Capítulo 1
La gente no tiene por qué enterarse de que la estás pasando mal; tu amabilidad tiene que ser evidente siempre. No te inquietes por nada, sé positivo y da gracias. Piensa en todo lo bueno, no te atormentes, y nuestro ser supremo cuidará de todos; esa es la cura contra la ansiedad. Que nuestra estrella los ilumine hasta el próximo domingo. Adiós.
La gente comenzó a aplaudir. Nuestro guía se fue y comenzamos a cantar: «Él es grande, vivo y su luz resplandece». Todos saltaban y gritaban; continuó así por varios minutos. La función terminó y las personas comenzaron a salir, no sin antes despedirse, muchos apretones de mano y muchas sonrisas.
Guardé la guitarra, me despedí de los muchachos, aunque no son tan muchachos; todos estamos entre los cuarenta y cincuenta años. Fue un buen servicio el de hoy. Salí del templo y caminé hacia la parada del bus más cercana. Al llegar, me senté en las sillas grises metálicas a esperar mi ruta.
De repente, miré al otro lado de la calle: una pareja de hombres que se besaban. Uno era calvo con barba y se veía bastante rudo; el otro era un poco más joven, rubio y gordito, también tenía barba. El primero tomó un taxi y se fue. Minutos después, llegó una mujer, bajita, algo robusta y visiblemente embarazada. Besó al chico rubio y se fueron en otro taxi.
La palabra «hetero pasivo» llegó a mi mente como en automático. No pude evitar reírme. Llegó mi bus, puse mi tarjeta y me senté al fondo; estaba casi vacío. Mi ruta demora casi dos horas para llegar a destino.
Ese chico rubio me traía recuerdos, pensé en Julián, mi hetero pasivo. Bueno, no es mío, hace mucho que no lo veo, pero lo guardo en mi corazón. Hetero pasivos conocí muchos, más de lo que me convenía. Solo lo hacen perder el tiempo a uno. Y si te lo estás preguntando, sí, soy gay. ¡Qué falta de educación! Me presento, soy David Herrera, tengo 38 años y quiero contarte la historia de amor/odio que tuve con Julián, pero antes te contaré un poco quién soy yo.
Por supuesto, soy el protagonista. Vivo en Cali, Colombia, en un barrio que se llama Alfonso Bonilla Aragón. Vengo de una familia conservadora. Mi madre se llama Lucía Herrera, una mujer berraca y trabajadora, y mi padre, Pablo Herrera, él sí es un poco más débil de carácter. Soy el mayor de tres hermanos; mis otros dos hermanos, Edinson y William, son especiales, tienen síndrome de Down, y el último no puede caminar, así que necesitan mucha asistencia. Sé lo que estás pensando, y no, mis padres no son hermanos ni primos, y sí, no habrá nietos en esta familia. Jaja, o quién sabe.
La historia que te quiero contar comienza cuando estaba más joven. Mi sueño: ser un gran músico, mi artista favorito, Freddy Mercury. Profecía, tal vez, qué sé yo. Ayudaba a mi madre en la casa y en el negocio de las flores; mi padre hacía muy poco por nosotros. Casi no le gustaba bañarse y la de chambear no se la sabía.
Yo cantaba en el templo los domingos y participaba en toda clase de actividades, leer el libro sagrado es lo que más me llena de esperanza, sí, así es, espero irme al cielo. Pero la carne es la carne, y la pregunta: ¿un gay nace o se hace? No lo sé, pero en mi caso, yo al ser delgado, tímido y con muy baja autoestima no tenía más opción que autocomplacerme, ¿sabes a qué me refiero? Aún era virgen, lo único que había experimentado a mi mayoría de edad era unos besitos con una compañera de primaria.
Hasta que una vez, la nueva integrante del templo me pidió le enseñara un poco de mi libro sagrado. Al llegar, empecé a decirle el sermón, pero ella, un poco aburrida, decidió subirse un poco el vestido, luego abrió las piernas, no tenía calzones, me mostró su vagina blanca, con labios carnosos y un poco pecosa, se metió los dedos y empezó a jugar con su clítoris, se veía muy rico, cómo se iba mojando poco a poco.
—¿Te gusta? —me preguntó.
La verdad, me encantó, tuve una enorme erección.
—¿Puedo tocar? —pregunté.
—Sírvete —respondió.
Empecé acercarme, ya casi la tenía en la palma de mi mano cuando un inoportuno «toc toc».
—¡Mi papá! —dijo nerviosa.
Cerró las piernas, corrió a buscar ropa interior que ponerse y abrió la puerta.
—Hola David.
—Hola, don Julio.
—Mijo, gracias por intentar llevar a esta diablilla por el camino del bien, pero continúan otro día. Viene una visita.
—No se preocupe, don Julio.
Me despedí de ambos y me fui muy excitado y frustrado al mismo tiempo. Me culpaba por no haberme percatado que no tenía nada debajo del vestido, quería «aprender del libro sagrado», sí, claro, qué ingenuo. Aunque pudo ser una trampa, ¿qué querría ella con un flaco sin gracia como yo?
Llegué a mi casa, bastante excitado, la verdad, era más excitación mental, ya la erección había pasado, pero tenía muchas ganas de sexo. ¿Qué podía hacer más que un yo con yo para variar? Entré a casa, mis padres y mis hermanos no estaban. ¿Qué raro? ¿Para dónde se habrán ido? Me dirigí a mi habitación y escuché el televisor encendido. Pensé que seguro mi papá había estado en la habitación esculcando o algo y olvidó apagarlo.
Abrí la puerta.
—Hola primo, bienvenido. Mi tía me dejó entrar y me dijo que podía jugar con tu Play. ¿Te molesta?
—Claro que no —le dije.
Era el primo Raúl. Me contó que se había peleado con su esposa, olvidó pagar el recibo del agua y se la habían cortado, así que vino a casa hasta que a ella se le pasara la rabia. Me pasó el otro control y me dijo:
—Juega conmigo.
Era la lucha libre, juego aburridor; yo prefería jugar el Agente 007, pero bueno, él es la visita, así que lo complací. Cada que me vencía me hacía una de esas llaves, me levantaba la pierna y me contaba 123. «Gané», decía. Íbamos por la décima pelea y volvió a ganar, pero esta vez no le permitiría que me sometiera, así que cuando intentó hacerme su llave de atraparme la pierna, atrapé su torso con ambas piernas. Él intentó zafarse, pero no pudo, así que sacó su brazo en intento hacerme trampa, apretándome los testículos, pero no lo hizo con demasiada fuerza, lo solté inmediatamente. Él alzó mi pierna, contó 123 y gritó:
—¡Gané!
Yo le dije:
—Tramposo.
Él me dijo:
—No te quejes, que te gustó.
Para mi vergüenza, se me había parado el sin hueso . Él me preguntó:
—¿Quieres que te ayude a aplacarlo?, jaja. Es broma, pero si quieres no es broma.
Yo me sentía confundido.
—¿Eres gay? —le pregunté.
—Claro que no primo, estoy casado con una bella mujer —respondió—. Pero se ve que necesitas ayuda primo y ¿acaso es de gays ayudar a la familia?
La verdad, estaba cansado de mi mala suerte con las mujeres y mucho más de siempre tener que masturbarme. Y lo vivido con la hija de don Julio me dejó muy caliente, me ganó el morbo y la curiosidad. Le dije:
—¿Qué propones?
—Juego de hombres —dijo—, ya sabes, sin tocarse las manos.
Me bajó el pantalón y me empezó a masturbar. Sus manos eran un poco ásperas, pero sabía lo que hacía. Con la otra mano me empezó a masajear los huevos. Se sentía muy rico, era un poco relajante y me daba mucho morbo. Él aumentó la intensidad, frotaba ,frotaba ,frenaba y frotaba cambiando los ritmos.
Yo le agradecí con el alma. Necesitaba ser tocado, necesitaba sentir el calor de una mano que no fuera la mía, ser mirado con lascivia, sentir el morbo de ser observado. Realmente mi primo me estaba haciendo un gran, gran favor y decidí corresponder.
Le saqué su pene y comencé a masturbarlo yo también, ambos empezamos a hacerlo con una o con ambas manos. Luego cambiamos con los pies, era divertido ver cómo con los pies rodeaba su miembro y lo masajeaba, mientras sus pies masajeaban también mi pene Cómo tirábamos nuestra cabeza hacia atrás del placer. Los pequeños gemiditos ah ah ah y las sonrisas cómplices de lado y lado. A veces daba unos pequeños movimientos de pelvis que hacían que sus huevos saltaran.
Intento menter su dedo gordo del pie en mi ano , dije cuidado primo así no.
Sonrió pícaramente.
Me dijo:
—Acuéstate.
Me pasó el pene por la raya de mi trasero, como acariciándolo con el glande de su pene ; una pequeña contracción pasó por mi cuerpo. Me erice, le dije. Lo repitió tres veces. Luego juntamos nuestros penes y comenzamos a frotarlos, esa fricción entre nuestros falos me parecía deliciosa y de vez en cuando juntábamos las bocas de nuestros penes como si se besaran.
Muak muak y soltábamos a reír
Nuevamente juntamos nuestros penes y comenzamos a frotar, en la posición que estábamos se sentía el roce: pene, nalgas y huevos. Se sentía rico eso de huevo con huevo. Empezamos a frotar con más fuerza y, como todo en la vida, este juego tenía que terminar. Comenzaron nuestros penes a palpitar y ¡pum!, una lluvia blanca.
Respiré profundo y solté un suspiro. Nos quedamos acostados mirando el techo por unos diez minutos. Raúl se levantó, tomó una media mía, se limpió y dijo:
—Límpiate, puerco.
Me la lanzó. Me quedó la media en la cara con olor a semen, no sé si sería el mío, el suyo. Lo más probable es que ambos. Yo me limpié, puse la media en la ropa sucia.
—Mañana la lavo —dije.
—Primo me voy, seguro mi mujer ya se calmó.
—Tranquilo primo, gracias por ayudarme.
—Cuando gustes —y se fue.
Esa no fue la única vez, lo repetimos incontables veces, pero siempre igual. Hasta que se fue del país con su esposa. A veces hablo con él, pero estos juegos nunca se mencionan, es como una regla no escrita. Quedó enterrado y pisado. Pero fue ese día el inicio de todo.
Aún me queda mucho tiempo en la ruta para llegar a casa. Se subieron 3 pasajeros más.
En el próximo capítulo les hablaré de Julián.