho tu culo, tienes el agujero demasiado estrecho y poco elástico, mi polla sufriría si la metiese ahí pese a la lubricación que te pusiera. Tienes que obtener una mejor relajación y ensanche, por otro lado, te veo en la oficina muy fría, deberías estar mas amable con la gente.
Por eso creo conveniente que lleves metidos en el culo estos consoladores todo el tiempo que puedas, cada vez uno de mayor grosor hasta que admitas debidamente la polla de cualquier hombre. Por otro lado, para mejorar tu agrio carácter en la oficina, resulta conveniente que te metas estas bolas en la vagina que hacen perder el mal humor. Mañana comprobaré si llevas todo puesto, en caso contrario no volveremos a tener una cita.
– Consultaré con mi marido el asunto, pero te recuerdo que realmente todavía no me has follado.
– Dijiste que querías que te follase como en una película porno, pero tu eres una mujer madura, religiosa practicante, casada, enamorada de tu marido, preocupada por tus hijos, con un trabajo estable, … eres realmente una burguesa conservadora de lo menos parecido a una actriz de cine porno. Tengo que hacerte parecer eso o no podrás disfrutar del sexo que te imaginas.
A la mañana siguiente le dije a mi secretaria, Lucía, que llamase a Celia para ver como iba un asunto que había comenzado ella. Cuando entró en mi despacho, le indiqué que tomase asiento, me acerqué a ella y le subía la falda, introduje la mano entre sus bragas y comprobé que llevaba las bolas chinas puestas, también pude comprobar, inclinándola sobre la mesa, que llevaba el cinturón directamente sobre la piel de su talle y que tenía metido el tapaculos, pese a que eso no se lo había pedido. – Me gusta que hayas obedecido mis indicaciones, así llegaremos a una mejor situación para mejorar tu actividad sexual. – Mi marido me dijo que era bueno lo del tapaculos cada vez más grueso, ya que así no me dolerá el culo cuando me penetres y disfrutaré totalmente. También, y tiene razón dice que es conveniente que te corras dentro de mi culo en vez de en mi vagina, porque desde que él se volvió impotente dejé de tomar la píldora y aún puedo quedar embarazada. Así que he decidido que tu esperma lo sueltes solamente en mi boca o en mi culo. – Está bien, lo que tu decidas. Esta tarde en mi casa ? OK.
Cuando ella se presentó le tenía preparada una sorpresa sobre cuyo resultado tenía dudas. Había contratado los servicios de Palmira, una enorme y rolliza mulata dominicana de 52 años y, al menos, 80 Kg de peso. En su juventud había sido una puta de los más solicitado, pero cuando empezó a envejecer y ganar peso montó un gabinete sado y se instaló como dómina.
Palmira era una soberana mujer en todos los sentidos, pese a su gordura exenta de cualquier signo de celulitis destilaba sexo y vicio por todos sus poros, su piel era tersa y suave, de moreno uniforme, exhibía unas tetas enormes coronadas por amplias areolas y unos pezones de dos centímetros adornados por unas gruesas anillas de oro, también tenía varios anillos en el clítoris y los labios vaginales.
Todo su pubis estaba perfectamente depilado. Tenía varios artísticos tatuajes, en la espalda, sobre los riñones había uno que decía: «Mi culo no solo suelta, también traga todo», en el pubis otro diciendo:
«La cueva de tu placer». Había algunos otros con las iniciales o signos de los diferentes chulos que había tenido cuando ejercía de prostituta. Sus grandes, suaves y cuidadas manos de lacadas uñas largas mostraban gruesos anillos con motivos relacionados con el sado. Para la ocasión vestía únicamente unas medias negras y calzaba unos zapatos rojos de tacón alto, las tremendas tetas estaban ceñidas por un sujetador que solo las erguía, dejando al descubierto toda su soberbia masa.
La escondí en una habitación para que apareciese cuando escuchase un silbido mío.
Se presentó Celia y le ordené desnudarse totalmente procediendo a su examen, comprobando que seguía mis indicaciones de forma satisfactoria.
Venía con su cinturón que dijo ya no se quitaba más que para dormir, el pubis estaba repasado y muy suave, en su culo llevaba introducido el tapaculos y las bolas chinas en la vagina. Sus manos denotaban cada vez más el intenso cuidado a que las estaba sometiendo, de manera que resultaban de una belleza que te hacía levantar la polla con solo verlas, sin necesidad de que te tocasen. También debía haber intensificado el cuidado del resto del cuerpo puesto que tenía una piel más suave que los primeros días.
Me dedique a su coño poniendo todo mi entusiasmo en una mamada y un tratamiento lingual del clítoris que abandoné cuando estaba a punto del orgasmo. Protestó pero pronto calló cuando me apliqué a mamar y mordisquear sus pezones mientras le metía dos dedos en el coño.
También dejé la operación cuando la intuí otra vez al borde del orgasmo. Dejándola frustradísima le dije:
– Bueno, es hora de otra nueva lección. En primer lugar sigues sin tomar medidas para evitar un embarazo, eso me impide follarte debidamente el coño, ya que no quiero cargar a tu generoso y cornudo marido con un bebé. Así que mañana ve al ginecólogo a que te ponga un diu. Por otro lado ya sabes que las actrices porno tienen que ser bisexuales, así que si quieres ser follada como tal tienes que adquirir ese gusto que aumentará el placer de la práctica del sexo.
– Ni hablar.
Entonces lancé mi silbido y apareció Palmira por la puerta conforme habíamos acordado. Celia se puso a alborotar diciendo que era una trampa, que no se prestaría a nada con aquella enorme mujer y que se iba. Palmira, con su fuerza la sujetó y le pegó un fuerte sopapo. Seguidamente la puso de tetas sobre la mesa y la empezó a azotar las nalgas con sus robustas manos. Celia, comprendiendo que era inútil intentar desembarazarse de aquella gigante, se puso a llorar.
– Llora, llora, que dentro de un rato vas a gemir, pero de placer. Le dio la vuelta y comenzó a mamarle el coño introduciendo la lengua entre sus grandes labios. De vez en cuando le mordisqueaba el clítoris y le introducía dedos en la vagina. A su pesar, Celia, que ya había sufrido tres interrupciones de orgasmo y estaba absolutamente mojada, comenzó a sentir elevarse su calentura. En ese momento, Palmira comenzó a introducirle más dedos en el coño hasta que tuvo toda la mano dentro. Empezó entonces un ligero movimiento de vaiven y de rotación cuyos efectos se reflejaron inmediatamente en la respiración agitada y en la tensa cara de Celia. Cuando ésta estaba a punto de acabar, Palmira lo impidió retirando la mano bruscamente con un sonoro «flop». Celia se incorporó sorprendida y disgustada y comenzó a gritar: ¡Puta Hija de puta! ¡Hipopótama! ¡Cerda grasienta! .Eres como ese cabrón. ¿Es que nadie a darme un orgasmo?. Palmira, con un brusco movimiento de sopetón de pegó un tetazo en la cara, y otro en sentido contrario con la otra teta que la callaron automáticamente. Mientras Celia se reponía de los dos sorprendentes tetazos que la habían dejado medio sonada, Palmira tomó la maleta que había traído con ella y extrajo varios adminículos que extendió en una mesita auxiliar. Celia, atontada como estaba no lo advirtió. Palmira, hábil y con presteza se colocó un cinturón con un enorme consolador provisto de vibrador, le abrochó a Celia un collar y unas muñequeras de cuero y enganchó sus manos al collar de manera que quedó, con tan sencilla traba, absolutamente sin capacidad de defensa, dada además la diferencia de estatura y peso. Aún confusa se encontró con el coño ocupado por el enorme trasto que vibraba de una manera endemoniada. Al cabo de un rato volvió a recuperar el calentón, delatado por la hinchazón de su clítoris, y otra vez se escucharon sus jadeos y gemidos. Cuando creí que esta vez alcanzaba el anhelado orgasmo, Palmira sacó el consolador seguido de otro sonoro «flop» y rápidamente le aplicó unas pinzas americanas al clítoris. El aullido de Celia me hizo temer la presencia de la policía. Palmira debió pensar lo mismo por lo que decidió aplicarle también una mordaza de bola. Con una destreza que evidenciaba su experiencia, levantó a Celia, se sentó ella en la mesa, rodeó con sus gruesas y vigorosas piernas por detrás a la desesperada presa y le aplicó lenta y concienzudamente otras pinzas a los pezones y los labios de la vagina. De esas pinzas colgaban unas pesas que, por su tamaño, debían tener un peso considerable. Atendiendo al lógico reflejo de autoprotección, Celia intentó agacharse y encogerse, pero Palmira la sujetó de los pelos y le apoyó el vientre sobre el respaldo del sofá por detrás de éste, de manera que las esplendidas y maduras tetas de Celia quedaron colgando y soportando sus pezones todo el peso añadido a las pinzas. Igualmente le era imposible aliviar el peso que distendía encantadoramente sus labios vaginales. La cara de Celia estaba desfigurada por el terror, tenía la cara empapada de lágrimas, mocos y saliva que se escapaba por los bordes de la mordaza, sus ojos casi se salían de las órbitas.
En esa posición, Palmira volvió a introducirle en consolador en la vagina y comenzó un suave mete saca acariciándole el cuello, la espalda y las nalgas. Poco a poco la cara de Celia fue distendiéndose y, al cabo de cinco minutos, no paraba de soltar mocos y parecía ahogarse. Entonces Palmira le quitó la mordaza y le dijo: ¿Vas a volver a aullar como una histérica? Si es así te la vuelvo a poner. ¡Responde! -…nnno. Entonces reanudó el mete saca y al poco rato le introdujo en el culo otro enorme vibrador que activó. En dos minutos el efecto de los dos vibradores y las caricias de Palmira se revelaron en la cara de Celia. Nuevamente llegó el jadeo y los gemidos, cada vez más acusados hasta el punto que temí que hubiera que colocar nuevamente la mordaza. No fue así, esta vez Celia alcanzó su deseado orgasmo, pero, ante mi asombro, su cara se volvió a desfigurar y pareció que tenía un ataque de epilepsia. Palmira me hizo un gesto tranquilizante y me dijo : Son orgasmos encadenados, se va a quedar muy muy relajada. No dará mas problemas.
Cuando Celia cesó su cadena de orgasmos, que le duró al menos dos minutos, entró en una especie de hipnosis y poco después se quedó dormida en el sofá.
Palmira y yo aprovechamos para tomar unas copas y charlar. Me estuvo contando de su vida.
De cómo vino al país dejando marido y dos niñas en el suyo, engañada por una mafia que le prometió trabajo y la dedicó a la prostitución.
Cómo poco a poco le fue gustando el oficio, de sus chulos, los que quiso y los que la maltrataron, de dos embarazos que tuvo, el producto de uno de los cuales, una niña, trabaja hoy día, a sus 25 años, con ella en su gabinete de sadomasoquismo y es la más solicitada, tanto para dominar como para ser sumisa, debido al entrenamiento que ella le proporcionó.
Reconoció que, aprovechándose personalmente de ese entrenamiento, la convirtió en su esclava personal. Su otro hijo, varón, es el encargado de la seguridad y el orden en el local, y entre las cláusulas de su contrato está el derecho a follarse a cualquiera de las chicas al término de la jornada. Entre las chicas no hay excepción, por lo que también suele follar con su hermana y su madre, a veces juntas. De cuando en cuando su madre le presta su esclava personal para que haga lo que quiera con ella.
A cabo de una hora despertamos a Celia y Palmira le dijo: – Bueno zorrona, tu ya has tenido tus orgasmos y ya es hora de que nos des placer a «tu señor» y a mi. Le soltó las manos del collar y le ordenó que comenzase a mamarmela. Cuando me la tuvo bien dura, Palmira me sentó en el sofá y, tras lubricarse el culo, se sentó sobre mi introduciéndose mi polla en su negro agujero con pasmosa facilidad, como si fuese tan elástico como una goma. Seguidamente le pidió a Celia que introdujese una mano en su vagina y, aferrándome la polla a través de la fina pared separatoria entre el intestino y la vagina, me pajease. Aquello fue delicioso, sin necesidad de ningún esfuerzo alcanzamos los dos un orgasmo fenomenal. Después Celia se vio obligada a sorber mi semen del culo de Palmira, cosa ante la que, contra lo esperado no expresó ninguna excusa ni protesta. Me asombraba la habilidad y el dominio psicológico de Palmira para haber sometido en tan poco tiempo a la tozuda y pacata madurita.
Para rematar, Palmira volvió a colocarle la mordaza a Celia quien, con la voluntad destruida, se dejó hacer mansamente. -Solamente es precaución, dijo Palmira. A Celia se le notó un escalofrío y un gesto de terror, pero no habló siquiera. Después le colocó unas tobilleras, le enganchó las muñecas a los tobillos, ató los codos a las rodillas y le puso una barra separadora entre los muslos extendida al máximo posible.
Así atada, la tomó en vilo como si cargase una pluma y la colocó boca arriba sobre la mesa, le introdujo un enorme vibrador en marcha en cada uno de sus dos agujeros y le ató una goma elástica alrededor del clítoris comprimiéndolo fuertemente, quedando éste sobresaliendo descaradamente de su capuchón y hermosamente hinchado. Sacó una fusta de su maleta y comenzó a golpearla con gran precisión en los pezones, el interior de los muslos y, finalmente arreó tres fuertes latigazos en pleno clítoris. Los mocos de Celia salieron disparados a tres metros y sus lágrimas dejaron la mesa encharcada. Pero el cajón de sorpresas en que estaba convirtiéndose esa mujer aún contenía más material: Volvió a entrar en un estado de orgasmos encadenados.
Cuando salió del trance Palmira le quitó otra vez la mordaza y Celia comenzó a gritar: ¡Puta sebosa, pégame más! ¡Ponme el coño como un tomate! ¡Dame más fuerte! ¿Es que te cansas? ¡Inútil, dame en el culo, que lo has olvidado!.
Sin decir palabra Palmira le arreó otros tres fustazos en el clítoris y Celia volvió a correrse.
Palmira la desató y le quitó todos los instrumentos y yo, creyendo terminada la sesión dije: Celia ve a ducharte.
– No, dijo Palmira, espera.
La colocó de rodillas ante ella y le dijo: Abre la boca y bebe. Y abriéndose los labios vaginales comenzó a mear demostrando un gran dominio para dirigir el chorro del dorado licor a su objetivo. Celia bebía lo que podía y tragaba sin apartar la boca. Otra sorpresa de aquella recién conversa en zorra guarrona.
Cuando Palmira terminó me puso en su lugar: Ahora mea tu en esta letrina viva.
Celia no pudo apenas tragar casi nada de mi meada porque se corrió nuevamente con unos espasmos que parecían un ataque de epilepsia.
Al día siguiente, viernes, en el trabajo, Celia apareció pálida y demacrada y no se dirigió a mi para nada, al igual que al lunes siguiente, ya con un aspecto muy sexi y con una actitud alegre y desenvuelta. El martes entró en mi despacho, cerró la puerta y me dijo: Ya me han puesto el diu, ahora podrás follarme. Además mira ya como tengo los agujeros. Y con gran desparpajo y sin pizca de recato de desnudó y, sentandose en mi mesa me mostró su lindísimo y depiladito pubis. Pude apreciar que éste había cambiado de aspecto desde que iniciamos nuestras relaciones. Su enorme y abultado coño mostraba los labios mayores aún más prominentes si cabe, la entrada de su vagina aparecía muy abierta, de tal forma que hasta se le veía el meato urinario sin necesidad de separar los labios menores, bien guardaditos tras los mayores y sin sobresalir de aquellos, como a mi me gustaban. El otro orificio mostraba a su alrededor unas pequeñas estrías que antes no tenía y de él asomaba una deliciosa carnecilla rosada, cuando anteriormente estaba cerrado a cal y canto.
– Compruebalos con tu mano.
Los palpé e introduje algunos dedos en ellos comprobando que, efectivamente, se abrían con gran facilidad y elasticidad.
– Estupendo. Hay que hacer que los disfrutes un día de estos.
– Tu dirás.
– Pues ahora. ¿Por qué esperar?. Y cuando ella se llevaba la mano al coño para separar los labios pensando que iba a empezar comiéndoselo, me levanté, abrí la puerta del despacho y le dije a mi secretaria: Lucía, entra por favor.
Me volví a tiempo de ver en su cara un gesto de sorpresa y contrariedad, pero rápidamente adoptó una actitud impasible y vio entrara a Lucía sin hacer ningún movimiento para disimular o para tapar su desnudez.
– Lucía, Celia está muy caliente y no puede trabajar así. Por favor haz algo para aliviarla.
– Si jefe.
Volvió a su despacho y regresó con un tubo de vaselina. Entretanto Celia seguía desnuda sobre la mesa sin cambiar de postura y con gesto de curiosidad.
Lucía se embadurnó las dos manos con la vaselina, se acercó a Celia y comenzó a acariciarle y embadurnarle también el coño y el culo. Comenzó por meterle un dedo y, poco a poco, fue introduciendo todos tanto en la vagina como en el ano hasta que entraron los dos puños. A continuación empezó con un ligero movimiento de vaiven y rotación que se tradujeron en el enrojecimiento de la piel de Celia, respiración agitada y comienzos de sudoración. Al poco rato los gemidos y grititos indicaban su grado de satisfacción. Me quité la corbata y la amordacé, pues no era cuestión de que el resto del personal la oyese. Como me pareció ya habitual tras la experiencia con Palmira, explotó en un tremendo y prolongado orgasmo. Cuando se recuperó, Lucía extrajo delicadamente sus manos y, tras besarle profundamente en la boca, se fue diciendo: Ya me lo devolverás otro día.
– Mañana en mi casa, como siempre. Vístete y vete.
Al día siguiente se presentó en casa y tras endosarme un jugoso beso me dijo:
– Gracias cariño, por mostrarme este maravilloso estilo de vida. No lo hubiera imaginado jamás. Mi esposo está muy satisfecho de que me tengas tan contenta porque dice que en casa se nota mi buen humor y hay mejor ambiente. También le he contado todo a mi confesor y me ha puesto como penitencia que mortifique mi cuerpo para escapar de la tentación de la carne, así que he pensado que para mortificarme debieras llevarme a una sesión en el gabinete de Palmira, o mejor tú mismo podrías encargarte personalmente de la mortificación. Creo que Palmira tiene también un sex shop donde vende el instrumental necesario y me podrías mortificar aquí en tu casa.
– Ya lo tenía pensado. Me alegra que vayamos acercando nuestras posiciones. De momento hoy tengo otra sorpresa que creo te gustará vista tu conducta últimamente. Y chascando los dedos di aviso para que entrasen en el salón tres gigantescos negros del gabinete de Palmira que había contratado.
Se los presenté. – Estos caballeros van a instruirte en una faceta que aún no has experimentado, el sexo con varios hombres a la vez. Cuando yo te folle quiero que seas totalmente conocedora de todas tus posibilidades en cuanto al sexo.
Aunque sorprendida, esta vez no hubo reticencias.
– Encantada caballeros. Cuando ustedes quieran pueden empezar a impartirme sus lecciones.
Sin más preámbulos uno de los negros se acercó a ella por detrás y comenzó a besarle y mordisquearle el cuello. El segundo comenzó a despojarle de su vestimenta superior y el tercero de la inferior. Una vez desnuda la subieron a la mesa y le dijeron; Baila mientras nos desnudamos nosotros. Una vez más quedé pasmado con la capacidad de adaptación de aquella, hasta hacía pocos días, tímida y aburrida ama de casa. Con una impresionante desenvoltura y desparpajo inició una lasciva danza mostrándoles sus atributos, acariciándose y metiéndose sus dedos en los agujeros y chupándolos mientras les dirigía unas miradas llenas de lujuria e invitación, que se acentuaron cuando vio la espectacular longitud y grosor de sus pollas.
Uno la agarró desde la espalda y apoyándola en él y con sus manos aferradas a sus gordas y jugosas tetas, permitió que otro la levantase por los muslos y encajase su boca en el coño. Ella le rodeó la cabeza fuertemente con las piernas y comenzó a pegar empujones para incrustar su pubis en la boca del negro: ¡Mama cabrón! ¡Muérdeme el clítoris! ¡Mete la lengua! ¡Vamos, qué esperas, mastícame los labios y trágatelos!… Aaaahhhh… ¡Qué pasa con mi culo! ¿No existe?
El tercero, admirado de momento ante aquella calentura, reaccionó y se dedicó al citado culo. Comenzó a lamerlo y a juguetear con sus dedos en él pero el que ocupaba el coño reclamó ese orificio como parte de su territorio. Ya que no alcanzaba a ocupar su polla en la boca de ella, se dedicó a golpearla con el tremendo vástago en las nalgas y los riñones. Conociendo de antemano las reacciones de Celia, percibí como obtenía ya el primer orgasmo de la tarde. Ellos también debieron notarlo porque, como obedeciendo a una jugada de fútbol bien ensayada, la invirtieron de posición y, en menos de lo que se tarda en decirlo la tenían colgada por sus brazos del cuello del primero, penetrada su vagina por la polla de éste y el culo por la del segundo. El tercero se vio frustrado nuevamente y se dedico a pajearse mientras le decía al oído: Hey viejita, en tu vida has tenido otras así, mi amigo, el del culo, te va a llegar al estómago, y de la limpieza de intestinos que te va a hacer vas a soltar por la boca toda la mierda acumulada en ellos, y el del coño te va a sacar el útero por el ombligo. – Calla negro maricón, antes de que yo me canse se quedarán con los huevos vacíos para un mes, así que ve preparando los tuyos que se van a quedar como uvas pasas. – Ramera de mierda, zorra encubierta, cuando yo te suelte mi leche en ese enorme coño te va a salir hasta por las orejas, no tienes tamaño para soportar mis envites. – Estúpido hijo de esclavos, el tamaño de mi coño solo indica lo que soy capaz de absorber. Si tus dos amigos al mismo tiempo no me llenan, qué vas a hacer tu solo, desgraciado, cuando te toque follarme tu polla se quedará como un fideo, seguro que te corres en cuanto me la metas.
Aquella ama de casa me estaba dejando estupefacto, ese lenguaje debía haber estado metido en su reprimida mente durante toda su vida, ya que era imposible haberlo asimilado en tan poco tiempo de ejercicio del emputecimiento.
Los dos negrazos se corrieron casi al mismo tiempo que ella, que, una vez suelta salió corriendo hacia la cocina en uno de sus alardes de capacidad para asombrarme. Volvió con una cuchara y se dedicó a recoger cuidadosamente con ella el semen que le resbalaba por el culo y el coño y a beberselo. Cuando ya no resbalaba nada, se metió la cuchara en ambos agujeros consecutivamente para extraer lo que quedase. Cuando vio que no sacaba ya nada, se dirigió al tercer negro y le dijo: A ver esa mierda minga que tienes y que tanto dices que puede hacer. Sácame tu leche por las orejas como has prometido. Para hacértelo más fácil y más cercano a las orejas voy a dejarte mi boca. Se metió su larguísimo rabo adentro y, al poco rato pude ver como, en el vaiven de la mamada, se distendía cada pocos segundos su cuello y desaparecía la enorme verga totalmente en su boca. Deduje que se metía aquel apéndice hasta la mitad del esófago más o menos. Comenzó a ponerse colorada de sofocación por falta de aire y me empecé a preocupar, pero de repente el negrazo soltó un alarido y se corrió. Ella se sacó la polla y le dijo: ¿Ves como eres un negro inútil? Te has corrido directamente a mi estómago y no he podido saborear tu, supongo estéril, semen. ¡Estúpido fanfarrón! Deberían castrarte.
El negro se quedó absolutamente mudo de vergüenza ante aquella pequeña madurita.
– Bueno, vosotros dos: ¿No dais para más?.
Fué a por ellos, les agarró las pollas y empezó a frotárselas para levantarlas. Ver aquella pequeña y deliciosa figura blanca contrastando contra los negros cuerpos, y sus dulces manos agarrando aquellos monstruosos vergajos que no podía abarcar me impulsó a correr a por mi cámara de vídeo y comenzar a filmar. Cuando ella se dio cuenta me dijo:
– ¿Ves? Ya soy una actriz porno.
Cuando enderezó los dos mástiles dijo: Ahora quiero el del coño en el culo y el del culo en el coño. Esta vez lo hicieron sobre el sofá en las dos posiciones posibles. Ella se corrió varias veces en su forma interminable, a la que a mi ya me tenía acostumbrado pero que a ellos les produjo cierto desconcierto y temor a haberla lesionado internamente. En sus letargos post-orgasmo les expliqué que ella era así y que no pasaba nada, con lo cual se tranquilizaron y siguieron la faena.
Ella no paraba de provocarlos con expresiones procaces dudando de su hombría. Los tuvo media hora faenando y amenazándoles con morderles la polla y otras expresiones igual de soeces si se corrían antes de darles permiso, mientras que ella no tuvo el menor empacho en mostrar ruidosamente todos sus orgasmos. Paró un poco para darles unos minutos de descanso y, a continuación, pedirles que le metiesen las dos pollas conjuntamente, primero un rato por el coño y después otro rato por el culo. Volvió a orgasmar varias veces y, ya en plan generoso, les dijo:
– Me vais a meter otra vez una polla en el culo y otra en el coño y podéis correros, pero antes de sacármelas os tenéis que mear dentro, cada uno en su agujero
Los pobres negritos se aliviaron por fin de su semen, lo cual volvió a provocar el enésimo orgasmo de Celia, y se quedaron los tres quietos esperando la subida de la orina. No es fácil mear con la polla tiesa o medio tiesa si no se está entrenado. Afortunadamente para Celia los dos negros estaban entrenados por su actividad en el gabinete de Palmira y pudieron mear. Además el colmo de su suerte fue que empezasen casi simultáneamente y el nuevo orgasmo de Celia fue apoteósico. Una vez más temí la presencia de la policía o las preguntas de los vecinos a pesar de tener sus viviendas un tanto apartadas.
Celia se desprendió de los dos gruesos troncos insertados en ella y fue prestamente a mirarse en un espejo de cuerpo entero que había en el salón. Yo corrí detrás sin dejar de filmar y pude hacer unas fantásticas tomas de sus dos preciosos agujeros, rodeados ahora de unos labios monstruosamente hinchados, con el fondo de su cuidadosamente depilado, suave, blanco y brillante pubis y encuadrado el conjunto entre el arranque de unos muslos que me parecían ahora más separados, tersos y musculados. De los dos agujeros, inconcebiblemente abiertos, empezó a escurrir simultáneamente por la cara interna de sus muslos una interminable catarata de orina y semen
– ¡diosss! Dijo de repente. Se me olvidó la cuchara. Bueno, puedo arreglarlo.
Se dirigió al avergonzado tercer negro, le agarro la polla, se la empezó a comer y, cuando lo tenía a punto, le dijo: Maricón, a ver si ahora cumples y puedo saborear tu lefa, espero que sea bastante. Cuando termines, no la saques y mea. Si no puedes te la arranco de un mordisco.
El negro se corrió abundantemente pero tardó en mear, con gran alivio por no dar lugar al cumplimiento de la amenaza. Pese a la abundancia de semen y orina, Celia embutió casi todo en su estómago.
Cuando le estaba limpiando con su lengua los restos que quedaban en la polla, el negro se fijó en su mano derecha y le preguntó:
– ¿Eres casada?
– Si
– ¿Tienes hijos?
– Si, tres.
El negro se dirigió a mi y me dijo:
– Qué suerte tiene jefe, de ser el «dueño» de una mujer tan puta y guarra y no tener que gastar en su mantenimiento ni preocuparse de qué hacer con ella cuando esté fuera de uso.
Mientras Celia descansaba en el suelo en medio de un charco de orina y semen, los negros se vistieron, les pagué y se fueron. Entonces me volví a ella y le dije:
– Anda, date un buen baño.
Y me respondió
– Como ordenes, mi «Amo».
Continuará…