Mi prima y yo en mi adolescencia
Desde niños mi prima y yo fuimos inseparables.
Ella era dos años mayor que yo y un día de verano, cuando cumplí los catorce años, nos fuimos a llevarle la comida a mi padre que se encontraba labrando, en un campo situado a mas de tres kilómetros del pueblo y al regresar nos entretuvimos recogiendo berros en el río y contándonos nuestros secretos más íntimos.
Marina que era morena, delgada, y bastante monilla, me propuso al anochecer que nos fuéramos los dos a ver la gruta de «Peña Águila», a la que se accede tras subir una cuesta bastante escarpada, y desde allí se divisa nuestro pueblo a sus pies, disfrutando de una vista panorámica excelente.
También en ese lugar solían ir las parejas a hacer el amor y a gozar en libertad, sin las miradas curiosas del vecindario.
Aquel día amenazaba tormenta y por eso únicamente Marina y yo, nos adentramos en la gruta y me sentí muy bien, cuando me di cuenta de que mi prima, tenia miedo de que apareciera un animal salvaje y nos atacase.
Me agrado muchísimo que ella se agarrara a mi cintura, notando las ondulaciones de sus curvas, ese cuerpo sensual de adolescente en flor, pegado a mí, por lo que me atreví a abrazarla acogiéndola por el hombro, como si fuera mi novia.
– Sabes mi bien, que me gustas mas que comer con cuchara me dijo, regalándome una bonita sonrisa que me cautivo.
Me hubiera parecido su afirmación un simple cumplido, de no haber colocado mi bella primita su mano encima de mi bragueta, acogiéndome mi pene erguido, que por su culpa estaba superempalmado.
Yo no sabia que hacer pues era un crío que solamente pensaba en jugar con mis amigos, a la salida de la escuela y hacer gamberradas sin limite, ganándome algún tortazo de mis padres.
Lamentablemente de mujeres no sabia nada y de no haber sido por Marina, no me hubiera atrevido ni a mirarle a la cara a las chicas, porque era muy tímido.
– ¿Sabes que la tienes muy grande, para tu edad? Y antes de que pudiera decirle cualquier estupidez, ella me desabrochó los botones de la bragueta y me saco la picha fuera de mis pantalones, sopesando mis testículos.
Me atreví a echarle las manos a sus tetas, que me parecían muy excitantes y como llevaba ya sujetador, me tuvo que ayudar Marina, a desabrocharse la blusa y a quitarse el sostén, a fin de evitar que yo con mis manazas pudiera rompérselo.
– Me estas poniendo muy calentorra, primito ¿Quieres que te la chupe?.
En el colegio algunos compañeros me contaban las guarradas sexuales que habían visto hacer a sus padres y hermanos, o algunos de ellos, muy fanfarrones para su edad, presumían de que varias chicas del pueblo se las habían mamado y a otras hasta «pasado por la piedra».
Yo no tenía experiencia, ni nada que contarles, porque encima era hasta tonto para inventarme aventuras galantes.
No dije nada, pero permití que mi prima, me descapullase el miembro y tras darle el visto bueno a mi picha, se la metió con ansiedad en su boca, que me pareció un dulce nido que me absorbía hasta los testículos, mi pene sin atragantarse.
Me plantee en esos momentos increíbles, si esas succiones eran algo habitual para ella y me di cuenta de que debía de callarme, para dejarla chupetear lo que tanto le gustaba.
Reconozco que con su felación, mi prima me sumió en un estado de placer tan supremo, que di alaridos sin poder evitarlo y le pase las manos nerviosamente por su cabeza, acariciándole su pelo, su cabeza y cuello, hasta que ella absorbió más deprisa de lo normal mi palmo de carne inexperta, pero muy sensible y temblé como un cascabel, sentí oleadas de frío y de calor alternativas, muy seguidas, y algo recorrió mi miembro viril hasta que eyaculé en la boca de Marina, que tranquilamente se bebió mi semen sin protestar.
Abracé a Marina y la bese en la boca, notando el sabor de mi leche, y no sentí asco ya que su lengua y sus dientes, los labios preciosos y carnosos, fueron el mejor regalo que ella podía regalarme, puesto que era la primera chica a la que «morreaba» y sus caricias linguales, su falta de prejuicios por lo que estábamos haciendo, me animaron a quitarle también la blusa y se quedo en topless delante de mi, pudiendo disfrutar de la contemplación de dos magnificas tetas, mas grandes que dos enormes manzanas, con unos delicados pezones rosados, con las areolas color café, que roce con mis dedos nerviosos, gozando de unos calambres en el bajo vientre, que me resucitaron el «pajarito» que tras la eyaculación se había quedado bastante pachucho el pobre.
– ¿Has tocado el chocho de una mujer, primito? – No sabia que decirle, porque no me gustaba mentir a nadie y menos a una prima con la que tenia tantos puntos en común y mucha confianza.
Le dije que no, que era virgen y que mi cultura sexual, al no explicarme nada mis padres, era la que había obtenido de las revistas eróticas francesas, que le alquilaba a Pedrote, un compañero de clase muy golfo y poco aplicado, que en asunto de faldas sabia un montón.
– Pues esa enfermedad de la virginidad, te la curó yo de un plumazo.
¿Quieres ser mi mejor alumno?.
Se acabo de desnudar delante de mí y en ese sitio semioscuro, al mostrarse ante mí con su cuerpo escultural, en un magnifico contraluz, no pude resistir la tentación y la abrace, poniéndole entre sus muslos suaves y aterciopelados mi miembro viril, con el que deseaba penetrarla y disfrutar sin limites de su intimidad femenina.
Marina me quito la poca ropa que me quedaba y los dos rozamos nuestros sexos, y nos besamos abrazados e inmersos en el placer lujurioso más supremo, olvidándonos de nuestro parentesco y consanguinidad.
No sé lo que sucedió pero ella con mis prendas y las suyas, hizo un lecho sobre el que se tendió abierta de piernas, mostrándome el nido de amor más sensual que jamás le vi a una mujer, o quizás a mí así me lo pareció, al ser esa la primera aventura sexual que coprotagonice.
Sus pechos eran dos colinas redondeadas, con las guindas de sus pezones tiesos, mirando hacia arriba con altivez y arrogancia.
En ese momento tímido y muy torpe me subí a esa estatua del amor, sintiendo un estimulante temblor al posarme sobre su cuerpo tan excitante y cálido, en el que me introduje a fondo, cuando ella guió mi pene a ese agujerito abierto, cálido y húmedo en el que me sumerge en un éxtasis supremo.
Creí oír campanas tocando a gloria, cohetes explotando ruidosos en el azul, pajarillos trinando felices y sin que nadie me explicase nada, cuando ella se movió voluptuosamente, victima de un gratificante orgasmo que no pudo disimular, ni fingir, recuerdo que la embestí como un toro clavándole mi aguijón en el panal de su sexo.
Al lograr un ritmo constante en mis emboladas, ella levanto los pies y me los pudo como un collar en torno a mi cuello, obligándome a follarla sin prejuicios, dejando al instinto, a los deseos más concupiscentes expresarse con toda naturalidad.
Parecía mentira que esa muchacha con aires de ingenua, a la que sus padres ponían ante don Francisco, el cura de nuestra parroquia, como modelo de virtudes, fuera «más puta que las gallinas».
Húmeda, voluptuosa, sensual, bruja y diablesa, con las armas infalibles de su lujuria me obligo a vaciarme una y otra vez, sin descanso en su chochito voraz, hasta que me quede exhausto, sobre el suave colchón de su vientre, con mi pobre miembro viril pegajoso y babeante.
– Nadie me ha follado como tu, primito.
Eres un semental en potencia, alguien que hará estragos en los corazones de muchas mujeres.
Ni que decir tiene que en publico seremos primos y nos comportaremos como tales, pero en privado Agustín, gozaremos como los más depravados y apasionados amantes.
Yo acepte sin rechistar sus condiciones, mientras besaba y chupaba todos los rincones de ese cuerpo que me pertenecía y que deseaba poseer, aunque para ello tuviera que enfrentarme con mis padres, tíos y con toda la familia.
Lo del incesto me la traía floja y al volver en mi, me d cuenta de que estaba lloviendo torrencialmente y entonces temí que un rayo penetrase en la gruta carbonizándonos por pecadores, mientras gozábamos de nuestro amor antinatural por culpa del maldito parentesco.
Los besos y las caricias de mi amada Marina me hicieron olvidarme de mi miedo a los truenos y relámpagos, y de esa forma encontró la oportunidad de sodomizar a mi prima, aunque la muy traviesa trataba de cerrarme a mala idea su galería anal, con todas sus fuerzas, obligándome a realizar un esfuerzo extraordinario para continuar con esas emboladas a través de su trasero delicioso y provocativo.
Nuestras carnes en la pugna por encularla a la fuerza, se pusieron al rojo vivo y yo sentí como mis cojones se llenaban de nuevo de semen, a pesar de los muchos polvos que ambos compartimos.
Entonces le sujete los pechos y excitada por la rotación que le hice a sus pezones, bajo Marina la guardia logrando al fin introducirme a tope, dentro de su trasero carnoso y excitante.
Un toque a su clítoris con mis dedos torpes y un jugueteo lascivo con su coñito juvenil, demasiado abierto para su edad, hicieron el milagro de que mi querida prima se rindiera a mí, dejándome disfrutar hasta limites insospechados mientras le llenaba su canal trasero con los abundantes caudales de mi semen.
Recuerdo que seguí eyaculando en su orificio anal, hasta quedarme completamente deshecho, pero muy feliz.
Con la lengua dentro de su coño hice autenticas barbaridades, chupando y saboreando todas las mucosas interiores, limpiándole los labios mayores y menores, horadando su vagina que destilaba un sinfín de zumos femeninos.
Ella gritaba mi nombre sin cortarse ni un pelo, sin importarle que alguien sorprendido por la tormenta, penetrara en nuestra gruta, para guarecerse, y pudiera sorprendernos e irle con el cuento a nuestros padres.
Marina me cogía por el pelo y me aproximaba violentamente a ella, como si no quisiera dejarme escapar del cálido contacto con su cuerpo de adolescente bellísima y ninfómana ¿Por qué ocultarlo?.
No pude soportar la sensación tan placentera que me produjo, al comprobar, al escuchar sus jadeos y gritos de felicidad, cuando se corrió mi amor y su río de flujo me mojo la cara, sintiéndome entonces él más sumiso esclavo de mi dueña y señora.
Desde ese día fuimos inseparables.
Follábamos en su casa o en la mía, en el monte, en nuestra gruta.
A veces nos íbamos a algún pajar a retozar como dos locos enamorados y a su lado aprendí a conocer el amor y el placer y lamentablemente no acepte él casarme con ella, con la debida licencia eclesiástica, cuando alguna vez me lo propuso, argumentando algo tan poco defendible como era el gran disgusto que les íbamos a dar a nuestros padres, si la llevaba ante al altar, como Marina pretendía.
Por mas que lo intente no tuve el valor para acabar de una vez con nuestro incesto y legalizar nuestra situación, contra viento y marea, con las opiniones favorables o desfavorables de nuestras familias.
A causa de mi cobardía e indecisión un día Marina se fue del pueblo a servir en Madrid y yo me quede en ese lugar, que sin mi amada carecía de alicientes, hasta la mili, trabajando en el campo con mis padres y hermanos.
Años después la volví a ver, cuando los dos regresamos a nuestra pequeña población, durante las fiestas y ella me notifico que había dado a luz a su tercer hijo.
Yo también me case y fracase como marido.
Por eso al quedarme libre y frustrado la desee con el pensamiento y con el corazón, evocando nuestros amores de adolescentes, cuando ella se convirtió en la mejor de todas las amantes que he tenido a lo largo de mi vida.
Escríbame para comentarios, sobre todo si son chicas.
;-P jejeje