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¿Quiere un dulce, señor?

¿Quiere un dulce, señor?

Estaba distraído cambiando el pendrive con mi música predilecta en la USB del carro, el semáforo estaba en rojo, así que supuse tendría tiempo de sobra para hacerlo, algo tan mecánico que ya había hecho tantas veces antes, cuando presentí una sombra en mi puerta del conductor, me sobresalté un poco ya que había escuchado que en las detenciones de los semáforos asaltaban a los conductores, como mi carro tiene cierres automáticos no me estaba tan afligido por el hecho, pero no era nada más que una nena pequeñita, sus ojos brillantes de energías, cabellos oscuros y despeinada, su faldita corta a medio muslo, con zapatillas y calcetas, una al tobillo y la otra casi a la rodilla, su rostro era precioso y su actitud, no sabría definirla con palabras, pero rebosaba de sensualidad a esa corta edad, quizás no más de diez años, el frio de la noche le hacía salir vapor de su boca y ella limpiaba su nariz con la manga de su vetusto chaleco de lana − ¿quiere un dulce señor? – me dijo con una vocecita de nena, pero vuelvo a decir que su actitud no era de niñita, más bien una pequeña mujer, quizás las vicisitudes la habían hecho madurar precozmente − ¿qué estas vendiendo chiquilla? – le pregunté, solo con el interés de saber más sobre ella – alfajores y estos de acá son chilenitos … dos en mil pesos – la volví a mirar y esos ojos oscuros, brillantes e intrigantes no me permitían alejarme de ella – cruza la calle … me voy a estacionar … ahí vemos que cosa puedo comprar – le dije comenzando a maniobrar y ponerme en un sitio seguro, mire a mi alrededor y vi otro grupo de vendedores, pero en la otra esquina, lejos de nosotros.

La nena me siguió y siempre por el lado de la puerta del conductor, me mostró su mercadería de dulces envasados en plástico – son muy ricos … no se va a arrepentir – me dijo y se mordió su labio inferior sensualmente, mi pene se puso a mil y me asusté, como esta pergenia a la que todavía se le caen los mocos me puede hacer excitar de esta manera, no lo podía comprender − ¿qué tal si hacemos un trato? – le dije y sus ojitos adquirieron más brillo − ¿quiere más de uno el señor? – me retrucó − ¿cuántos te quedan? – le pregunté, mirando siempre a mi alrededor en alerta – seis … siete … me quedan ocho, señor – me dijo en tono casi de fiesta – bueno … eso quiere decir que serían … cuatro lucas … ¿no? – le dije mostrándole mis cuatro dedos – si señor, son cuatro mil pesitos – la nena estaba contenta de vender toda su mercadería de una sola vez y movía su cuerpecito casi festejando − ¡ya! … dámelos todos … pero recuerda que tenemos que hacer un trato – le dije observándola atentamente.

− Pero no tengo más dulces – me dijo con tono de preocupación pensando me fuese a arrepentir de comprar − y no puedo rebajar el precio – agrego – ¡no! … no quiero más dulces … − le dije para tranquilizarla – mira … aquí están las cuatro lucas … y … diez lucas más si me dejas comerme un poquito de ti … − le pasé el dinero y no me importaba si se echaba a correr, ella me miró – que lindo es su auto … ¿me puedo subir? – me dijo como de lo más normal – si sube … me dije haciéndole lugar, dejando los dulces en el asiento trasero – volví a mirar hacia todos los lados para cerciorarme que no hubiese nadie en las cercanías y nos fuimos para un sector oscuro de la ciudad.

− ¿Qué edad tienes? – le pregunté a sabiendas que era muy niña, pero ella se había alzado su faldita y acomodado sus calcetas mostrándome todas sus piernas y la blancas bragas que vestía, no sabría decir si había alguna intención en todo ello, pero mi verga luchaba contra el genero de mis bóxers y pantalón, tuve que acomodarla cómo pude – ocho … pero cumpliré nueve la próxima semana – me dijo denotando un cierto orgullo en el aumento de su edad – seré más grande y así nadie me comandará – dijo con un poco de bronca en la voz − ¿por qué? … ¿tienes alguien que te comanda ahora? – le pregunté – sí … mi padre que bebe todos los días y mi hermano que me quita mi dinero para drogarse – me dijo con rabia – y tu porque se lo permites – le dije ingenuamente − ¡no! … cómo yo soy chica ellos me quitan todo y si no me pegan – me dijo apretando sus puños.

Tuve una lucha interna sintiendo las duras vicisitudes que esta pequeña tenía que vivir, pero ella con su pierna plegada sobre el asiento me daba una vista espectacular de sus tiernos muslos y su ingle, llegué a un sector oscuro de la ciudad y estacioné el auto − ¡mira! … te daré diez lucas más para ayudarte con tus ganancias – le dije pasándole otro billete que ella prontamente guardó en un sucio pañuelo que escondía en su pechito − ¿y yo que tengo que hacer? – me dijo sin señas de miedo o preocupación – tienes que estar tranquilita y nada más – le dije posando mi mano sobre su gastada calceta gris, ella puso su pequeña manito sobre la mía, su piel estaba caliente, la piel de sus delgados muslos era suavecita, poco a poco fui subiendo mi mano hasta llegar al borde de su bragas − ¿me las saco? – dijo la nenita, sorprendiéndome bastante – si quieres … y si puedes … sácatelas, por favor – fue lo último que hablamos.

La pequeña ya sin calzoncito se giró hacia mí y abrió sus piernecitas, no lograba ver su chochito minúsculo, así que encendí la linterna de mi celular, su preciosa panochita brillaba con todo su esplendor, el aroma a orina me parecía una esencia deliciosa, sus labiecitos rosados eran otra perfección de la naturaleza, trate de mantener abiertos esos labiecitos húmedos y me incliné en mi asiento tratando de alcanzar ese agujerito con mi lengua, necesitaba saborear esa pequeña chuchita, pero me fue imposible, entonces me di cuenta que la nena tenía sus ojos cerrados y gemía, su rostro estaba parcialmente cubierto por el enredado manto de sus cabellos.

Introduje un dedo en ese estrecho orificio y ella movió sus pequeñas caderas facilitando la penetración, era evidente que ya no era virgen y que gozaba la penetración de mi dedo, trate de penetrarla con otro de mis dedos pero no le entraba, así que desistí, entonces traté de imaginar como llegar con mi boca para comerme ese chocho infantil, mi pene estaba duro como palo y era también un impedimento para desplazarme dentro del estrecho espacio del auto, eche el asiento del conductor atrás al máximo y quedé recostado, entonces la tomé y poco a poco la hice desplazarse con su ingle sobre mi cabeza, al final ella se acomodó solita con su vagina sobre mi boca, mientras con una mano mantenía su faldita alzada para que no estorbara.

Me sorprendió sentirla mover sus caderitas sobre mi boca, como es posible que una niñita así de pequeña pueda saber como moverse sexualmente, pero no me empeñaba en descubrir estos misterios, solo atinaba a mover mi lengua y tragar sus fluidos que no eran pocos, a un cierto momento ella se estremeció y con fuertes jadeos se corrió en mi boca, tembló por varios minutos, sus gemidos y quejidos eran otra fuente de excitación.

Mantuve a la nena lo más firme posible, ella seguía moviendo su ingle en mi cara, pero su mano se había desplazado al cierre de mis pantalones, sin decirme nada me abrió el cierre y metió su manita hasta tirar fuera ese palo duro en que se había convertido mi pene, la oscuridad del lugar no me permitía ver todos los detalles, pero su cabeza ahora tocaba el volante y sus tibia boca se había cerrado sobre mi glande, comenzó a chuparme la verga cuál si fuera un helado de paleta, su diminuta lengua recorría velozmente una y otra vez la cabezota lustrosa de mi pene, el sonido de las chupadas me excitaba aún más.

Me chupo la verga unos diez minutos mientras con sus manitas acariciaba mis pelotas, me chupaba la polla como una profesional del sexo y cuando me corrí en su boca, ella se tragó mi pene y aguantando algunas arcadas, se tragó todo mi semen, no se despego de mi miembro hasta que este un poco flácido salió de su boca, se sentó en el asiento del pasajero y se coloco sus braguitas, se limpio la boca con la manga de su chaleco como lo hacía de costumbre, le pase una confección con pañuelitos de higiénicos y ella solo los guardo en su pechito, donde guardaba todo, no quise hacerle ningún comentario, ella se arreglo su faldita, yo enderecé el asiento del auto y luego nos fuimos hacia el lugar donde yo la había recogido.

La nenita manipuló la radio y puso un poco de música de reguetón, no es mí favorita, pero no objeté, ella al parecer estaba tranquila y miraba hacia el exterior tarareando la música y haciendo movimientos de baile, parecía contenta, cuando llegamos a la altura de la estación Mapocho, ella me dijo – papito … déjame aquí … aquí está bien – abrió la puerta y sin más preámbulos se bajo del auto, la observé por largo rato mientras se alejaba moviendo sus caderas en modo infantil, saltando de vez en cuando como una niña …

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