Mi familia todavía vivía en el pueblo, pero una de las hermanas de mi madre ya se había mudado a Madrid. Un verano me enviaron a pasar dos semanas con mi tía, que estaba casada y tenía tres hijos, dos chicos y una chica.

El primer día, nada más llegar, me llevaron a una zapatería para comprarme unas bambas. Yo pensaba que las bambas eran unos bollos con nata, pero resulta que en Madrid eran unas zapatillas que estaban de moda (en realidad se llamaban Wamba de Pirelli).

Me compraron unas que eran igual que las de mis primos, con muchas rayas y de muchos colores. “Así iréis los cuatro con las mismas zapatillas”, dijo mi tía. Las mías eran las más grandes. Yo tenía 19 años (creo recordar) y mis tres primos eran más pequeños que yo.

Al día siguiente mi tía nos llevó a los cuatro a una piscina (se llamaba Parque Sindical). Era un complejo muy grande, con una piscina para mayores y otra para niños. Mi tía me prohibió ir a la de mayores y me dijo que cuidara de mis primos más pequeños.

Todo fue muy bien, me divertí mucho. Yo ya sabía nadar, pero nunca había estado en una piscina. A última hora de la tarde no podía aguantar la curiosidad y me fui a ver la piscina grande, sólo para verla, sólo fueron unos minutos. Pero al volver a la piscina para niños mi tía estaba esperándome muy enfadada.

No me dijo ni una palabra. Solo me agarró con una mano y mientras me arrastraba a trompicones no dejaba de darme fuertes azotazos con su otra mano en el culo, encima del bañador.

En aquel entones, en mi pueblo no era raro dar azotes a los niños. Supongo que en Madrid tampoco, no obstante, todo el mundo nos miraba. Yo gemía, más de vergüenza que de dolor, mientras mi tía me continuaba azotando y, a la vez pedía a sus tres hijos que recogieran las cosas porque nos íbamos a casa inmediatamente. “¡Te vas a enterar cuando lleguemos a casa!, me dijo.

Entramos en el vestuario de señoras (los niños pequeños se cambiaban en el de señoras). Yo ya no era tan pequeño, pero mi tía había pedido permiso por la mañana para cambiarme con ella para no déjame solo.

Una vez en el vestuario la señora encargada nos dio las perchas con nuestra ropa y nuestras zapatillas bamba y mi tía empezó a vestir a los más pequeños, pero se lo debió pensar mejor y decidió que era mejor no esperar a llegar a casa. Así que allí mismo me quitó el bañador, dejándome completamente desnudo. Se sentó en un banco. Me tumbó sobre sus rodillas y empezó a darme zapatillazos son mis bambas nuevas.

A pesar de ser zapatillas de niño, yo siempre he tenido los pies grandes, así que no tuvo muchos problemas para darme una buena paliza. Había más señoras en el vestuario e incluso alguna chica joven. Yo tenía tan rojo el culo (por los zapatillazos) como la cara (por la vergüenza que estaba pasando).

De repente la señora encargada se acercó y preguntó que qué había hecho. Mi tía paró de azotarme y le contó lo que había pasado. Mientras ellas hablaban me llamaron la atención las zapatillas que llevaba la señora. Eran de un material parecido a la toalla, color azul marino con un poco de cuña, y además de abiertas por detrás, también estaban abiertas por delante, por donde se le veían dos o tres dedos , con suela de goma amarilla.

Yo lo podía ver todo porque estaba tumbado boca abajo sobre las piernas de mí tía y la señora estaba justo enfrente. Lo recuerdo todo como si hubiera pasado en cámara lenta. Mientras le decía que hacía bien en azotarme y le animaba a seguir, vi como se agachaba, de forma que establecimos contacto visual y mientras me miraba y me sonreía se quitó una de sus zapatillas y se la dio a mi tía. “Con esta le podrá sacudir mejor”, le dijo.

Yo no decía nada, solo lloraba en silencio por el dolor y escuchaba como la señora del vestuario le decía a mi tía que continuara con su zapatilla, que así me podría pegar más fuerte. Que tendría que darme una buena paliza para que fuera más responsable. Que había dejado solos a mis primos y que les había puesto en peligro.

No sé cuanto tiempo duro la azotaina, pero fue mucho rato. No es una falsa sensación mía, creo que mi tía, que probablemente ya estaba pensando en parar, retomó la paliza con más fuerza, estaba realmente enfadada.

Cada vez que mi tía aflojaba el ritmo de los azotes, la señora del vestuario decía algo así como: “podían haberse ahogado sus hijos”, “les ha puesto en peligro” . . .  y al escucharla mi tía recobraba aliento y fuerza . . . yo creo que fue una de las palizas más largas que he recibido en toda mi vida.

Por fin se acercó otra señora y le dijo a mi tía que parara, que ya era suficiente, tenía el culo como un tomate maduro. Mi tía paró y me vistió ella, yo estaba tan desmadejado que no tenía ni fuerza para vestirme.

La señora del vestuario no se alejó mientras terminamos de recoger todo y no dejó de mirarme y sonreírme.  Cuando ya salíamos le dijo a mi tía. “no olvide continuar cuando llegue a su casa, si quiere que sirva de algo tiene que recibir una buena paliza”.  Y vaya que si la recibí.

Cuando llegamos a casa mi tía continuaba muy enfadada, nos mandó a los cuatro a nuestra habitación (compartíamos una única habitación con dos camas, en una dormía mi primo pequeño y mi prima y en la otro mi primo mayor y yo) y nos dijo que esperáramos a que ella viniera.

Tardó un buen rato en venir. Mientras esperaba nervioso escuché como hablaba por teléfono (estaba colgado en la pared del pasillo, justo al lado de la habitación en la que yo esperaba) con mi tío y le contaba lo que había sucedido. Cualquiera que la escuchara pensaría que mis primos habían estado en peligro de muerte, ¡nada más lejos de la realidad! La piscina de niños no cubría nada, ni siquiera en la parte más alta.

Cuando por fin entró en la habitación se dirigió hacia una de las camas, se sentó en el borde y me dijo que viniera, y entonces me dijo.

-Cada vez que me acuerdo de lo que has hecho me dan ganas de matarte, ¿no te das cuenta de que ha podido pasar una desgracia?

-No creo tía, ha sido muy poco tiempo, y además la piscina de los niños no cubre nada.

-¿Todavía estamos así? ¿Tú es que no aprendes? Tenía razón la señora de la piscina, tú necesitas otra paliza, y es precisamente lo que voy a hacer ahora mismo, ven aquí!!!

En realidad no sé para que me dijo ven aquí, si ya estaba allí con ella, el caso es que vi como se descalzaba su zapatilla, dio una patadita y se descalzó, era de felpa, abierta por detrás, pero cerrada por delante, era de tonos morados, haciendo cuadros claros y oscuros, tenía unas flores de adorno, a mi me gustaba mucho esa zapatilla, se notaba que vivían en Madrid y no en el pueblo, pero puedo asegurar que su suela amarilla picaba y escocía tanto o más que cualquiera de las que había probado anteriormente.

Me puso sobre su regazo, me bajó el pantalón corto y el calzoncillo y me dio unos cuantos zapatillazos que me hicieron ver las estrellas, pero al ver el estado de mis trasero creo que le dio pena:

-“Uy, como tienes el culo”, “que palizón te he dado”, “creo que me he pasado”, “la culpa ha sido de esa bruja, que no dejaba de malmeter” . . . mientras me decía todas esas cosas le pidió a uno de mis primos que trajera su crema de las manos. Me tumbó sobre sus rodillas y me dio un delicado masaje en el culo poniéndome la crema.

Yo no sé si es que tenía el culo todavía muy caliente o si la crema estaba guardada en la nevera, el caso es que a mí me parecía que estaba congelada. A pesar de eso y a pesar de que el simple contacto de su mano me producía mucho dolor yo me sentía en la gloria. Mientras me acariciaba me decía cosas como: “pobrecito”, “te ha tenido que doler mucho”, “que bruta he sido”,…

A mí todo aquello, además de gustarme mucho, me parecía muy tierno y creo que se me escapó alguna lágrima. Cuando mi tía se dio cuenta me levantó, me besó (en las mejillas) y me abrazó mientras continuaba acariciándome el culo. El tacto de su mano en mis nalgas y el roce de sus estupendas tetas contra mi pecho me hizo pensar que aquello había merecido la pena. Ojalá me volviera a pegar así cada día y luego me besara y abrazara como en ese momento.

Todo el resto de la tarde fue maravillosa, mi tía me trató con mucha suavidad y cariño. Yo estaba encantado de la vida, pero no era consciente de que estaba a punto de recibir una nueva paliza, más severa todavía que la que ya había recibido en la piscina.

Cuando mi tío llegó a casa se fue directo a por mi y me llevó inmediatamente a la habitación. Me quitó la poca ropa que llevaba (como era verano y hacía mucho calor, estaba solo en calzoncillos) me tumbo sobre la cama y empezó a azotarme con su cinturón.

Era un dolor terrible. Creo que con el culo como lo tenía incluso un simple azote con la mano habría sido muy doloroso, pero mi tío no empleaba su mano sino su correa y me pegaba con toda su fuerza. Yo no me resistí, pero lloraba a moco tendido. El dolor era insoportable.

Afortunadamente entró mi tía y le dijo que era un bruto, que parara. Mi tío no solo no la hizo caso, sino que aumento la fuerza y el ritmo. En el culo ya casi no sentía dolor. Me dolía tanto que un correazo más o un correazo menos casi no lo distinguía. Pero algunos zurriagazos caían en los muslos y esos si que me hacia bramar. Por fin, la insistencia de mi tía hizo efecto y dejó de pegarme. Yo estaba completamente magullado y él sudoroso.

Antes de salir de la habitación escuché como mi tío le decía a mi tía: “da gusto azotar a este chaval, no grita mucho, ni pelea con las piernas, ni se quiere escapar, . . . ¡no como nuestros bestias!”