Princesa
Allí estaba yo, en aquella habitación de rojos terciopelos y cálidas y suaves telas..
Parecía una habitación de un harén turco, por lo que podía observar de la decoración.
Hacía un asfixiante calor, a pesar del ventilador de remos que oscilaba cadenciosa y pesadamente sobre mi cabeza y a todas luces insuficiente para aliviar el ambiente.
Me habían dejado allí, en esa enorme habitación de quien sabe donde, atada firmemente al cabecero en forma diagonal, y con una ligera mordaza, no muy apretada, pero lo suficiente para restringirme hablar, y que no pudiera molestar en consecuencia a mi posible captor.. aún no sabía quien era, desde que llegué a la habitación nadie se había molestado en visitarme.
La noche anterior había estado hablando con varias personas interesantes, había estado conversando sobre mis fantasías más perversas…
Después solo acertaba a recordar como alguien probablemente me había echado algún tipo de droga en mi bebida, porque lo próximo que venía a mi mente era oscuridad.. un largo viaje y… esta habitación.
Empezaba a encontrarme incomoda, y además, tenía una tremenda e incordiante sed,
Esperaba que quien fuera viniera pronto , porque además tenía una imperiosa necesidad de ir al lavabo….
Sin embargo, no fue hasta pasado un buen rato que pudieron suponerse una o dos horas que oí pasos al otro lado del corredor y se abrió la puerta…
Giré la cabeza. Un hombre bien parecido , de unos 35 o 40 años, un poco más alto que yo y corpulento, me miraba a través de un antifaz que le hacía parecer sumamente enigmático y aun si cabe por esta circunstancia, más atractivo.
Iba vestido normalmente, con una camisa azul y unos pantalones bastante ajustados, y me dijo con voz distinguida:
-Bienvenida a mi castillo, princesa; prepárate para los dulces placeres que te esperan para complacer al que desde ahora, será tu amo.. será mejor que empieces a acostumbrarte a la situación, y si respondes como es debido, seguramente no lo pases tan mal como podría suponerse…
Te puedes imaginar cómo has llegado hasta aquí; y lo que aquí te espera, y sé que lo deseas; sin embargo, no quiero que pienses que estás aquí por la fuerza sino exclusivamente por tu voluntad. Así que voy a darte una oportunidad para poder marcharte ahora.
Si quieres, si renuncias a todo lo que aquí puedo ofrecerte, si renuncias a tus deseos más ocultos y quieres irte a vivir una vida aburrida y normal llena de acontecimientos normales , gente aburrida, una vida gris, por así decirlo… puedes hacerlo ahora.
Si no, debo avisarte que ya todos tus intentos futuros por marcharte serán inútiles… yo me convertiré en tu amo y señor, y deberás obedecerme en todo… como tú misma lo habrás deseado para ti a partir de ese momento…
Te dejo a solas con tus pensamientos.
Ahora te voy a desatar, y abriré todas las puertas de acceso a mis pertenencias…. pero solo durante una hora. Si al cabo de esa hora has decidido permanecer aquí… ya sabes cual será tu destino, y no habrá marcha atrás, princesa…si no será mejor que te vayas ahora y no vuelvas la vista atrás… Hasta luego…
Y me dejó totalmente libre y sola otra vez.
Mi cabeza daba vueltas como en un torbellino… mi primera reacción fue vestirme y abandonar el lugar rápidamente, todo eso sonaba demasiado a locura… ¿yo convertida en esclava de un desconocido?
Además, tenía toda una vida, unos estudios, mi carrera, mi trabajo .. mi… me senté en una silla lujosamente decorada que había junto a la puerta.
Nada de eso me convencía demasiado… es más, después de pensarlo durante un buen rato, no me convencía en absoluto.
Pensé en mi ultima relación: un fiasco más.
El sexo no funcionaba en ninguna de mis relaciones.. yo era un volcán por dentro, llena de inconfesables fantasías, llena de morbosidades.. mis parejas eran tan convencionales y aburridas como una reunión de monjas. Incluso las más atrevidas… solo llegaban , sin saberlo , a satisfacer una mínima parte de mis deseos…
Estuve dándole vueltas durante más de media hora… o eso me pareció a mí. Me habían privado del reloj. En esas circunstancias… ¡qué perversidad mas calculada!! Aunque yo ya sabía más sinceramente de lo que me atrevía a confesarme, cual iba a ser mi elección última…
Me levanté, un tanto frenética, y empecé a dar vueltas por la habitación. Desde luego allí el lujo no faltaba, en ningún detalle.
Había cuadros repartidos por todos los muros, con escenas bella y delicadamente pintadas de hermosas damas en posturas comprometidas, algunas de ellas atadas y amordazadas, y con su extraños atavíos de moda exuberante, corpiños, faldas anchas de tul y guantes de cabritilla, resultaban en abstracto unas extrañas y fascinantes imágenes para el espectador.
No pude evitar sentir una indescriptible vergüenza cuando note que bajo mi ceñido vestido se humedecían mis muslos… Pretendí ignorar la sensación, y seguí con mis cavilaciones, aun si cabe más inquieta todavía.
¿Sería una decisión alocada y desafortunada? ¿Me arrepentiría después amargamente? ¿Lo soportaría?… No sabía responder a ninguna de esas preguntas…desde luego era un riesgo quedarse. ¿Y si el hombre del antifaz estaba realmente loco, era un asesino o algo así?.. pero yo sabía que no era así… y seguro que si no le complacía mi actitud como esclava, si le rogaba al final que me dejara ir… lo haría… Luego las dudas me asaltaron.
Pero, ¿Quién era él? ¿Y si no fuera como yo me lo imaginaba? ¿y si..? ¿Cómo podría averiguarlo..? Tuve que pararme.
No tenía mucho sentido lo que estaba pensando en contraposición a lo que hacía. Mi mano derecha se hundía en los pliegues de mi elegante vestido de noche, negro y largo, un vestido que sabía me sentaba muy bien, como podía confirmar en las miradas masculinas. Mi mano se había instalado incongruentemente allí y no parecía querer marcharse.. Tenía que parar. Tenía que parar antes de…
Oí como la puerta se cerraba a mis espaldas.
-¿Qué tal, princesa?… Me alegro de que hayas tomado una decisión…
La rapidez con que intenté apartar la mano fue a todas luces insuficiente juzgar por la mirada que me echó el hombre aun enmascarado, sabía que le había bastado una décima de segundo para darse cuenta perfectamente de la situación.
No pude evitar ponerme roja como un mísero tomate.
¿Qué fuerza tendría ahora para intentar convencerle de que todo eso no era más que una locura? Ahora era demasiado tarde. Ya no podía escapar.. y sólo me quedaba una opción. Averiguarlo…
-Princesa, me encanta que hayas decidido quedarte conmigo, te puedo garantizar que no te arrepentirás.
Ciertamente no tenía la más mínima necesidad de que me lo confirmase con sus palabras; digamos que sus hechos hablaban por ella y además, había pasado más de una hora y media desde mi proposición, sincera, soy un caballero.
La indefensión que se podía observar en sus deliciosos ojos verdes, ese infantil intento de ocultar lo que era evidente que estaba haciendo únicamente incrementaron mi interés en mi princesa.
Me senté en una silla, una de esas sillas estilo imperio que siempre causan sensación; siempre me ha gustado rodearme de cosas hermosas, las más hermosas cosas que el dinero puede comprar y aquellas con las que el dinero tiene poco que hacer, princesa, por ejemplo.
La estuve examinando, fijamente. No demasiado alta, algo así como 1’65; delgada, sin aparentemente un gramo de grasa de más; bueno estando vestida como estaba solo podía hacerme una imagen de conjunto, una imagen francamente buena; de no ser porque no hubiese resultado conveniente, no quería espantar a mi princesa, al menos tan pronto; me hubiese puesto a acariciar su pelo rizado, castaño, delicioso.
Mi princesa sabe que la estoy examinando con la mirada, sé que se estará preguntando qué que espero yo de ella y si será cierta mi promesa de una vida llena de placeres.
-Princesa, quiero que te desnudes para tu señor, no seas tímida.
Aquella sugerencia le pilló por sorpresa, era el efecto que yo deseaba. Ella estaba excitada, no era difícil de adivinar por el ritmo entrecortado de su respiración; su mente seguro que se opondría a aquel inocente acto de sumisión pero algo en su cuerpo le incitaría a intentarlo…
-Princesa, no hagas que tu Señor tenga que repetirte la orden, seguro que no será tan divertido…
Me quedé paralizada de espanto al escuchar la firme voz de aquel hombre que llenaba la habitación solo con su presencia.
Era una situación tan extraña que no sabía bien como reaccionar. Sólo me atreví a mirarlo bajo su antifaz de hito en hito.
Me sentía como si no supiera del todo en el lío que acababa de meterme, y por otro lado lo deseara, pero … ¡¡no!! Era algo tan humillante cumplir ordenes… nunca lo había hecho antes.
El atractivo desconocido (porque hay que reconocer que lo era), me miró con una extraña mirada, que no pude descifrar, se acercó lentamente, rodeándome, hasta ponerse de nuevo frente a mí. Mis piernas empezaban a temblar y bajé la mirada, era una situación insoportablemente violenta para mí.
Noté repentinamente un tremendo manotazo en mi mejilla derecha, y acto seguido en la izquierda. Fueron tan fuertes los dos bofetones que fui a parar directamente de bruces contra la alfombra que por suerte, se encontraba bajo mis pies y amortiguó mi caída.
La cara me ardía y sentía ganas de llorar, pero no lo hice. Sentía tantas sensaciones dispares en mi interior que me era difícil tomar partido por ninguna.
Y para colmo, notaba como la humedad en mi entrepierna no había disminuido. El corazón me dio un vuelco. ¿Y si el desconocido se atreviera a inspeccionarme?
¡¡¡No podría soportar un examen de esa clase en esas circunstancias!!! Como si hubiera leído mis pensamientos, me empezó a hablar, noté su voz un poco lejana en la habitación, así que alcé la cabeza.
Estaba sentado indolentemente en una bella silla tapizada estilo Luis XV. Parecía a sus anchas. Había encendido un cigarrito y me estaba diciendo , con una voz tan increíblemente tranquila que me asusté aun más:
-Quiero que te desvistas en cinco minutos. Luego , colócate en aquel rincón con esta venda en los ojos. Desnuda y a cuatro patas. No se te ocurra mover un solo músculo hasta que yo te lo diga-.Levantándose, salió de la habitación no sin antes decir:-Las piernas bien abiertas, princesa.
Mi primer impulso fue responderle que qué se había creído, pero nuevamente me quedé paralizada, sin reacción. Se había ido y me había vuelto a quedar sola ahora.
No tenía tiempo para pensar, así que mientras pensaba o no , decidí hacerle caso, y temblorosa empecé a desabrocharme el vestido., no sabía que me haría si decidía desobedecer de nuevo, y no quería averiguarlo.
Había visto algo inquietantemente oscuro en el fondo de su mirada…sabía que ahora sería inútil intentar nada, quizás mas adelante, cuando tuviera más tiempo de pensar.. pero , ¡¡oía pasos en el corredor!! Rápidamente cogí la venda. Ya estaba desnuda.
La anudé suavemente alrededor de mis ojos, veía algo, un resplandor amortiguado en la parte inferior (esperaba que él no se diera cuenta de esa circunstancia), fui rápidamente a la esquina que me había indicado, y , con gran vergüenza por mi parte, adopte la posición.
Oí ruidos detrás. Seguía teniendo ganas de ir al lavabo, y lo que es peor, ahora mis muslos , así abiertos, dejaban fluir mis jugos en cantidad más que suficiente como para que él pudiera darse cuenta… quería disimularlo de algún modo, pero no me atrevía ni a respirar.
-Las piernas mas abiertas.
Obedecí, y. en esos momentos, casi agradecí la venda de mis ojos.
Con un tremendo sobresalto, noté su mano acariciándome mi vagina lentamente…no pude evitarlo, volví instintivamente a cerrar un poco las piernas.
Entonces sentí un tremendo picotazo en mi muslo izquierdo. «¡¡Ah!!» grité. No sabía con que me había golpeado. Volví a sentir otro , aun más fuerte que el anterior. «¡¡AAhh!!».
-¿Todavía no lo entiendes?-me preguntó, casi diría que divertido.
Yo abrí las piernas todo lo que pude, instantáneamente. El siguió acariciándome mis labios y mi clítoris lentamente.. mi flujo se incrementó, mi clítoris se lubricó e hinchó bajo su experta e incesable fricción hasta que no pude evitar empezar a hacer ciertos movimientos con mi pelvis.. pero justo cuando me faltaban unos pocos segundos para correrme, el retiró su mano.
Eso era demasiado para mí. Nunca había deseado más correrme y reventar en toda mi vida. Llevé una de mis manos, como en un acto reflejo, hacia mi vulva expectante. Pero antes de que pudiera siquiera tocarme, el hombre me levanto en un rápido movimiento, y me dio un tremendo rodillazo justo en mi plexo solar.
Caí como a plomo contra el suelo. Sencillamente no podía respirar. Intenté recuperarme del dolor y abrí la boca intentando frenéticamente recuperar el aliento, pero antes de que pudiera hacerlo me levantó en volandas , y con ayuda de alguien -quizás algún sirviente, al que no había sentido entrar- , me ataron cada muñeca fuertemente, con una especie de correa con hebilla, a una barra o algún sitio parecido sobre mi cabeza, y quedé colgando suspendida , de forma que mis pies apenas se sostenían directamente sobre el suelo, tenía que estar obligatoriamente descansando sobre las puntas de mis pies.
Para mas inri, noté como ataban mis tobillos separados a algún sitio, no sabía a donde, solo sabía que estaban fuertemente amarrados, tanto mis pies como mis manos, y que me era prácticamente imposible hacer ningún movimiento que pudiera ayudarme en mi indefensión.
Empecé a gemir quedamente, afortunadamente al menos empezaba a recuperar la respiración, pero al cabo de poco tiempo empecé a sentirme profundamente incómoda. Los brazos me dolían en esa posición, y mis delicados pies también sufrían por su posición forzada.
-Por favor, Señor, Amo, como Quiera que le llamé… tenga compasión, suélteme, no puedo resistirlo…haré todo lo que me diga, no volveré a contradecirle, por favor,, no le desobedeceré nunca mas pero suélteme, de verdad, me duelen mucho los pies…
No pude oír nada excepto una breve carcajada, y como mandaba a su ¿criado? fuera.
-Si no te callas, tendré que poner una fuerte mordaza en esa linda boquita, princesa…y te aseguro que no te ayudará a estar más cómoda que ahora…
Decidí hacerle caso, aunque mi en mi situación me aliviaba poder gemir y rogarle piedad… para colmo, sentí una creciente necesidad de frotarme mi clítoris hinchado para aliviarme, porque no había decrecido mi excitación, sino al contrario.. y lo que era ya realmente inconfesable, mis ganas de ir al lavabo se habían convertido en imperiosa necesidad…no creí que pudiese aguantar más de dos minutos como máximo.
Esperaba que él fuera comprensivo, sin duda mi castigo terminaría en seguida, es posible que incluso ya hubiera terminado…¿Qué mas podía hacerme?…
Todavía no había aceptado la situación; no podía aceptarla… en cuanto me desatara, idearía algún medio para convencerle de que debía dejarme marchar…
Mil pensamientos contrapuestos luchaban en mi interior, agobiándome. Por otro lado, no quería ni pensar que se aprovechase de esa situación y fuese a violarme.. eso si que no lo admitiría. Mi mente no.
Cada vez me dolía más todo el cuerpo, mis músculos no estaban acostumbrados a ese esfuerzo. Me sentí impotente, tenía ganas de llorar.
Entonces él me levanto delicadamente la cabeza entre sus manos. ¿Iba a golpearme de nuevo? Intenté apartar la cabeza. Pero en cambio lo que hizo fue besarme, un profundo beso en los labios que me dejó más fuera de combate que todos los golpes recibidos.
-Sé que me deseas, princesa-susurró con voz extrañamente dulce en uno de mis oídos.
Fue extraño. Mis protestas internas se derrumbaron como en un castillo de naipes.. No me reconocía a mi misma. Luché por mantener la poca dignidad que me permitía esa situación. Intenté desembarazarme de mis ataduras, pero en vano.
-Es inútil, querida niña. Y ahora, vas a aprender a demostrarme lo que sientes de una manera más obediente…
El cuerpo de mi princesa, desnudo, no me había decepcionado ni un ápice. Además tenerlo allí, en suspensión, en equilibrio precario sobre las puntas de sus pies no hacía sino incrementar la belleza, innegable, de aquel cuerpo de mujer.
No me habían sorprendido sus intentos de resistencia, los esperaba, en el fondo a una mujer moderna, como lo era mi princesa, sin ninguna duda, no le resulta fácil admitir las ordenes de nadie. Tengo que reconocer que es posible que el rodillazo haya sido excesivamente duro, pero debo reconocer igualmente que no hay mejor remedio a la insurrección que el jarabe de palo…
Y ahí está mi princesa, con las manos atadas a una barra por las muñecas, sus piernas bien separadas, su confianza derribada en parte por esa última confidencia. La imagen es, sencillamente deliciosa.
Un examen ligeramente más minucioso me hizo descubrir que la excitación de mi princesa, que la había llevado a intentar masturbarse en mi presencia, no había disminuido a juzgar por como sus jugos continuaban manando copiosamente del más delicioso de sus secretos, fluir que mis palabras al oído había incrementado.
También debo reconocer que en su rostro se adivinaba un extraño gesto, como de excesiva tensión; gesto que yo no creía debido totalmente a su forzada posición.
Me arrodillé a sus pies, de no haber tenido los ojos vendados creo que no lo hubiese hecho, era ella quien tendría que estar a mis pies; y mis dedos empezaron a recorrer sus piernas que estaban en tensión.
Me gustó la forma en que estaban musculadas, no era nada excesivamente aparatoso pero se podía asegurar que aquel delicioso cuerpo había sido sometido a exquisitos buenos tratos para mantenerlo lo más apetecible posible.
Mis dedos fueron ascendiendo hasta que al llegar a la altura de su muslo derecho las yemas de mis dedos entraron en contacto con su miel, aquel néctar fruto de su excitación; embadurné profundamente mis dedos con aquel regalo de los dioses, que continuaba brotando, aquello parecía gustarle a mi princesa…
Dirigí mis dedos, ahora empapados en sus jugos, a su boca, y empecé a acariciarle los labios.
Ella intentó cerrar las mandíbulas con todas sus fuerzas, seguramente creyó que iba a amordazarla, cuando finalmente venció sus temores empezó a lamer mis dedos con fruición…
Estoy seguro de que ella era plenamente consciente de qué era aquello tan jugosos con lo que la estaba alimentando, y ciertamente en lugar de desagradarle le parecía estar encantando.
Y entonces ocurrió lo inesperado… Empecé a escuchar ese sonido característico que se produce cuando un líquido golpea el suelo desde las alturas; dirigí la mirada y, efectivamente, mi princesa se estaba orinando.
Hubiese debido volver a abofetearla, tenía motivos más que suficientes; pero en lugar de eso intenté reflexionar…
En ocasiones, ante un castigo físico excesivo, la reacción del cuerpo humano es la de orinar. Pero, no sé porqué, aquel no era el caso de Jenny (ese era su nombre aunque ella no lo volvería a escuchar).
Aquello podía explicar fehacientemente aquel gesto extraño, como desencajado, que tenía su rostro, bueno, aquel gesto había mudado y la cara de mi princesa era en aquel momento el perfecto espejo de la vergüenza y de la humillación, tal vez lo más hermoso que yo hubiese visto en mi vida; si se había sonrojado cuando entré en la habitación y la descubrí en comprometedora posición lo que le había ocurrido en aquellos momentos no tenía nombre…
-Princesa, supongo que no hará falta decirte que eso no se hace-le dije con sorna.
Ella ni siquiera se atrevió a levantar la cara, la humillación que la embargaba no le dejaba maniobrar.
Y la reacción de su cuerpo no había dejado de ser previsible, desde que llegó a mi humilde morada la noche anterior en calidad de invitada no había hecho uso de los lavabos; en primer lugar porque estaba dormida y atada y posteriormente porque su linda cabecita estaba demasiado ocupada en otros menesteres.
Tendría que castigarla, de eso no cabía la menor duda, pero no creo que fuese excesivamente estricto con ella, al menos no esta primera vez…
Salí unos instantes de la habitación para llamar a una de mis criadas, no sin antes echar un vistazo al pequeño charco que se había formado entre los pies de mi Princesa, todo resto de orgullo en su cuerpo se había evaporado con aquel denigrante acto.
Putita, una de mis criadas, acudió solícita a mi llamada. Bueno, tan solícita como le fue posible ya que tenía los tobillos unidos mediante una cadena lo suficientemente larga como para permitirle un mínimo de movilidad.
Llevaba su atuendo habitual, su cofia, su delantal blanco, una gran mordaza de bola a la que finalmente se habían habituado sus mandíbulas, y sus consoladores anal y vaginal. Tan pronto como entró en la habitación dirigió una mirada a mi Princesa, seguro que se excitó, cualquier cosa excita a mi Putita.
Le ordené que limpiase el desaguisado y lo hizo con prontitud y diligencia…
-Princesa, supongo que sabes que es hora de castigarte, has sido una Princesa muy mala…
Ella continuaba sin reaccionar, como si el mundo se le hubiese venido encima…
Le quité la mordaza a mi putita, quien aprovechó para besarme las botas, y le dije al oído que es lo que esperaba de ella.
Cogí la fusta con la que anteriormente había golpeado los muslos de mi Princesa y di un par de golpes al aire, golpes que ella sintió como si se los hubiese propinado en realidad, el silbido de la fusta le aterraba.
Putita acercó su cara a la entrepierna de Princesa y, tras realizar yo un gesto afirmativo con mi cabeza, sacó la lengua enseñándome el piercing, volví a asentir y dirigió su lengua hacia la vagina de mi Princesa mientras yo me preparaba para volver a utilizar la fusta.
En el mismo instante en que el cuerpo de mi Princesa se estremeció al sentir el contacto de aquel objeto metálico en su femineidad descargué un fuerte golpe de fusta en sus nalgas. Ella profirió un fuerte grito…
¡¡Aah!!.. sentí como si me hubieran desgarrado mi firme pero tierna nalga derecha con un objeto increíblemente incisivo. Nunca había sido castigada de esa forma, así que el dolor que sentía se mezclaba con una sensación de semi-pánico.
¿Hasta cuanto podría aguantar?
¡¡Aaah!! Mi nalga izquierda sufrió el mismo tratamiento. Sólo entonces empecé a darme cuenta de que la extraña sensación que había sentido en mi clítoris un segundo antes – una especie de objeto redondo y frio, y también algo carnoso, era en realidad una lengua.. una lengua femenina sin duda -no sé cómo pero me parecía de una mujer. Tenía algo en la lengua…
¡¡¡Aaahhhhh!!! El tercer golpe me pareció mas fuerte que los anteriores. ¿Cómo podía tener tanta fuerza mi verdugo?
Mi verdugo era.. él… aquel hombre aún era un enigma para mi. Deseaba saber más cosas acerca de él, pero ahora no podía apenas pensar. Una extraña mezcla de sensaciones totalmente antagónicas empezaban a agolparse en mí. La condenada mujer seguía chupando… volvía ahora con fuerza la excitación que sentía, era increíblemente fuerte, apenas…
¡¡¡Aaahhh!!!! El dolor en mis nalgas era muy fuerte ahora. Mi trasero me ardía… y a cada golpe contrarrestaba en su justo punto mi excitación, así no había forma de llegar hasta el final.. Sin embargo, mi mente ahora sólo miraba en esa dirección. Me concentré en lo que hacía la mujer, así me resultaba menos insoportable el fustigamiento, esperaba de todas formas que no me golpeara mucho más…el dolor …
¡¡¡¡¡Ahhh!!!!! ¡¡¡¡¡¡Ahhh!!!!!!Algo extraño me estaba sucediendo, pero eso me lo guardaba para mí. El placer y el dolor se unían ahora en una deliciosa condena…mi cuerpo no era mío.. Me abandoné a esa sensación. No me sentía con fuerzas para mucho más, además de que mi rebeldía era a todas luces inútil. No podía hacer nada absolutamente.
¡¡Aahhhh!! Me golpeaba sistemáticamente, y llegó un momento que a cada golpe yo creí seguro que no aguantaría ni uno mas.. pero seguía. ¿Cuántos azotes habían soportado mis nalgas? ¿10? ¿12? Me pareció excesivo.
Quizás el orinar de esa forma (algo que prefería no pensar de puro horror ) había hecho enfadarle verdaderamente.
No podía saberlo. Y esa mujer, seguía chupándome , y sorbiéndome, con las piernas abiertas no podía hacer mucho más que esperar el inminente orgasmo. Ahora sí que iba a correrme de un momento a otro..
Empecé a moverme rítmicamente con su lengua, quizás resultase ridículo pero sólo me sentí con fuerzas para hacer eso.
-Para. Le oí decir con su inconfundible voz.
No pude evitar decir :
-¡¡¡¡NO, amo, POR FAVOR!!!!. ¡¡Por favor, déjala que siga, déjela que… !!! -Princesita rebelde, no quería ser muy duro la primera vez, pero estas colmando mi paciencia constantemente y no pareces darte cuenta. Veamos ahora de que te sirven las protestas. Sentí que me introducía un dedo en la boca y apreté la mandíbula con todas mis fuerzas. ¡¡¡No podría resistir ningún martirio mas!!! Mi estrategia me salió mal. Noté que me aprisionaba la nariz entre sus dedos, y que me quedaba sin aliento en pocos segundos. Creo que llegué a ponerme roja, pero finalmente tuve que ceder y entreabrir la boca para coger aire. Momento que esperaba él sin duda, porque sentí como en esos momentos algo que pretendía meterme en la boca.
¡¡¡Noggghhhahhggmm!!!. Era algo duro y redondo, algo de plástico, no excesivamente grande, pero lo suficiente para restringirme poder emitir apenas ningún sonido. Aparte de que resultaba muy incómodo. Pronto empecé a atragantarme, casi no podía tragar con aquel molesto objeto colocado en mi boca.
Lo ató fuertemente por detrás, por lo que me era imposible escupirlo.
Intenté una queda protesta pero solo un gruñido quedo salió de mi boca. Me agité, me revolví, intente librarme pero todo resultó inútil. No podía zafarme de ninguna forma.
-¿Sabes lo que es un orgasmo por partes, zorrita? ¿No? Jajajaja, pues ahora lo vas a averiguar. Putita lo sabe muy bien, ¿verdad… ? -¿Putita? ¿Quién era putita? Que tonta, sin duda era aquella mujer de la lengua anillada…¡¡¡un anillo en la lengua!! Qué horror, eso sí que no permitiría que me lo hicieran a mí. Debía ser terriblemente molesto..
Pero no podía ahora pensar en más molestias. Los brazos habían llegado a un punto que apenas podía sentirlos, me pareció que llevaba allí colgada una eternidad. Pero lo peor eran los músculos de las pantorrillas y el empeine. Si me descolgaba para aliviar la tensión acumulada en ellos, mis brazos se resentían aun mas. Así que no podía aguantar mucho en ninguna de las dos posiciones. El trasero me quemaba y me ardía de dolor en mi indefensión, y ..
¡¡¡Aahhhh….!!! volví a sentir esa sensación fría y carnosa en mi vulva. ¡¡La mujer volvía al ataque!! Bueno, al menos me aliviaba el sentir ese placer.
Estaba tan húmeda y tan excitada a esas alturas, que empecé a sentir lujuria a los pocos segundos.
-Para. Volvió a decir él.
La mujer paró otra vez justo cuando estaba a punto de reventar, y yo sentí ganas de gritar. «¿A qué demonios jugaban conmigo?»
Volví a sentir unas manos en mi nuca. Me quitaban la venda.
Entonces vi como Él y una mujer – sin duda una criada por el atuendo- me observaban divertidos. Él se había quitado el antifaz y era realmente -inquietantemente- atractivo. El corazón me dio otro vuelco. -Ven, Putita. ¿Has visto que delicia? Ya veras como esta noche nos divertimos….
Les ví sentarse en un banco de madera , sin duda una reliquia de gran valor, que estaba colocado justo enfrente para mi vergüenza. Y es que ahora, que podía observar – y autoobservarme de alguna forma en aquel increíble escenario- creí poco menos que me iba a morir al ver la escena, me sentí tan ridícula e impotente que nadie que no haya pasado por lo mismo lo comprendería.
-Putita, siéntate a mis pies.
Observé como ella cumplía diligentemente la orden , pude comprobar además que tenía una especie de collar ancho, como de perro , en su cuello. Se sentó y empezó a lamer los pies a su «Amo», como si estuviera domesticada, con tal sumisión que no podía creer lo que veía.
Estuvieron un buen rato en esa posición. Él me miraba con una mirada increíblemente tranquila y parecía que lo pasaba en grande. ¿¿Cómo era capaz con lo que yo estaba pasando??
-Sigue Putita.
La criada volvió a acercarse a mi y entonces empecé a comprender lo que estaban haciendo o querían hacer conmigo, aunque recé que no se tratara de lo que yo pensaba.
Mahahhgmm…no podía hablar a causa de la mordaza.
Pero ella había vuelto a la carga. Lo hacía despacio, muy despacio, parecía saber exactamente lo que hacía la muy desgraciada… Volví a convulsionarme. Mis piernas se pusieron en tensión aun más si cabe con sus caricias.
Volví a mover mi trasero sin poder evitarlo, sobre su experta lengua..
Si no acababa esta vez me moriría. No sé, lo juro, como pudo adivinarlo de nuevo, porque intenté disimularlo con todas mis fuerzas, pero justo, justo cuando estaba otra vez a punto de correrme, en ese punto, volvió a detenerse. Todo mi cuerpo se convulsionó.
Quise gritar histérica y no pude. En esos momentos, creo que si hubiera podido, habría acabado con aquella criada. En lugar de eso, tuve que observar como se retiraba de nuevo prestamente a lamer los pies de nuevo a su Señor..
-Muy bien, Putita. Eres toda una experta y no hay que decirte nada; como siempre estás en todo.
Vi como le mordía cariñosamente sus pezones, y ella parecía encantada con todo aquello.
-Mm…. me estoy empezando a excitar en serio. Que delicia, Putita.. ¿Y tú como vas, Princesa?….Se recostó en su sillón observándome como si estuviera viendo una película, y fumando tranquilamente su cigarro. Veamos , Putita, ¿crees que Princesa aguantaría así toda la noche? Parece muy valiente y dura. Yo creo que sí….
Yo me puse roja de nuevo, pero no tanto de placer o vergüenza como de ira.
Realmente no podría aguantar mucho más, pensé incluso seriamente en que iba a desmayarme o algo peor si seguían obligándome a permanecer así.
-Jajajaj, pero si solo llevamos poco menos de dos horas con tu instrucción… sé que puedes aguantar mucho más, princesa. -Adelante.
La putita volvió a su trabajo, que era yo. Esta vez me sentí tan frenética que todo mi cuerpo se movía al unísono con sus calculadas y lentas chupadas. Me puse a llorar de puro histerismo pensando en lo que me aguardaba.
Pero volví a oír su voz de nuevo.
-Esta vez seré magnánimo. Pero quiero que me hagas una señal de que has comprendido quien manda aquí. ¿Has oído , princesa?
Yo asentí con todas mis fuerzas. Se levantó y me cogió de la barbilla.
-¿Seguro?
Siiii… dije con todo mi cuerpo, y en esos instantes con toda mi alma también.
-Me llamaras a partir de ahora Amo, ó Maestro ó Señor. Sólo Jorge cuando yo te lo permita. ¿Has comprendido? Volví a asentir frenéticamente. La criada se había detenido. -Adelante, Putita, esta vez seremos generosos. Es nuestro regalo de bienvenida, princesa. Esperamos que lo disfrutes…
Sabía que a princesa le quedaba muy poco para llegar a su clímax, y en el fondo me apetecía que se corriese. Yo le había prometido dulces placeres y no me gusta que nadie me eche en cara el no cumplir con mis promesas.
Mi putita estaba perfectamente instruida, sabía perfectamente cuales eran mis deseos y como cumplirlos con solamente pensarlos.
Así que mi Princesa Jenny, que esperaba desesperadamente las atenciones de la lengua anillada de putita (algo absolutamente sublime) se llevó una descomunal sorpresa cuando mi esclava en lugar de agacharse para satisfacer sus más oscuros anhelos estiró sus brazos para liberar sus muñecas de las ataduras que la mantenían en delicada suspensión.
Incapaz de mantenerse en equilibrio cayó hacia adelante, con sus pies totalmente separados, y allí estaba yo para evitar su caída. Su cuerpo estaba empapado en sudor, mejor no hablemos del estado de sus piernas.
Deposité su cuerpo, con infinita suavidad, en el suelo y allí mismo le planté un beso en su más que húmeda entrepierna.
Ella apretó con fuerza su delicioso tesoro contra mi cara, di un fugaz lametazo a su hinchadísimo clítoris y retiré mi cara. Movió sus caderas como enajenada, de no haber estado tan exhausta hubiese intentado ponerse en pie, lo que le hubiese resultado harto difícil con las piernas tan separadas.
-Princesa, preciosa, si quieres correrte creo que ya eres mayorcita para saber lo que tienes que hacer.
No tenía demasiadas dudas sobre lo que iba a ocurrir.
Le estaba ofreciendo en bandeja de plata un nuevo paso hacia su sumisión, una refinada forma de humillación que ella deseaba como nada en el mundo. En apenas un par de segundos mis suposiciones se cumplieron.
Tan pronto como consiguió recuperar el control de sus entumecidos brazos dirigió su mano derecha a su entrepierna.
Yo la observaba con una sonrisa en mis labios, una sonrisa condescendiente.
Empezó a masturbarse como una loca y en menos que canta un gallo consiguió su objetivo, un clímax como estaba seguro que ella jamás había sentido. Ciertamente fue una pena perderse sus alaridos de placer pero ese es el principal de los inconvenientes de las mordazas.
Le hice un nuevo gesto a mi putita que liberó cariñosamente a Princesa de su mordaza mientras ésta continuaba arrancándole momentos de placer a su cuerpo. Y cuando putita le paró las manos a Princesa, mi adorable invitada creyó enloquecer.
Pero aquella locura fue meramente transitoria, la diestra lengua anillada de putita volvió a hundirse en la hinchada vulva de Princesa para donarle sus más preciadas atenciones.
No creo que sea preciso reproducir el carrusel de sonidos de placer que Princesa emitió. En el fondo tampoco era tan importante para mí.
Lo que sí tenía importancia era aquel primer orgasmo que aún retenía yo en mi mente, aquel orgasmo que difícilmente yo podría olvidar (y más difícilmente podría olvidar Princesa), aquel delicioso acto de sumisión a los deseos de su Señor.
La nueva retahíla de orgasmos únicamente era una forma de recompensar a Princesa, de dejarla en vilo esperando por más en un futuro próximo, sólo tenía que entregar su voluntad para obtener placeres nunca soñados.
Putita sabía lo que se hacía, yo ya había perdido la cuenta de cuántas veces el cuerpo de Princesa se había convulsionado bajo las oleadas de intenso placer que emanaban de aquella deliciosa vulva previamente desaprovechada a juzgar por las confesiones bajo el efecto de los efluvios del alcohol que Jenny había hecho la noche anterior.
Cuan lejana debía quedar aquella noche en la mente de Princesa.
La última noche sin rumbo de su vida. Estaba convencido en aquellos momentos, con Putita hundiendo su lengua anillada en la deliciosa entrepierna, completamente expuesta al tener las piernas completamente separadas, de Princesa que entre gemido y gemido de placer se masajeaba los pezones con sus manos, de que Princesa iba a disfrutar de su nueva vida, esa vida que yo iba a proporcionarle.
Una vida sin más preocupaciones que la de satisfacer a su Señor para obtener en correspondencia su propia satisfacción.
Las miré tiernamente. Estaba tremendamente excitado, la escena no podía calificarse sino de deliciosamente estética, con una fuerza sexual absolutamente fuera de lo común.
Cuando Putita retiró su deliciosa lengua del fruto prohibido de Princesa esta no tuvo necesidad de absolutamente el más mínimo estímulo para continuar alcanzando orgasmo tras orgasmo, agotando las escasas energías que le podían quedar a su cuerpo. En mitad de la neblina de su enésimo orgasmo su cuerpo no pudo resistir y cayó en un sueño profundo, un delicioso sueño en el que pondría la mano en el fuego su Amo y Señor tenía buena participación.
Besé a putita, mi lengua se entrelazó con la suya, jugueteé con aquel anillo que yo mismo le había colocado y saboreé los más íntimos líquidos de mi Princesa.
Putita vivía por recibir aquel tipo de recompensas. La volví a besar, ahora no con pasión sino con ternura, y le volví a poner su descomunal mordaza.
Ciertamente aquella mordaza era más un detalle estético que estrictamente necesario; no recordaba la última vez que putita había dicho una palabra distinta de algún gemido de placer consentido por su Amo. Sus ojos me dirigieron una tierna mirada, le obsequié con una franca sonrisa que era el mayor de los pagos que ella esperaba recibir.
Putita me ayudó a, en primer lugar desatarle los tobillos a Princesa para posteriormente colocarle unas livianas pero suficientemente sólidas cadenas en los tobillos, a imagen y semejanza de los que Putita llevaba.
Igualmente me ayudó a levantarla del suelo y a depositarla con absoluta suavidad, cariño incluso, sobre la cama de rojos terciopelos y suaves telas…
La velé en su sueño, un sueño sobresaltado de tanto en tanto por extrañas convulsiones. Quería ser la primera cosa que ella viese cuando recuperase la consciencia, quería que me viese y que supiese que yo había velado sus sueños, que había sido testigo de su «actuación».
Se despertó y cuando me vio su rostro cambió de expresión.
-¿Ha dormido a gusto mi princesa? Necesitabas descansar. Sería un detalle que le agradecieses a tu Maestro las atenciones que ha tenido para contigo…
Aquellas palabras fueron más que suficientes para devolverle a su mente las reminiscencias de su sumisión previa. Se volvió a ruborizar, incapaz de saber como reaccionar. Le acaricié el pelo, amorosamente. Sabía que conseguir aquel agradecimiento sólo sería cuestión de segundos, sus convicciones se habían desvanecido como un castillo en el aire.
-Gracias, Señor-dijo en voz extremadamente baja, como si no quisiese que se le oyese. Continué acariciándole el pelo y haciendo como que no había escuchado su agradecimiento. Tendría que hacerlo con voz alta y clara. -Gracias, Señor-esta segunda vez estuvo mucho mejor. Le acaricié el cuello y le besé el lóbulo de su oreja derecha, su cuerpo parecía dispuesto a reaccionar a mis sutiles cuidados…
Y ocurrió lo que yo no esperaba; ella a duras penas se levantó de la cama, entre las cadenas de sus tobillos y el cansancio acumulado aquel acto le costó un gran esfuerzo. Se arrodilló a mis pies (yo estaba sentado al borde de la cama), inclinó su cuerpo desnudo, sus deliciosos pechos balanceándose ligeramente, y empezó a besarme las botas. Se lo había visto hacer a Putita y seguramente creyó que aquello me agradaría. Estaba en lo cierto, había hecho falta mucho menos tiempo del previsto para tenerla humillada a mis pies adorando a su Señor.
Le dije que se incorporara, lo que también le costó un significativo esfuerzo, y entonces fui yo quien empecé a lamerle y a mordisquearle suave y tiernamente los pezones. Su respiración dejaba entreveer el grado de excitación al que mis atenciones la estaban llevando. Antes de que aquella excitación fuese excesiva me detuve. Y ella no me pidió que siguiera, era lo que se esperaba de mi Princesa, tenía que aceptar mis decisiones.
Desde que Princesa había dado las primeras muestras de despertarse una de mis sirvientas, Alia (otro nombre con especial significado) había estado preparando el baño para mi invitada.
El baño se encontraba dentro de los aposentos que le había reservado a Princesa; no se trataba únicamente de aquella habitación deliciosamente decorada, extraída de un cuento de hadas, sino que también contaba con un cuarto de baño, de lujosa factura y con una especie de despacho-librería con estanterías plagadas de libros editados lujosamente, un televisor de pantalla plana y un ordenador de última generación lo que daban a aquella habitación un extraño contraste entre la suntuosidad de las inmemoriales obras de arte y la modernidad. Quería que a Princesa no le faltase de nada y estaba plenamente convencido de que no haría tampoco excesivo uso de tales complementos; su vida conmigo sería suficientemente plena pero no hay nada que te haga apreciar mejor lo que tienes que compararlo con aquello a lo que renuncias.
Alia era pelirroja y joven, muy joven. Mientras Putita tenía ciertos rasgos de maldad en su comportamiento, Alia era la bondad personificada. Tal vez su principal virtud eran sus manos, capaces de acariciar con la justa intensidad para hacerte sentir oleadas de placer con el mero contacto de sus mágicos dedos y también capaces de aplicar enérgicos masajes cuando lo requería la ocasión.
Podía estar agradecido por contar con tales sirvientas…
El ruido del agua al golpear la bañera se empezaba a filtrar en la habitación, Alia estaba derramando en el interior de aquella cristalina agua sales aromáticas, el agua debía encontrarse a elevada temperatura, tales habían sido mis ordenes. Quería que aquel baño fuese confortante y relajante para mi invitada, en el fondo la jornada todavía no había acabado, no había hecho sino comenzar.
¿Cómo puede alguien saber si sueña o se ha despertado?
Hay una oscura e imprecisa línea en la que uno todavía no sabe muy bien dónde se encuentra. Y en esa línea de incertidumbre me encontraba yo: Jenny para el resto del mundo, Princesa para mi Señor y Desconocida para mi misma.
Describir tantas emociones era difícil, sin embargo intentaré resumirlo en una sola frase: cuando se vive algo especialmente fuerte y emocionante, después de haber tenido durante largo tiempo una existencia rutinaria y gris, uno se da cuenta de que es preferible sentir y sufrir, a tener el corazón vacío, aun sin dolor.
-Sin riesgo no hay gloria, querida Princesa.
Me sobresalté. Mi Señor me hablaba desde arriba. Yo tenía unas botas de factura española y de piel oscura entre mis manos. Podía sentir su olor, incluso su sabor. Pero aún me encontraba en la oscura línea, aun era pronto.
-Hay una sorpresa para ti en la habitación contigua, ¿no quieres verla? Putita te acompañará. -Tengo unos grilletes en los pies…-musité con voz tímida. -Lo sé. ¿No quieres tenerlos? -No sé. Era una respuesta estúpida, y sin embargo , no fui capaz de decir algo que me resultara más coherente. -Jajajaj-se río Él, despreocupado.-Ya lo sabrás. Ahora te los van a quitar. ¿Ves como la vida aquí no es tan mala?
Me molestaba un poco su sentido del humor, me hacía sentir como si fuera una niña de dos años, y lo peor es que la base donde sostenerme era demasiado débil…Él llevaba clara ventaja. Sin embargo, resolví que aunque quería probar , bueno, es más, me moría por probar los placeres oscuramente inusitados que una persona así tenía preparados para mí, no bajaría la guardia. De momento decidí ser devotamente sumisa, tal y como se esperaba de mí, hasta que pudiera pensar más adelante.
Putita me hizo una seña. ¿Nunca la quitaban la mordaza? Pero ella parecía disfrutar a juzgar por el brillo especial en sus ojos. La acompañe a la habitación contigua.
Un delicioso baño, de amplias dimensiones, en un marco encantador, deleitó mi vista. Había azulejos con bellas cenefas decorando hasta media pared, con motivos sexuales y escenas comprometidas, del siglo XVIII, alfombras de suaves colores nacarados, anaranjadas y rojas, todo lo necesario para la toilette… y un perfume suavemente erótico. La verdad es que resultaba absolutamente irresistible querer disfrutar del agua y el dulce vapor que había allí preparados.. Una bella sirvienta pelirroja hacía los últimos preparativos…
-Desnúdate, querida..
No quiero detalladamente relataros lo que pasó, solo deciros que en aquel baño me sentí más feliz que en toda mi existencia anterior…sentí que después de una experiencia como la de aquel día, ya podía morirme… pero por supuesto, esperaba que los placeres solo acabaran de comenzar para mí. Quizás todo sería dulce y fácil a partir de ahora, y mi Señor, Él, -inquietante persona para mi- me haría la vida menos dura y más sencilla de lo que creía… Por supuesto , me equivocaba.
Salí nueva de aquella habitación, y aunque -secretamente- hubiera deseado que Él se metiera conmigo, en la bañera…, no pude por menos que sentirme estupendamente. Estaba como flotando, muy relajada y con una increíble sensación de bienestar.
La pelirroja sirvienta me dijo:
-Vamos a la sala de los vestidores. El Amo nos espera allí.
Me pusieron una suave bata de tul blanco con ribetes negros (se olvidaron?) de los grilletes, y me condujeron en agradable silencio (Putita no podía por menos) hasta la habitación de los vestidores, por lo que tuvimos que atravesar un largo pasillo (yo iba completamente descalza) , pero no me disgustó. Había una mullida alfombra entre los enormes muros de bloque gris de facosa, decorados con antiguos motivos, a la usanza de los viejos castillos, y una suave luz aterciopelada , proveniente de quinqués, inundaba completamente las estancias con agradable y tenue luminosidad.
-Queridas mías, os esperaba. Ahora tienes mucha mejor cara, Princesa.
Estaba sentado en una de esas extrañas sillas para escribas, estilo egipcio.
Había un enorme espejo y muchos armarios ricamente decorados. El corazón volvió a latirme mas rápido en su presencia. No tenía puesta camisa ni ropa alguna de cintura para arriba, ni tampoco nada le ocultaba el rostro. La verdad es que era el sueño de cualquier mujer, al menos, el mío. Él se sabía especial, pero actuaba con maneras sencillas y educadas (cómica contradicción en esas circunstancias), sólo alguna vez miraba con una intensidad interior tan natural que me desarmaba por completo y casi me electrizaba.
-Vestidla.
No pude creer lo que vino a continuación. Las criadas sacaron un lujosísimo traje de estilo francés de época de la Ilustración, con un corpiño extremadamente ajustado y abombachadas faldas de chifon blanco, con un ceñidor de satén rodeando mi cintura y decorado con ribetes de botones y rosas en el escote y el bajo. Me lo ciñeron tan fuerte que creí no poder respirar a partir de ese momento. Me pusieron unas medias blancas y unos zapatitos forrados de tul inclusive el tacón, con un lazo en el empeine. Me sentí como una princesa de cuento de hadas…
-Princesa, estas bellísima… Él se levantó y me dio un tierno beso en la mano, como si fuera un caballero de época. -Ahora túmbate allí, en aquel diván.
¿Dios mío, que iba a hacer? ¡¡No pretendería hacerme el amor con esa ropa o atarme en esas circunstancias!! Era imposible que…
-Hay un baile en la sala de abajo. He invitado a todos mis amigos. ¿No lo sabías? Todos están deseando conocerte, y yo estoy deseando presentar a mi Princesa. Pero no te preocupes, tu serás exclusivamente para mí. Bailaras conmigo, querida, pero aun te faltan unos leves retoques para ser presentada adecuadamente en sociedad.
Alia. La sirvienta con el pelo color zanahoria se acerco, llevando en sus manos delicadamente algo, parecían unas bolas entrelazadas, unidas por un cordón, una peluca blanca amarillenta, y unas enaguas diminutas.
-Querida, ábrele bien las piernas , por favor. Pero cuidado con estropear su hermoso traje, ¿has entendido?
Yo cerré automáticamente las piernas.
-¡¡No, eso no , Maestro!! -¿Prefieres que te atemos antes? Será mas desagradable …
Yo me calle, porque no dudaba que lo harían si volvía a abrir la boca.
Alia se arrodillo frente a mí, me levantó con suavidad el tul y me empezó a introducir una a una aquellas bolas anudadas por mi vagina. Creí que no entrarían si no me.. bueno, en esos momentos no estaba suficientemente húmeda, aunque la escena empezaba a ponerme de nuevo caliente, lo admitiera o no.
Pero las bolas estaban lubricadas, así que entraban sin muchas dificultades.
-Ahh, otra más no , por favor..-creo que me metieron más bolas de lo que mi vagina era capaz de contener, porque cuando me ajustaron encima las enaguas, entre eso y el corpiño apenas podía mantenerme en pie.
Él cambió su tono ahora. Estaba más tenso. Se levantó y empezó a dar vueltas, a mi alrededor.
-Princesa, la gente que hay abajo , en la sala de baile, es importante para mi. Recuérdalo. Una ofensa a ellos significa ofenderme gravemente a mí. Si me pones en ridículo , tendré que darte una lección que no olvidarás. Ahora quiero que bajes conmigo, sonriendo y moviéndote dulcemente como solo una princesa podría ser capaz. Nada de gestos raros, nada de caras de desagrado. Solo amabilidad, Y si te excitas, Princesa, nada que deje adivinar ese estado, recuérdalo bien.
Bailarás conmigo , y también con algunos de mis amigos, y ellos nada saben de todo esto, eres solo una amiga invitada, alguien muy especial para mí.
Si me decepcionas, el castigo de esta tarde habrá sido como estar en el cielo en comparación con el que te espera… Alia, la peluca..
Debía de estar bromeando. Yo apenas podía caminar y casi ni hablar , me sentía como en una lata de sardinas, casi me ahogaba al intentar moverme. Y aquel roce inquietante y continuado en mi vagina, que me excitaba solo con mis leves movimientos al estar de pie…todo eso presagiaba graves, muy graves problemas para mi esa noche…
Nadie hubiese podido negar que mi Princesa parecía toda una princesa. Y que estaba aterrorizada. Mientras putita y Alia la maquillaban a conciencia, hasta conseguir que su rostro adquiriese aquella palidez propia de la realeza del antiguo regimen, y Princesa intentaba controlar el incendio que las bolas chinas habían azuzado yo la miraba lleno de satisfacción y placer; su rostro filtraba aquella contradicción entre el inmenso placer sentido y su tenue resistencia…
Cuando Alia y putita terminaron con ella se acercaron a donde yo estaba sentado, se arrodillaron y me besaron las botas. Yo les acaricié las cabezas, jugueteando con sus cabellos. Posteriormente les permití que me besasen las manos (bueno, decir que lo que hacía putita era besar tal vez sea excesivo al estar amordazada). Princesa las observaba atónita, supongo que incapaz de creerse el placer que mis devotas sirvientas obtenían con aquellos simples gestos. La miré con atención, y ciertamente me sorprendió cuando se me acercó e hizo ademán de arrodillarse… Yo lo impedí:
-Princesa, ¿no querrás ensuciar tu vestido?-le dije socarronamente.
Se sonrojó, bueno, su estado natural era estar sonrojada así que estaría mejor decir que se sonrojó aún más. Además con aquellos movimientos la fricción de las bolas en su interior se había incrementado sobremanera, su rostro era un poema…
Mis sirvientas abrieron uno de los suntuosos armarios de donde extrajeron una camisa de la más delicada seda. Se acercaron a mí y se volvieron a arrodillar para ofrecerme aquella prenda. Asentí con la cabeza aprobando su elección. Yo ya había escogido los pantalones, sobrios, no quería que Princesa me viese completamente desnudo por el momento. Le hice un gesto a putita que se incorporó; le rodeé la cabeza con mis manos y le retiré la mordaza. Empezó a besarme el desnudo y velludo pecho y le hice un nuevo gesto para que se detuviese; la cogí de la cabeza y acerqué sus labios, que todavía mantenían el femenino sabor de Princesa a los míos. Estoy convencido de que putita se corrió en el acto; Alia nos miraba intentando disimular tanto como le fue posible los celos que sentía por su compañera. Mientras mi lengua continuaba en contacto con la de putita, Alia imitó a su compañera y me besó el pecho, innumerables veces.
Retiré suavemente la cabeza de mi sirvienta de mis labios y le dije a Princesa, con su sabor en mi boca:
-Princesa, ¿qué haces quieta? Quiero que camines, que des vueltas a la habitación mientras nuestras sirvientas preparan a tu Señor. Supongo que no te iría mal el ir acostumbrándote al obsequio que gentilmente te he hecho. Piensa que tienes que comportarte como una auténtica dama aunque el placer te carcoma. Y tú sabes que te va a carcomer…
Y en el acto mi invitada empezó a moverse, despacio, temorosa, como si estuviese participando en una danza india. Por los gestos de su rostro podría garantizarse que aquella noche iba a ser un calvario para ella.
Mis sirvientas me untaron el pecho con exóticos aceites de sensuales fragancias antes de colocarme la camisa de seda; Alia se encargó de abrocharme los botones con sus suaves y delicados dientes mientras putita, echada en el suelo, me besaba las botas una y otra vez, como intentando recuperar todas las ocasiones en las que su aprisionada boca no había podido corresponderme.
Alia tenía una especial habilidad para efectuar aquella más que delicada operación de forma perfecta, no quedaba ni rastro de su dentadura sobre mi camisa cuando concluyo.
Como premio la besé apasionadamente, orgulloso de mis sirvientas. Eso sí, sin que mi vista abandonase el continuo y casi doloroso peregrinar de Princesa; mi Princesa embutida en aquellos ropajes de ensueño y que sentía en su intimidad la tortura de unas bolas.
-Princesa, ven conmigo-le dije mientras putita me colocaba una chaqueta aterciopelada; nada que pudiese desviar la atención de mis invitados de mi Princesa.
Ella se movió con pasos cortos, intentando adaptarse a aquella pesada presencia en su vagina. Y la besé, como había hecho con putita y con Alia.
En un primer instante se mostró pasiva pero aquella pasividad duró nada, creyó encontrar en su boca una vía de escape para todo el doloroso placer que se le iba acumulando en la entrepierna.
Dejé que se desahogase, le esperaba una prueba dura, muy dura; qué bien le sentaba la peluca. Cuando creí que aquello ya se había prolongado durante demasiado tiempo, y teniendo en cuenta que ya habían llegado los primeros invitados, le ofrecí mi brazo que ella tomó de inmediato para ser amonestada:
-Princesa, cuando tu Señor te ofrezca su brazo, debes hacer una reverencia, inclinando graciosamente tu cuerpo.
Ella lo hizo y aquel poco ordinario gesto se tradujo en una mueca, parecía que el placer estaba venciendo a su control, y ella sabía que aquello no podía ocurrir, no podía contrariar a su Señor…
Volví a ofrecerle el brazo, volvió a hacer su reverencia y lo tomó; empezamos a movernos con pasos cortos, mi Princesa así lo quería, un brazo enlazado con el mío y la otra mano sujetando graciosamente su vestido. Nos fuimos desplazando poco a poco, recorriendo aquel pasillo que mi Princesa había recorrido unos minutos antes con pies descalzos…
-Princesa, vais a causar sensación-le susurré al oído acelerando ligeramente el paso.
Empezamos a bajar las escaleras con paso solemne, su respiración dificultosa aunque yo diría que, muy poco a poco empezaba a controlar su excitación.
Cuando nuestros invitados empezaron a vernos descender, quedando pocos escalones para unirnos a ellos, empezaron a oírse rumores; podía afirmar que la primera impresión que había causado Princesa era excepcional, ni que a mí me importase lo que pudiesen pensar de Princesa; incluso de algún lugar del gran salón empezaron a oírse algunos aplausos, pronto sofocados al estar absolutamente fuera de lugar.
No estoy seguro de que Princesa prestase atención en aquellos momentos a mis invitados, de haberlo hecho hubiese quedado absolutamente boquiabierta; se encontraban reunidos algunos de los rostros más conocidos de la nación, gentes de la política, la economía, el arte; conocidos que no populares.
Ciertamente todos ellos pensaban que yo no estaba del todo en mis cabales, que era un excéntrico; eso sí, un excéntrico amante de la belleza, el lujo, la ceremonia, de todo aquello que tiene este mundo que merece la pena.
En el fondo mi situación económica me permitía que dicha excentricidad me hiciese interesante para aquellas personas, bueno, para la mayoría de ellas era algo más que interesante, el dinero engrasa muchas maquinarias, prácticamente todas, diría yo.
También se encontraban dentro de aquel grupo mis amigos, aquellas escasas personas en las que confiaba, que me deseaban lo mejor sin más interés que el de la amistad, sin pedir nunca nada a cambio; ni tan siquiera ellos sabían realmente cómo había llegado aquella dulce Princesa a mi lado, ellos que habían sido quienes la habían divisado en aquel bar la noche anterior.
Cuando acabamos de bajar la escalera, los últimos escalones se hicieron inacabables, la orquesta empezó a tocar. La deliciosa melodía nacida del inagotable genio de Mozart nos envolvió con su delicada armonía.
Mis invitados empezaron a bailar y le ofrecí mi brazo, y la mejor de mis sonrisas a mi Princesa, a la que anteriormente había soltado; ella hizo la correspondiente reverencia que coincidió con la mía y empezamos a bailar; aquella música se prestaba a flotar, Princesa no parecía estar del todo habituada a aquel tipo de música pero estoy seguro de que hubiese disfrutado de no ser por un pequeño detalle. Aquellos rítmicos movimientos habían vuelto a despertar a su hambrienta entrepierna; según aceleraba la melodía y nuestros movimientos incrementaban su velocidad, podía notar por la presión de su mano contra la mía, que el placer la invadía por oleadas. Le susurré al oído:
-No descompongas el rostro, Princesa, muéstrate tan orgullosa como lo tiene que ser mi Princesa con mis amigos. Aquí eres una Princesa, no mi esclava.
Aquello coincidió con un cambio de ritmo; la melodía se tornó trepidante y ella muy a duras penas era capaz de seguir el movimiento de mis pies.
Aquella frenética danza, que estaba preparada, yo había elegido el programa de la orquesta, la dejaron cerca de que su excitación se desbordase. Se aplaudió a la orquesta y el servicio entró con sus bandejas cargadas de deliciosas viandas.
Tal vez sea el momento de hablar de mi servicio; trabajan para mí, «full-time», quince personas, cinco hombres y diez mujeres. De entre esas diez mujeres, cinco me prestan sus servicios sexuales; más que servicio son esclavas, el dinero no es lo que les mueve sino el placer. Alia y putita son, tal vez, las más destacadas aunque no tengo la menor queja de ninguna de ellas; hacen lo posible y lo imposible por complacer a su Señor.
Llevando a mi Princesa del hombro empezamos a saludar a conocidos; algunos por motivos simplemente de negocios, otros auténticos amigos.
Todos le besaban la mano a mi Princesa que se movía como buenamente podía; los observadores externos dirían que estaba nerviosa, yo sabía que en un momento u otro no podría resistir más y se dejaría llevar por el placer del orgasmo; su numantina resistencia hacía que me gustase aún más.
Ella no le dirigió apenas palabra a los dos primeros de mis invitados con los que nos cruzamos, le advertí, al oído:
-Ese no es el comportamiento de una buena anfitriona, Princesa; tienes que mantener la conversación, demostrarles que no eres solo un cuerpo bonito, quiero estar orgulloso de mi Princesa; no me decepciones.
Nos desplazamos con paso vivo a la otra punta del salón, su cuerpo parecía estremecerse bajo el insoportable placer que la tenía completamente subyugada.
-Princesa, contrólate.
Yo era consciente de que le estaba pidiendo un imposible, su cuerpo había vencido por completo a su mente.
Y yo sabía que había cumplido con mi objetivo, lo que yo quería demostrarle, otra vez, era su debilidad, que estaba a mi merced; tal vez fuera el momento de concederle una ligera tregua. Le hice un gesto a los miembros de la orquesta; iban a terminar con aquella música floral de fondo, Haendel y cambiar rotundamente de genero, un tango clásico; cuando sonaron los primeros acordes me acerqué su cuerpo y le susurré al oído:
-Hunde tu cabeza en mi pecho y aprovecha la ocasión, Princesa, no tendrás otra en toda la noche-y le guiñé un ojo, quería que, en mitad de la neblina del placer, supiese a ciencia cierta de qué le estaba hablando.
Se me pegó como una lapa y empezó a moverse como poseída por un diabólico espíritu maligno juguetón:
-Princesa, nuestros invitados no tienen que enterarse de tu placer, tienen que ver como mi Princesa baila con su Señor.
Intentó adaptar sus movimientos a la rígida disciplina del tango argentino, apretándose fuerte, aún más fuerte contra mí, acariciando su hambrienta entrepierna contra mi pierna hasta que, sin parar de bailar, con las pulsaciones por las nubes y los ojos cerrados, un orgasmo la recorrió como si se tratase de una corriente eléctrica de muchísimos voltios.
Gimió ligeramente; aquel gemido quedó ahogado por mi fuerte pecho; aquel orgasmo en lugar de aplacar sus ánimos la enardeció aun más e intentó exprimir al máximo su oportunidad; todavía quedaba tango y ella parecía necesitar más bien poco para satisfacer mínimamente sus apetitos.
Y se quedó muy cerca de conseguir su objetivo; cuando el violín emitió su ahogado último grito ella casi estaba, prácticamente lloró al ver como su oportunidad volaba.
Yo, que no quería ser particularmente cruel con ella, la tomé del brazo y la conduje lentamente (incluso aquel desplazamiento debió de parecerle un calvario, su cara mantenía la dignidad pero el resto de su cuerpo la delataba) hasta la interminable mesa.
Nos sentamos a descansar y le susurré que se calmase.
No hubo tiempo; un banquero y su mujer se sentaron a nuestro lado y empezaron a darnos conversación; parecían bastante más interesados en mi Princesa que en mí así que la atosigaron a preguntas; la voz de Princesa también la delataba, de tanto en tanto una oleada del placer que se iba durmiendo la asaltaba y el dulce tono de la voz cambiaba perceptiblemente.
A modo de castigo le pedí permiso al banquero para que pudiese compartir el siguiente baile con su mujer a lo que el contestó que estaría encantado si yo le concedía por un baile a mi Princesa. Hay gente que es muy previsible; de no querer que mi Princesa se sintiese molesta jamás se lo hubiese solicitado.
Empezó a sonar un vals, Strauss en su máximo esplendor.
Yo bailaba, dejándome llevar por la costumbre y sin prestar más atención a mi pareja que la estrictamente necesaria para mantener las maneras; estaba demasiado pendiente del baile de Princesa, de la nueva resurrección de su siempre dispuesto sexo y de sus titánicos esfuerzos por controlarse.
Su respiración era entrecortada, y cuando sus ojos, indefensos, como de animalillo acorralado, se encontraron con los míos, severos, implacables, enrojeció aún más.
El vals terminó, saludó con una dolorosa y no del todo elegante reverencia, y volvió a la mesa donde yo la esperaba.
Le besé en el cuello y aproveché para felicitarla por su control al oído.