Estíbaliz
Mi mujer tuvo que marcharse al hospital por una urgencia y decidimos aplazar los planes de irnos al centro comercial a pasar la tarde con Estíbaliz, la hermana pequeña de Almudena, de 21 años que había venido a pasar con nosotros una quincena en julio.
Entre que estaba lloviendo y que me dolía la cabeza, Estíbaliz dijo que vería una peli en vídeo y yo me tomé una aspirina y me fui a mi cuarto a echarme una siesta.
Cuando me desperté ya eran las seis y cuarto.
Me había acostado a las cuatro y me había quedado completamente dormido. El dolor de cabeza se me había pasado y fui al salón a ver qué estaba viendo Estíbaliz.
Pero el salón estaba vacío y la cinta de vídeo dentro. La saqué y vi que era una película porno de nuestra colección. Entre eso y que al levantarse uno tiene la minga un poco amorcillada, mi mente se puso a imaginar fantasías.
Al acercarme de nuevo a mi cuarto, oí unos jadeos en el cuarto de invitados donde Estíbaliz estaba alojada. Pensé que estaría masturbándose después de la película y mi polla terminó de desperezarse.
Estíbaliz es una chica casi tan guapa como Almudena.
Ahora está teñida de rubio y su cara es bastante aniñada.
Tiene un cuerpo de escándalo y una figura de maniquí.
Me di cuenta que era la primera vez que pensaba en ella como una mujer, no sólo como la hermana de mi esposa.
Veía su vientre liso, sus muslos largos y duros, su culito apretado y respingón, su pecho firme aunque menor que el de Almudena…
Me asomé a su cuarto.
La puerta estaba entreabierta y esperaba ver algo a través del espejo. Con mucho cuidado, la abrí un poco más y la visión me dejó estupefacto: Estíbaliz estaba sobre un hombre cabalgándolo y gimiendo y acariciándose sus pechos.
La visión de su pezón redondo y puntiagudo como una fresa se me quedó en la retina y no supe si ella me vio cuando se giró hacia la puerta.
Me metí en una habitación alejada de ellos para no seguir oyéndolos con una erección de caballo y me puse a ver la tele. Pero no me podía concentrar, seguía a mil y me quité la ropa para hacerme una paja que me calmara la calentura.
Descapullé mi verga y trataba de estirar cuando echaba la mano atrás, aunque mi cuerpo me pedía a gritos machacármela a toda velocidad.
Trataba de pensar en mi mujer, en cuánto la quería y me hacía disfrutar en la cama, de sus halagos diciéndome lo bueno que era en la cama, pero sólo me venía la imagen de aquella teta de perfil de su hermana…
Estaba tan concentrado en masturbarme que no oí cuando Estíbaliz se despidió de su amante ni cuando entraba en donde estaba. Cuando me puso la mano en el hombro me sobresaltó.
Acercó inclinando su cabeza lentamente a mí por si la rechazaba, pero no pude hacerlo.
Abrí mi boca para recibir sus labios y luego ella la abrió también.
Nuestro beso se fue caldeando y nos abrazamos mientras ladeábamos nuestras cabezas cerrando y abriendo la boca y entrelazando nuestras lenguas haciendo que los chasquidos sonaran de modo que parecía que nos estábamos comiendo desesperadamente.
No sé cómo se me despegó de mis labios para despojarse de su camiseta larga con la que estaba vestida.
Contemplé sus pezones sonrosados y me abalancé sobre ellos succionándolos con avidez.
Ella me acariciaba el pene y sobre todo el glande con suavidad, llevándose la mano a la boca lamiéndolo provocativamente y con ganas mientras se dejaba arrastrar por mis lametones y apretones en sus senos.
Bajé la punta de mi lengua por su esternón, su estómago, su ombligo, su coño depilado en una sugerente línea de pelos cortos.
El olor a mojado, a sudor, a flujos vaginales desatados hicieron que enterrara mi boca en su vulva tras comerle los labios. Por suerte con el otro había usado un preservativo y pude saborear sus jugos y tragarlos sin asco. No tardó en correrse, según me indicaban sus espasmos.
Aunque me dijo que ya con sólo besarle los pezones ya se había corrido.
Ella quería corresponderme, pero yo necesitaba que mi verga estuviera dentro de ella, así que reuní fuerzas para levantar su cabeza y despegar sus labios de mi glande, que lo había dejado brillante y sin goterones con una maestría insuperable.
La tumbé en la cama y puse sus piernas sobre mis hombros para facilitar una mayor y más placentera penetración. La niña no paraba de gemir y de sollozar de gusto.
Me decía que era cierto lo que decía su hermana, que me había estado deseando hace mucho, que era un semental. Yo, aunque muy excitado, no quería dejar de disfrutar de aquella diosa tan pronto e intentaba aguantar lo más posible.
Me aparté de ella y me senté en un sillón. Le dije que se sentara encima de mí. Ella se puso a horcajadas y llevó las riendas del polvo.
Nos besábamos y ella se retorcía de gusto apretándome la verga con el cuello de su útero o contoneándose en movimientos circulares. Necesitaba ahora más ritmo y la levanté en volandas y la empotré contra la pared.
Sus piernas se enroscaron en mi cintura y yo la acomodé en un pequeño mueble para que sus nalgas reposaran en algo y me permitiera centrarme en follármela sin estar destrozándome los músculos.
Ahora éramos dos animales en celo intercambiándonos saliva en nuestros besos y sudor en nuestras manos apretadas recorriendo nuestras pieles.
Para redondear la faena, mi orgasmo coincidió con otro más suyo y hasta que no derramé la última gota de mi semen dentro de ella, no salí de su mágica cueva.
Más tarde, ya calmados y duchados y arrepentidos, me dijo que viendo la peli porno se había calentado y había llamado a un ex, pero que el polvo con él la había dejado más insatisfecha que antes.
Vio que la había pillado y fue a pedir su silencio, pero que al verme desnudo se le desató la lívido.
No hemos vuelto a acostarnos y evitamos quedarnos solos por si acaso, pero el hijo que espera no es de su novio, sino mío.
Me lo dijo el otro día, para que lo supiera. Es lo malo de no tomar precauciones y ahora mi conciencia me hace sentirme bastante culpable.