Capítulo 1

El gel frío hace que Astrid contenga la respiración. Su madre, Ingrid, está sentada a su lado con la vista puesta en la pared blanca del consultorio.

—Ya casi terminamos —dice la doctora, su voz amortiguada por el barbijo.

Astrid gira la cabeza: —Sigo sin entender por qué hacemos esto. Las pastillas funcionan bien.

—Un DIU es una solución para largo plazo, —responde Ingrid—, tienes que estar lista para lo que venga.

Horas más tarde, Astrid está tirada en la cama de su habitación, chateando con sus amigas sobre planes para la universidad: Estocolmo, Uppsala o quizás, Copenhague. Un sonido agudo y lejano empieza a colarse por la ventana. Al principio, lo ignora. La sirena crece y se convierte en un aullido desesperado que parece venir de todas partes. Su celular parpadea con una llamada.

—¿Papá? ¿Qué es ese ruido? —pregunta, sentándose de golpe en la cama.

La voz de Anders es tensa:

—Astrid, escúchame con mucha atención. No hay tiempo. Quiero que tomes las llaves de la 4×4, subas a Lars y vayan a la ubicación que te estoy mandando.

—¿Qué? ¿Por qué? Se supone que no puedo usarla sola…

—Astrid, ¡obedece de una puta vez!

La llamada se corta luego de una interferencia. Astrid se asoma a la ventana. Autos aceleran por las calles, desesperados. Gritos y gente corriendo para todos lados. La sirena es ahora más fuerte. Sin dudar, la chica se pone unas zapatillas, la campera y corre hasta el garaje. Mete a su hermano y arrancan derribando un par de tachos de basura. El volante se le resbala de las manos sudorosas. Tiene que clavar los frenos para no atropellar a una pareja. Esquiva más autos y se sube a la autopista. Al cabo de unos minutos están metidos en un embotellamiento. La desesperación la consume. Gira el volante bruscamente, rompe la valla de contención y acelera a través de un parque. El Volvo avanza con dificultad, pero ella no baja la velocidad. El camino termina en una tranquera y siguen a pie. Llegan a un pequeño claro. En el centro hay un simple pilar de hormigón que parece un antiguo monolito de superficie lisa.

—¡Usa la mano, Astrid! —dice Lars.

Astrid apoya la mano temblorosa sobre el vidrio de la superficie. Una luz verde. Con un siseo la base de cemento se levanta revelando una escalera que desciende a una oscuridad total. Se precipitan y al llegar al fondo, se topan con una pesada puerta de acero. Hay otro panel de vidrio negro. Entran a un pequeño vestíbulo.

Una voz grabada dice: —Iniciaremos el proceso de descontaminación en diez segundos, por favor quítense toda la ropa. Diez, nueve, ocho…

Astrid se gira y sin pensarlo dos veces se saca la ropa. Lars la mira sorprendido.

—Desnudate tonto. —le dice Astrid.

Una lluvia fuerte y cálida los baña durante varios minutos. Cuando se apaga, un viento cálido los seca. La puerta se abre y avanzan, desnudos. La placa vuelve a cerrarse cuando entran. Están en un espacio amplio, iluminado con una luz blanca y suave que imita la luz del día. Es una especie de sala de estar y centro de mando, con sofás cómodos, una mesa de reuniones. En una pantalla aparece la imagen de Anders.

—¿Qué es esto padre? ¿Qué está pasando? —pregunta Astrid.

—Creemos que son misiles, miles de misiles.

—¿Bombas?

Lars, a su lado, suelta un sollozo ahogado: —¿Y mamá? ¿Dónde está mamá?

—Escúchenme, este búnker es autónomo. Tienen todo lo que necesitan para sobrevivir. No les voy a mentir. Es probable que estén ahí mucho tiempo, años tal vez. No pueden salir hasta que la luz se ponga verde. ¿Entendido? ¡Verde!

—Años… —repite Astrid, la palabra se siente irreal.

La pantalla chisporrotea. La imagen de su padre se congela y desaparece, reemplazada por un mensaje en sueco: «SEÑAL PERDIDA».

Se miran el uno al otro, las lágrimas corriendo por las mejillas de Lars. Y entonces, lo sienten. No es un sonido. Es una vibración que parece nacer de las entrañas de la tierra y hace temblar el suelo de acero del búnker. Es la onda expansiva a kilómetros de distancia.

Una pequeña luz, que hasta ahora había estado apagada, se enciende. Es de un color rojo intenso: «PROTOCOLO DE AISLAMIENTO ACTIVADO. PELIGRO EXTERIOR EXTREMO».

Sin decir una palabra, Astrid y Lars se abrazan. Pierden noción del tiempo. Astrid se da cuenta de que siguen desnudos hasta que los temblores cesan y solo queda el zumbido monótono del búnker. Se seca las lágrimas con el dorso de la mano.

—Vamos —dice, la voz ronca.

Toma la mano de su hermano, que sigue temblando. Encuentran dos monos en un armario y se los ponen. Pasan por una serie de dormitorios idénticos, cada uno con dos camas y un pequeño escritorio. Llegan a una cocina con despensas llenas de paquetes de comida deshidratada sellados al vacío. Detrás de otra puerta, una luz ultravioleta ilumina un jardín hidropónico de varios niveles.

Una voz calmada y neutra, resuena desde unos altavoces en el techo.

—Sistema de producción de alimentos funcionando al 98% de su capacidad. Mi nombre es KRONA, soy la inteligencia artificial de gestión de esta instalación. Bienvenida, administradora Astrid.

Descubren un pequeño gimnasio con máquinas de correr y pesas, una enfermería automatizada que parece sacada de una nave espacial, y una sala de servidores.

—Bienvenida a la biblioteca administradora. Aquí encontrarán el 78,3% de la información vigente en internet hasta cinco minutos antes de la interrupción de la señal.

Vuelven a la sala principal.

Pasan dos ciclos de luz que KRONA simula para mantener el ritmo circadiano. El shock inicial se desvanece dejando paso a una angustia profunda. Astrid rehidrata unos paquetes de lo que parece ser un estofado y se lo sirve a Lars en la mesa de reuniones.

Lars mira el plato, luego a su hermana, y su rostro se descompone.

—No quiero esto —dice.

—Lars, tienes que comer algo.

—¡No quiero esta comida! —grita empujando el plato, que cae al suelo con un ruido sordo—, ¡Quiero la comida de mamá!

El primer instinto de Astrid es gritarle. Pero ve su rostro y se conmueve. Lo rodea con sus brazos mientras él se sacude y solloza, y lo abraza con todas sus fuerzas.

—Estamos juntos en esto, Lars —le susurra al oído, más para convencerse a sí misma que a él—. No estás solo. Estoy aquí.

Se quedan así por un largo tiempo.

A la mañana del tercer ciclo, Astrid se despierta con una nueva determinación. Se sienta frente a la terminal principal y, con la ayuda de KRONA, diseña un horario. Lo proyecta en la pantalla grande de la pared.

Lars lo mira desde el sofá, los ojos hinchados y una expresión de apatía. —¿Qué es esto?

—Es un mapa —responde Astrid, su voz firme—. Para no perdernos. Empezamos ahora. Gimnasio.

Él no protesta. Se levanta y la sigue. Minutos después, corren uno al lado del otro sobre dos cintas mecánicas. Más tarde en la biblioteca se sientan a estudiar. KRONA ha diseñado un programa adaptado a la edad de cada uno.

Han dejado de contar los ciclos de luz desde hace mucho tiempo. Pueden haber pasado meses o años, ya no quieren saberlo. Cada tanto miran a la puerta y la luz roja sigue imperturbable.

—Quiero ver Blade Runner —dice Astrid, seleccionando el archivo en la terminal.

—¿Otra vez? —se queja Lars, despatarrado en el sofá—, ya la vimos cuatro veces. Quiero ver Terminator.

—Terminator es ruido y violencia sin sentido. Blade Runner tiene capas, te hace cuestionar…

—¡Estoy harto de cuestionar! —explota Lars, poniéndose de pie de un salto—. ¡Harto de tus horarios, de tus lecciones, de tu comida sana y de tus… “capas»!

Astrid se encierra en la biblioteca y abre el terminal. A veces usa a KRONA para desahogarse.

—De acuerdo con el último examen de sangre, Lars está experimentando cambios en su carácter como consecuencia de modificaciones hormonales. —Dice la IA.

—¿Hormonales? ¿De qué estás hablando? —pregunta Astrid.

—El joven está experimentando cambios metabólicos que lo llevan a sentirse confundido. He analizado la base de datos y dichos cambios se producen antes en la media de la población sueca, posiblemente el pequeño retraso en Lars se deba al encierro.

—No tengo ni idea de lo que me estás diciendo, —insiste la chica algo irritada.

—Le estoy hablando de su capacidad de reproducirse. Está teniendo pulsiones sexuales.

—¿Qué pulsiones puede tener ese mocoso en este lugar encerrado?

—Usted, Administradora, es la principal fuente de su turbación.

Krona le muestra una serie de videos donde ella se mueve por el bunker en ropa interior y él la sigue con la vista apoyando la mano en los genitales disimuladamente. Astrid se lleva una mano a la boca y recuerda las veces que, con naturalidad, se olvidaba ponerse el sostén y sus pechos traslucían por la remera delagada. También recuerda todas las veces en que, para no lavar ropa, se quedaba en bragas todo el día.

—¿Me estás diciendo que se masturba mirándome?

—Aún no ha comenzado el proceso de autosatisfacción, porque no sabe cómo hacerlo, y eso lo está llevando a una crisis nerviosa.

—¿Y se supone que yo tengo que enseñarle? ¿Justo yo que tengo la lívido por el suelo?

—Lamento discrepar, Administradora, pero he observado que, en su caso, también se han producido cambios en los últimos meses.

La pantalla proyecta imágenes de Astrid entrando al baño con la excusa de lavarse los dientes, pero la cámara capta cómo mira a Lars mientras se baña. En un costado se ven los datos biométricos de la chica y las pulsaciones en aumento.

—Bueno basta. Ya entendí. Puede ser que tenga algo de curiosidad. ¿qué sugieres?

—Los estudios sobre dos jóvenes aislados por mucho tiempo demuestran que en el 92,7% de los casos la relación termina incorporando componentes sexuales, con independencia de cualquier valoración moral que hayan incorporado previamente.

—Es una tontería, —responde la chica— es mi hermano, no voy a hablar de estos temas con él.

Apaga la terminal y va a la cocina a preparar la cena. Intenta olvidarse, pero las palabras de Krona se instalaron como semillas de una planta que crece sin descanso. Ahora le resulta casi imposible evitar pasar por el baño cuando su hermano está. A veces lo observa desnudo bajo la ducha, otras cuando está orinando. Ese miembro casi desarrollado por completo, lampiño y no muy grande por alguna razón le resulta un imán para sus ojos. A veces, con suerte, logra pescarlo teniendo leves erecciones, pero sabe que son apenas una minúscula parte de lo que deberían ser.

No son pocas las veces en que, desvelada, se para en la puerta de la habitación y lo observa dormir. Mirá su cuerpo en la penumbra, el contorno de una figura cada vez más grande. Por Dios, “¡cuánto hace que no estoy con nadie!”, piensa.

Esa noche la pelea es agria, llena del veneno acumulado durante incontables días. Termina como todas las demás: en un silencio hostil. Cada uno se retira a su habitación, y las puertas al cerrarse suenan como las de una celda.

Ella no puede dormir. Sigue pensando en las palabras de esa estúpida IA. Se levanta y va a servirse un vaso de agua. Cuando vuelve se detiene frente a la habitación de Lars. Está durmiendo despatarrado. Uno de los testículos se escapa del slip y siente un cosquilleo extraño. Instintivamente se lleva la mano al pecho y nota que tiene los pezones erizados.

—Maldita sea —dice en un susurro, y se va a la cama.

La mano se apoya sobre la bombacha y la deja ahí. “No puedo hacer esto, no puedo excitarme pensando en él, eso está mal”, piensa. Sin embargo, la mano se mueve independientemente de sus reflexiones y presiona suavemente la vulva. La humedad de su sexo traspasa la tela y siente los dedos mojados. “¿Y si tenemos que pasar toda nuestra vida en este maldito bunker? ¿A quién le importa lo que haga o deje de hacer? Al fin y al cabo, son mis propias fantasías, nadie se va a enterar”, reflexiona mientras se baja la tanga. En pleno éxtasis se da cuenta de que lo que más la excita es justamente la sensación de estar haciendo algo completamente prohibido. Visualiza ese miembro indebido y un denso y lubricado chorro de flujo se derrama sobre la mano. Desesperada, se imagina besando esos testículos, saboreando esos glúteos, paseando la lengua por el interior de los cachetes, y dos dedos se meten entre los labios apoyándose sobre el inflamado clítoris. Se lleva la otra mano por debajo de la remera y acaricia los pezones. Se imagina la boca de Lars chupando y mordisqueándolos. Aprieta la cola y lanza un leve gemido. Sus dedos se mueven con sutileza sobre el clítoris, disfrutando el momento, sintiendo la excitación de estar haciendo algo ilícito. Cada tanto un dedo baja un poco más y se introduce en el orificio completamente dilatado. ¡Cómo desea que él la descubra así con las piernas abiertas masturbándose como una gata en celo! La sensación es tan poderosa que no puede resistirse y los dedos aumentan la velocidad y el ritmo. Gira la cara y muerde la almohada para no gritar.

—¿Qué estás haciendo? —la interrumpe Lars.

Sobresaltada y enojada le grita —¡Vete de acá!

La almohada sale proyectada directo contra Lars que logra evitarla cerrando con rapidez la puerta.

Durante días, apenas se hablan.

Una mañana la alarma los despierta. Luces rojas titilantes bañan todo el bunker. Astrid sale de su habitación corriendo. La sigue Lars.

—¿Qué pasa Krona? —dice la chica.

—Se alcanzó el límite de dióxido de carbono. Si en cinco minutos no cambian el filtro de reciclador caerán desmayados. —responde Krona.

Astrid mira a Lars: —¿No te ibas a encargar?

Él se encoje de hombros. Astrid corre tosiendo y tras varias maniobras logra hacer un trabajo de veinte minutos en cuatro. Las luces se apagan.

La chica vuelve a la sala y encuentra a Lars jugando.

—Ya me harté —dice ella, enojada.

Lo toma de la mano y lo lleva al baño.

—¿Te has vuelto loca? —pregunta Lars sorprendido.

—No voy a permitir que tus hormonas nos terminen matando. Sácate la ropa. —ordena Astrid sentándose sobre la tapa del inodoro.

—De ninguna manera —responde él

Pero la mirada de Astrid no da lugar a discusión. Finalmente, Lars agacha la cabeza y se saca el mono. Ella Respira hondo y le baja el calzoncillo. El intenta zafarse, forcejean, pero la chica gana.

—Mira, bastante traumático es estar aquí como para que no puedas manejar tu cuerpo. Te voy a enseñar lo que tienes que hacer a ver si con eso te tranquilizas y no nos pones más en riesgo.

—¿Es tu manera de castigarme? —pregunta Lars enojado.

—No —responde la chica con media sonrisa—, esto no va a ser ningún castigo, te puedo asegurar.

Con delicadeza toca los testículos de Lars y como si hubiera soltado un resorte apretado, el pene del muchacho tiene una erección imposible. Ella sonríe y se siente poderosa al ver el efecto que produjo en él. Con mucho cuidado toma entre los dedos la punta del miembro y empieza a masajearlo. Es extremadamente suave, tierno, simétrico y, por sobre todo, completamente virgen. La piel que lo rodea es igual de blanca que el resto del cuerpo, no como esos miembros oscuros y toscos que solía ver por internet. Aprieta un poco y sale un flujo transparente y espeso.

—Esto, es algo natural. Le pasa a todos cuando llegan a una determinada edad. Tu pene creció porque se llenó de sangre, y se prepara para tener relaciones sexuales, —dice ella con un tono que intenta sonar lo más profesional posible.

—¿Relaciones sexuales? —pregunta entre gemidos.

—¿No te enseñaron nada en la escuela? Es la forma en la que dos personas expresan su amor.

Él niega con la cabeza como si no supieran de qué le están hablando. Astrid suspira y toma con toda la mano el pene moviéndola con delicadeza. Al ver que a Lars se le aflojan las piernas, pone la otra mano debajo de los testículos y los masajea. El miembro se hincha más.

—Cuando estés tenso, vas a hacer esto para tranquilizarte.

La joven empieza a rozar el miembro de arriba hacia abajo y llevada por la curiosidad deja que el rosado glande quede al descubierto entre sus dedos. Él se mueve por el ardor del rozamiento y ella comprende que no está suficientemente lubricado. Se acerca y deja que un hilo de baba caiga sobre el sexo del chico, quien suspira aliviado.

—¿cua – cuán-to-tiem-po? —dice Lars.

Astrid sonríe: —te vas a dar cuenta solo.

La chica aumenta la velocidad de sus caricias mientras las piernas del muchacho se ponen duras como una roca. Endurece los glúteos y los testículos se contraen hasta casi desaparecer, preparándose para lo que va a venir. Finalmente, un chorro de semen sale disparado con violencia cayendo directamente en la cara de Astrid.

—Bien —dice ella mientras se limpia la cara con papel.

Ese líquido blanco se llama semen, ahí están las células con las que se hacen los bebés. Cuando tu cuerpo siente el máximo placer expulsa el líquido que cuando se junta con la célula de la mujer se forma un bebé.

—Y entonces, ¿vas a quedar embarazada?

—Para que una mujer quede embarazada —continúa Astrid limpiando los genitales de Lars— el pene tiene que estar adentro de la vagina de la mujer. Y en mi caso no podría quedar embarazada porque tengo un aparato adentro que lo impide.

Lars se viste y vuelve a la sala, pero no enciende la consola de juegos. Se acuesta y se queda dormido. Astrid se sienta a su lado y le acaricia el pelo.

Pasan varios ciclos. Lars parece haberse vuelto adicto a la masturbación, y como la primera vez su hermanastra estuvo presente, ahora no tiene ninguna vergüenza de hacerlo delante de ella, en la sala común, en la biblioteca o en su habitación con la puerta abierta. Al principio piensa que tal vez debería decirle que es un acto íntimo, pero como lo ve tan calmado y obediente, decide dejarlo pasar. Total, no hay nadie más que ellos en el bunker.

Una noche Lars entra en el cuarto de la chica.

—¿Qué pasó? —pregunta ella, sobresaltada.

—Tengo una duda —dice él.

—¿Y no puede esperar a mañana?

—Si no tienes pene, ¿cómo te calmas cuando estás nerviosa?

Astrid intenta poner la mente en orden y ensaya una respuesta: —¿Qué parte de tu pene es la que te da más placer?

—La punta —responde él

—Eso se llama glande, y las mujeres tenemos algo parecido, pero está metido adentro de nuestra vagina. En nuestro caso se llama clítoris.

—Quiero verte.

—Estás loco, a dormir —responde ella dándose media vuelta.

—No es justo, tú me ves todo el tiempo y yo no.

Ella se queda quieta, aparentando estar dormida, pero su hermano sigue sentado esperando una respuesta. Finalmente, suspira y se pone boca arriba.

—Ok, ¿si te muestro me dejas dormir?

El asiente. Ella se corre el short y la bombacha dejando al descubierto su sexo. Se humedece los dedos y luego los mete entre los labios vaginales.

—¿Ves? Así es como se hace —dice ella.

—Me estás mintiendo, —responde él—, yo me contorsiono de placer y a vos no te pasa nada.

Astrid pone los ojos en blanco y empieza a mover los dedos sobre el clítoris. Al principio es un leve cosquilleo, pero cuando toma consciencia de que se está masturbando delante de su hermano un torrente de placer la invade, y se pierde en medio de movimientos rítmicos y acelerados. Lars apoya la mano en el muslo de la chica, y ella ve la erección del chico a través de su calzoncillo. Gime de placer. Lars se da cuenta del efecto que ha provocado y sigue acariciándole el cuerpo. Astrid levanta la remera dejando los pechos al aire y él, comprendiendo la invitación, apoya la mano en esos pechos firmes, jóvenes, turgentes. Con los pezones a punto de explotar, aumenta el ritmo de los masajes sobre su clítoris, y sabiendo que estaba llegando al clímax se encorva en un rapto de desesperación. Lars aprieta los pezones y ella pega el alarido descontrolado que da fe del mejor orgasmo que ha tenido hasta ese momento. Él saca la mano, asustado, pero ella lo retiene.

—Eso fue un orgasmo —dice Astrid agitada aún.

—Un orgasmo —repite él.

Más calmada, le acaricia la mejilla y dice: —Es lo mismo que te pasa a vos, pero nosotras no soltamos ningún líquido.

—Comprendo —dice Lars y se vuelve a su cuarto.