Capítulo 13
CAPÍTULO TRECE
- Pero aquí no hija, aquí no. Te mando la dirección de mi casa en un SMS. Ahí te estaré esperando.
- No te creo…
- Te lo juro.
Parece que el juramento en ese lugar surtió efecto, pero, aun así, me dejó claro su mensaje:
- Como no lo hagas volveré y te follaré aquí mismo.
La muchacha salió del confesionario, se arrodilló donde los feligreses y después se puso a rezar al lado de la carnicera.
Me quedé quieto junto a la columna donde ellas se encontraban, sin moverme, pues me temía que esa lujuriosa chiquilla se fuera de la lengua y se armase un escándalo.
- ¿Has pecado mucho? – oí que decía Alba a la carnicera.
- Si, mucho. ¿Y tú? – dijo la otra con desconfianza.
- Poquita cosa, pero este cura tiene mal carácter, creo que no voy a volver por aquí.
- Pues tú te lo pierdes, aunque la verdad es que tienes razón, yo igual tampoco vengo más, dijo la carnicera.
Estaba claro que ambas jugaban al despiste, como si con esa excusa quisieran quitarse a la otra de en medio, porque estaba claro que querían volver a por su ración de rabo.
Veía a la carnicera rezar, haciéndose la beata y la otra la miraba expectante, por eso no quise esperar mucho más y pasé de largo. Noté que ambas me vieron pasar camino de la sacristía. Aun así, permanecí tras la puerta, en donde hay un arco que permite escuchar todo lo que sucede en la iglesia, gracias a su forma abovedada.
- La verdad es que tiene un culito… – dijo la joven.
- Mujer, es un cura. – quiso aclarar la otra como si aquello fuera un impedimento.
- Ya, qué pena… seguro que tiene su aparatito sin usar.
- Pues he oído que tiene una polla que te hace retorcerte de placer.
- ¿En serio? No lo veo. – dijo Alba disimulando. Deben ser leyendas urbanas.
- Ya, seguramente.
- Joder, es igual, es muy borde, yo no volveré.
La carnicera pensó que era mejor para ella y tenía el camino allanado con una joven menos de por medio.
La conversación de esas dos mujeres hablando de mí, en esa batalla dialéctica y marcando su territorio como dos gatas en celo, me puso realmente caliente.
Le mandé el SMS a Alba con la dirección de mi casa y enseguida vi que le llegó.
- Te tengo que dejar, me espera mi novio. – comentó la chica.
- Pues disfruta hija, tú que puedes.
- ¿Tú no tienes novio?
- Peor, estoy casada y a régimen. – protestó con mala gana la carnicera.
- Pobrecita, igual un día hacemos un trío.
- Desvergonzada jajaja…
Desde luego aquellas dos eran dos mujeres de armas tomar y aunque entre ellas había una gran diferencia de edad, ambas eran igual de interesantes y atrapantes.
La muchacha fue rauda hacia la salida caminando de forma acelerada, se notaba que iba cachonda, relamiéndose por las esquinas y seguramente su sexo destilaba jugos de tal manera que sus piernas ya estarían empapadas.
Corrí, atajando por la puerta de la sacristía ganando terreno y me adelanté a sus pasos. El calor y la sotana no ayudaban nada en aquella carrera, por eso la gente que me veía pasar pensaba que algo urgente ocurría cuando el párroco iba a la carrera calle abajo.
Subí las escaleras a toda prisa y cuando llegué a mi rellano notaba que mi cuerpo estaba bañado en sudor. Abrí la puerta, dejándola entreabierta y encontré la nota que me había servido para mis otras chicas, la dejé en el aparador y me quité la sotana quedando desnudo a la espera de esa loba, mirando tras la puerta del pasillo y recuperando poco a poco el aliento.
Apenas un par de minutos después llegó Alba empujando la puerta y diciendo en voz baja:
- ¿Buenorro?
Se giró y se encontró el antifaz y la nota.
“Desnúdate, ponte el antifaz y entra, si no te desnudas, da la vuelta y no se te ocurra volver.” – rezaba ese papel que había usado en varias ocasiones ya.
La muchacha lo leyó un par de veces y miró a su alrededor algo desconfiada. Se notaba que era una mujer joven, pero de mundo, que no era la típica inocente y novata en las artes amatorias. Al mismo tiempo una maléfica sonrisa apareció en su boca, lo que indicaba que le gustaba el juego.
Tras dejar la nota, se despojó de su pequeña camiseta y de su corta minifalda, dejando a la vista un impresionante cuerpo que era digno de enmarcar. Su juventud mantenía erguidos sus pechos, no muy grandes, pero en su sitio y el culazo era impresionante, bastante levantado y muy bien definido, seguramente el gimnasio había hecho un buen trabajo en ese impresionante trasero. Me fijé en su pubis, totalmente depilado y me di cuenta de que en su clítoris llevaba un piercing en forma de pequeña bolita. Mi polla di un brinco al ver eso, pues hasta entonces no me había encontrado nada igual.
La chica se puso el antifaz y se quedó allí parada… ya no parecía tan segura de sí misma, en esa posición, desnuda y a mi merced.
- Para ahí, tira al suelo tu ropa y acércate a mí. – le dije desde el pasillo mientras yo admiraba esa belleza desnuda.
Resultaba cómico verla caminar a ciegas, sin nada de ropa y algo asustada siguiendo mi voz.
- Cuando se encontraba a apenas un metro de mí, tiré de su mano, haciendo que se trastabillara y le propiné un buen azote en su glúteo resonando en toda la casa.
- ¡Aum, cabrón! – se quejó llevando su mano hacia el enrojecido trasero.
- Shsss… zorrita, aquí de usted, que soy un cura, ¿recuerdas? – dije tirando de su trenza hacia atrás, haciendo que bajara su cabeza, mientras yo clavaba ligeramente mis dientes en su omóplato.
- ¡Humm padrecito está usted violento!
- No lo sabes tu bien pecadora, tu culo se va a tornar casi morado. ¿No te das cuenta de la locura que acabas de cometer en el confesionario?
Retorcí uno de sus salidos pezones y la chica se encogió notando el dolor mientras mis dedos apretaban en esa parte sensible
- ¡Uhg! – protestó.
- Quiero que estés calladita y que obedezcas a todo lo que te pida. ¿Estás dispuesta o te vuelves por donde has venido? – dije bajando mi dedo por su culo e introduciéndolo ligeramente en su esfínter.
- ¡Siiii, padreee!
- ¿Si qué?
- Que haré todo lo que me pida… soy suya. – dijo respirando agitadamente mientras mi dedo seguía en su culo.
Tras sacarlo de ahí lo llevé a su boca y ella no tardó en lamerlo sin poner objeción. Me pegué a su cuerpo desnudo y ella notó el contacto de mi piel en su espalda y mi polla dura en su culo.
- ¡Ay, padre! – suspiró al sentirme.
- Notas que estoy sudado. Es por tu culpa, me has hecho venir a la carrera.
- No me importa, padre, yo le seco con la lengua si es preciso. – dijo juntando su culo contra mí, yo me agarré de su tripita sujetándome en ese cuerpo curvilíneo y tan suave.
Tirando de una de sus negras trenzas la llevé al salón y até sus manos en las argollas inferiores, lo que la obligaba a estar de rodillas. Podía notar como ella resoplaba… sin duda estaba muy excitada con la situación y yo por ende también.
Fui hasta el armario de los placeres, recogí una vara de avellano, labrada a mano, que había conseguido en el mercado de segunda mano. Pensé que ahora iba a pagar su desvergüenza y sus pecados. Acercándome a esa ninfa que tenía arrodillada, la planté un azote enérgico en su trasero.
- ¡Ay, joder! – A la vez que una línea roja se marcaba en el culo de la muchacha un potente grito salió de su boca. La muchacha intentaba liberarse una de sus manos para apagar el escozor del latigazo, pero las cadenas que sonaban chirriantes, no se lo permitieron.
- ¿Por qué has gritado, desgraciada? ¿no te dije que fueras buena?
- ¡Joder, padre, se ha pasado! – decía ella con una mueca de dolor.
- Vale, entonces lo dejamos aquí. – dije intentando soltar una de sus muñecas.
- No, no… me callaré.
- No me fío.
- Se lo prometo. – movía la cabeza buscando a ciegas mi posición, mientras yo la rodeaba.
Me dirigí a la cocina recogiendo un fino trapo de seda de la encimera. Le di varias vueltas y lo até tirante sobre la boca de la muchacha.
- Ahora, estaré seguro de que no chillarás. – dije.
Alcé la vara y la volví a descargar con fuerza sobre ese redondo trasero. Ahora el grito fue ahogado por el trapo, mientras yo veía su respiración entrecortada a través de la nariz y ella se limitaba a soportar el dolor estoicamente.
- ¿Sigo? – pregunté.
Ella asintió moviendo la cabeza y tensó sus músculos, pues ya sabía lo que le venía encima.
Tras quince azotes y el culo de la muchacha, casi morado, le quité el trapo de la boca.
- ¿Serás respetuosa en esta santa casa?
- Sí padre, si, lo seré. – dijo jadeante, con una mueca en su rostro y un río de flujos corriendo entre sus piernas.
- Ya sabía yo que eras una zorrita de cuidado.
Ese culo se me ofrecía en pompa y el temblor de sus rodillas no impedía que ella abriera ligeramente las piernas.
- ¿Qué quieres, zorra pecadora? – le pregunté.
- ¡Fólleme, padre! – dijo suspirando.
Me ubiqué tras ella, acercando mi polla directamente contra ese coño que estaba totalmente encharcado, así que de una estocada entró hasta lo más hondo y ella lo recibió con regocijo.
- ¡síiii padre, que gusto!
- ¿Ves quién manda ahora, satán?
- ¡Si, sí, joder… usted manda padre, uff, siii!
Mi polla se metía con fuerza en ese coñito que parecía querer atraparme para que no me escapara. Yo gemía también sintiendo esa estrechez entrando y saliendo con mucha lentitud, notando como mi miembro era apretado entre esas paredes vaginales, sin duda la chica entrenaba su tren inferior por la fuerza que incidía en mi cilindro duro.
El roce de las paredes del coñito cada vez era menor dada la lubricación. Ese sexo ya babeante, me recibía con adoración. Otro azote estalló en la habitación, esta vez con mi propia mano abierta.
- No padre, no, por favor, me duele, me duele mucho. – decía ella lastimada por los anteriores golpes.
Las lágrimas rodaban por el rostro de la chica y me di cuenta de que me estaba comportando como un cabrón, empezando a follarla más despacio. Sujeto a sus caderas imprimí el ritmo de un “mete y saca” acompasado con los gemidos de Alba, en una cada vez más rápida cadencia que obligó a la muchacha a acercar su cabeza al suelo de la estancia, para ofrecerme con un mejor ángulo su coñito y su orificio posterior. Aceleré mi ritmo, a la vez que mi dedo gordo entraba en el estrecho esfínter haciendo que los gemidos cada vez más álgidos, resonarán en la habitación en una mezcla de placer y dolor. Por un momento me olvidé de sus gritos y de los vecinos, porque estar dentro de ella era gloria bendita.
A los pocos minutos la muchacha se abrió como una rana y pegó su cuerpo al suelo mientras su culito daba pequeños espasmos.
- Si, que bien, si, que gusto, si, menuda polla, menuda polla tiene usted padre, no pare, no pare. – jadeaba ella con su cara pegada en el suelo
Me levanté para buscar uno de los geles lubricantes que había comprado, precisamente en la tienda en la que trabajaba Alba. Dejé una muy generosa ración sobre el culito de la muchacha. De algún modo me agradeció esa sensación cuando el frescor del gel calmó el ardor de su culito. Extendí igualmente sobre mi polla otra buena porción de gel y apunté mi capullo al agujerito posterior. La muchacha se puso otra vez de rodillas, suspirando en bajito un
- ¡Si, padre!
La chica tembló al notar como la punta de mi verga traspasaba su esfínter, como le abría el culito e inexorable seguía entrando en él hasta la mitad.
- Ahhh padre, despacio, despacio por favor.
Aferrado a ese perfecto culo, me mantuve unos largos segundos dentro de ese prieto culito y empecé lentamente a ganar terreno en él, entrando y saliendo con extrema lentitud, disfrutando de esa sensación tan placentera.
- Así padre, así, muy bien, muy bien.
Esta vez me dejé guiar por la muchacha, hasta que mis huevos notaron la humedad de su sexo.
- Muy bien padre, muy bien, así despacito, no pare.
Era entrar en el paraíso de los culitos, porque si ya era mágico follarse su chochito, el hacerlo por detrás en un culo entrenado, firme y perfecto, era una auténtica delicia.
- Mmmmm – soltaba Alba, como un lamento.
Salí de ese culito muy lento, sacando casi la totalidad de mi miembro dejando que ella recobrase el aliento, para al notar como se dilataba ese agujero, volver a entrar igualmente lento. Así estuve unos minutos, lento, muy lento, notando como ese esfinter apretaba y absorbía mi polla, como nunca antes.
- Muy bien padre, más fuerte, más duro, más rápido, ahora, rómpamelo, rómpame el culo.
Escuchar eso era música celestial y aferrándome a la trenza de su pelo, cual corcel salvaje tiré de ella para empezar a penetrarla con fuerza, con mucha fuerza, duro, muy duro, haciendo sonar mi pelvis contra ese redondo trasero.
- Así padre, asiiiii, siii, rómpame, lléneme, destróceme. Siiiiiiii, siiiiiii, siiiiiii
La muchacha arqueó todo lo que pudo su espalda a la vez que apretaba los músculos de ese maravilloso esfínter… Se puede decir que me estaba ordeñando, hasta que ya no pude más y soltando un alarido, le regué con mi espeso esperma al tiempo que le apretujaba sus pechos.
- Jodeeer padre, que bueno. Nunca había sentido nada igual…
Yo seguía con mi pecho en su espalda y mi polla aún permanecía atrapada en su culito, como si ninguno de los dos quisiéramos separarnos del otro.
Al cabo de un rato, nos duchamos juntos y le apliqué una crema reparadora en su culito, pues me había ensañado con ella.
- ¿Repetiremos? – me dijo mientras frotaba mi miembro con abundante jabón.
- Hija, tengo muchas almas que atender.
- Lo sé y no me extraña que estén todas locas.
- No tendrás un hueco para mí.
- No sé…
- ¿Qué tal un trío con la carnicera? Está falta de polla.
- Todo se andará hija, todo se andará.
Sin duda, Alba tenía ganas de volver a vivir una experiencia como esa y conociéndola, haría lo que fuera por conseguirlo, incluso compartirme con la carnicera.
Me encantó ayudarla a vestirse y me besó con pasión.
- Llámeme, padre… si no lo hace, le volveré a buscar.
- Lo haré hija lo haré.
Sabía que tenía que hacerlo, porque ella me buscaría debajo de las piedras, pero, además, a mí también me apetecía volver a repetir algo así con Alba.
Como ya era buena hora, me acerqué por el bar de María y Luis, llegué a la barra y pedí una manzanilla bien fresquita. Luis raudo y amable, como siempre, la sirvió y mientras, María me devolvió una sonrisa, mientras fregaba los baños. Estaba, una vez más espectacular, esta vez con un vestido marrón floreado y bastante corto, que al agacharse mostraba sus rotundos muslos por detrás y su escote divino por delante.
- ¿Cómo va todo, padre Ángel? – me preguntó Luis.
- Bien, hijo… voy tirando.
Disimulé, aunque por dentro estaba eufórico después de esa sesión especial con Alba.
- ¿Le puedo confesar una cosa? – me preguntó el hombre.
- Claro, Luis… es mi trabajo, ¿recuerdas?
- Cierto… Miré, padre, anoche seguí su consejo y llevo así toda la semana.
- ¿Consejo?
El hombre miró a los lados, pero los demás tertulianos estaban alejados.
- Si, hombre, María… mire que sonrisa tiene.
- Ah, entiendo… cómo me alegro.
La verdad es que ella lucía una sonrisa arrebatadora, se veía muy feliz, canturreando mientras limpiaba, como hacía tiempo no la veía. Es posible que, gracias a mí, había vuelto a recuperar a su hombre.
- Me he quedado mucho más tranquilo cuando me dijo que no era pecado. – insistió el hombre en voz baja.
- Naturalmente que no lo es. – añadí viendo esos muslos morenos mientras ella ligeramente doblada limpiaba la taza del wáter. ¿Cómo podría ser eso un pecado?
- Pues eso, nos va mucho mejor y creo que María va a quedar en cinta, quiero pensar que los milagros existen y todo gracias a usted.
- Vamos, Luis… tampoco es para tanto.
- Un santo, es usted un santo y ciertamente estoy descubriendo esa mujer que casi me parece hasta otra.
Después del vinito y la charla en la que yo me hacía el desentendido, no dejaba de recordar los momentos que yo mismo había vivido con esa fiera de María, tan alejada de esa discreta e inocente mujer que aparentaba.
Me senté en mi mesa y esperé la llegada de ella, justo cuando había terminado con la limpieza. Me miró y me preguntó.
- Qué temprano don Ángel. – dijo ella sonriente apoyando sus manos en mi mesa y ofreciéndome ese escote vibrante.
- Si, estoy hambriento.
- Vaya… ciertamente, se le nota cansado, ¿es así?
- Pues sí hija, ando flojucho últimamente.
- No me extraña, tener que atender a tantas pecadoras. Debe ser un trabajo duro – dijo con una sonrisa y un tono que sonaba a esa doble intención que sólo ella y yo sabíamos.
- Pues sí.
- No se preocupe padre que hoy la cena es para levantar un muerto jajaja.
Aquella noche cené copiosamente y cuando ya no quedaba nadie, Luis fue limpiando la cocina y María aprovechó para sentarse a mi lado.
- Como le echo de menos padre…
- Y yo a ti hija, aunque veo que no has perdido el tiempo.
Se me quedó mirando con cara confusa y le aclaré.
- Tu marido me ha contado…
- ¿Ah sí?… está como loco.
- No me extraña. – dije observando de nuevo esos pechos turgentes en su canalillo.
Sujetando mis manos entre las suyas, María me miraba embelesada y de algún modo los dos sabíamos que aquello estaba mal, pero al mismo tiempo era demasiado atrayente como para dejarlo pasar. Y justo en ese momento llegó su marido y se puso tras ella:
- Muchas gracias, padre, no sabe el favor que nos ha hecho explicándole a Luis que no es pecado, lo de usar el matrimonio. – dijo María, con cierto disimulo.
- Claro que no hijos, el matrimonio hay que consumarlo todos los días, es la única forma de que tenga una larga duración y además en vuestro caso, si estáis buscando familia, con más motivo.
- La verdad es que yo veía a María decaída y triste y ahora está otra vez contenta y feliz. – comentó su marido agarrado a los hombros de ella, acariciándolos con ternura.
- Y cómo me alegra veros así. – respondí sonriente.
- Pero padre, le tengo a usted muy desatendido. – dijo de pronto ella.
- No, mujer… – respondí azorado estando su marido presente.
- Si, no se preocupe usted, que los jueves seguiré acudiendo a su casa a darle un repaso, para que no se le acumule el polvo. – añadió ella.
- Muchas gracias, hija, ¿Que haría yo sin vosotros? – disimulé y noté hasta cierto rubor en mis mejillas.
Me retiré a mi casa contento y la verdad, cansado, muy cansado. En otras circunstancias, habría buscado la manera de hacer que María se acercara a casa, pero esa chiquilla del sex-shop me había exprimido a tope.