Capítulo 1

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  • El peso de las decisiones

Era una mañana cualquiera en la casa Huntington-Summers, pero para James, ese día sentía que algo importante estaba por ocurrir. Había dormido poco, como siempre lo hacía en los últimos meses, desde que terminó la preparatoria. Había decidido tomarse seis meses de descanso antes de dar el gran paso, pero ahora, a sus 18 años, estaba decidido a ingresar a la universidad. No solo para estudiar la carrera de sus sueños, sino también con la esperanza de encontrar algo que hasta ahora se le había escapado: su primer amor. A pesar de su físico imponente, con su altura de 1.85 metros y su cuerpo atlético, James nunca había sido de esos chicos que se dejaban llevar por el deseo. Su timidez, como una barrera invisible e infranqueable, había hecho que nunca tuviera una enamorada, y esa fue una de las razones por las que su mente y corazón estaban tan centrados en los objetivos que se proponía, y ahora era la universidad. Era hora de cambiar, de dejar atrás sus inseguridades.

De repente, la realidad lo alcanzó y recordó las entrega que tenía que coordinar en la empresa. En un salto se levantó de la cama, su cuerpo se estiró como si cada músculo hubiera despertado de un profundo letargo. Al moverse, su torso se alzó con gracia, revelando la perfección de su físico atlético: un cuerpo tonificado moviéndose con una gracia que solo aquellos con su complexión podían tener. A medida que caminaba hacia el baño, se podía ver cómo sus músculos se tensaban, sus piernas largas y fuertes tocaban el suelo con firmeza, mientras sus brazos y abdomen se templaban y relajaban con cada movimiento. Sus hombros anchos y firmes se desplomaron con naturalidad. El sudor de la noche aún estaba en su piel, Los reflejos del sol besaban su piel bronceada , resaltando los contornos de su cuerpo esculpido. Cada paso que daba mostraba una elegancia innata, casi como si estuviera perfectamente consciente del efecto que su presencia causaba.

En su torso desnudo se movía cada músculo definido. Su cuerpo, aunque fuerte, estaba marcado por una ligera tensión, como si cada centímetro de él guardara secretos ocultos. Cada pequeño gesto, cada respiración, estaba cargado de una energía que parecía llamativa, pero que al mismo tiempo se mantenía reservada. Su figura atlética y bien definida era un reflejo de su dedicación al deporte, pero también de su constante esfuerzo por llevar la enorme responsabilidad que su padre le dejó. un cuerpo que hablaba de años de dedicación y esfuerzo. James no necesitaba demostrar nada; su presencia lo decía todo. Listo para afrontar el día, era un hombre casi demasiado perfecto para tocarlo, pero demasiado magnético para resistirlo.

Al mirarse en el espejo, sus ojos se encontraron con su reflejo. Por un breve momento, una sombra de inseguridad cruzó su mirada, un contraste que sólo aquellos que realmente lo conocían podían percibir. A pesar de su físico imponente, había algo vulnerable en su mirada, algo que lo hacía humano, lejos de la imagen perfecta que su cuerpo mostraba.

A su paso por la cocina, apurado, vio a Eleanor, quien ya estaba allí, preparada para enfrentarse a otro día. Pero ella no lo dejaría ir tan fácilmente.

—James, ¿por qué no desayunas? —dijo Eleanor con una sonrisa suave pero firme, levantando la vista de la mesa. Era una mujer de 35 años de edad, pero su mirada no perdía ese toque de autoridad que siempre había tenido.

James, con un gesto de disculpa, se detuvo en seco, sin dejar de moverse nerviosamente.

—Voy tarde, mamá, tengo que coordinar las entregas de hoy. No puedo quedarme a desayunar.

Eleanor lo miró con una mezcla de comprensión y ternura. No era la primera vez que James se mostraba tan determinado.

—Ya sabía que ibas a decir eso —respondió Eleanor, sonriendo mientras levantaba una lonchera ya preparada sobre la mesa—. Aquí tienes, no olvides comer algo. «Jamie se preocupa demasiado». Se dijo en sus pensamientos evocando el nombre de pila de James.

En la mesa, Sophia, su hermana menor, algo ruborizada, observaba todo en silencio. Con una expresión que James no podía leer, tenia la impresión que sus ojos parecían clavarse en él, pero a la vez evitaba hacer contacto visual directo. A veces esas impresiones le hacia sentir incomodo. Algo, durante los 2 últimos años, en su actitud le resultaba inquietante. «Si tan solo me confiaras que te hice para que me odies» pensó triste.

Eleanor no podía dejar de observar la atmósfera que se había instalado entre sus hijos. La actitud de Sophia la preocupaba, no solo por su silencio y su indiferencia, sino por la distancia que había comenzado a tomar con su hermano. En otros tiempos, ella y James habían sido inseparables, compartiendo risas, juegos y pequeñas confidencias. Pero ahora, Sophia parecía evitarlo.

Eleanor, que había sido siempre la mujer de acción, no pudo soportarlo más. La inquietud se transformó en una leve molestia, y con una voz firme, pero sin perder su autoridad maternal, dirigió la mirada hacia su hija.

— ¿Sucede algo Sophia? —su voz sonó cortante, una mezcla de preocupación y frustración. Sophia, que fingía estar jugando con su tenedor, levantó la vista de la mesa, pero evitó mirarla directamente.

El silencio en la habitación se volvió insoportable. La mirada de Eleanor no era una simple mirada inquisitiva, sino una que pedía respuestas. Sophia estaba demasiado absorta en sus pensamientos para procesar la pregunta con rapidez. Pero Eleanor no esperaba una respuesta inmediata. Sabía que su hija estaba tratando de ocultar algo, una especie de malestar que la hacía retraerse.

—¿Por qué actúas así con tu hermano? —insistió Eleanor, esta vez dejando claro que no era solo una simple pregunta. Había un reproche en su tono. Sophia se quedó en silencio por un largo momento. La respuesta estaba a la vuelta de la esquina, pero algo la detenía. La joven no quería que su madre notara lo que realmente sentía, lo que la atormentaba por dentro.

— Mamá, ella es igual de orgullosa a una persona rubia que conozco — Se apresuro en observar a tono de broma James, refiriéndose a Eleanor y tratando de disipar la tensa atmosfera reinante.

Sophia sentía un nudo en la garganta, algo que la bloqueaba cada vez que intentaba ser honesta. Un cúmulo de emociones confusas la invadía, y aunque sabía que su madre solo buscaba respuestas, lo único que pudo hacer fue meterse un trozo de tortita americana en la boca y empezar a masticarlo, evitando el contacto visual.

—Nou esb nodo, momó —dijo finalmente con la boca llena, sin convicción. Su voz estaba tan baja que casi no la escucharon. Eleanor frunció el ceño, sin convencerse de su respuesta. La mujer sabía que algo no estaba bien. Su hija había cambiado, se había distanciado, y pensó que James no era el culpable de eso. Si no paso del tiempo, las preocupaciones, las nuevas dinámicas en la casa… todo eso había afectado a Sophia.

—No me mientas, Sophia —le dijo Eleanor, y aunque su tono seguía siendo firme, había una pizca de ternura, una necesidad de comprender a su hija. Pero Sophia no quería ser comprendida. No de esa manera.

—El desayuno está delicioso, mamá —dijo, tratando de cambiar rápidamente de tema, como si intentara desviar la atención.

Con una disimulada sonrisa tierna, James observó que su pequeña hermana trataba de escabullirse del tema aludiendo a la gran destreza culinaria que poseía Eleanor y notando su incomodidad, decidió intervenir de forma sutil. Quería aliviar la tensión en el aire.

—Estoy decidido a ingresar a la universidad este año, mamá —dijo con firmeza, a la vez que miraba desayunar a su hermana nerviosa, mientras pensaba «Cómo Sophia puede comer tanto y nunca engordar». Al mismo tiempo que percibía cómo la noticia caía como un balde de agua fría en la atmósfera de la cocina. Eleanor se quedó en silencio, sorprendida. La incertidumbre que había estado rondando su mente se reflejaba por un breve segundo en sus ojos, antes de que se volviera nuevamente esa versión segura de sí mismo que todos conocían. Sus palabras parecían sencillas, pero para Eleanor, fueron una tormenta que se desató en su pecho.

Eleanor, que estaba preparando la lonchera de James sin apartar la vista de la cocina, se detuvo en seco. La cuchara que sostenía en la mano quedó suspendida en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante. Su corazón latió con fuerza, no por el orgullo que sentía por su hijo, sino por una mezcla de confusión y miedo que se instaló en su interior.

«¿Universidad?» pensó Eleanor, su mente dando vueltas al instante. Un par de segundos que parecieron horas. Se había apoyado tanto en él. La empresa, el legado de su difunto esposo… y ahora su hijo quería distanciarse. Claro, ella entendía que era un joven con sueños propios, pero ¿qué significaba esto para ella? ¿Cómo seguiría todo sin él? ¿Cómo afrontaría esa responsabilidad ella sola? James no solo había sido su apoyo emocional desde la muerte de su esposo, sino también una pieza clave en el funcionamiento de la empresa.

El temor comenzó a calar en su corazón, y por un momento se sintió pequeña, vulnerable ante la noticia. Eleanor nunca había sido una mujer que se dejara dominar por las emociones. Siempre había sido la figura fuerte de la familia, la que tomaba las decisiones detrás del telón. Pero ahora, mientras miraba a su hijo con una mezcla de orgullo y ansiedad, algo en ella temblaba, algo que no había sentido antes.

El gesto de James parecía tan inocente y, al mismo tiempo, tan cargado de cambios que no sabía si sentirse feliz o alarmada. ¿Qué pasaría si todo cambiaba? Si él se iba, si él tomaba un camino que ya no la incluía en su vida diaria.

—Es una gran noticia, hijo… —respondió Eleanor, pero su tono vacilante delataba sus pensamientos internos. —Estoy orgullosa de ti, de verdad, pero… no sé, hay tanto que tenemos que hablar sobre esto.

Sophia, por su parte, se quedó paralizada, su rostro reflejando una mezcla de asombro y miedo al imaginar la ausencia de su hermano en la casa. La idea de que James pudiera irse a la universidad la llenaba de incertidumbre, y por un instante, su timidez desapareció, como si una chispa de frustración la hubiera hecho hablar.

—Claro, James puede irse a la universidad y dejarnos aquí con todo el trabajo — Alzó la voz sin pensarlo.

El silencio en la cocina se volvió pesado después de la intervención de Sophia. Cuando su voz rompió el aire, las palabras que salieron de su boca parecían no pertenecerle. Apenas las dijo, se dio cuenta de lo que había hecho. Su rostro se puso al instante rojo como un tomate, y sus manos, que hasta ese momento habían estado juguetonas con una servilleta, ahora se quedaron rígidas sobre la mesa.

Sophia miró al suelo, sintiendo que el calor de la vergüenza la invadía desde los pies hasta la punta de los cabellos. En un intento por esconderse, bajó la mirada, aunque no pudo evitar escuchar cómo el aire en la cocina se espesaba, como si sus palabras hubieran dejado un eco incómodo. James estaba allí, frente a ella, pero ya no parecía el hermano de antes. Esa figura que había estado cerca de ella durante tantos años, ahora se sentía tan distante como un desconocido.

Pero, como siempre, Sophia intentó hacer frente a la situación, aunque a su modo. Su cabeza comenzó a dar vueltas, y los pensamientos empezaron a apilarse en su mente como fichas de dominó. ¿Por qué lo había dicho? ¿Qué pensaba que lograría al reclamarle de esa manera? Miró a su madre, que aún procesaba la noticia de la universidad, y luego volvió a James, que se mantenía calmado, sin hacer ningún comentario.

Fue entonces cuando Sophia comenzó a hablar consigo misma, en voz baja, como si se estuviera excusando de manera frenética.

— Sophia, ¿por qué eres tan tonta? —pensó, mordiéndose el labio, mientras sus ojos se deslizaban por la mesa, buscando algo, cualquier cosa, para no tener que enfrentarse al hecho de que su hermano podría haber descubierto sus sentimientos mientras él mientras estaba tomando una decisión que cambiaría todo.

— No debí haber dicho eso… ¿Por qué lo hice? —se regañaba mentalmente, pero pronto los pensamientos se mezclaron con una risa nerviosa que apenas pudo contener. — Claro, por supuesto, porque soy una adolescente que tiene las hormonas en guerra. Qué bonito, ¿no?

Su mente empezó a buscar excusas, y en su típica forma de autodefinirse con humor, Sophia se dedicó a caricaturizarse. El toque de comedia que ella misma le dio a la situación era lo único que podía hacer para sobrellevar la vergüenza.

— En serio, ¿quién me manda a decir algo tan dramático? Como si fuera una novela… — Pensaba, imaginándose a sí misma como una heroína trágica de una historia imposible. «El hermano se va a la universidad… y la hermana desesperada cae en el abismo de la tristeza… ¿Qué va a ser de mí sin él? ¡Ay, qué cliché!»

Luego, un silencio más pesado que el anterior se apoderó de la cocina. En ese momento, Sophia entendió que no solo había sido tonta por gritarle a su hermano frente a su madre, sino que también había dejado escapar algo mucho más profundo, algo que no quería reconocer: James ya no iba a estar allí como antes. Y esa idea, aunque la había bloqueado, comenzó a calar hondo en ella. El abismo de la ausencia, el vacío de la casa sin él, comenzó a asomar, pero Sophia lo ignoró rápidamente. De inmediato, se sintió avergonzada de ser tan débil, de no poder ocultar lo que sentía, incluso con la fachada de ironía y humor que siempre utilizaba para protegerse.

— ¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento tan mal? —se preguntó en un susurro, más para sí misma que para cualquier otra persona.

Y fue en ese preciso momento cuando sus ojos se dirigieron nuevamente hacia James, ese hermano mayor que siempre había estado allí para ella. Lo miró brevemente, ya no como lo había estado haciendo disimuladamente minutos antes, donde apreciaba sus brazos, sus hombros, su espalda, su trasero, sus piernas, esta vez notaba su postura, la forma en que se mantenía firme, pero también distante. James nunca había sido tan emocional, siempre tan calmado, tan seguro de sí mismo, aunque a veces eso mismo lo hacía parecer un extraño. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Dejar la empresa? ¿Irse a la universidad? ¿Dejar a la familia atrás?

Sophia, en ese instante, sintió que el peso de la culpa la aplastaba. ¿Qué estaba haciendo para aportar a la familia? Ella solo se pasaba los días en la preparatoria, estudiando lo mínimo, pero sin realmente contribuir de manera significativa a nada. ¿Cómo podía tener derecho a sentir celos o miedo de la decisión de su hermano, si ella ni siquiera había comenzado a hacer su parte?

Una punzada de tristeza atravesó su pecho. «¿Por qué me siento tan inútil?»

La sensación de incomodidad aumentaba, pero a la vez, había algo irónico en todo esto. En medio de su caos mental, Sophia se dio cuenta de que, de alguna manera, había algo hermoso en la tragedia que sentía. De alguna forma, sus sentimientos eran tan intensos porque, aunque no lo entendiera aún, estaba ahora segura en reconocer lo que hasta ahora se había negado en aceptar, lo que James significaba para ella, más allá de ser simplemente su hermano mayor.

— Ay, Dios… ¿en qué momento me convertí en una telenovela? —pensó con una risa amarga, pero al mismo tiempo tan llena de verdad que le hizo doler el estómago y la nariz, mientras sentía crecer un nudo en su garganta que le impedía pasar la saliva.

James, aunque sorprendido, explicó con calma.

—Bajo ninguna circunstancia dejaré la empresa, mamá. Tengo un plan para seguir apoyando a la familia mientras estudio. No se preocupen, todo estará bajo control.

Eleanor, aún preocupada por la actitud de Sophia y el cambio de su hijo, decidió dejar el tema de la universidad para otro momento.

—Lo hablaremos más tarde, James. Ahora vete, no llegues tarde a la entrega.

James asintió, algo intrigado por la actitud de su hermana. Últimamente ella no le hablaba mucho, y eso lo desconcertaba. Se dio cuenta de que había algo más en la mirada de Sophia, algo que no lograba entender. Con una última mirada hacia ella, James decidió que no presionaría más. Si ya no confiaba en él, esperaba que al menos confiara en Eleanor.

—Nos vemos luego, mamá. Estaré esperando en tu oficina.