Capítulo 10

Pasaron los días desde el incidente de la plaza y Marta seguía teniendo pesadillas y durmiendo muy mal. Esa era la mayor preocupación de la familia.

Doña Carmen, que había concluido su penitencia de manera abrupta con motivo del accidente, había regresado al hogar para cuidar a su nieta. Julia y Jordana también se habían entregado en cuerpo y alma al cuidado de la melliza. D. José se mostraba inquieto y preocupado por su pequeña y había acogido a Ramón “el manco” como su protegido en agradecimiento por lo que había hecho.

Por otra parte estaba Carlos que, aunque preocupado por su hermana, se sentía un poco desplazado. Esto tenía consecuencias para la pobre Margarita, con quien el muchacho se desahogaba todas las tardes después de clase en lugares siempre diferentes para escapar de D. Fulgencio.

Esa tarde, doblada sobre sus rodillas, Margarita aguantaba estoicamente los azotes que el muchacho le daba con la mano. Los azotes en esa posición y con la mano le resultaban de lo más erótico, porque al golpeo se unía el sobeteo de las nalgas, el roce de la piel, los dedos furtivos en sus diferentes agujeros… Todas esas sensaciones habían hecho que Margarita, la sumisa y entregada Margarita, se hubiese enamorado de él. Por eso, cuando el le pidió que se la chupara, ella no dudó ni un instante en ponerse de rodillas delante de el y, abriéndole la bragueta, con la torpeza propia de una primeriza en esas lides, pero con el ansia terrible de satisfacer que provoca el estado de enamoramiento, se metiera toda la verga del muchacho de un solo bocado. Chupó y chupó con fruición, sin delicadeza, llegando incluso a hacerle daño por momentos…Carlos que estaba disfrutando de la boca de su amiga se fue envalentonando y cuando ya su verga estaba a punto de estallar le dijo a Margarita ¡quiero metértela!

Margarita se puso a cuatro patas y separó las nalgas esperando ser sodomizada como el resto de los días… ¡No, hoy quiero tomarte de verdad!

Margarita dudó, no podía perder la virginidad, su padre la mataría…pero al mismo tiempo amaba a Carlos y si decirle que no iba a poner en riesgo lo suyo…

¿Cómo quieres que me ponga? Replicó ella llenándose de valor

Así mismo replicó Carlos, así lo hacen los animales y he visto muchas veces a mi padre hacerlo así…con la verga tremendamente lubricada por la mamada previa, asió a Margarita por las caderas, le colocó la verga a la entrada del coño y…¡Diosssss! Gritó ella al sentirse empalada por la fuerte embestida del muchacho que le partió el himen como si fuera papel de fumar…para ambos las sensaciones eran diferentes…para Carlos la polla resbalaba mucho mas que por el culo y estaba toda la oquedad mas húmeda y lubricada…para Margarita…para Margarita solo existía placer, placer y mas placer… cada entrada de la verga en su coño era una explosión de sensaciones placenteras…sintió espasmos en varias ocasiones mientras el muchacho se la trabajaba duramente…y así en plena vorágine, con ambos abstraídos completamente, apareció Fulgencio que los llevaba buscando durante días, sabedor de que se ocultaban de él. El pervertido maestro se despojó de la ropa sin que los muchachos lo escucharan y PLAS, un sonoro azote en el culo de Carlos les despertó de su éxtasis de pareja…y sin darles mas tiempo ni margen de reacción le endilgó la polla por el culo al sufrido muchacho. Carlos intentó retener un grito de dolor, pero le estaba sodomizando sin compasión, lo que provocó, en un primer momento que su verga se deshinchara y que Margarita viera cortado su frenesí amatorio.  Eso duró poco, al momento la verga de Carlos volvió a excitarse con la sodomización y con ello el coño de Margarita se volvió a llenar de sensaciones…

En el punto álgido del trenecito de penetraciones un grito a su espalda les heló la sangre a los tres

¡Alto a la Guardia Civil!

D. Fulgencio palideció al instante…la sodomía estaba penada en esos tiempos y su vid se acababa en ese instante…una pareja de la Guardia Civil, alertada por los gritos y jadeos, se había adentrado en ese tramo de bosque y los había pillado in fraganti…Los dos Guardias reconocieron al instante a los tres

¡menuda infamia! ¡que perversión! Decían mientras los tres se vestían…

¡Todos al cuartel!

Camino del cuartel llegaron a una zona donde los Guardia Civiles amarraron con grilletes a un árbol a Carlos y Margarita y los dejaron allí. ¡No tratéis de escaparos o será peor, volvemos enseguida! Y acto seguido se llevaron a D. Fulgencio a una colina que había a unos 200 metros… Fulgencio iba pálido, pensando que lo iban a fusilar. A los dos muchachos también se les pasó por la cabeza, pero en realidad los Guardia Civiles, que odiaban a los sodomitas, querían darle un escarmiento a D. Fulgencio y lo llevaron con “El Cabrero”. El cabreo era un hombre grande y fuerte, no de muchas luces, que recibía su apodo de ser pastor de cabras y estar todo el tiempo con ellas por el monte. Como la soledad es muy mala “el cabrero” se solía follar a los animales, pero esta vez los Guardia Civiles le traían un regalo ¡mira Cabrero que culito te traemos! Y bajándole los pantalones al maestro le golpeaban las nalgas con la culata de sus escopetas…“el cabrero” no esperó ni media y agarrándolo por la cintura se lo cargó a los hombros y lo llevó a unas piedras donde lo dejó boca abajo. Le escupió en el ojete y ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! Le clavó la polla con tal violencia que le desgarró el esfínter anal de su virginal trasero…

“el cabrero” no se conformó con uno, sino que repitió hasta en tres ocasiones para mayor diversión de los Guardias que se entretenían bebiendo vino de la bota del pastor…mientras Fulgencio era taladrado de manera violenta…lloraba, suplicaba y gritaba de dolor…pero era inútil, el pastor estaba cansado de violar cabras y no iba a desaprovechar la ocasión de poder trajinarse a un humano, aunque fuera un hombre y por el culo…cada embestida era como un palo ardiendo que le introducían por el culo…en ese momento supo lo que sentían sus victimas y mientras le destrozaban el ano por enésima vez, sintió una pizca de remordimientos…

Cuando los Guardias consideraron que ya era suficiente, llamaron al pastor y este les trajo lo que quedaba de Fulgencio que, a duras penas, si podía caminar ¡que se lo hagan a uno ya no gusta tanto ehhh! Se reían ambos guardias…

Lentamente se acercaron al lugar donde estaban los muchachos que al ver venir así a Fulgencio pensaron que los Guardias se lo habían beneficiado… En un rato llegaron al cuartel donde el sargento decretó el envío a prisión para Fulgencio (que esa misma noche salió para Madrid en un coche de la policía) y avisar a los padres de los muchachos.

En menos de una hora aparecieron D. Venancio y D. José, alarmados por la llamada de la Guardia Civil pero desconocedores de lo que había pasado. Los Guardias le contaron lo sucedido. A D. Venancio lo tuvieron que sujetar para que no saliera detrás del coche de policía para matar a Fulgencio y la mirada que le echó a su hija hizo que a ésta se le helara la sangre.

D. José por su parte estaba en shock, su hijo enculado, mientras el a su vez penetraba a una chica…eran demasiadas cosas…

El sargento, amigo de ambos hombres, les dijo que mantuvieran la calma, que nadie mas sabía nada, y que sus hombres eran un tumba y en ese momento miró hacia los dos Guardias Civiles que poniéndose firmes gritaron al unísono ¡una tumba mi comandante!

D. Venancio y D. José pidieron que les dejaran solos un momento para hablar, estuvieron en una celda por un espacio de mas de una hora y al salir se dirigieron al Sargento.

Esto no saldrá nunca de aquí, si alguno de tus hombres simplemente lo insinúa yo personalmente me encargaré de arruinarles la vida ¿queda claro? Indicó D. Venancio tomando la iniciativa. Mientras eso no ocurra D. José y yo mismo nos encargaremos de relanzar tu carrera y de que vivas bien ¿entendido? Somos amigos, indicó el sargento, aquí no ha pasado nada.

Ahora tu y tus hombres salid fuera, déjanos la correa de cuero que tienes para azotar a los presos en los interrogatorios y no entréis hasta que os avisemos.

El sargento y los dos Guardia Civiles abandonaron el cuartel y se pusieron a fumar fuera, mientras los dos padres sacaron a sus retoños del calabozo.

Los dos muchachos salieron con las cabezas gachas, sabedores de la gravedad de lo sucedido. El primero en hablar fue D. José que ni siquiera le gritó, le dijo que estaba sorprendido y avergonzado y que al día siguiente se marcharía para un colegio de curas interno en Madrid. Acto seguido le dijo que se bajara los pantalones.

El muchacho obedeció en silencio y se quitó los pantalones y los calzoncillos, al doblarse sobre el respaldo de una silla, se podía observar la rojez del ano del joven lo que todavía enfureció mas a D. José que, blandiendo la correa del sargento, comenzó a descargar una batería de azotes que resonaban en el exterior donde los guardias y el sargento podían escucharlo claramente

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

Los golpes se sucedían con una violencia inusitada, al muchacho le caían las lágrimas, pero no podía ni gritar de lo avergonzado que estaba

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

PLAS…

Cuando D. José hubo terminado, el muchacho se dispuso a levantarse, pero su padre lo detuvo ¡quieto ahí! Ahora es el turno de D. Venancio, tiene derecho puesto que has deshonrado a su hija

¡él no me ha…!

¡Cállate desvergonzada, si tu madre te viera! Después ya tendrás lo tuyo

Carlos volvió a colocarse en posición y el viejo militar agarró la correa.

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

Los golpes fueron mas lentos, pero más fuerte si cabe que los de su padre, el viejo sabia manejar la correa,

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

Pronto, ante la atenta mirada de su padre y las lagrimas de Margarita, el culo de Carlos se encontraba en carne viva, profundamente marcado por los azotes de la vieja correa de cuero.

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

¡Levántese!

Carlos apenas podía moverse, así que su padre lo ayudó a apartarse

D. Jose hizo ademán de salir de la sala porque iba a proceder a castigar a Margarita pero D. Venancio lo detuvo ¡quédese, esta desvergonzada se merece esa humillación!

Ante la atenta mirada de su padre Margarita ocupó la posición que antes había ocupado Carlos. Al doblarse y levantar la falda, pudo ver las bragas blancas de su hija con restos de fluidos y sangre. De un tirón se las bajó el mismo

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

Desvergonzada, mala hija…

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

Mañana mismo ingresaras en el convento

No padre, eso no por favor…

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

Haberlo pensado antes de andar por ahí fornicando

PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS… PLAS…

Margarita ya no sentía los azotes, había perdido su vida y a su amado…

¡Vístete!

Los dos hombres abandonaron con sus hijos el cuartel, no sin antes despedirse del sargento, agradeciéndole la discreción y encaminándole a que cumpliese su palabra…

Al día siguiente para sorpresa de todos, familia, amigos y vecinos, ambos jóvenes abandonaron el pueblo acompañados por sus padres…

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