Mi tía favorita I
Desde mi más tierna infancia mi tía Lupe se convirtió en la fuente de todas mis fantasías eróticas.
Recuerdo que todavía era un chiquillo cuando gustaba de meterme bajo la mesa del comedor para mirar las redondas piernas de mi tía, y muchas veces tuve la suerte de alcanzarle a ver sus calzones sin que ella me descubriera.
Lupe tenía por mi una especial predilección, era algo así como su sobrino preferido y como no tenía hijos, ni había estado casada, en mi descargaba su amor materno cosa que aprovechaba yo para satisfacer al menos mis aficiones voyeristas, me encantaba fisgar a mi tía Lupe, embobado la miraba caminar por la casa, meciendo cadenciosamente sus ricas y carnosas nalgas y sus tetas pendulantes.
Mi paso a la pubertad marcó el inició de unas furiosas masturbadas, siempre imaginando que mi tía Lupe me dejaba meter mi tranca en ese rico trasero, y muchas veces utilizando las pantaletas que ella había usado el día anterior.
Me encantaba oler y lamer sus calzones, revisaba con paciencia sus pantaletas, manchadas a veces de flujo vaginal y con ese misterioso olor.
De esa forma hasta llegué a llevar cuenta de sus periodos menstruales, me sabía al dedillo en que días le bajaría la regla, pues en esos días Lupe dejaba sus pantaletas con algunas manchas de sangre, además de que en el bote de la basura aparecían las toallas sanitarias que ella había utilizado.
Esa afición me hizo coleccionista de sus pelos, pues a veces en su pantaleta dejaba adheridos algunos vellitos negros, largos y ensortijadas. Todo esto me generaba furiosas erecciones.
Ya con 13 años e innumerables chaquetas en mi haber, siempre pensando en mi amor prohibido, algo vino a alterar mi naciente vida sexual.
Estaba yo en el baño masturbándome con una de las pantis de Lupe, ya casi eyaculaba, por lo que los movimientos de mi mano sobre mi verga eran ya casi violentos, cuando de pronto la puerta del baño se abrió –por mis prisas había olvidado poner el seguro— entró Lupe y con los ajos abiertos como platos me descubrió en mi placentera actividad, ambos nos quedamos mudos, yo no sabía que hacer, pero todavía en mi mano mantenía la verga erecta cubierta con la pantaleta negra de mi tía, creo que ambos enrojecimos en ese momento, empero sin decir nada ella salió cerrando la puerta.
Avergonzado permanecí algún rato dentro del baño, tratando de imaginar que podría pasar, pero como no podía permanecer por más tiempo en ese lugar, no tuve más remedio que salir.
Lupe no me dijo nada, pero luego de la cena, cuando yo comedido lavaba los platos ella se acercó a mi para decirme: «cuando termines quiero que vayas a mi cuarto, quiero hablar contigo un momento», sentí que el suelo se abría bajo mis pies.
Más tarde, cuando ya mis padres estaban en su cuarto, no tuve más remedio que ir a la recámara de Lupe, encontré la puerta abierta y al entrar la miré sentada frente al tocador, cepillándose el pelo antes de dormir, me senté junto a la cama, ella volteó hacía mi y siguió con su tarea, empezó a hablar:
–«Antes que nada mi hijito discúlpame por haber entrado de improviso al baño, pero como no estaba puesto el seguro entré, ¿sabes?, no había caído en cuenta de que ya te estás convirtiendo en un hombrecito, eso que estabas haciendo se llama masturbarse, ¿lo sabías?, –asentí con la cabeza— bueno es normal en los chicos de tu edad, pero debes procurar no hacerlo tan seguido, procura controlarte, dentro de poco conocerás chicas y conseguirás novia, a ver dime, ¿cada cuándo te lo haces?
Murmurante le dije: «todos los días».
–«Huy mi hijito, ¿todos los días?, ay bárbaro!, no, no debes hacerlo tan seguido, procura controlarte mi hijito, ya pronto conocerás mujeres y podrás tener sexo, ahorita debes concentrarte en otras cosas, en la escuela, en el deporte…
–«Es que no puedo tía…
–«Claro que puedes, es normal hijo, yo lo se por experiencia, pero debes tener control, se que hay cosas que te preocupan y te inquietan, a ver dime, ¿haz visto alguna mujer desnuda?, ¿sabes cómo somos las mujeres?
–«Nunca tía», le mentí, pues ya le había visto sus gordas nalgas alguna vez cuando se vestía después del baño.
–«¿Y tienes curiosidad, verdad?, a ver dime, ¿qué cosas te inquietan, ¿qué quisieras saber de las mujeres?, anda dime, yo también soy mujer, no por ser tu tía dejo de ser mujer, a ver pregúntame
–«El sexo tía, quisiera saber cómo es el sexo de ustedes…
–«Me lo imaginaba, mira mi hijito todas somos muy feas de esa parte, cuando crecemos y nos hacemos mujeres esa cosa se pone fea y llena de pelos, cuando las mujeres se casan o tiene regularmente relaciones sexuales la cosa esa se pone más fea aún, la vagina es un órgano que madura con el tiempo, la delicada pepita de las chiquillas se convierte en algo, a veces, desproporcionado cuando muchas crecemos, claro que no en todos los casos es igual, pero por lo general es así. Mira ahora recuerdo que a veces me ves de una manera muy rara, seguro te preguntarás como tengo la cosa, ¿verdad?, pues mi hijito eso es muy feo, aunque es normal que pienses en sexo, te comprendo chiquito…
–«Gracias tía», le dije.
–«Mira mi hijo, si prometes no decirle nada a nadie, te dejo que me veas la pepa, para que sepas de una vez cómo somos las mujeres, quieres?».
Y sin decir nada más fue hasta la puerta y la cerró, ya frente a mi abrió su bata para descubrir su cuerpo, los redondos y colgantes senos de aureolas rosadas y grandes, su abombado vientre más abajo del cual una tupida pelambrera ocultaba el sexo.
Con la mirada fija en esa cosa peluda sólo alcancé a decirle: «ay tía estás muy peludita, ¿verdad?, casi no se te ve nada».
–«¡Ay chiquito!, pues así es el sexo femenino, la vulva se llena de pelitos, a muchas chicas les salen más pelos que a otras, yo siempre he sido así de peluda, antes me los depilaba, pero ya casi no, con eso de que ya no tengo novios ni nada!, si quieres ver un poquito más, espérame tantito».
Entonces se acostó en la cama y separando sus gordas piernas desplegó ante mis ansiosos ojos la tremenda panochota con sus carnosidades totalmente expuestas, los bordes carnosos de los labios externos y los largos pellejos oscuros y húmedos de los labios internos.
Al ver la mujer que me había quedado sin habla me dijo: «¿verdad que es muy fea?, ¿verdad que tengo horrible mi cosa mi hijito?».
–«No digas eso tía, no se, pero siento que no es fea, si tu dices eso, entonces por qué siento cosas, por qué hombres y mujeres sienten cosas y quieren hacer eso que llaman sexo?».
–«Porque así es la naturaleza, los sexos se atraen, se buscan…, mira, si te fijas bien, aquí abajito –dijo la mujer señalando con un dedo la entrada de su vagina— está la entrada, el hoyito por donde entra el miembro de ustedes».
Entonces me acerqué hasta casi tocar la entrepierna de la tía, donde apenas vislumbré la entrada viscosa de la vagina y sintiendo que la verga se me salía del pantalón me atreví a preguntar: «¿por ahí entra el miembro?, ¿duele, sienten bonito las mujeres?».
–«Duele poquito a veces, al principio solamente, sobre todo si el miembro es muy grande, pero si la mujer está excitada, sobrinito, sentimos rico, divino, delicioso».
–«Y dime tía…, tú lo haz hecho, digo te lo han…», dije sin despegar la vista de aquello que yo suponía ya había sido visitado por numerosas vergas, al menos ese era mi pensamiento.
–«Ay niño esas preguntas no se le hacen a una mujer…, pero si te interesa saber, si lo he hecho, pocas veces, pero si he sentido esas cosas duras y paradas de los hombres adentro de mi…».
–«Humm, huele rico tu cosota tía y se ve mojada…».
–«Ay si chiquito, es que con tus preguntas estoy sintiendo raro en mi cosita, me estoy mojando…, mejor ya le paramos, vete a tu cuarto, que me estás poniendo nerviosa, voy a tener que hacerme la manuelita…», dijo ella cerrando de inmediato las piernas y cubriendo su hasta entonces desnudo cuerpo.
–«La manuelita?».
–«Si niño, me la voy a tocar, a las mujeres solas no nos queda de otra más que jugar con la manita, de vez en cuando, digo».
–«¿Tienes ganas tía?, yo también, me entraron ganas de masturbarme…».
–«Bueno pues hazlo en tu cuarto, ya vete a dormir…».
–«No voy a poder tía…».
–«¿Por qué chiquito?, a ver dime, ¿por qué no vas a poder hacerlo?».
–«Es que…, ay tía, siento cosas raras, como ganas de meter mi…, ahí dentro de ti…».
–«No digas eso, no sabes lo que dices, eres mi sobrino, te quiero mucho mi hijito, pero no te puedo permitir eso, es algo indebido entre personas con edades tan diferentes y prohibidísimo entre familiares, creo que no debimos haber llegado tan lejos, no debí haberte permitido tantas cosas…, ya vete por favor, luego platicamos más si quieres».
Y me encaminada hacia la puerta desconsolado pero con la verga como de fierro, Lupita dio marcha atrás a su decisión:
–«Oye Betito…, espera, yo se que son cosas indebidas, pero…, bueno, no se…, podríamos hacer algunas cosas, no tanto como lo que quieres…, pero al menos creo que te sentirás mejor, no quiero que te vayas a la cama con eso todo parado, ¿sabes?, puede ser malo para la salud, pero sólo si prometes no decirle nada a nadie, será un secreto entre los dos, y sólo haremos lo que yo te permita, ¿aceptas?».
Y sin esperar a que pudiera decir algo agregó:
–«Anda a ver si tus papás ya se durmieron y cierra la puerta de tu cuarto, para que si salen supongan que ya estás en el quinto sueño».
Cuando regresé ella me esperaba sentada en la orilla de su cama, parcialmente desnuda.
La abierta bata de dormir apenas se sostenía de sus hombros y mostraba sus grandes y pesados senos, con aquellas aureolas rosadas con los pezones erectos como chupones de un biberón.
Me acerqué con paso lento, su voz trató de eliminar mi nerviosismo: «no tengas miedo tontito, ven acércate».
Eso hice hasta quedar frente a ella. Sus dedos entonces desabrocharon mi pantalón y lo bajaron parcialmente por mis rodillas, lo mismo hizo con mi trusa, con lo que mi verga parcialmente erecta hizo su aparición.
«Huy que pollota tienes Betito!, con esto vas a hacer felices a muchas chicas, ya veras!».
En ese momento su mano derecha se posesionó de mi pito, sus dedos rodearon mi carajo que inmediatamente se paró, su caricia era delicada, sus dedos –cuyas puntas formaban un círculo alrededor del glande– apenas rodeaban el tronco, iban y venían a todo lo largo del pito. Hizo un poco de presión sobre el pito cuando sus dedos estaban sobre la cabeza, como para pelarla, para descubrir el mojado glande.
Eso hizo, peló toda la cabeza y sin decir palabra, pero lanzándome un pícara mirada, sus labios se abrieron para empezar a tragarse mi verga.
¡Mi primera mamada!, casi eyaculé al instante.
Fue algo maravilloso. La ávida boca de mi tía tragándose mi verga, primero delicadamente, rodeando la cabeza con sus labios abiertos, luego comiéndose el tronco, hasta la mitad, para regresar de nuevo a la cabeza, donde ya su lengua me esperaba, lamiendo el glande, abajo, por los contornos, para de nuevo comerse el duro palo, ahora completamente hasta que su nariz se perdía entre la mata de vellos.
A duras penas me podía contener, sentía que mis piernas me traicionaban, me sentía desfallecer, a la quinta lamida un ligero estremecimiento en mi pito me anunció que estaba por eyacular, ella lo comprendió: «espera Betito, aguanta un poco más, procura contenerte chiquito lindo, sentirás muy rico…», volvió a mamar, pero ahora con mamadas más profundas, más rápidas, zambutiéndose todo el carajo, para luego sacarlo y darle deliciosos lengüetazos a la cabeza.
De repente se detuvo, dejando mi verga lustrosa de saliva balancearse ligueramente frente a su rostro.
En ese momento se acostó en la cama, apenas en la orilla, sus piernas muy abiertas y colgando, «ven chiquito, ya es hora de que termines, te voy a dar una ayudadita, ponte entre mis piernas», me dijo.
Mis ojos no se podían apartar del combado sexo de mi tía, la gorda pepa se mostraba ahora abierta, los gruesos labios expuestos, lustrosos de ese líquido de penetrante olor, prietos, casi renegridos, y esos otros labios, desconocidos para mi, como pedazos de carne formando una curiosa forma, como una mueca, como el gesto de una boca vertical deforme, todo rodeado de una tupida pelambre de pelos largos, despeinados, apuntando hacia ninguna parte.
Su voz me sacó de mi ensoñación: «ven chiquito, acércate más, déjame hacerte rico con mi mano».
Lupe estiró su mano para alcanzar la verga, sus dedos de forma delicada rodearon el tronco y lo fue acercando hacía su pucha abierta, el glande lentamente tocó casi de inmediato aquello que me atraía irresistiblemente, quise empujar pero me contuvo: «no Betito, eso no, no puedo permitir que me penetres, déjame a mi, yo le voy a dar su merecido a este bribón», entonces su mano dirigió la verga a todo lo largo de su pepota abierta, fue riquísimo, mi verga iba y venía a lo largo de la pucha, contagiándose de su ardiente calor y sobre todo de esa agua viscosa.
Su diestra mano llevaba la verga hasta el nacimiento de la pucha y ahí la removía, para luego bajarla delicadamente por la raja, abriéndola, haciendo que el glande se deslizara por toda la pepa y quedara parcialmente cubierta por aquella deliciosa carne.
Llevó el tronco hasta abajo, donde algo más caliente parecía succionarme, para luego volver hacía arriba, removiéndolo en ese lugar que le producía deliciosas sensaciones, pues mi tía gemía, suspiraba, sus tetas vibraban, eso hizo un ratito más, yo no sabía como seguir conteniéndome.
En eso sus movimientos se hicieron más rápidos, ahora su mano movía con furia mi verga sobre su pucha, sin dejarla entrar, pero frotándola con ganas, rápidamente, contorsionando todo su cuerpo y dejando que sus hondos suspiros traicionaran su placer, hasta que no pudo más: «ya…, ya viene Betito de mi vida, vente, échame tus mocos, dame tu leche, anda papito chulo que me estoy vaciandoooo!, anda ya vente así, sobre mi pucha», la presión de sus dedos sobre mi pinga se hizo más intensa y los frotamientos de mi glande entre la raja caliente hicieron que sintiera que me llegaba la leche, ella suspiró profundo y con un prolongado «ayyyyy», se vino al momento que mi leche empezó a escupir su pepa, embarrando no sólo la raja sobre la que se movía, si no también sus pelos y su bajo vientre.
Fue mucha leche, ella ya se había venido, pero con ojos ansiosos seguía el trajinar de su mano sobre mi verga para sacarme todo el semen, luego mi venida terminó, todavía mi verga palpitaba en la mano de Lupita y ella amorosa seguía acariciando lo que le había dado tanto placer, hasta que mi pito dejó de moverse y poco a poco se fue contrayendo, nuestras miradas se cruzaron, ella sonrió coqueta y dijo: «¿fue rico, chiquito?, ¿estuvo bueno?», yo asentí.
Ella entonces abandonó mi verga y su mano fue hasta su chorreante pepa –hasta entonces me percaté de que todo su sexo escurría líquidos, no sólo mi semen, sino algo más que goteaba de su sexo y empapaba el cubrecama–, donde con caricias delicadas se embarró todos mis mocos diciendo: «yo también sentí rico chiquito, me hiciste gozar, ¿sabes?, tuve un orgasmo fantástico, como hace mucho no tenía uno, hummm, pero ya, ya estuvo bueno de cosas prohibidas, recuerda éste será nuestro secreto, no se te olvide, ahora si, vete tranquilito a tu camita». Sintiendo todavía estrellitas en la cabeza me subí el pantalón y me fui a mi recámara.