Capítulo 3

Mi hermana pasó como un rayo desde la escalera hacia la puerta dando un grito. Pero, al abrir la puerta y girarse hacia el salón, vio a mi madre de pie junto a mí.

— ¡Quique, me voy!… ¡Coño, mamá!

Mi madre, sosteniendo dos tazas de café, se giró hacia ella. Bajó el mentón para mirarla con los ojos entrecerrados mientras mi hermana se quedaba parada en la puerta, sonriente. Mi hermana Leo llevaba una diminuta falda de gasa que resaltaba su perfecto y joven culo, y una camiseta ajustada y fina, sin sujetador; sus pezones se percibían marcados incluso desde mi posición, a más de diez metros.

— ¿Mamá qué? — protestó mi madre.

— Perdóón… ¡Me voy corriendo! ¡Vuelvo por la noche, que he quedado con Gloria!

Y salió por la puerta de espaldas. En cuanto la cerró, mi madre volvió a girarse, sin volver a levantar del todo la barbilla ni cambiar la expresión.

— Leonor, así vestida, ha quedado con Laura, ¿verdad?

Asentí con la cabeza viendo a mi madre suspirar, torcer los labios y levantar las cejas en un gesto de resignación.

Mamá había llegado sin hacer un sonido por mi costado, rodeando el sofá desde atrás, y noté que hasta su forma de sostener las dos tazas en la mano era un gesto elegante.

Mi madre, toda ella, era elegante. Pero también lo era cada pequeña parte de su presencia. La cabeza siempre alta, la sonrisa fácil acoplada con naturalidad a un gesto severo y la espalda recta con los hombros siempre relajados, resaltando así esas tetas grandes y perfectas.

Piernas larguísimas y esbeltas que parecían más rectas de lo normal, pero que, en realidad, nunca lo estaban del todo. Porque las rodillas de mamá nunca estaban bloqueadas. Mi madre no comenzaba a andar con el gesto común de desbloquearlas antes de dar un paso, así que, aunque el paso salía de sus pies, parecía nacer del suelo. Hubiera jurado que las piernas de revista colgasen de su cadera, o de ese culo de modelo, idéntico al que yo había visto en fotos de cuando era adolescente. Como si flotase desde un centro de gravedad en su cadera, o en su pelvis.

Siendo bellísimos, su pelo rubio y sus ojos, de color azul celeste con notas verdes, no eran más que un pequeño detalle en el diseño perfecto que mi madre era, pasados los cuarenta tacos.

Ese día yo estaba atascado con un trabajo de Señales. El grito de mi hermana sólo había interrumpido la frustración y varios tachones iracundos en el papel, sobre garabatos que ya eran de una calidad frustrante.

— Te traía un café y a tu madre. — Me dijo.

— Gracias, mamá.

Sonreí intentando coger con precisión suficiente la taza que su brazo me alargaba. Ni su sonrisa se alteró ni el resto de su cuerpo se movió una micra al hacerlo, como si su brazo pudiese actuar de forma independiente al resto, sin hacerla perder la postura.

Se sentó en el sofá a mi lado en un gesto relajado pero perfecto, un giro de la cadera que seguía a la recolocación de las piernas, y seguido de un giro gradual de su cintura y su torso, para acabar de sentarse ya mirándome.

— ¿Qué? ¿Qué tal la escapadita con la tía?

— Genial, mamá — Dije la verdad, pero no iba a decirle que le había restregado la polla por el coño a mi tía, que le había comido la boca y que nos habíamos pajeado juntos hasta que ella acabó restregándose mi leche por las tetas. Pero siempre había tenido la sensación de que mi madre veía absolutamente todo lo que yo pensaba con más claridad que yo mismo.

Su labio inferior subió levemente sobre el superior y su sonrisa se amplió ligeramente mientras me miraba fijamente.

— Bien. Me alegro. Te veo centrado y te hacía falta descansar. Pero si flojeas por ir de fines de semana en plan hippie tu tía se la va a cargar.

Mamá estaba contenta de que no estuviese amargado ya llorando mi ruptura

— No te preocupes. Me lo paso bien, vuelvo relajado y me pongo a estudiar de inmediato mucho más a gusto.

— ¿Y has hipnotizado ya a alguien? — Dijo, con evidente sorna y bebiendo un pequeño trado de café. Café que, por supuesto, había cogido de la mesa y llevado a su boca sin necesidad de separar sus ojos de los míos. Mamá no sólo podía hacer varias cosas a la vez: hacía muchas cosas complicadas al mismo tiempo, como si todas fuesen pura memoria muscular.

— Mamá, eso es lo de menos. No me lo creo, pero le hace ilusión y los ejercicios son relajantes. Medito con ella para que esté feliz.

Mamá respiró hondo, inflando la blusa, y asintió con la cabeza.

— Cariño, tu tía Celia no suele decir tonterías. Vive con metáforas y, por así decirlo, automanipulándose tanto como puede llegar a manipular a otros.

— Mamá, es magufa… Pero magufa magufa… — repliqué.

Ella me miró fijamente, negando con la cabeza.

— Magufa a secas, pero es una magufa muy práctica. ¿La has escuchado alguna vez decir una sola tontería, más allá de sus supuestas creencias chamánicas?

— La verdad es que no.

— Bien. Es difícil encontrar gente que no dice tonterías. ¿En qué creo yo?

— En la Iglesia, no en Dios. Si te refieres a eso.

— Así es. Ella tiene un planteamiento similar. Sabe cómo y cuánto funcionan las ceremonias que invocan espíritus, pero no le hace falta creer en ectoplasmas. Se divierte y disfruta, usando la supuesta magia como un hackeo de su propio ánimo. Miles de personas han aprendido de ella a gestionar equipos y también a hacer una introspección que, aunque pintoresca, resulta efectiva. Aunque yo no la acompañe en sus aficiones, te advierto que debes ser prudente para juzgar a Celia Cuéllar. Recuerda que no dice tonterías.

Mamá dijo esto con dulzura, pero con una autoridad que siempre me resultaba apabullante. Su cara se iluminaba particularmente cuando me decía algo importante. Incluso más cuando se trataba de algo difícil o desagradable para mí.

En ese momento la imaginé descubriendo cómo estaban yendo realmente los fines de semana con Tía Celia, en todos sus detalles. Primero la imaginé asesinándola, la verdad, al descubrir que me había calentado a propósito hasta ese punto. Pero llevaba días sin masturbarme, y pronto la imagen cambió. Eran ellas dos en bikini, en la piscina, como en la cena de hacía un mes. Mamá y tía Celia.

Me quedé mirando los muslos de mamá. Me pareció el mejor punto para usar la visión panorámica desenfocando los ojos y poder observar, al menos de esa forma, sus tetas y su cintura. Respiré hondo pensando en las palabras de mi madre, y en cómo por amor había defendido a su hermana sin siquiera saber lo que realmente estábamos haciendo. Quizá hubiese alguna utilidad en mi entrenamiento más allá de correrme en las tetas de mi tía. Al menos me daba una base imaginaria para que mi imaginación se elevase sobre suelo firme y llegar a perversiones altas de manera verosímil.

Yo era capaz de hipnotizar a cualquiera en esa fantasía lejana. Mamá paseaba desnuda por casa mientras mi hermana salía de la ducha directa a meterse en mi cama para perder su virginidad conmigo. Tía Celia venía a casa con mis primas y me las ofrecía, quitándoles la ropa para que me diesen un masaje con todo el cuerpo.

Luego, mamá azotaba el culo de su hermana y le tiraba del pelo para que le comiese el coño. Finalmente, ambas me ofrecían sus bocas para follármelas a placer.

— Despierta, jovencito. — Dijo mamá, chascando los dedos, con el ceño fruncido; de esa manera, en nuestra jerga, me afeaba por enésima vez la tendencia a perderme en pensamientos en medio de una conversación.

Me reí de mi propia perversión y la expresión de mi madre.

— Lo entiendo. Seré más prudente. Pero conste que realmente me está sentando bien.

El fin de semana siguiente fui con mi tía Celia a lo que ella llamó un “albergue de montaña”. Así que, en lugar de un día, iba a pasar el fin de semana completo con ella.

Lo de albergue era una forma de hablar. Mi tía tiene de hippie los abalorios y alguna que otra afición. Llamar “albergue” a un grupo de caserones de lujo en los Pirineos, con piscinas-jacuzzi interiores para quince personas y salones panorámicos, es, como mínimo, confuso.

Salimos el Sábado muy temprano, en coche hasta el aeropuerto para coger el vuelo a Barcelona. Mi tía llegó en su cochazo y se bajó enseguida, escudriñando la puerta tras de mí antes de guiñarme un ojo y agitar las llaves delante de sus tetas con voz cantarina.

— Quieres conducir tú, ¿verdad?

Cogí las llaves sin quitar ojo de sus melones y le sonreí, mientras ella lanzaba un beso tras de mí, a mi madre en la ventana del salón.

— Mi hermana no duerme, nene. Madre del amor hermoso.

— Se acuesta temprano y se levanta temprano. — Dije, mientras abría la puerta del coche.

— Que mi hermana no es normal, chiquillo. Es Supergirl, pero más Mary Sue todavía. No conocerás a nadie tan perfecto como ella que no sea, además, insoportable. Si la adorase más, me moriría.

Y mi tía, que no dice tonterías ni pierde el tiempo, no tardó en empezar a subirse la falda y ahuecarse el top para hacerme entrar en calor en cuanto cruzamos la primera esquina al alejarnos de casa.

— ¿Qué, preparado para ser el rey del mundo?

— Tiiita… — Dije, mirándole las bragas ya con descaro y confianza.

— ¡Tu mira a la carretera anda, y tómatelo con calma que tenemos tiempo! — Protestó riendo y golpeando la guantera — Cariño… El otro día me perdiste. O sea, ¡que me dejaste perdida!

— ¿Que te hipnotizé?

— No, no tanto, pero lo básico sí lo conseguiste. Primero tienes que hacer a una mujer perderse, o sea, “perderla”. Y luego saber sacarla por donde tú quieres, para que no se quede como un zombi y te obedezca despierta, pensando que es lo que ella misma quiere. Y a mí me costó mucho salir… De hecho, creo que sólo salí porque tú no continuaste, y porque lo hiciste sin darte cuenta, sin experiencia. Yo hay un momento que lo tengo en blanco. O en negro, según se mire.

— ¿En serio?

— Te lo juro, cielo. Hay un hueco en mi memoria de cuando estábamos en el agua. Al menos de cosas conscientes. Sólo recuerdo sensaciones físicas.

Seguía sin creérmelo, pero también estaba decidido a aprovechar al máximo su chaladura. Porque me seguía pareciendo eso: chaladura, por mucho que mi madre la mirase con amor de hermana. Además, aún me costaba creer la suerte que tenía. Sólo tenía que dejarme invitar y dejarme llevar.

— Además, no te pusiste caliente sólo tú. — dijo, con voz cantarina y poniéndome la mano en el muslo.

— Ya, eso creo que lo noté.

— Que fresco. ¿Te gustó? A mí mucho. Pero no hay que pasarse, que eso era algo inocente y el calentón del momento, pero eres mi sobrino y a mi hermana le tengo más miedo que al demonio… — Se detuvo un momento y me miró con los ojos entrecerrados, acercándose a mi cara como si quisiese detectar si iba a mentir cuando respondiese su pregunta — Oye… No le habrás contado nada a tu madre, ¿no? Que me mata, pero además mal, de matarme malamente.

— Tía, por Dios… Ni se me ocurre.

— Oooooki, es que… Es que me hace ilusión que te gusten tanto mis tetas, y tampoco creo que pase nada porque las disfrutes un poco.

— ¡Venga tita, no me toques la guitarra! Tus tetas le gustan a todo el mundo y lo sabes. — Me rió la gracia y, sentada de costado, con las berzacas bien inclinadas para ofrecerme la visión, giró la cabeza hacia la carretera, suspirando.

— Sí… pero no es lo mismo. A ti no sólo te quiero más… Cielo, es que además no sabes lo que vas a ser. No te das cuenta todavía, pero buuuuffff… – dijo, abanicándose las tetas con la mano.

— ¿Buff qué?

— Cariño, eso… Saber eso la pone a una un poco mala. No se puede evitar. Si no fueras mi sobrino te haría de todo.

Yo pensaba que, ya que nos habíamos pajeado juntos, nos habíamos comido el morro y hasta tuve la polla pegada a su coño, a ver qué diferencia podía hacer algo más allá.

— Bueno, tampoco es como si fueras mi madre. No es para tanto. El índice de riesgo es muchísimo menor. — Y ahí fue cuando recibí un manotazo con el dorso de su mano en en el hombro.

— Míralo, que rápido va, y cuantas leyes tiene el ingeniero… Tú avanza, que ya verás. Yo creo que para el retiro estás ya listo y puedes hipnotizar a alguien en serio.

— Sí, claro.

— Que sí, niño…

— Bueeeeno. — El ansia me podía y miraba con insistencia a sus muslazos, uno contra el otro, buscando en algún movimiento ver sus bragas. — Me fijé en que lo llevas depilado, tita, que lo sepas.

Celia me puso sonrisa coqueta y me pellizcó el muslo mientras abría lateralmenta su pierna derecha hacia la puerta, dejándome ver perfectamente sus labios vaginales, enmarcados por dos tirillas de tela que, en medio, apenas tenían una malla transparente.

— Que guarrete. Pues sí, claro, míralo… Hoy voy casi sin bragas, he pensado que te iba a gustar. Son transparentes. — Intenté concentrarme para que no pasásemos peligro, miré por los retrovisores antes de clavar los ojos en su coño para disfrutarlo unos segundos más. Ella siguió hablando mientras se acariciaba el chocho y mi rabo saltaba en el pantalón. — Es más cómodo a muchos niveles, y me parece más bonito. Todavía lo tengo bonito.

— Lo tienes precioso.

— No seas pelota que apenas me lo has visto. Pero no te preocupes, que no me da vergüenza. Luego, si te portas bien, nos bañamos tranquilamente y me miras todo lo que quieras.

— Siempre me porto bien.

— Las tetas sí me las has visto bien. — Dijo, con voz juguetona y tirándose con un dedo de del tirante del top.

— BUFFFF tita, que tetas tienes, por Dios. Me ponen malo.

— ¿Cómo de malo, cariño?

— Ay por Dios — Dije, apretándome el nabo para desperezármelo, estirando de la base hasta aliviar un poco la presión. Pero ella tenía una voz de zorra susurrante perfecta para no darme tregua.

— Tú mira al frente, chiquitín… Vaya marranete eres… mirándole las tetas a tu tía… Y metiéndole la lengua en la boca…

Diciendo eso, tiró del tirante del top hasta bajarlo, y con él enganchado tiró de toda la prenda hasta bajarla, haciendo que la areola apareciese y amenazase con dejarlas libres. Y no hay nada que en ese momento no hubiese hecho para que me dejase ver de nuevo esas tetazas.

— Como estás, ya, eh? Luego nos damos una paja juntos si quieres…. Y venga… Si te portas bien hasta me las puedes tocar un poco.

Cerré los ojos por un segundo y y pensé en los alrededores del coche en la carretera, para que mi cerebro redujese el flujo de sangre a mi nabo.

— Si te hipnotizo no vas a poder hacer nada — repliqué tras respirar hondo.

— Vaya guarro… amenazando a su tía…

Y, diciendo esto, se bajó el top completamente.

— Ni se te ocurra parar a pajearte. Vas a aguantar como un hombre.

Celia dejó a mi polla descansar en el avión y hasta conseguí echar una pequeña siesta. Sin embargo, había contratado un coche privado para llevarnos al lugar desde Barcelona, y le pareció una buena idea calentarnos tanto el conductor como a mí. Pasó todo el rato pegada a mí, acariciándome el pecho o apoyada en mi hombro, hablándole a mi cuello. Su escasa ropa era perfecta para que los ojos del muchacho, que no debía ser mucho mayor que yo, tuviesen un festín de almuerzo. Debió de pensar que era una puta que había contratado para hacer un juego de rol, porque cuando llevábamos dos horas de camino no podía evitar reírse levemente. Ella se esforzó en eso, besándome el cuello de cuando en cuando, y hasta dándome un lametón o mordiéndome la oreja mientras me decía “sobrinito” una y otra vez.

La intensidad sostenida de ese rato hizo que, al menos, consiguiese bajar la erección y centrarme en la parte meramente divertida. Le seguí el juego un par de veces diciéndole que era una madrina muy mala y la iba a tener que castigar en el hotel. Incluso disfruté el paisaje y repasé mentalmente las cosas que habíamos entrenado durante todo el mes para hacerlo muy bien y que me dejase sobarle las tetas.

Llegamos sobre la una y media y paseamos por los alrededores hasta llegar por un camino de piedra a la terraza de la cafetería. Después de unos cuantos arrumacos y de dar un poco el espectáculo en la terraza, haciéndome muy feliz en mi ego adolescente, nos fuimos a la casa.

Y “la casa” del “albergue” era enorme. Tenía dos habitaciones de matrimonio independientes, cada una con una cama de 4 por cuatro, king size. Ambas daban al lago mediante paredes completamente acristaladas. Había un baño adicional fuera, un salón pequeño entre las habitaciones y después una enorme estancia con dos alturas: arriba cocina y abajo un enorme salón, también con puertas correderas acristaladas que ocupaban todo el flanco y lo abrían a un tercer espacio igual de grande: una terraza algo más baja que el salón, al borde de una montaña. El enorme vacío tras la barandilla acababa en un riachuelo y producía una enorme sensación de vértigo.

A los pocos segundos de apoyarme en la barandilla para respirar hondo y admirar el paisaje, los brazos de Celia me rodearon por la cintura y su cara se apoyó en mi espalda.

— Por este trocito hemos venido aquí. — Me dijo, acariciándome el pecho.

— ¿Por la terraza? — respondí, girando mi cabeza levemente hacia ella.

— Por el vacío tras la barandilla, chiquitín.

— Muy tuyo, tita.

— ¡Hombre! Es que va a ser muy práctico, ya verás.

— Miedo me da. — Y, aunque no me la imaginaba tirándome, o tirándose, sí me la imaginé sacrificando una cabra y desangrándola colgada de la barandilla antes de echar a volar en una escoba. No me habría sorprendido tanto como con lo que ya había hecho, ni mucho menos tanto como lo que acabaría pasando.

Me reí de la ocurrencia de la cabra y ella reaccionó a mi risa apretando mi pecho y suspirando antes de separarse levemente y apoyarse en la barandilla a mi lado. Miró al vacío, miró al cielo y después giró hacia mí, ofreciéndome los pechos inflados por el peso de su torso contra los antebrazos y mirándome a los ojos

— Oye, voy a pedir un montón de cosas de servicio de habitaciones y ya tenemos merienda cena, ¿qué te parece? Y nos ponemos a trabajar enseguida.

— De acuerdo. — dije, mirando sus melones fijamente y suspirando con fuerza.

Unos minutos más tarde, una chica rubia, bajita y de ojos enormes empujaba por la puerta tres carros grandes al pasillo de la casa.

Yo fui quien abrió, y mi tía Celia, al escucharlo, salió de su habitación llevando solamente el tanga. Salió muy despacio, contoneándose descalza, haciendo bailar sus melones y levantando mi polla. Llegó a nuestra altura mirándonos a ambos y su mano fue directa a mi entrepierna, acariciando el bulto saltón con un dedo, mientras se dirigía a la muchacha para firmar el ticket.

La chica se mantuvo profesional y seria. Con una sonrisa dulce le preguntó si queríamos algo de beber más tarde.

— Lina me ha dicho que le ofrezca un champagne especial que está disponible, un Krug Clos… Y ha dicho que el resto del nombre es sorpresa.

Mi tía cruzó sus piernas mirándola de costado con cara de intriga mientras apoyaba su codo en mi hombro.

— Vale, me la traes. Pero dile que también te mande con el Roederer de cristal, por si acaso. ¿De acuerdo? — Y, deslizando su antebrazo hasta mi cuello para pegarme las tetas al brazo y los morros a la cara, me preguntó. — Cielo, ¿quieres algo de la señorita?

— No, gracias. Confío en tu buen gusto, tita.

Supongo que no era la primera vez que la chica veía una situación perversa o disparatada, pero, con toda su profesionalidad, ese último momento de regodeo la hizo respirar y envararse levemente, sacándole un cambio en la sonrisa. Pero se recompuso, se dio la vuelta y salió con elegancia.

Mi tía no dejó de mirarme mientras la chica salía.

— Esa, si venimos en un par de meses, va a hacer lo que tú quieras, niño.

Pasé mi mano por su cintura, pero ella giró hacia su derecha, escapando de mí, y me guiñó un ojo.

— Que se te van las manos con tu tía, sinvergonzón. Me voy a echar una siesta, me vas a respetar y no vas a tocarte hoy tú sólo bajo ningún concepto.

La última parte la dijo de espaldas. Su culo me embelesó mientras volvía, igual de despacio que vino, a su habitación.

Respiré hondo y decidí salir a la terraza a hacer ejercicio en lugar de echar una siesta. Me pregunté si seguir a la camarera, o si la volvería a ver. Bajo el uniforme, se adivinaba un cuerpo agradable. Por sus brazos, muy delgado. Y esos ojos eran espectaculares. Sin duda, mi tía había conseguido dejarme con un caché importante a sus ojos. Con un poco de delicadeza quizá podría conseguir su teléfono y, quien sabe, una cita futura interesante en forma de escapada.

Perdido en esos pensamientos salí a la terraza, y entre el aire frío y las vistas mi pensamiento se redirigió. Miré al riachuelo y sentí vértigo. Me eché hacia atrás y, al sentarme en la tumbona, me sentí muy pequeño. Muy niño. Ahora entiendo que simplemente recuperé una autoconciencia apropiada tras la euforia, como si al subir mucho la hostia me devolviese al piso adecuado. Y entiendo también que es un acontecimiento feliz, pero en ese momento me sentí fatal.

Tía Celia pretendía enseñarme a hipnotizar y a ser el rey del mundo, pero hasta el momento era ella la que me manejaba a su antojo. Mi madre sólo tenía que mirarme fijamente y guardar silencio unos minutos para hacerme confesar lo que estaba pasando. El miedo a que eso ocurriese me hizo estar completamente seguro de que iba a acabar ocurriendo. Imaginé cómo me miraría al saberlo. Ni siquiera con asco. Sólo con indiferencia y decepción.

Intenté concentrarme en algo muy perverso y guarro, como follarme a mi hermana pequeña. Pero no conseguí perder la sensación de ser diminuto y ridículo.

Hasta la reunión del mes pasado nunca volví a verme a mí mismo de esa manera.

El jueves, tras verme hablar con mi padre y su mujer, Marian se colgó de mi brazo sin miedo alguno y me hizo pasear por un camino de piedras flanqueado de antorchas. Me dejé llevar en silencio. El camino acababa en una terraza, donde Ana, que charlaba con Mastín y su mujer, me miró a los ojos, se levantó y fue a mi encuentro para abrazarme.

Cuando dejé de llorar como un chiquillo agarrado a ella, Marian me llevó con Aura y Raúl, quienes me presentaron, por fin, a Ángela Guerra. Sentí vértigo al empezar a entender la dimensión que, sin conocerla, había jugado en mi vida. Unos minutos después me sentí feliz y aliviado, diminuto y sin grandes responsabilidades, mientras los dos hermanos me explicaban lo que debía hacer.

Después de lo importante me pidieron otro favor, este extremadamente placentero: dominé a Emma Violante y la humillé delante de toda la reunión, inutilizándola para siempre y dejándola consciente de su incapacidad para controlarse o controlar a nadie nunca más. Quienes la conozcan pensarán que es poco castigo para semejante personaje, pero se trata de una psicópata condenada para siempre a observar como ella misma deshace su delirio sirviendo a sus víctimas como una esclava feliz. Encerrada para siempre en un cuerpo que la humilla.

Violándola en cuerpo y mente disfruté del sexo como no había disfrutado en mucho tiempo, y entendí mejor por qué tanto “los hombres que ordenan” como “las mujeres que hacen trampas” son denominaciones que se escriben con minúsculas.

Total…

Que era muy joven, coño, y verme tan pequeño me hacía sentir mal. Pronto vaciaría mis huevos en la garganta de mi hermana mientras mi madre me los chupaba y me sentiría todopoderoso. Pero en ese momento mi tía Celia estaba jugando conmigo y provocándome los mayores dolores de huevos de mi vida.

Su culo me quemaba la retina y no podía parar de pensar en follárselo. Por algún motivo estaba absolutamente seguro de que recibía por el ojete con placer y sin dudas.

Su boca me parecía el manjar más oscuro y delicioso imaginable, y el único lugar en el que, en ese momento, pensaba que podría llegar a descargarle mis cojones si me “portaba muy bien”.

Sus tetas habían mandado más sangre a mi nabo que mi propia mano.

Finalmente, conseguí calmarme y sentirme mejor. Me encendí un cigarrillo en esa terraza y me apreté la polla, recordando la sensación de mi capullo aprisionado por sus piernas, latiendo contra un coño que palpitaba abrazándome, ansioso por dejarse rellenar.

Continuará


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