Capítulo 2

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Mi mamá tenía 35 años, era de tez morena. Nunca había imaginado cosas malas con ella, pero a esa edad algo comenzó a cambiar. La empecé a ver como mujer, tenía unas nalgas muy apetecibles, no eran extremadamente grandes, pero eran espectaculares, unos senos pequeños, y una cara como dirían mis amigos de puta.

Empecé a notar detalles que antes pasaban desapercibidos, como la forma en que su ropa se ajustaba a su cuerpo, resaltando sus curvas de manera sutil pero irresistible. Su presencia en casa se volvió más intensa, y a veces, cuando estaba en la cocina o en el jardín, me sorprendía a mí mismo observándola con una mezcla de curiosidad y deseo.

Me sentía confundido y culpable por estos pensamientos, pero también intrigado por esta nueva perspectiva que había descubierto en ella.

Por motivo de una consulta odontológica de mi persona, tuvimos que tomar el metro. Quedé de encontrarme con ella en la entrada, venía con ropa de ejecutiva ya que trabajaba de contadora, una blusa roja y una falda blanca, estaba espectacular. Al verla, sentí una mezcla de nerviosismo y admiración. Su apariencia profesional y elegante resaltaba aún más su belleza natural.

La forma en que se movía, con una confianza y seguridad que siempre había admirado, me dejó sin palabras. Mientras caminábamos hacia la estación del metro, no podía evitar mirarla de reojo, observando cada detalle de su atuendo y la manera en que su ropa se ajustaba a su cuerpo.

La blusa roja contrastaba perfectamente con su piel morena, y la falda blanca destacaba sus piernas, haciéndola ver aún más atractiva. Pero lo que realmente me volvía loco era su culo. La falda se ajustaba perfectamente a sus curvas, resaltando cada detalle de sus nalgas. Podía imaginar la forma en que se movían al caminar, tentándome con cada paso.

En la siguiente estación, Poblado, subió mucha gente y tuvimos que ceder el asiento a un par de ancianos. Al levantarnos, nos fuimos al centro del vagón, donde aún había espacio para transitar. Recuerdo ir atrás de mi madre, observando cada uno de sus movimientos. Al abrirse paso, por un momento quedó entre dos hombres.

Vi cómo ambos pegaron su cuerpo hacia ella, y quedó en la mitad como por cuatro segundos. Fue espectacular. La forma en que su cuerpo se ajustaba entre los de ellos, resaltando cada curva y detalle, me dejó sin aliento. Podía imaginar la presión de sus cuerpos contra el de ella, la intimidad forzada que los unía en ese breve instante.

La visión de su culo pegado a la pelvis de uno de ellos, la manera en que se amoldaba perfectamente, me excitó de una manera que no podía controlar. La curva de sus nalgas presionando contra él, la forma en que sus cuerpos se fundían en ese momento, solo servía para intensificar mi deseo y llevarme a un lugar de fantasías prohibidas y tentadoras.

La escena me dejó con una mezcla de excitación y culpabilidad, pero no podía apartar la mirada, atrapado en la intensidad del momento.

Luego de llegar a la mitad del tren, quedé detrás de mamá. En la siguiente estación, Industriales, se subió demasiada gente y quedamos un poco más apretados. Al prestar atención en mamá, no pude evitar desviar la mirada hacia su pomposo culo. Lo tenía a centímetros de distancia, era cuestión de bajar un poco la mirada para quedar hipnotizado por él.

La falda tenía un cierre en la parte trasera. La pequeña llave de dicho cierre estaba levantada a cuarenta y cinco grados, invitando a agarrarla y deslizarla hacia abajo, para así ir abriendo los dientes, hasta que apareciera una linda ropa interior cubriendo el hermoso ojete.

De repente, el tren dobló por una curva pronunciada, que nos sacudió a todos, sobre todo a los que no íbamos agarrados de nada. Mi cuerpo se desplazó hacia adelante en una violenta sacudida y uno de mis cuádriceps se hundió en el glúteo de mamá.

Ella no se inmutó siquiera. Después de todo, creería que no era más que un acto involuntario, cosa que en realidad era cierta. De hecho, ni siquiera parecía haberse dado cuenta de que quien tenía a sus espaldas era yo.

Quizás había pensado que me encontraba más atrás, pegado a la puerta que nos separaba del otro vagón. Hice un sutil movimiento a la izquierda, haciendo que mi pierna se frotara deliciosamente en esas generosas carnes. Cuando el tren retomó nuevamente un camino recto, quedé nuevamente un poco detrás, pero ya la cosa resultaba demasiado morbosa como para dejarla pasar.

En efecto, yo mismo tenía a alguien pegado a mi espalda, y no creía que ese alguien estuviera apoyando sus caderas en mis nalgas a propósito. Esa era la desgracia de viajar en el metro de Medellín. Pero por esta vez, la usaría a mi favor.

Miré alrededor. Todo el mundo tenía la mirada perdida, ya sea en sus celulares o en algún punto del vagón, y de todas formas, eran muy pocos los que podrían ver qué sucedía a la altura de mi cintura. Nadie reparaba en mí, ni tampoco en mamá. Mi verga se estaba empinando, a la vez que una malsana temeridad se apoderaba de mi cabeza.

La excitación crecía con cada movimiento del tren, y la cercanía de su cuerpo me volvía loco. Podía imaginar cómo sería deslizar mis manos por su falda, sentir la suavidad de su piel, y explorar cada curva de su cuerpo. La tentación era irresistible, y me encontraba en un estado de deseo y culpa que me consumía por completo.

Detras de mi había un hombre alrededor de unos 55 años, feo y mal presentado.Sin embargo, el desenlace de lo sucedido no lo había imaginado en ningún momento. El hombre me miró, ahora con una sonrisa de complicidad. Y entonces, con la boca abierta, vi cómo su mano de dedos gruesos se movía, como en cámara lenta, hasta llegar al mismo destino al que yo mismo había llegado hacía unos minutos.

Esos mismos dedos se cerraron en el perfecto orto de mamá. Y para más escándalo, el tipo lo hizo con mucha menor sutileza que yo. Incluso pellizcó la nalga con mayor vehemencia con la que lo había hecho yo en la última ocasión.

Vi, sintiendo repulsión a la vez que admiración, cómo el gordo sacaba la lengua y se frotaba los labios con ella, humedeciéndolos en el acto, mientras su mano no dejaba de hurgar en el culo de mi madre.

Vi también cómo el cuerpo de mamá parecía comprimirse, pegándose aún más al pasamano del que se sostenía. No obstante, el estallido de ira que temí que llegara, jamás se produjo. Sino que se quedó ahí, quietita, mientras el desconocido le manoseaba el culo a su gusto.

Ver a ese viejo feo manoseando el culo de mamá me puso a mil. Sus dedos gordos se hundían en sus nalgas, apretando y explorando como si fuera un objeto. Podía ver cómo su mano se movía bajo la falda, amasando su carne con una lujuria descarada. La forma en que su cuerpo se pegaba al pasamano, con las piernas ligeramente abiertas, solo invitaba a que él fuera más lejos.

El tipo no tenía ninguna sutileza, pellizcaba y apretaba como si estuviera comprando carne en el mercado. La lengua le colgaba fuera de la boca, húmeda y asquerosa, mientras sus ojos brillaban con un deseo enfermizo.

Mamá ni se inmutaba, como si estuviera en otro mundo, y eso solo me ponía más caliente. Imaginé cómo se sentiría tocarla así, sentir la firmeza de su culo en mis manos, y cómo se movería contra mí.

La idea de que ese viejo asqueroso la estuviera tocando me excitaba y me enfurecía al mismo tiempo, pero no podía apartar la mirada, atrapado en la escena más sucia y prohibida que había visto en mi vida.

Finalmente llegamos a nuestro destino la estación hospital.