Mi marido me decía siempre que se me notaba cantidad cuando acababa de hacer el amor porque me cambiaba la cara : se me sonrojaban las mejillas, los labios se me hacían más voluptuosos y mis ojos azules brillaban como aguamarinas...
A mi edad, por aquel entonces tenía 20 años, aún me resultaba conflictiva la experiencia que había tenido con mi pareja y el conserje, pues hasta antes de aquella si bien había tenido una vida bastante liberal en el ámbito sexual, siempre me había relacionado con personas que conocía socialmente, es
Soy Sandra. Actualmente tengo 62 añitos pero en el momento en que se desarrollaron las aventuras de estos relatos tenía 22 , ningún tabú y mucha curiosidad. Leed los dos anteriores y disfrutad con la continuación. Espero vuestros comentarios y vuestros correos.
Cuando llegó mi pareja al bar, quedó sorprendido al verme, no andaba especialmente vestida para una ocasión como aquellas que nos gustan disfrutar de cuando en vez, sin embargo reí pues sabía lo que le estaba provocando.
En el primer capítulo no hice una buena introducción. Os pido que leáis la primera parte antes de leer la segunda. Todo lo que cuento lo he vivido. Y esa fiesta fue el sumum del vicio. Encontraréis de todo: sexe anal, sexo oral, sexo lésbico, uro, dobles penetraciones. Disfrutadlo.
No todas las historias que les cuento me han ocurrido ahora último, muchas ya han acontecido hace un tiempo, creo necesario hacer esta aclaración, pues de otro modo, ustedes pensaran que paso fornicando.
Hacíamos una fiesta en nuestra casa, como tantas otras veces, y habíamos invitado –Carlos, mi marido y yo, Sandra- a un montón de amigos para celebrar la verbena, entre los cuales se encontraba Juan, un amigo de la infancia de Carlos, de su misma edad, es decir unos treinta años.
Salí a buscarla, pero me quedé petrificado cuando vi que un pasillo contiguo a los sanitarios de hombres, estaba el ingeniero y mi Beatriz. Ella tenía las tetas de fuera y el ingeniero se las mamaba y acariciaba, mientras Beatriz le agarraba su tremendo pene, acariciándole de arriba abajo.
La historia que relato a continuación es real como la vida misma, en algún pueblo del norte del Perú, creo que al contarla una parte de mi se desahogará y podré liberarme de la humillación constante en la que vivo, sometida por mi marido desde hace mucho tiempo.
Un día en el colegio nos mandaron a hacer un trabajo de investigación bastante largo, y como era de costumbre lo realizaría con mi mejor amigo, como el trabajo era muy largo decidí quedarme en su casa por 2 días para ahorrar tiempo.
Me metí en la ducha y tardé un rato en perder la erección, hasta que conseguí dejar de pensar en el fino vestido de Triana, y en que no llevaba sujetador. Habría jurado que al verme desnudo se le habían endurecido los pezones.
Yo vivía en un departamento pequeño de tres recamaras con otro amigo igual de caliente que yo, esa vez mi compañero de cuarto se había ido a su natal Valles, y me dejo algunas cervezas en el refrigerador, como ese dia era sabado me dispuse a ver television un rato para luego esperar a que alguien pasara por mi para irnos a divertir, empecé por abrir una cerveza que me hizo relajarme bastante.
El difunto Evodio. La dolorosa opresión en el pecho, la creciente dificultad para respirar y el paulatino adormecimiento del cuerpo confirmaron a Evodio que la vida se le escapaba, así lo comprendió su mujer que corriendo fue a buscar ayuda.
Hoy tenia unas ganas locas de carne, de un pene, o lo que fuera que me penetrara desesperadamente, y como no tenía ninguna cita previa, y soy una mujer muy ardiente, me metí en el sex shop casi a la hora del cierre.
Hace un mes nos visitó con uno de sus hijos y, a diferencia de otras ocasiones, el tiempo que duró su estancia me mantuve con un fuerte deseo sexual. Ver sus prominentes nalgas "envueltas" en un pantalón deportivo o de mezclilla me provocaba tremendas erecciones que después aplacaba con tres masturbaciones seguidas.