Capítulo 2
- Viólame, grábalo y mándamelo I
- Viólame, grábalo y mándamelo II y III
La puerta metálica del ascensor se cierra con un quejido. Un chirrido viejo, mecánico, como si protestara. Estoy mirando el móvil, escribiendo rápido con los pulgares, la mochila colgando de un hombro, el auricular colgando de una oreja. Y entonces, la luz se apaga.
Oscuridad total. El ascensor entero se queda ciego y mudo. Trago saliva. El corazón me da un pequeño salto, y antes de que se me pase el rictus suena el motor de la puerta. Noto el aire de la escalera al abrirse la puerta, pero tampoco veo luz. Me apartó el móvil de los ojos para intentar ver. Lo siento moverse hacia mí. Una mano en mi boca, la otra empujando mi cadera para girarme. Me empuja contra el cristal del ascensor, con la boca aún cubierta por su mano. Mis ojos parecen acostumbrarse un poco a la oscuridad cuando me aplasta contra él. Un cinturón que se suelta. Una cremallera que baja.
Intento moverme, pero no consigo nada. Las manaza que me ha volteado me aplasta la cabeza contra el espejo. Se me cae el móvil y el golpe resuena en la escalera. Quiero hablar, pero la respiración se me corta.
La mano libre me sube la falda, de golpe. Me arranca las bragas de un tirón. El elástico me quema la piel. Mi cuerpo ni siquiera tiembla.
Y entonces entra. Directo. Sin escupitajo, sin roce previo, sin aviso. Un flap denso y bruto. Un pollón enorme entra hasta la mitad y con eso ya siento que me está reacomodando las entrañas. El miedo, la sorpresa y la violencia seca de esa mancha oscura con manazas enormes me tienen callada.
El ardor me sube por el vientre, me cruje la pelvis. Instintivamente apoyo las manos en el cristal, aunque ya esté sujeta. Plassh… El primer choque me corta el aire.
Noto la presión directa en el fondo. La punzada de dolor me llega hasta la cabeza.
El primer golpeo es solo una invasión. Frío y duro, sin preparación. Un cilindro de carne caliente y venosa que me parte sin preguntar. Si siento algo aparte del dolor, es ese calor.
Plash.Plash.Plash.
Me abre. El cuello del útero recibe la primera embestida como un portazo. Casi me encoge el estómago. Aprieto los dientes. El ascensor es una caja de resonancia de carne y miedo. El fondo. Ese golpe contra el fondo. Vuelve a golpear.
Plash.
Algo salta dentro de mí. Como un latigazo de dolor eléctrico desde el coño hasta la boca del estómago.
Plassh.
- Buff… – Mi asaltante rebufa, emitiendo su primer sonido.
Ahí está. El mismo choque. El mismo calambre. Me estoy rompiendo por dentro. Me arde el canal entero, desde la entrada hasta el fondo.
Me agarra del cuello y me abre las nalgas con la otra mano. Escupe en ellas. Me lo noto bajar por el culo. Me deja la nuca libre. Mi respiración explota en el cristal cuando me lleno de aire. Y entonces esa misma mano me entra bajo la camiseta, directa a las tetas. Me las agarra como si las quisiera arrancar. La mano está mojada. La siento húmeda.
Me aprieta las tetas y me clava más fuerte.
Plas, plas, plas plas. Choca contra mi culo, es todo lo que se oye.
La polla entra y sale hasta la raíz, Shlup, shlup, splassh.
Me vuelvo a correr. No lo decido. No lo puedo evitar. Me lo saco desde el cuello uterino. Me lo escurro entre las piernas.
Y entonces siento su mano. Por delante. Bajando desde el ombligo. Me roza el clítoris al pasar, como quien acaricia por error. Pero no es error. Me abre con los dedos, le pasa el pulgar a la polla. Me lleva la mano a la cara y me la restriega. Está restregándome la humedad de mi coño por la cara. Me tapa la boca con la mano, y me huelo en ella.
PlashPlashPlash
Abro la boca instintivamente para intentar respirar. Mi lengua toca su mano. Mi sabor me llega y la retraigo.
Me mete dos dedos entre los labios, sin preguntar. Me llena la boca como me llena el coño. Me agarra de la comisura con dos dedos y me abre la boca. La otra mano hace lo mismo, con más dedos. Tira de mi cabeza boca con ambas manazas para atraerme y clavármela más, como un animal.
Plas plas plas plas plas plas
Cada vez me perfora más adentro.
Me encojo. Vibro. Sube sin darme cuenta. Es uno de los golpes. El zarpazo eléctrico de antes sube hasta mi estómago y me estoy meando. Siento la vibración . Flujo directo. Lo oigo resbalar por mis muslos. Lo siento bajar desde el coño hasta las rodillas. Otro azote.
Plaff.
Mi clítoris pulsa, y el coño entero aprieta la polla que me está empalando. Plassh. Plassh. No lo entiendo. No sé de dónde viene. Intento escoger el gemido.
—Mmmfff…
Lo ahogó, pero sale. Y él lo oye. Me agarra bajo las axilas y me rodea la nuca con las manos. Me eleva, sin sacarla, y me deja suspendida, clavada a su polla, que vuelve a entrar y salir, pero porque me levanta y me suelta
Flap, flap, flap
- Uumm – Gruñe de nuevo
- Aaaaahhhh… — me sale sin permiso. Me estoy corriendo, suspendida en el aire.
Creo escuchar una sonrisa sobre sus leves bufidos.
plas, plas, plas, plas
El lo ha sentido antes que yo. El flujo me chorrea por sus huevos. Me mantiene en vilo y me folla con las caderas. Tan fuerte que sus huevos chocan contra mi raja. Se oye el ruido de mi coño humedecido.
Plasssh.
Me descargo otra vez. No es un orgasmo, es un cortocircuito. Me tiemblan las piernas, me vibra el coño, me aprieta la barriga.
Plasssh. Shlup. Splasssh.
Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad. Me veo como una muñeca ridícula suspendida en el aire.
Me vuelve a bajar. Me da a vuelta y me pega la espalda a la pared. Se acerca a mi cara. Me azota el clítoris con la polla empapada. El choque directo me saca otro gemido.
—Aaahhh… aaahhh…
Me abrelas piernas y me tira del pelo. Me la mete por delante. Hasta el fondo.
Me corro sin querer. Chorreo. Incluso con mis chorros, siento los suyos. Me llena el cuello del útero hasta que parece que me explota la barriga, y se está corriendo dentro de mí. Me empuja la leche hasta el fondo y me vuelve a apretar el cuello con la otra mano. Sigue bombeando. Sigue corriéndose. Me sigo corriendo. El placer eléctrico se mezcla con el ardor interno.
Rebufa en mi oreja.
Unas horas antes, en la fiesta.
Andrés caminó directo a la cocina, con las manos en los bolsillos para que no se notase la erección. Necesitaba aire, un whisky, y a Marta.
Marta estaba junto a la ventana, fumando y riéndose de algo que le había contado una prima segunda. Le había visto hablando con su hija, así que cuando le vio acercarse con la cara tensa, supo exactamente lo que pasaba.
— ¿Qué te pasa ahora? —le preguntó sin perder la sonrisa.
Andrés le explicó todo en tres frases cortas y tartamudeadas. Marta ni parpadeó.— O sea, que ya va. —dijo ella, como quien pregunta si ya han traído el postre.— Sí que va, sí. — Dijo Andrés con un suspiro pesado.— Es lo que hay, cielo — Marta apagó el cigarro contra la encimera y se acercó tanto que sus pechos rozaron el torso de su marido. — Mejor así. Para ella, al menos. Tú también tienes tus rarezas.— Ya, pijo, pero estas son las tuyas, copón. No sé si estás segura.
Marta sonrió, con su sonrisa de llevar años de ventaja. La de haber dejado preparadas las cámaras.
Unas horas después, el Sábado por la noche
Ana obedeció. Salió a la terraza desnuda, con el tráfico lejano y el eco de sus propia y pesada respiración respiraciones pesadas. Se apoyó contra la barandilla y miró al otro lado. En la casa de enfrente había una ventana encendida. Sintió el frío de la barandilla al apoya las tetas y las retiró.
- He dicho que las tetas apoyadas en la barandilla. Que se vean y cuelguen por encima, apoyadas. He sido clara.
Volvió a apoyarlas, exhalando el aire y tratando de acostumbrarse al frío del metal. Sacó el culo hacia atrás y echó la cabeza levemente hacia atrás, destacando el pecho para cualquier vecino que se asomase.
Marta acercó la cámara a su culo. Le separó las nalgas con los dedos para tomar un primer plano del agujero de su culo.
- Coge el móvil, cariño. Y grábate. Pero que no se ponga en medio, por si quieren mirar.
Primero sintió la cabeza de su polla en su coño. Después, una mano agarrándola de la nalga, donde casi es cadera. La otra. Y empujó. La empaló sin avisar y embistió. Casi se le cae el móvil. Cada embestida hacía chocar sus costillas contra la barandilla. Andrés le azotó las tetas y después las agarró. Bufaba como un toro. Lo hizo rápido, violento, para correrse. Tardó lo mínimo posible. Parecía que iba a arrancarle las tetas. Ana sintió los chorros invadirla mientras el vecino de enfrente corría la cortina y comenzaba a mirarla fijamente.
Andrés se retiró y le dio un pequeño azote.
Marta acercó la cámara y grabó cómo el semen goteaba entre sus piernas.
- ¿Puedo ya, mamá?
- No, cielo, todavía no. Enseguida.
Estoy tumbada en la amplia silla reclinable de la terraza, y casi no me he dado cuenta del calor que emana tras llevar todo el día al sol, de lo caliente que estaba mi culo. Algo del café se ha enfriado en la taza, negro y amargo, y el cigarrillo se consume a medias entre mis dedos. Mi piel brilla, sudada, las tetas fuera de la camiseta, colgando libres porque me la suda que me vean.
Miro al edificio de enfrente, segundo piso, cortinas entreabiertas. El vecino mirón sigue ahí, el brazo moviéndose lento, rítmico Gracias por acompañarme, puerco, pienso, y me relamo los labios, el coño aún palpitándome del vídeo con el que me he pajeado hace un rato.
Sé que el vecino no bajará y no me molestará, dudando si le veo o no y conformándose con pajearse mirando a su joven vecinita. Aunque me haya visto pajearme y gritar guarradas en la misma terraza, donde evidentemente pueden verme. El riesgo de un depredador es mínimo. Y yo no estoy indefensa. Los cerdos adorables como él son más fáciles. Llevo meses escribiendo artículos sobre biología sintética, y creo que eso me vuelve un poco zorra calculadora con la gente en el mundo real.
Entonces oigo la puerta principal abrirse, un clic seco que me saca del trance. El crujir de bolsas de papel me llega desde el salón, y el olor a fideos fritos y salsa de soja se cuela por la terraza. Son ellos. Mami y papi. El corazón me da un salto, y me levanto tan rápido que la silla se tambalea un poco. Corro descalza, los pies pegándose un poco al parqué, y entró al salón como una exhalación. Ahí están, descargando las bolsas sobre la mesa grande: rollitos, pato, pollo con almendras, lo de siempre.
Papá lleva una camisa azul que le marca el pecho, y mamá una falda corta que deja ver esas piernas preciosas que me dan ganas de dar lametones. Me lanzo a los brazos de papá, pegándome a él, mi cara contra su torso, oliendo a sudor fresco y desodorante. Se duchó antes de salir a por la comida, mientras yo dormía en el sofá hecha un desastre. Hoy voy a hacerles caso, y dejar de llamarles “Andrés” y “Marta”. Aunque llamarles por sus nombres me da mucho morbo.
El calor de su cuerpo me quema la piel desnuda de los brazos, y oigo el thump de su corazón, acelerado. Antes de que pueda apartarme, estiro el brazo y enganchó a Marta, atrayéndola a un abrazo torpe, los tres apretados.
Mis tetas se aplastan contra papá, y casi se me escapa un sollozo.
—Gracias —digo, la voz quebrada, a punto de llorar como una idiota.
Marta suelta una risita, su sonrisa abarcándole la cara de oreja a oreja.
—Hola, cielo —me suelta, dándome un apretón en el hombro—. Traemos del chino. – Si tienes hambre, come primero —añade, mirándome fijo—. Si no, haznos café que vamos a hablar.
Ni de coña voy a comer ahora. Quiero saber ya, quiero todo.
—¡Café! —respondo, soltándoles y dando un saltito, corriendo a la cocina como si me persiguieran.
La cafetera está en la encimera, y mis manos tiemblan mientras echo el polvo negro en el filtro. De tres minutos y veinte segundos a tres cuarenta, va a tardar el puto cacharro entre los tres cafés, si soy hábil. Ayúdame y date prisa, cacharrito inconsistente, pienso, calculando como si fuera a salvarme la vida.
El agua empieza a hervir, el vapor subiendo en ráfagas que me queman las yemas al poner las tazas debajo. El gorgoteo de la máquina llena la cocina, y el olor amargo del café se mezcla con el dulzón de la comida china que sigue llegando desde el salón. Cuando las tres tazas están llenas, las pongo en una bandeja, el líquido oscuro temblando al borde, y vuelvo al salón. Miro al frente para que el líquido no se derrame y ando recta. Las poso en la mesita con un clac suave, y sin pensarlo me arrodillo frente a Andrés.
Él ya está sentado en el sofá, justo donde estaba en el vídeo, las piernas abiertas, mirándome con esos ojos que siempre me han jodido la cabeza. Pongo las manos en mis muslos, la cabeza un poco inclinada, y siento el roce áspero de la alfombra en las rodillas desnudas. Ese sofá, su polla ahí dentro de mí, lo quiero ya, por favor. Marta se sienta a su lado, cruza las piernas como si nada, y me clava la mirada.
—Esta noche tu “Andrés” te follará si te portas bien —dice, la voz grave, juguetona, cortando el silencio como un cuchillo—. Pero no va a ser fácil, zorrita mía. El vídeo fue el aperitivo de tu cumpleaños, que está a tres días, así que hoy te toca ganarte el resto del regalo.
Me quedo quieta, la boca seca, asintiendo como una imbécil mientras ella sigue. Sus palabras me golpean el cerebro, y el coño se me aprieta solo.
—Te prepararás como buena putita —continúa Marta, inclinándose un poco hacia mí. – Saldrás a la terraza desnuda, tetas en la barandilla, y te ofrecerás al barrio. Lo grabaré para que lo veas después. Tú te grabarás también con el móvil, sin tocarte ni tocarlo. Solo recibir.
Mi cumpleaños, el vídeo, todo para mí, soy su putita, pienso, y una sonrisa boba se me planta en la cara, los ojos brillándome como si me hubieran dado un premio. No digo nada, solo asiento más rápido, la cabeza zumbándome de puro vicio. Marta se gira a Andrés, que me mira con esa mezcla de amor, resignación, tristeza y felicidad que le produzco, y que siempre me ha vuelto loca.
—Mírala —le dice ella mamá a papá, riéndose bajito—. No puede ni aguantarse.
—Ya veo —responde él, la voz grave, cargada de resignación y con un filo de cariño resaltado que me atraviesa.
Me quedo ahí, arrodillada, las manos sudándome contra los muslos, el culo rozando los talones. El café sigue humeando en la mesita, olvidado, y el reloj de pared marca el tiempo con un tic-tic que suena como un puto tambor en mi cabeza. Todo el salón huele a ellos, a comida china y a café.
Esta escena es básicamente la que quise recrear en Holanda con dos amigos, y salió como la mierda. Tengo que descubrir si es que nadie sabe jugar bien, pero mis padres sí, o si sólo con ellos me sabe así. La biología de sistemas es muchísimo más fácil que los putos juegos de follar.
Andrés, o sea, papá, está ahí, con las piernas abiertas. El café sigue humeando en la mesita, pero ni lo miro, me la suda. Mamá está sentada a su lado, las piernas cruzadas, y de repente se pega más a él, rozándole el muslo con el suyo. Sácasela ya, joder.
Sus dedos van al cinturón de papá, lo sueltan rápido, y el cuero roza las trabillas con un sonido seco. Baja la bragueta, mete la mano dentro, y saca su polla levemente morcillona frente a mis ojos. Saca sus huevos, sobre la goma del calzón. La deja caer en dirección a mí, y yo me quedo mirando, hipnotizada, con la boca entreabierta. El coño se me aprieta solo.
—No la toques, zorrita —dice mamá, la voz grave, juguetona, como si me estuviera retando. – Quieta como estás.
Agarra la polla de papá con la mano derecha y empieza a pajearla lento, los dedos apretándola con arte, lo justo para que crezca. Shlick, shlick, el sonido me llega clarito, y veo cómo se hincha, cómo el capullo brilla asomándose. Con la otra mano, mamá se sube la falda un poco y se baja las bragas, sacándoselas hábilmente por los pies subidos al sofá. Las veo húmedas, con una mancha oscura en la tela, y el olor de su coño me llega, o eso creo, y se mezcla con el olor de la polla de papá. Marta, joder, cómo me pones así, pienso, observándola. Papá gruñe bajito, un umm que me vibra en los oídos, y se levanta del sofá.
Se quita la camisa azul, el algodón rozándole el torso, y la deja caer al suelo. Luego los pantalones, los calzoncillos, todo en un montón arrugado. Su polla salta libre, erecta, a centímetros de mi cara, el capullo goteando una gotita de preseminal que brilla bajo la luz del salón. Veinte centímetros exactos, joder, tan cerca, pienso. Debería escribir un artículo sobre esa polla que anoche me llenó de leche la boca.
Mamá se ríe, lo agarra fuerte con la mano, y empieza a pajearlo más rápido, shlick, shlick, el sonido húmedo rebotando en mis oídos.
—Mira cómo crece, ¿eh? —me suelta, clavándome la mirada—. Ni se te ocurra tocarla.
Me muerdo el labio, las manos apretándome los muslos. Hija de puta cachonda, me conoces. El calor de esa polla tan cerca me quema la cara, el olor llenándome la nariz. Mamá sigue, subiendo y bajando la mano, y yo siento el coño empapándome las piernas. Entonces, Marta-mamá, me mira, ladeando la cabeza.
—Desnúdate, ahora —dice, seca, como si me ordenara traer el correo.
Obedezco. Me quito la camiseta de un tirón, el short después, todo cae al suelo en un segundo, y me quedo desnuda de rodillas, las tetas temblándome un poco. El aire del salón me eriza la piel y mamá suelta una risita baja, satisfecha. Voy a ser su putita, por fin, El cerebro me zumba, calculando cuánto puedo pedirles, y cuánto podré aguantar sin romperme. Mucho, me digo.
Ella se inclina, agarra mi melenita rubia con un tirón firme, autoritario, y me guía hacia mi premio. Su otra mano aprieta los huevos de papá, gordos y calientes, y los pone frente a mi boca.
—Chupa —me suelta, con la voz cortante y firme.
Así, pienso. Ahora, que él me abofetee y me viole la boca.
No espero ni medio segundo. Saco la lengua, la paso por los huevos con hambre, y los meto en la boca uno a uno, slurp, slurp. El sabor salado y áspero me explota en la lengua, el calor pulsándome contra los labios. Cierro los ojos, succionando como si me fuera la vida en ello, la saliva goteándome por la barbilla. Estos huevos, joder, son míos, me los como vivos, pienso, y el coño me arde, empapado, sin tocarme. Papá suelta otro umm, más grave, y siento cómo tiembla un poco, tensando los muslos. Su polla se hincha más contra mis ojos y mi cara. La empujo con los ojos para sentirla. Mamá sigue agarrándome el pelo, controlándome como si fuera un juguete.
La polla de papá está ahí, a un suspiro de mi cara, dura, gorda, caliente, goteando, y mamá ante mis ojos aparece la mano de mi madre, que empieza pajearla, shlick, shlick, tirando de ella hacia atrás, mientras me sigue empujando contra sus huevos. Sigo lamiendo, y veo que su capullo brilla más. Sigo chupando y succionando, slurp, slurp, los huevos llenándome la boca, el sabor salándome la garganta. Mamá me suelta una risita, y papá gruñe otra vez, la voz ronca.
—Mfffllmllff… Símff… — digo, gimiendo, entre lametones.
El calor me sube por el pecho, las tetas me pesan, y el coño me palpita como si fuera a explotar. Mamá me mira, los ojos brillándole.
Empuja su polla contra mi cara y me la restriega por los ojos, la nariz y la frente. Cierro los ojos para sentirla bien, mientras sigo chupando.
Mamá tira de mi pelo, alejándome de los huevos, pero una tira de babas los sigue conectando a mi lengua extendida.
— Ensalívamela – dice, bajándola en dirección a mi boca abierta. GLOG!
Me empuja contra ella de golpe y abro los ojos como platos mientras la veo desaparecer y la siento entrar en mi boca. Mi lengua la repasa al pasar y mi garganta se abre rápido. Entra hasta el fondo. Mis ojos se ponen en blanco. Esa barra de carne caliente está en mi boca, pulsando mi garganta. Por fin.
Respiro por la nariz, haciendo espacio. Siento la boca llena. Empujo más aún para hincarla, mientras mi madre me ayuda empujando mi cabeza. Quiero sentir mi cuello abrirse.
Intento hacer el sonido de tragar.
Ggu, ggu… gla! abfff!
— Putita tragona. No es para ti…
Y me vuelve a tirar de la coleta para sacármela, con un ¡Glob!
— Come más huevos, zorra – Me dice mi madre, volviendo a echarme sobre las pelotas de Andrés. Echo de menos más polla, pero chupo como una campeona de nuevo, lamo para ganarme mi regalo. —No los sueltes —dice, seca, con la voz excitada.
Aprieta los huevos de papá con la otra mano, y de repente me suelta un plas! en la nalga derecha. El azote pica, la piel temblando. Siento la vibración llegar a mi coño, por fuera y por dentro. Me palpita.
Papá estira el brazo, plas, en la izquierda, y gruñe bajito. Más fuerte, rompedme coño, pienso, calculando segundo y medio entre cada golpe. Alternan, plas, plas, plas… el salón resonando con el sonido, mi culo enrojeciéndose y mi coño latiendo.
—Los juguetes aguantan azotes, ¿eh, zorrita? —me suelta mamá, riéndose.
Marta suelta mi pelo, se pone de pie sobre el sofá, y pasa una pierna sobre mi padre y yo. Baja lentamente y yo, sin dejar de chupar huevos, miro hacia arriba y veo su coño aparecer, sus piernas fuertes flexionarse hasta acercarse a mi cara y la polla de mi padre. Veo el capullo unirse a su raja, esta abrirse, y se clava su polla brillante despacio, shlup.
Sigo chupando, slurp, pero estiro la lengua, lamiendo la base de la polla, hasta que llega el clítoris de mamá, sus labios abiertos por la polla entrando. Soy un juguete, soy un juguete, una puta chupona, accesorio… pienso, con sus sabores mezclándose en mi boca. Ella empieza a subir y bajar, plap, plap, acelerando, y yo succiono lo que pillo: la polla cuando asoma, el clítoris cuando baja, sus labios abiertos, y siento los flujos de mi madre en mi lengua.
—Ssssí… ahh… — dice Marta, empezando a gemir.
Papá tiembla, los huevos pulsando en mis lamidas. Marta baja y sube, baja y sube, follándoselo, la hija de puta, y yo sigo chupando. Cruzo las manos sobre mi espalda.
Papá debía estar a reventar, porque sus huevos se contraen y su polla se hincha más. Puedo ver el bombeo desde ellos por su polla, abriendo los labios de mi madre, y agarro uno, succionándolo. Se mueve en mi boca, mandando leche. Mamá se corre al mismo tiempo, el coño apretándose, y los flujos bajan mezclados por el rabo, salados y dulces. Los chupo desesperada, slurp slurp, y me lanzo a la base de la polla, agarro los labios también con mi boca, la lengua sin parar, y mi coño estalla sin tocarme, palpitando como loco.
Mamá jadea, apretando mi cabeza contra ellos.
—Que bien lo haces todo, cielo —dice, con la voz ronca, mientras siguen corriéndose sobre mi chupada.
Mfff… gimo, con la boca llena, saboreando la mezcla. El calor me sube por el pecho, las piernas temblándome. Me he corrido sin rozarme.
Unas horas antes, en el coche, Andrés iba al volante, tamborileando con los dedos en el cuero.
—Tiene que ser más duro, Andrés — le dicen Marta, a su lado—. Ahora ya lo espera, así que necesita sorpresa, fuerza… Un poco más violento. Es su cumpleaños.
Andrés suspira, rascándose la nuca.
—Como contigo no puedo, joder —responde, sonriendo levemente—. Imposible.
—Pues poco a poco – le responde Marta, mirando al frente.
6 años antes.
Es un verano espeso, una siesta que pesa como plomo en el aire quieto del dúplex. La puerta de la habitación de Andrés y Marta está entreabierta, y un creak mínimo rasga el silencio cuando Ana la empuja con dedos temblorosos.
Esa tarde la pasó viendo vídeos de mujeres forzadas en xVideos.
Apenas una preadolescente, su cuerpo recién empieza a tomar forma de mujer, las curvas suaves asomando bajo la piel sudada. Dentro, el calor se pega a todo, un olor intenso impregnando la penumbra, fascinante para sus sentidos que explotan con cada detalle. Andrés duerme boca arriba, el calzón suelto de pata corta dejando entrever la polla medio empalmada, marcándose contra la tela fina. Marta, a su lado, yace de costado, el camisón ligero subido hasta los muslos, un trozo de culo pálido asomando entre las sombras.
Hace diez minutos, Ana se masturbó por primera vez pensando que su padre entraba a su habitación, le tapaba la boca y la follaba violentamente hasta correrse en su coño. Antes de darle por culo.
Ana avanza sigilosa, los pies descalzos pegándose al suelo caliente. Tres metros, dos metros, un metro exacto a la cama, dedo almohadilla y no se baja el talón, piensa, con el cerebro zumbándole de la misma forma que cuando disecciona algo vivo. El corazón le golpea la garganta, pero no duda. Se pega al borde, junto a Andrés, y observa las respiraciones profundas de ambos, el pecho de él subiendo y bajando, el camisón de Marta arrugándose con cada exhalación lenta. Están fuera, perdidos en el sueño, y el silencio de la casa parece contener el aliento, tenso, esperando que algo se rompa.
Sube la rodilla a la cama. La otra. Se inclina. Desliza una mano bajo el calzón de Andrés, rozando la tela áspera con dedos que tiemblan de puro vicio. La polla está caliente, gruesa, y cuando la agarra, siente cómo crece bajo su palma, el capullo hinchándose con cada roce lento y torpe. Está tan gordo, ve rápida, piensa, y el coño se le aprieta, un calor húmedo empapándole el tanga. Con cuidado, la saca bajo la pata del calzón. Los huevos, los huevos, piensa, sacándolos, gordos y calientes, y sobándolos con dedos ansiosos, la piel arrugada cediendo bajo la presión.
Se abalanza, slurp, lamiendo las pelotas con hambre, metiéndolas alternativamente en su boca, mientras pajea el rabo de su padre para hacerlo crecer. El sabor salado y áspero le explota en la lengua, fascinante, un poco de saliva goteándole por la barbilla mientras el aire se carga de un olor almizclado. Sube al capullo, glob, chupándolo en círculos, la lengua repasando la gotita preseminal que asoma. Su otra mano se cuela entre sus propias piernas, frotándose sobre el tanga, el calor subiéndole por el pecho como una fiebre. Se van a despertar y me da igual, ya es tarde, piensa, los ojos brillándole con una mezcla de miedo y deseo que la consume. Succiona más fuerte, slurp, la boca llena, el cuerpo temblándole mientras el colchón cruje apenas bajo su peso.
Andrés se mueve, un gruñido bajo rompiendo el silencio, y abre los ojos de golpe. La aparta con una mano firme, el calzón todavía bajado, la polla dura sobresaliendo obscenamente.
—¿Qué coño haces? —suelta, la voz ronca, el asombro cortándole el aliento. La aparta con la mano, casi con un empujón, para alejarla de su presa.
Ella se queda helada, la lengua aún fuera, con el hilo de saliva colgando de su boca y pegándose a su cuello. Frunce el ceño y suelta un suspiro hondo, mirándolo desafiante.
Marta ha abierto los ojos y los clava en la escena. En silencio. Cierra los ojos con fuerza y suspira. Se incorpora más, viendo la escena.
—Por favor, un poco —dice Ana a su padre, con la voz firme pero suave—. Yo lo hago, tú no me haces nada…
Andrés se sienta, el colchón hundiéndose bajo su peso, y sacude la cabeza, la polla todavía tiesa frente a ella, imposible de ignorar. Amor y resignación en su tono, piensa Ana, aunque su tono sigue firme. Lo voy a conseguir.
—No, no está bien —responde, con un filo de ternura que no puede ocultar—. Cada cosa a su tiempo, donde toca y con quien procede, cariño.
Marta se gira, apoyándose en un codo, y lo mira primero a él, luego a Ana. El aire se espesa, el sudor goteando por la nuca de Ana mientras insiste.
—Él no me hace nada, yo quiero, por favor —le dice a su madre, mirándola en busca de ayuda. —No lo puedo evitar —añade. Y se lanza al cuello de Andrés, abrazándolo con fuerza, besándole la piel sudorosa—. Por favor…
—Para —dice él, suave pero tajante – Si quieres, túmbate conmigo. Pero para.
No es la primera vez que pasa algo parecido, pero nunca ha ido tan lejos. Lo ha pedido durante meses. Como no se lo daban, ha venido a cogerlo.
Andrés se recuesta mirando a Marta. Ana parece aceptar el rechazo, apoyándose en su pecho. Se aferra más, el tanga empapado rozándole el coño, las piernas temblándole de puro nervio. —Un poco, por favor, sólo un poco… —ruega la chiquilla, con la voz baja, y al oirse empieza a llorar desconsoladamente.
— Puedes imaginarlo si no queda otra, eso se queda para cada uno. – dice Andrés – Pero te dijimos que no.
Marta le acaricia la cabeza a Ana, en silencio, con una sonrisa dulce, de amor y amargura.
Ana se aprieta contra Andrés y llora desconsolada. «No lo puedo evitar. No lo puedo evitar.».
Poco a poco, abrazada a Andrés y con las caricias de Marta, el llanto baja hasta convertirse en sollozos. Marta mira a Andrés, sin decir nada, y le sonríe de lado, con los ojos abiertos y las cejas enarcadas.
Ana no puede evitarlo… Su cuerpo se aprieta contra su padre. Su mano quiere volver a su polla. Los sollozos se atenúan y le besa el cuello.
— Paara – dice él, parando su mano.
Marta suspira y le toca el brazo a Andrés. Lo presiona ligeramente hacia Ana. Muy ligeramente.
Ana sube el muslo sobre el de Andrés, pegando su coño a él. —Un poco, por favor. Un poco… – dice.
Coge la misma mano que su madre ha empujado ligeramente y la intenta llevar entre sus piernas. Se sigue montando poco a poco sobre Andrés con el muslo, cada vez más. Marta mira a su marido, asintiendo.
—Un poco… — le dice en un murmullo, repitiendo las palabras de su hija. Y acompaña con su mano el empuje sobre el brazo de Andrés.
Él la mira, el ceño frunciéndose, pero no responde. Ana le besa el cuello otra vez, buscando llenarse la boca del sabor salado de su sudor, y tira de su brazo para llevarlo entre sus piernas. La polla de él le roza el brazo, dura.
Marta se inclina, besa a Andrés en la boca, lento, los labios deslizándose con un roce húmedo, y empuja el brazo de su marido hacia Ana. —Está bien… —le dice, susurrándole al oído, y se pega al costado libre de Andrés, con el camisón subiéndosele por las caderas hasta mostrar su culo.
Ana se sube completamente sobre su padre, a horcajadas, con el cuerpo tembloroso. Entierra la cabeza en su cuello, el aliento caliente escapándosele en ráfagas cortas. La polla de Andrés salta, golpeando y mojando el vientre de Ana. Su brazo cede al empuje de su mujer y a la tracción de su hija, y lleva su mano entre las piernas de Ana, girándola hasta llegar a su coño. Lo toca. Dos dedos presionan contra el tanga mínimo, acariciándolo desde el clítoris, y ella gime. Dos dedos presionan entre sus labios y el interior de sus muslos,
—Aahh… gra-cias… — gime Ana, la voz temblando y los ojos cerrándosele por un instante.
Andrés acaricia el coño sobre la tela empapada. Sus dedos resbalan en la humedad que traspasa el tanga, sintiendo un calor palpitante subiéndole por la palma.
Marta acaricia el brazo de Andrés. Deliza los dedos lentamente por su piel. Luego, acaricia el brazo de Ana y sube hasta su espalda. Roza la columna con las uñas y baja al culo, con un toque suave, casi reverente. Ana se mueve, el coño apretándose contra la mano de Andrés, la polla presionada contra su vientre y frotada por su vaivén. Mueve las caderas mientras su cuerpo se balancea sobre el de su padre, alante y atrás, para aumentar el frotamiento de la mano contra su raja. Ondula contra él, el cuerpo tenso, los muslos temblándole mientras la masturba. Los dedos, a cada frotamiento, se hunden más en la tela.
Ella le chupa el cuello, descontrolada, rozándole con los dientes en un arrebato de placer. Busca su boca, los labios entreabiertos rozando la barbilla de su padre. Andrés aparta la cara un poco. —No… eso.. eso no —dice, la voz grave saliendo entrecortada. Al apartarse, ve que Marta tiene los ojos clavados en él. Ana no escucha, sigue lamiéndole la cara, alcanza sus labios con la lengua y busca entrar.
Marta le acaricia la cabeza a su hija, presionando con suavidad para guiarla de vuelta al cuello de Andrés, evitando que siga tras su boca. Ana cede, y su lengua regresa a la piel sudorosa del cuello, chupando ahora más fuerte y succionando. Sigue restregándose. Los gemidos le suben por la garganta, ahogados, cuando chupa el cuello, cada vez más fuertes y crudos, mientras Andrés sigue masturbándola, sintiendo su coño empaparse más y más.
Marta se abraza a ellos de costado y hunde la cabeza en el cuello de él, en el lado que Ana no está devorando. Acaricia el culo de su hija, los dedos deslizándose por la curva, apretándolo con ternura y sintiendo el movimiento. Martaacerca su coño al muslo de su hija. Los tres cuerpos empiezan a ondular juntos, con el colchón crujiendo bajo el peso combinado.
Ana lleva una mano tras de sí, rodeando su propio culo, los dedos temblorosos buscando alcanzar el tanga por detrás. Sus dedos se encuentran con los de su padre, masturbándola. Ana aparta la tela de su raja, que resbala, dejando el coño palpitante expuesto a los dedos.
—Sin la tanguita… —jadea con la voz rota—. Por favor… méteme los dedos… solo los dedos, por favor…
Andrés siente el calor del coño desnudo de su hija. Frunce el ceño, al notar su propia respiración entrecortada por la estimulación física. Le toca la raja, empapada, y los dedos resbalan sin esfuerzo en la humedad caliente hacia su interior. Introduce uno, luego dos, shlick, shlick, con la carne más abriéndose para absorberlos que cediendo bajo la presión.
Ana está pegada contra su cuerpo, mueve el culo subiendo y bajando con furia, follándose los dedos.
Marta empieza a apretar la nalga de Ana, los dedos hundiéndose en la carne suave, y busca la boca de Andrés. Él la mira, los ojos oscuros encontrándose con los de ella, y Marta susurra de nuevo:
—Está bien —dice, y su lengua se desliza entre los labios de su marido.
Una mano de Ana se abraza a la cabeza de Andrés, los dedos enredándose en su pelo. La otra se cuela entre los dos cuerpos, chocando el hombro con las tetas de su madre. Avanza hacia abajo, buscando agarrar la polla aprisionada contra su vientre y frotada por el movimiento constante. Alcanza el capullo, resbaladizo, y gime más fuerte al sentir el líquido preseminal esparcirse bajo sus dedos. Agarra y aprieta la polla de Andrés con la mano, el grosor llenándole la palma.
Al sentirlo, él le mete los dedos más adentro, shlick, con la respiración volviéndose un jadeo ronco.
Ana gime, el tono bajando, grave y animal, el cuerpo temblándole entero. La mano de Marta aprieta su culo, se folla con desesperación los dos dedos que su padre le ha dado, con los otros dos frotándose contra sus labios y el clítoris besando su palma.
Su mano aprieta el pollón de Andrés, sintiéndolo caliente en su vientre. Aprieta hacia abajo, hacia la base, para sentir toda su longitud. Veinte centímetros, piensa. Marta siente cómo los espasmos empiezan a recorrer las piernas de su hija, y mira a su marido. Abre más los ojos, sube las cejas y su boca se entreabre.
Andrés nota la humedad bajar por su mano, caliente, espesa, corriendo hasta sus huevos, empapándole la piel. Ana tiembla más fuerte, el coño apretándose contra sus dedos, el clítoris aplastado contra la palma.
—Uummmffff… —gime, corriéndose; con un gemido profundo y desgarrado y el cuerpo convulsionando en espasmos que la sacuden hasta la cabeza.
Continuará.