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Willy

Willy

Me gusta masturbarme.

Tendría unos 11 años cuando empecé.

Descubrí mi primera erección cuando un día, después de mear, comencé a subir y bajar mi prepucio según había oído hablar a otros chicos mayores en mi colegio.

De repente, mi pilila hasta entonces, empezó a crecer y yo a sentir un cosquilleo especial.

Tuve que sentarme en el inodoro porque mis piernas flaqueaban y allí, en la soledad de mi baño, me hice mi primera paja. Recuerdo perfectamente aquella mi primera corrida, porque mi cabeza me dio vueltas y mi alegría fue inmensa al ver mi polla, distante de mi pilila.

Lo hacía a todas horas, en casa, en el colegio, en el desván de mi tía, en casa de mi abuela.

Hubo un día que me hice hasta 12. Primero sin recursos, sólo con mi imaginación, luego con revistas.

Aquellas que tenían relatos eran mis preferidas, y así descubrí que la estimulación de la próstata era sumamente satisfactoria. Empecé acariciándome el ano mientras me masturbaba.

Más adelante empecé a introducir mi dedo corazón y, cuando este ya no era suficiente, cualquier cosa que encontrara con forma adecuada: velas, zanahorias, mangos de herramientas…

Hasta que años más tarde compré a Willy, un consolador vibratorio de mediano tamaño, el cual me ha proporcionado numerosos momentos de placer… en mi boca, en mis testículos y, como no, en mi ano.

Lo he lubricado de mantequilla, de aceite corporal, de crema para las manos, con gel especial…

Cuando me casé, he seguido utilizándolo ha escondidas, pero hace un par de años le regalé uno a mi mujer y día a día, juego a juego, he conseguido que tanto ella como yo lo utilicemos indistintamente.

De hecho me encanta cuando me la chupa y me introduce a mi querido amigo en mi culo ardiente hasta que la leche se escapa por las comisuras de su boca.

Quiero tanto a ambos

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