Haciendo de boy

Nadia y yo nos conocemos desde el instituto y salimos alguna vez antes de comprender que entre nosotros lo mejor que había era una gran amistad basada en nuestra complicidad.

Han pasado más de 10 años desde que nos conocimos y aún somos dos grandes amigos.

Cada uno tiene su respectiva pareja, pero solemos salir todos juntos. Bueno, Nadia y Félix y Andrea, casi todos los de la pandilla del instituto.

Se puede decir entonces que a Nadia la veo más como una hermana que como a una mujer, pese a que es muy guapa.

No es como mi novia Vero, con la que llevo tres años y con la que me pienso casar cuando me den el ascenso, y no sólo por razones físicas (Vero luce un tipazo de escándalo y es más delgada que Nadia, que es más rellenita.

Ambas tienen una cara muy bonita y una melena preciosa. La de Nadia es más oscura que la de Vero, que es castaña tirando a rubia).

Es la mujer de mi vida.

Nadia es bastante tímida y no se llega a valorar del todo como es. Menos mal que su novio, Diego, la ha subido mucho el ánimo.

Llevan ya dos años de casados y están muy bien, cada uno con un trabajo estable.

Pero pese a que ahora Nadia se quiere más de lo que hacía antes, se le nota que la timidez todavía no se la ha quitado de encima.

Se puede ver según como se viste. No aprovecha sus atributos con escotes de ningún tipo y verla con falda es casi un milagro. Y ya digo que no está mal. Hemos ido juntos a la playa y no sólo yo lo digo, también Vero la ha alabado al verla en bikini, sorprendiéndose mucho.

Si hablo tanto de Nadia es porque ella es la que desencadena este relato con una petición que me hizo hace unas dos semanas.

Yo la veía notando preocupada la anterior semana, pero no sabía por qué y como no era del todo claro no le había dicho nada.

Una tarde se presentó a la salida de mi trabajo y fuimos a tomarnos una copa (es algo bastante habitual porque trabajamos cerca el uno del otro y solemos volver juntos).

No sabía cómo empezar y se estaba enrojeciendo por momentos. Yo la conozco bien y sabía que lo que me estaba diciendo era un método para ganar tiempo.

La sugerí que se bebiera de un trago la cerveza que le faltaba y que me contara. Lo hizo y me miró muy seria a los ojos. «Sabes que no te lo pediría si no me viera muy apurada».

Pidió un tequila al camarero y, tras bebérselo de un trago, tomó carrerilla:

– Ya sabes que estoy últimamente liada con los preparativos de la boda de mi prima porque me pidió ser su dama de honor, ¿no?

– Sí, algo me dijiste. ¿Por eso estás tan preocupada?

– Es que es bastante más complicado de lo que pensé. Ya sabes que aprecio mucho a Isabel y quiero que todo salga perfecto. Bueno, lo estaba logrando, hasta que Carmen, su mejor amiga, me dijo que la ilusionaba mucho una despedida de solteros a lo grande, como la que le iban a dar a su prometido. Y bueno, yo había preparado lo típico, una visita a un Boys, unos bailes privados, etc. Lo tuve que cancelar porque Carmen me contó cual era la fantasía de Isabel…

Nadia miró mi cerveza y se tomó un buen trago para continuar.

– Ella quería una fiesta en su chalé de la sierra con todas las amigas, con todo tipo de bebidas y juegos y que la guinda fuera un pastel del que saliese un boy de escándalo, que hiciese un streaptease lo más subido de tono que fuese posible…

– ¿Y…?

– El chico que tenía preparado se me echó para atrás y me lo dijo hace tres días. Y no he podido encontrar a nadie que no tuviera ya algún compromiso.

– ¿Y dónde entro yo? Yo no conozco a ningún boy…

– Nacho…

Me miró entre avergonzada y pícara y entendí lo que me estaba planteando: ¡que yo fuera el boy para su fiesta!

No me gusta presumir de mí mismo, pero voy bastante al gimnasio y tengo un cuerpo muy trabajado, y me enorgullezco de mi cuerpo, sobre todo de mis pectorales y de mis abdominales. Además soy bastante moreno y sé que las chicas no me quitan ojo y que Vero no se burla de mí cuando me dice lo bueno que estoy.

Le dije a Nadia que nunca había hecho un striptease y que me daría vergüenza. Además, alguna de sus amigas podría conocerme… Nadia no quería obligarme y me dijo que lo entendía, pero le vi en el rostro una cara de apuro como nunca la había visto, así que le dije que lo haría.

Era una locura y no quería que se enterara Vero ni nadie. Ella me lo aseguró y me dijo que había pensado hasta en el disfraz para no descubrirme.

Su cara se iluminó de repente y me soltó sus planes, dándome incluso un video para que aprendiera algún baile para ellas.

Animada por las copas, llegó incluso a decirme que quitarme el taparrabos sería decisión mía, que no me dejase influir por las chicas, aunque lo más propio sería llevarme a la prometida a una habitación aparte; me asombré por eso último y, muy agitada, me dijo que no hacía falta que me la tirara, que sólo hiciese algún contoneo erótico y más atrevido, que lo importante era que pasara con ella un buen rato para hacer creer a las demás que lo habíamos hecho.

Me dijo que me pagaría como un boy, yo me negué a cobrarla, pero insistió mucho y me decía entre risas que a ver si lo que quería era cobrar a parte… No la entendí y me dijo que viera la película.

Estábamos a miércoles y la fiesta era el sábado. Los dos días siguientes estuvimos preparando los detalles: buscarme una excusa con Vero, saber cuántas invitadas vendrían a la fiesta, saber cómo eran, preparar el disfraz…

Lo de Vero se resolvió con una reunión de trabajo y copas con los compañeros.

Vendrían unas veinte chicas, de 20 a 47 años, con muchas ganas de juerga, muy escandalosas pero pacíficas, iría con el traje del zorro, con capa, con un pañuelo en la cabeza, un bigote de pega, el antifaz que nunca me quitaría, pantalones de cuero, camisa negra y un taparrabos del mismo color, también de cuero y que me trajo a casa cuando Vero estaba fuera.

Me memoricé un baile y el viernes le comenté lo nervioso que estaba, entre otras cosas porque no sabía si no iba a excitarme, luego la eché una pequeña bronca por lo del dinero a parte (que era aceptar algún cobro de alguna chica para algún servicio especial; en el vídeo el actor ganaba mucha pasta…).

Me dio la dirección y una llave para que entrara por la puerta de servicio a la una y media, acordamos que no saldría de la tarta hasta que sonase la canción convenida (Sexbom, de Tom Jones), cuando ella y Carmen la abriesen por la mitad y luego no nos vimos el sábado hasta la fiesta.

El sábado por la tarde hice unas horas extra en el trabajo y cuando salí llamé a Vero, que me dijo que iba a salir con unas amigas. Ya eran las diez y estaba muy nervioso. Quedaba demasiado y pensaba que Nadia me iba a deber un favor MUY grande.

Me fui a tomar alguna caña y hacia las once y media, llamé a casa. No había nadie en casa y me fui a por el disfraz, a ponerme al menos la camisa, el taparrabos y los pantalones, que tenían cremalleras a los lados para que fuera espectacular el modo de quitármelos. No me puse calcetines y escogí unos zapatos fáciles de quitar. Las doce y media.

La despedida ya habría comenzado hace bastante. Guardé el resto del disfraz en una bolsa y me fui en coche para allá.

Hacia la una y cuarto estaba delante de la casa. Completé mi atuendo (comprobando que el taparrabos era al menos de una talla menor a la mía y que sería fácil que algún huevo se me saliera al moverme) y un poco antes de la una y media estaba en la casa.

En la cocina estaba la tarta abierta por la mitad. Era de plástico. Oía el bullicio en la habitación de al lado, muchas risas y gritos. Me metí y la cerré. Sólo quedaba esperar y esperaba que los tragos previos me ayudaran a sentirme desinhibido.

Oí pasos y Nadia y Carmen (que no sabía quién era yo) me dijeron que estaba todo listo. Di un golpe como señal de confirmación y me arrastraron al salón. Por las luces que las rendijas dejaban escapar, noté que las apagaron. Oí una voz preguntar que si el boy tenía un pene grande y me sorprendió oír a Nadia decir que era enorme.

Nunca me la he medido, pero menos de 18 centímetros no tengo (según comparaciones que no vienen al caso con Vero con diversos objetos), o sea que la bruja de Nadia en alguna ocasión me habría espiado (no me hace falta estar empalmado para que mi pene tenga buen aspecto, y no pretendo chulearme).

Muchos gritos resonaron. Parecían lobas en celo aquellas mujeres. Me situaron en medio de la sala y resonó el inicio de la canción.

Abrieron la tarta y me incorporé. ¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaah!!!! Entre los gritos casi no se oía ni la música. Me habían puesto una especie de foco apuntándome y las veinte mujeres se arremolinaban en torno a mí, que ya estaba empezando a jugar con la capa.

Desde mi alta posición, hice un pequeño reconocimiento y comprobé que conocía a casi todas, aunque no en el estado en que se encontraban, bastante borrachas, desatadas y muy excitadas. Me encontré más cómodo de lo que pensaba y me halagaban los gritos que me dedicaban: tío bueno, macizo, quítate la ropa, enséñanos tu paquete, etc.

La capa se la lancé a la tía de Isabel (y no la madre de Nadia), la veterana del grupo y una de las más ruidosas e indecentes. Bastante rellenita y exuberante con ese escotado y apretado traje de lentejuelas. Fui desprendiéndome de las prendas y lanzándoselas a las gatas salvajes, que se lanzaban con furia a por lo que tiraba.

Vi que la novia llevaba su traje blanco de bodas, muy bonito y escotado. La chica no era una preciosidad, pero no estaba mal y tenía su punto su cara pálida y su apretado escote, que elevaban sus tetas y las redondeaban. Nadia vestía, como todas aquellas mujeres, muy sexy también, con una minifalda negra muy mini y un top súper ajustado y escotado.

También el maquillaje contribuía a que su aspecto me resultara diferente. Y he de reconocer que me fijé en una chica, creo que se llama Karen, amiga de Isabel, una chica no sé si colombiana o venezolana, no recuerdo, un bombón mulato con pantalones ajustados por la cintura y una pequeña camiseta negra de tirantes que remarcaban sus atributos generosamente. Para ella fue la distinción especial de los pantalones y mis más insinuantes miradas, algo escondidas tras el antifaz.

Todas pidieron que el taparrabos desapareciera, y mi intención era que se conformaran con la visión de mis testículos al aire rebosando ese apretado atuendo y con mis nalgas solamente cubiertas por una fina tira que se me metía por la raja; haría un gesto a la novia y, falseando la voz, exclamaría que el resto era para la novia, pero yo estaba muy excitado, la verdad, con tanto halago y tanta hembra lujuriosa deseándome, así que después de varios amagos me los bajé y disfruté con el gran chillido de júbilo.

No me avergonzó saber que estaba casi totalmente erecto y que la punta de mi glande estaba descapullada. Todas me gritaban que querían ese palo dentro de ellas, incluyendo a Nadia, que también estaba enfervorecida. Pero me lo subí y tomé a la novia en brazos, llevándola a la habitación de arriba.

Isabel me buscaba la boca con un atrevimiento que no me esperaba, pues ella siempre ha sido muy cortada. La situé en el cuarto de pie y me contoneé delante de ella, acariciándola, acercándome y separándome. La senté en una silla y jugueteé con el taparrabos, presionando mi pene contra su espalda, mostrándome delante de ella y llevándome las manos al tirante, dejándole mi paquete ante su boca.

Quería satisfacer el deseo de una lectura y dejé que Isabel me lo fuera bajando lentamente, dejando ver mi vello púbico. Yo, algo ansioso, puse mis manos sobre las suyas y tiré bruscamente hacia abajo.

Mi rabo salió disparado hacia arriba y topó con la barbilla de Isabel, que no tardó en sobarme los huevos diciéndome que parecían los de un caballo. Me los exprimía con fuerza. Mi verga estaba a punto de explotar, dura y gorda como pocas veces.

Moví las caderas acercándola a su boca. Por fin, esta se abalanzó ante mi trozo de carne y chupó con estrépito, agarrando la base con una mano. Me retiró la piel del prepucio y siguió disfrutando de mis jugos. Gozaba como una loca y yo también. No me habría importado correrme en su boca y creo que ella se hubiera dejado, pero como repetía cuando se la sacaba que quería tener mi polla dentro de ella, el pensamiento de su enorme culo (es un poco culona) me hizo desear follármela.

Le bajé el vestido y destapé sus pechos, blancos, pequeños, suaves, deliciosos, con una forma como de la parte de abajo de una S. Se los chupé e incluso mordí sus pezones entre marrones y rosados hasta que los enrojecí del todo. Luego me arrodillé y retiré su pesado vestido y aparté a un lado su braga.

Su vagina chorreaba y su pelambrera estaba muy empapada. Aparté con los dedos sus labios superiores (hinchados de la excitación) y dirigí mi lengua dentro, sin dejar de masturbar su pepita mágica e hinchada. Estalló en varios orgasmos y decidí que estaba lista para mi penetración.

Entonces me gritó que era virgen, que no la desvirgara, decía la muy puta. El coño era para su marido, quería sentirme dentro, pero tendría que ser por el culo.

Rómpeme por detrás, me suplicó. La puse a cuatro patas y comprobé que estaba bastante dilatado, por lo que ya veía cómo había resistido tanto tiempo «sin follar». Su enorme culo me excitó tanto que se lo chupé hasta meterle la lengua dentro.

Al meterla el tercer dedo, puse mi aparato detrás y empujé. Gritó bastante, pero sabía soportar el sufrimiento.

Cuando llevaba más de la mitad dentro, ella lloraba pero ya de gusto, destrozándose el clítoris con su mano. Quería que mis huevos chocaran con su culo y cuando lo hice, comencé el mete saca. No tardaría en correrme con tanto grito.

Lo peor era no poder decirle nada y conformarme con hacer un mmm…, mmm…, mmm… sordo. Noté cómo mis huevos se endurecían y cómo una descarga eléctrica me sacudía desde la espalda hasta la punta de mi glande.

Suspiré, casi grité cuando el primer chorro inundó ese hirviente agujero taladrado por mi pene. Inundé su ojete con varios chorros más y me tumbé en la cama. Isabel se despidió con un gran morreo y se fue a la ducha.

Abrí los ojos al notar que una boca estaba limpiándome los restos de mi semen. Era la tía de Isabel, creo que se llama Eulalia. Estaba a cuatro patas, mostrándome sus enormes senos, liberados de la parte de arriba de su vestido, mientras me la chupaba.

Cuando consiguió ponérmela dura (he de reconocer que su lengua era muy experta), se incorporó y me arrojó a la cara un fajo de billetes. Se subió la falda y se sentó de golpe sobre mí. No tenía bragas y aulló de placer la perra. Cuando la tuvo hasta el fondo, empezó a cabalgarme.

Pesaba bastante, pero conseguí incorporarme y besarla esas flácidas y enormes tetas, por donde caían unos enormes y oscuros pezones que no dejé de saborear y de morder. Y no dejaba de apretarle las blandurrias nalgas como si me fuera la vida en ello.

No estábamos solos en la habitación. Carmen, que nos observaba desde el quicio de la puerta, se decidió a acercarse. Estaba masturbándose.

Se había quitado los pantalones y sus bragas. Pidió permiso a Eulalia para ponerme su coño en la boca y ella se lo concedió. Tiró unos cuantos billetes a mi lado y se puso de pie en la cama y bajó su entrepierna hasta que la tuve en las narices.

Moví mis manos hasta sus caderas y aspiré su aroma vaginal. Era distinto al que había podido oler hasta entonces, muy fuerte, pero no me disgustó. Además estaba depilada completamente. No me disgustaron ni siquiera sus enormes y demasiado cortos muslos. Y me excitaba verla sobándose sus separados pechos y cómo se pellizcaba sus diminutos pezones.

Mientras, Eulalia se había corrido por tercera vez y cayó agotada. Carmen no se lo pensó y trató de ocupar su lugar, pero yo me levanté y la di la vuelta.

Se la metí por detrás, por su cuca, bestialmente, todo mi instrumento de un golpe. De lo lubricada que estaba, entró como la mantequilla.

Estábamos en una postura incómoda, mi pecho contra su espalda, pero le apretaba las tetas y echaba las caderas hacia atrás y la volvía a penetrar.

Se corrió antes que yo y la hice tumbar al lado de la vieja gorda. Me masturbé apuntando a ellas y descargué mi semen contra su cara. Ambas abrían la boca y se disputaban la lluvia de leche que volvía a disparar.

Las dos hembras salieron de la habitación con el gesto de satisfacción en sus rostros. No sé si por la adrenalina o el exceso de excitación, pero no me preocupó demasiado comprobar que ni siquiera el pañuelo de la cabeza se encontraba ya en el suelo.

Me asomé hacia la sala en bolas y vi que, aunque muchas mujeres ya se habían marchado, aún quedaban unas seis o siete bebiendo, charlando y bailando. Esperaba que Nadia me viera para que pasara ropa. Oí un ruido detrás y vi que Karen estaba lavándose la cara. Estaba de espaldas a mí y no me había visto. ¡Qué culo! Me hizo desearla mucho y me acerqué a ella.

Pegué mi pene en su culo y la besé en el cuello, apartándole el cabello. Le acariciaba los senos por encima de su camiseta y pronto Karen superó la fase de rigidez y se abandonó a mis caricias, echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y suspirando. Me dijo si aún tenía fuerzas. Me había visto antes con Carmen y Eulalia. La di la vuelta y enrosqué mi lengua en la suya.

La tomé de las nalgas y me la llevé al cuarto sin dejar de besarla. Karen parecía una amazona y la deseaba más y más. Ella no dejaba de sobarme la entrepierna.

La empujé contra la pared y me deshice de su camiseta. Dos gloriosos pechos erguidos y desafiantes bailaron como un flan o una gelatina. Los acaricié y me resultaron muy blandos, por lo que me sorprendía que no cayeran al suelo sus parados pezones oscuros, que hice desaparecer en mi boca.

Lo malo de nuevo era no poder decirle lo buenos que me estaban pareciendo sus tetas y conformarme con gemir.

Ella se estaba desabrochando los pantalones. Yo me agaché para facilitarle la tarea y vi su tanga de escándalo. ¡Estaba buenísima! Mi pene volvía a estar mirando al techo. Se lo bajé y vi que tenía el coño rasurado, apenas con una tira de pelos afeitados. Su vagina parecía más estrecha que otras. Me entrelazó con sus piernas por la cadera e introduje mi verga dentro de ella.

No estaba tan mojada como las anteriores hembras y me costó más atravesarla, cosa que hice poco a poco, entre besos y gemidos de Karen.

Notaba una agradable presión y un calor intenso. Su vagina se contraía y dilataba según mis empujones. Era una gata experta y consumada y mi rabo se encontraba como en casa.

Apretaba sus duros muslos y sus tetas, que se habían endurecido más. Tenía que probarla en más posturas, así que alterné con ella en diversas poses. Cuando notó que ya no podía más, se arrodilló y se llevó mi verga a la boca.

No hizo falta mucho trabajo de su lengua para que estallara en ella. Se levantó y vi un chorro de semen deslizándose por su mejilla. Muy sensualmente, se llevó un dedo al semen y se lo metió en la boca.

Iba a pagarme ella también, pero yo le frené la mano y la besé de nuevo. Entonces me dio su número de teléfono móvil. Al contrario que los otros números, éste sí que me interesó, aunque poco a poco iba recordando a Verónica. Karen se bajó y yo detrás de ella.

Nadia estaba sentada en las escaleras y le toqué el hombro. Se dio la vuelta y no levantó la cabeza de mi entrepierna. Le dije que me diera ropa. Eran pasadas las cuatro. Me dijo que subiera y noté que le estaba ofreciendo la vista de mi culo y que su vista no despreciaba el espectáculo. Me cortó un poco pensar que era Nadia.

Me dijo que entrara en otro cuarto distinto al de mis aventuras sexuales. Mientras buscaba en un armario, me preguntó si me lo había pasado bien.

No sabía qué contestarla. La miraba las piernas y me resultaba muy apetecible, muy sensual, sobre todo cuando se ponía de perfil y notaba su generoso busto. Mi pene volvió a levantarse. Ella, sin darse la vuelta, me decía que era extraño tenerme en bolas. Yo le dije que por lo que había dicho antes, no la creía.

Se rió y me dijo que me había visto varias veces. Te vi muy excitada antes, le dije acercándome a ella. Se dio la vuelta y me tuvo cara a cara. Oye, ¿qué haces? ¿No me deseas? La besé. Ella no se movía. La besé otra vez. Sus labios me devolvieron el beso.

La abracé y la besé en el cuello. Ella me apretó el culo y me dijo que se moría de ganas de echarme un polvo.

Déjame verte las tetas, le ordené. Y ella se desprendió de su top y sus pechos quedaron delante de mí. La volví a abrazar, aplastando sus senos con mi pecho y la besé con más pasión que antes. Sentía más excitación incluso que con Karen, notaba que Nadia me estaba volviendo loco.

Ella me acariciaba la polla con ternura y me susurraba que no sabía cuántas pajas se había hecho pensando en mi aparato. La tomé de la cintura y la trasladé a una mesita de noche. Ella me quitó el antifaz y yo le decía que estaba muy buena, que la deseaba.

Retiré su minifalda y vi que no llevaba ropa interior. Me dijo que así se sentía más caliente. Estaba muy húmeda. Mi nariz se hundió en su sexo y su aroma me pareció único. Con cada roce de mi boca ella suspiraba y gemía y me acariciaba el pelo.

A Diego no le gustan estas cosas, me dijo. Me pidió que se la metiera y me levanté mirándole a los ojos. Ella se tumbó y se abrió aún más de piernas. Su coño no estaba depilado, pero sí bien cuidado, con una forma triangular su pelambrera de lo más apetitosa.

Mis músculos se tensaron al atravesar los primeros obstáculos. Pude gritar de gusto. Ahhhh, ahhh, ahhh. Le estaba ensartando mi verga a mi amiga de toda la vida y me estaba fascinando. Ella decía que siguiese, que la quería toda, que me necesitaba dentro. Y yo la decía que estaba muy buena, que su coño era una delicia.

Se puede decir que hicimos el amor, que fue algo más tierno y pausado, profundizando, relamiéndonos en las caricias y las frases obscenas.

Me pidió que su leche la inundara; antes me había pedido más velocidad y ahora el mete saca era más violento. Nadia llegó al orgasmo y jadeó de una manera increíble.

Pero no paró ahí, sino que con cada embestida, su vagina retumbaba y temblaba, produciéndome una sensación de placer increíble. Ahora estaba yo encima de ella en la cama y de un momento a otro me iba a correr.

Grité cuando noté la primera descarga. Ella hizo lo mismo. Había perdido la cuenta de las veces que ella había orgasmado.

Cuando nos levantamos eran casi las seis.

Me duché y cuando volví a verla, Nadia estaba ya vestida. Me dijo que se quedaría en casa, que tenía aquí la ropa.

Nos veríamos en la iglesia. Salí por detrás sin ser visto y me fui a casa pensando en lo sucedido.

Cuando volví a ver a Verónica supe que no había dejado de quererla.

Nos hemos visto muy pocas veces estas dos semanas Nadia y yo, pero parece que no ha sucedido nada. No sé si volverá a pasar algo entre nosotros.