Capítulo 2

LA PRIMERA PRUEBA

CHARLINES

Estaba desayunando, cuando sonó el teléfono. Era Ramón, tenía un encargo para mí, me preguntaba si tenía una buena puta que pudiese estar a la altura del conde de Niedersachsen. Esa noche tenían una fiesta en Dubrovnik en una gran mansión y necesitaba algo muy especial. Pensé en María, sería su prueba de fuego, buena boca y buena sumisa, estaría a la altura, seguro. Ramón me dijo que nos preparásemos, a las dieciocho horas nos pasarían a recoger y ellos se encargarían de nosotros. Llamé a María y le pedí que se bañase con esmero. Preparé el vestido de las fiestas, las medias y los zapatos. El vestido era un vestido con un muy generoso escote y por la parte de atrás, abierto hasta el culo. Unos zapatos de dieciocho centímetros de tacón y unas medias negras con costura en la parte de atrás.

Cuando María salió del baño, la tumbé en la cama y rasuré con dedicación todo su cuerpo. Mientras la rasuraba, podía apreciar como la humedad brotaba de su coño.

  • Ahora, te vestirás con lo que hay sobre la cama. Como ya sabes, no podrás hablar, iras con un antifaz totalmente opaca, desde nuestra salida de casa, hasta la vuelta.

María asintió con la cabeza y pude ver una ligera gota, descender por su muslo, hasta la blonda de las medias. Tras vestirse, María había ganado mucho con el vestido y los zapatos que le estilizaban sus piernas. A las diecisiete cincuenta y cinco le puse el antifaz y la guíe hasta la calle. Un automóvil de alta gama nos recogió a la puerta de casa y nos llevó a cuatro vientos. Ahí subimos a una avioneta sobre las dieciocho treinta y descendíamos de ella tras un vuelo tranquilo a las veintiuna treinta horas en el aeropuerto de Dubrovnik. Tras bajar del avión, nos acomodaron en otro vehículo de alta gama y aproximadamente, sobre las veintidós quince, llegamos a una impresionante mansión.

El automóvil nos dejó al pie de una impresionante piscina frente a una deslumbrante mansión, a la cual se accedía por dos grandiosas escaleras, situadas a derecha e izquierda. Entramos a un gran salón, donde varias personas departían en una amigable y silenciosa conversación.

Un hombre de unos cincuenta años se nos acercó.

  • ¿Don Pablo?
  • Si señor, yo soy.
  • Sígame, por favor.

Tras andar por una intrincada serie de pasillos, nos dejó en un salón más pequeño donde había dos hombres. El salón tendría unos treinta metros y estaba decorado como un despacho, una gran mesa de madera con un impresionante sillón. Una chaise longue, una gran alfombra y una impresionante librería que ocupaba una de las paredes en su totalidad. Rápidamente entendí que uno de los hombres simplemente era el traductor.

  • Mi señor, dice que quiere que caliente usted a la perra y después se la ofrezca para follarla.
  • Así se hará.

Llevé a María al centro de la estancia, desabroché el único botón de su vestido, el que sujetaba este a su cuello y lo dejé caer. Acaricié el cuerpo de María sin prisas. Su cuello, sus pechos, sus muslos. La respiración de María iba en aumento y su excitación también y eso que aún no había tocado su sexo. Me acerqué a su oído y muy bajito le dije.

  • No podrás correrte hasta que el conde no se haya corrido.

María asintió con la cabeza. La llevé entre caricias a la mesa de madera y la coloqué con sus pechos bien pegados a la madera. Sus manos extendidas y sus piernas abiertas daban una perfecta visión de su culo y de su babeante coño.

Tal y como estaba, le asesté tres rápidos azotes, uno en cada nalga y otro en medio, notando la humedad de su sexo. Miré al conde intentando saber cuánto dolor quería infringir o cuánto placer deseaba que ella aguantase. Me decidí por ambas cosas. Volví a azotar el culo de María con fuerza, nalga derecha, nalga izquierda y sexo. María gemía y empezó a temblar. Le di la vuelta, colocando ahora su espalda sobre la mesa y exponiendo su húmedo y ya babeante sexo a nuestro anfitrión. Le di un azote sobre el pecho derecho, uno sobre el pecho izquierdo y otro entre sus labios mayores. María gimió y levantó su espalda de la mesa cuando dos de mis dedos entraron en ella. Su sexo era un mar y mis dedos entraban y salían sin ninguna dificultad. Tuve que sujetar con fuerza a María para que no levantase su espalda de la mesa. Saqué mis dedos y volví a azotar a María de la misma forma que la vez anterior. Al introducir mis dedos noté que María se había corrido, pero no dije nada. Posiblemente si se enteraba el conde nos echaría de allí.

Tras notar la corrida, vi que María estaba preparada. Me senté en el gran sillón de madera maciza, forrado con un terciopelo color vino. Senté a María sobre mis rodillas y poco a poco fui subiendo sus piernas sobre las mías, hasta dejarla totalmente expuesta y abierta.

Tras un ligero movimiento de cabeza, el conde entendió. Se puso de pie y se quitó la ropa quedando totalmente desnudo. Se acercó muy lento a María, recorrió su cuerpo con sus manos, se detuvo en sus pechos, ahora rojos por los azotes. Con su dedo pulgar e índice pellizcó con fuerza los pezones de María. Yo noté como esta se tensaba y gemía. Bajó su mano hasta el sexo de María e introdujo dos de sus dedos en ella, follándola con dureza. María aguantó estoicamente esa penetración y el conde sonrió, creyendo que había aguantado su orgasmo. Se acercó a María y restregó su polla sobre su sexo. Tenía una polla normal sobre los quince centímetros, ni muy corta, ni muy larga. Entro en María despacio y sujeto a sus rodillas la follo durante unos minutos, se corrió dentro de ella dando tres fuertes empujones y con el ultimo, María lo regó con sus flujos, dejándolo terriblemente satisfecho.

Se separó de nosotros y procedió a vestirse. Yo dejé a María sobre la alfombra y fui a recoger nuestro dinero.

  • Hoy necesito un buen espectáculo, hay gente muy importante, le dobló el dinero si deja que sea esa buena puta quien nos deleite con el espectáculo de esta noche.

Me pasaron una hoja impresa donde se detallaba cómo sería el espectáculo y acepté, sabía que María podría con ello.

Una vez hube cobrado y ellos se hubieron marchado, me acerqué a María.

  • ¿Qué tal estas, estas bien?
  • Si mi amo, estoy bien.
  • Ahora serás la protagonista del próximo espectáculo. Hoy habrás ganado diez mil euros.
  • ¿De verdad?, no me lo puedo creer.

Pasamos a un baño, donde María se aseó y se preparó para el segundo envite.

María salió del baño radiante, con un liguero negro, sus medias negras y sus zapatos de infarto. Llevaba puesto el antifaz y tuve que guiarla hasta la sala donde se realizaría su siguiente prueba. La até a unas cadenas que descendían del techo y la dejé ahí sola.

La sala era una especie de hall con varias sillas alrededor de una tarima elevada, desde las balconadas de los pisos superiores, también se podía ver perfectamente el espectáculo.

María estaba preciosa colgada en medio de esa improvisada sala. Sus curvas le daban un aspecto muy apetecible y esos grandes pechos con los pezones erectos pedían ser comidos.

Por un lado, entro un impresionante negro de casi dos metros de altura y una polla de más de veinticinco centímetros. Soltó un poco la cuerda, hasta dejar a María a la altura de su sexo. Sujetando su terrible polla con una mano, empezó a azotar con ella los carrillos y la boca de María. Esta abría la boca, buscando ese terrible miembro. Jugando con las cadenas, la izó un poco, para poder azotar sus pechos con esa terrible porra. María gemía y gritaba, aunque fueran con la polla, los azotes en sus pechos eran dolorosos. El moreno, sabía cómo marcar los tiempos y como marcar a la hembra. Los pechos de María empezaron a tornarse de un color carmesí, en el mismo momento que otro impresionante negro entro en la sala y se situó tras ella. Este, blandiendo su impresionante polla, empezó a azotar a María entre sus piernas. María, estallando de júbilo apretó sus piernas.

  • Abre las piernas, puta.

María abrió sus piernas y este nuevo hombre se ensañó con su sexo, de tal manera que María tuvo su primer orgasmo de esta manera. El que azotaba sus pechos, tensó la cadena hasta dejar colgando a María. Ahora se podía ver perfectamente como brillaba el interior de sus muslos por la corrida.

El hombre que dominaba la cadena metió sus manos bajo las piernas de María, le dio la vuelta dejándola boca abajo y empezó a comerle el coño. El otro hombre se acercó a ella para comerle el culo. La polla del hombre quedaba justo sobre la boca de María, que no dudó en intentar tragarla. Los gemidos de María iban en aumento y se convirtieron en un grito, cuando llegado su orgasmo, bañó al hombre que le comía con pasión el coño.

Lentamente le dieron la vuelta y el hombre a su espalda, la ayudó a empalarse en la polla de su amigo. Aun con el coño encharcado, María, sintió como esa polla le iba llenando el coño, como sus paredes abrazaban esa polla y como estaba a punto de volver a correrse, solamente sintiendo esa polla en su interior. Mientras María se sujetaba con todas sus fuerzas al hombre, para no clavarse esa daga de un solo golpe, el otro lamía su culo introduciendo su lengua dentro. Introducía saliva, mucha cantidad. Cuando el primer hombre consiguió meter toda su polla dentro de María, le sujetó por sus nalgas y la aguantó quieta unos segundos. El placer de estar completamente llena y la lengua en su culo, hicieron que María tuviese un terrible orgasmo, sujeta a esos férreos brazos. Los dos hombres imparables siguieron follando a María, hasta que esta se desmayó en sus brazos.

En ese momento la bajaron hasta el suelo y empezaron a orinar sobre ella. María despertó desubicada, desorientada. Al ver esos dos imponentes machos sobre ella, se asustó. Miró su cuerpo desnudo, las cadenas que la sujetaban y recordó, recordó la escena a la vez que sobre ella empezaba a caer el semen de los dos hombres. Su cara, sus pechos y parte de su abdomen, quedaron cubiertos de la blanca espuma. Uno de ellos recogió con sus dedos una buena cantidad que llevó a la boca de María. Cuando esta dejó bien limpios esos dedos los dos hombres se marcharon y el espectáculo terminó.

  • ¿Estas bien, María?
  • Creo que sí, ¿podemos irnos ya?
  • Por supuesto. Ven conmigo, te llevaré a un sitio donde puedas lavarte y vestirte.

Acompañé a María hasta un baño y le di su vestido. Un automóvil volvió a llevarnos al aeropuerto y ahí subimos a la avioneta que nos llevaría a casa.

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