Soñar con sirenas

Me llamaste aquella noche desesperada, asustada.

Mi móvil sonó a las tres de la madrugada y me produjo temor y extrañeza ver tu nombre en la pantalla del aparato.

Hacía sólo unas horas que habíamos tomado café y unas copas.

Te llevé a tu casa y ahora me despertabas -¿Eva?.-

-¡Dime!.-

-Soy Sonia.- Tu voz parecía temblorosa, dubitativa.

-¿Te pasa algo?.-

-Lo siento, no he debido llamarte…es que ….-

Sonia estaba angustiada. Como buena psicóloga intenté calmarla.- ¡Anda! ¡Cuéntame!.-

– Es para ver si nos podemos ver… te tengo que contar un sueño que acabo de tener.-

– Espero que merezca la pena, si no …¡Te mato!.-

Te llamé al día siguiente, imaginé tu carita redonda de labios sensuales, estremecidos soñando, sufriendo por una pesadilla. Quedamos para el sábado siguiente.

Tu y yo somos muy amigas.

Nos conocemos desde los quince y ahora tenemos veintitrés. Yo estudié psicología, tu te metiste a azafata.

No te hacía falta tipo, desde luego. Nos veíamos cuando podíamos, porque viajas mucho.

Pero desde luego ambas hemos tenido siempre claro que somos las mejores amigas del mundo.

Eres una muñequita, educada, simpática, siempre muy arreglada.

Yo he abierto un gabinete. Mi profesión me obliga casi a lo mismo pero es diferente.

Mi elegancia es distinta a la de tu uniforme.

Mi trato con el cliente me obliga a mantener un tipo de distancia que no es la tuya. Lo hemos hablado muchas veces.

Tu admiras mi pelo rubio, lacio, mis rasgos alargados, que me dan esa seriedad, ese aspecto de intelectual que tanto, me has dicho, asusta a los hombres, mis labios delgados y discretos, mis pómulos suaves.

Las dos somos altas. A mi siempre me ha admirado de ti esa mata de pelo negro, fuerte, esos rasgos morenos, sensuales, latinos, la armonía de tus curvas, tu vitalismo.

Tal vez por eso me llamó tanto la atención que te encontraras angustiada….por un sueño. No comprendía lo tuyo.

A mi nunca me ha gustado que me controlen, que me atosiguen, que me protejan.

En cambio tú, con aquel tipo y esa forma tan femenina de ser hubieras sido la princesa de cualquier hombre, del albañil y del arquitecto.

A mi me gusta mi falda pantalón, me la pongo en el trabajo y fuera de él. Tú estas harta de las faldas de tu uniforme, y cuando terminas tu trabajo te pones unos vaqueros, una camiseta y ¡A bailar!.

Ese día, como ya te conozco, y para no desentonar contigo, más aún sabiendo que tenía que preguntarte por tu pesadilla y que debía establecer un ambiente relajado, me puse unos vaqueros y una camiseta yo también.

Hablamos durante un rato, siguiendo el procedimiento de lo que era una terapia un poco especial pero terapia al fin y al cabo.

Cuando ya habíamos establecido un clima de confianza, fui a coger al toro por los cuernos. -¿Y bien?.-

Comenzaste a ponerse nerviosa de primeras pero al final te decidiste a hablar, apartando el pelo que te tapaba media cara.

–Verás. No comprendo por que me impresionó tanto el sueño…Es una tontería, la verdad.-

-Bueno, quizás no lo sea, Lo que estoy segura es que si me lo cunetas te quedarás más agusto-

Y saqué una libreta que llevaba en el bolso para tomar nota y animarla de esta forma a contarme su pesadilla.

-Estaba en la playa, con un traje de color rojo, imagínate. Era un traje largo, de fiesta. Era de día, hacía un sol delicioso. La playa estaba desierta. De pronto, desde el mar, en esa zona que te tapa el cuerpo pero no te cubre, ví que una chica a la que conocía que me llamaba. Era una llamada dulce, armoniosa.-

-Me has dicho que conocías a la chica.-

-¡Si!.-

-¿Cómo era?.-

– En ese momento.- Dijo Sonia después de meditarlo un rato – Sólo te podría decir que era rubia.-

– Siempre te han llamado la atención las chicas rubias.-

Te pusiste colorada. No sabía por que. No creí que mi comentario fuera para ponerse así. Seguiste contandome tu sueño.

– El sol empezó a perder fuerza. Se me pusieron los vellos de los brazos de punta. El caso es que así, con traje y todo, fui hacia ti. EL agua me parecía cristalina y cálida. El traje rojo se me volvía cada vez más pesado conforme me adentraba en el agua y parecía que te alejabas.-

Se te había escapado por dos veces, o me habías relacionado por dos veces, tal vez inconscientemente, o tal vez por que yo fuera en sueños aquella chica que te llamaba. A una psicóloga no se le escapan estos detalles.

– Llegué finalmente hasta la muchacha. Ya no hacía pié. El traje me hundía y me ayudaste… me ayudó a quitarme el vestido rojo que flotó en el agua con un aspecto rojo oscuro, casi negro. Sentí una enorme liberación al nadar desnuda, libre del traje. Entonces …-

-¿Si?-

– La chica me hundió con ella. Ella estaba desnuda como yo, con unos pechos hermosos y con la particularidad de que era una sirena. Sí, debajo de su ombligo, donde debía de aparecer su monte de venus empezaban unas escamas y tras ellas, una gran cola. Era un ser hermoso. Realmente era un ser muy hermoso. La seguí por todo el fondo del mar. Me agarraba a su cola suave y resbaladiza y dura como la de un pez. El sitio por donde cruzábamos estaba lleno de peces en bancos que realizaban extraños y sugestivos movimientos. Los suelos de coral dieron paso a un claro de arena, a donde el sol llegaba tímido y que tenía una iluminación especial.-

Callé para que siguieras contándome lo que hasta ahora no parecía una pesadilla.

– Nos besamos, Eva. Me besó en la boca. Imagínate. Sentí como una bocanada de aire mentolado introducirse en mis pulmones. Fue para mí como una nueva liberación. El beso era continuado. Respiraba por ella. –

Te ponías colorada . Te sonreí y te pregunté si deseabas que lo dejáramos, pero tú parecía que ya no estabas dispuesta a guardarlo.

– La sirena metió su cola entre mis piernas. Me podía sentar en su cola y me producía una sensación muy agradable aquello en… bueno, ya sabes. Ella comenzó a mover la cola y yo… me desperté en medio de un…-

– ¿Orgasmo?.-

– ¡Eso mismo! ¿No te parece terrible?.-

– ¿Eso es todo?.-

-¿Te parece poco?.-

-Sonia, las mujeres tenemos ese tipo de sueños, incluso con mujeres. Cuando es con ellas significa, en la pubertad, un rechazo hacia el sexo. Eso es todo.-

– Sí, pero yo ya no estoy en la pubertad. Y a mi me gustó.-

-¿Te gustó?.- ¡Qué bueno!- Me quedé pensando .- ¡Mira! Voy a estudiar el significado del sueño detenidamente y te digo lo que sea. ¿Vale?.-

Luego te pregunté para ver que me contestabas -¿Conocías a la sirena?.- Guardaste silencio y volviste a enrojecerse, para decir al fín.- ¡En el sueño, sí!-. Mentías, me di cuenta.

Sospechaba que aquella sirena que te amargaba era yo. Fuimos a bailar. Nunca te había visto como paciente, así, impersonalmente, fríamente.

Tenías un tipo perfecto para cualquier hombre y sin embargo tú rechazabas unos pretendientes perfectos poniendo excusas muy ñoñas.

Interiormente le daba vueltas a la cabeza.. Un sueño lésbico no debía de tener mayor importancia, si no torturaba de aquella manera a la que lo sufría.

¿Eras una reprimida? ¿Educacionalmente te habían enseñado a rechazar una parte de ti que ahora se manifestaba? No sabía que pensar. ¿Y por qué me lo habías contado a mí, precisamente a mí? ¡Y me habías llamado justo después de tenerlo!.

Así que al llegar a casa, lo primero que hice fue precisamente intentar desvelar el misterio de tu sueño.

Leía en el libro de sueños que el sol era el símbolo del padre, que se te desvanecía y que el agua era el signo de la feminidad, de una feminidad clara y cristalina.

El traje era la posición social, los convencionalismos, roja, seguro que relacionada con tu profesión femenina y unida al físico, al deseo masculino.

El desprenderte de ella te debía producir vergüenza , pero sin embargo te liberaba.

Era el rechazo hacia un prejuicio social que yo sin duda relacionaba con el sexo.

Te hundías en el agua, en un nuevo ambiente marcado por la feminidad y te conducía por un ambiente que te deslumbraba con las extrañas formas de las bandadas de peces, una imagen, por lo demás de voluptuosidad muy sensual.

La sirena era una tentación. El que te llamara para sumergirte era igual que la situación que Ulises sufrió en su periplo por el Mediterráneo.

Y finalmente la cola de la chica. Un símbolo fálico que para colmo utilizaba como tal.

No cabía duda. Todo apuntaba hacia una dirección de marcadas tendencias lésbicas.

Pero ¿Yo como te iba a decir esto a ti?

Si me hubieras pedido que hiciéramos el amor lo hubieras podido decir de una manera más directa.

Era lo que pensaba,, Claro, siempre que aquella sirena fuera yo. Pero entonces no te hubiera llamado más en la vida Pero aquel sueño me hacía mella.

Me imaginaba a las dos plácidamente en el agua templada, liberándote de la ropa, convertida en sirena.

Aquella imagen de mi mismo me agradaba.

Te imaginaba sumergiéndote agarrada a mis caderas, llevándote por hermosos lugares y luego a ese claro donde metería mi escamosa cola entre tus muslos y te proporcionaría aquel placer. Aquel placer se me grababa en la mente. Me obsesionaba.

Aquella cola de sirena entre las piernas hacía que se humedeciera, sin yo ser consciente al principio, la única parte de mi cuerpo que tiene algo que ver con el mar. Mi almeja.

Desde ese día me senté nerviosa, irascible.

Deseaba hacer algo que no me gustaba hacer y lo relacionaba directamente con el relato de tu sueño y era masturbarme.

Y tengo que confesarte que me masturbé pensando en aquella cola escamosa que tanto placer te proporcionaba.

Insististe muchas veces en que te contara el significado de tu sueño y yo le iba dando largas.

A ti te atormentaba, pero a mí no menos el tenértelo que interpretar. No te servía el que te dijera que no tenía importancia. Te convencía momentáneamente.

Luego bailábamos y tu proximidad comenzaba a volverme loca, a ponerme loe vellos de punta. Y al acompañarte al servicio te miraba de reojo y miraba tus muslos y tu sexo y decía para mí «¡Ah! ¡Ahí fue donde puso la colita la sirena!».

Y al llegar a casa te imaginaba en mi cama y pensaba que recorría tu piel y te tomaba tu sexo cuando en realidad era el mía el que acariciaba, y acababa inmersa en el oleaje tremendo que la tormenta del relato de tu pesadilla había despertado en mí.

Llegaron las cálidas noches de mayo. Salíamos juntas y adivinaba el color de tu piel más allá de tu escote.

Me suplicabas una y otra vez, angustiada, que te explicara el significado de tu sueño, del que tú ya sospechabas su significado.

Aquella noche habíamos bebido demasiado. Te pregunté directamente.

-¿Era yo la chica que te llamaba desde el mar?-

No me podías mentir – Pues…no estoy segura.-

-Era yo ¿Verdad?-

-Si.-

Casi deseaba que no me llamaras para salir. Te rehuí algunas semanas pero éramos amigas, amigas de verdad. Volví a salir contigo.

Me lo volviste a preguntar. La que pregunta es por que quiere saber.

– Mira, Sonia. Lo que pasa es que quieres hacer el amor con una amiga.-

Te pusiste pálida, miraste hacia abajo y levantaste tu cara ahora colorada.

He de reconocer que podía haber sido más delicada al contártelo, peor en un momento decidí hacerte daño. Luego me arrepentí sobre la marca.

– No es tan grave. Quieres tener una relación sexual y por lo que sea y ano te atreves con los hombres. No es extraño. Has sufrido muchos desengaños.-

Unas lágrimas asomaban en tus ojos y yo me sentía muy culpable. Sólo me ocurrió calmarte haciéndote una oferta.- ¿Sabes? ¿Por qué no te vienes a la playa este fín de semana?.-

-¿A la playa?.-

-¡Siii!. ¡Será una terapia de choque! ¡Ya verás como al estar frente al mar y no ver ninguna sirena se te pasa la obsesión!.-

Yo bien sabía que aquella invitación no sólo era una prueba para ti sino que para mí también lo era.

No pude resistir tu tristeza. Te despedías cabizbaja. Bajé el cristal de la ventanilla. Te acercaste cruzando la estrecha y despoblada calle.

– No seas tonta. No te pongas triste.- Te dí un beso en la cara. Era un beso sin contenido sexual, pero tampoco era un beso de amistad. Era un beso de amor, puro y duro.- ¿Vendrás?-

– No se. Ya veré.-

Un «No se. Ya veré» tuyo es un «Si me lo pides dos veces seguro que sí». Te lo volví a pedir el miércoles y luego el jueves y conseguí que te vinieras.

Eres tan femenina. Y desde que aceptaste, mi ansiedad se despertó, mis nervios afloraron. Sentía un cosquilleo que me impedía reconciliarme con el sueño.

Seleccionaba la ropa que me llevaría para tal ocasión, para esta otra. Hice y deshice la maleta unas cuantas veces.

Al día siguiente te recogí. Tu bolsa era tan grande como la mía. Me besaste al subir al coche.

Eso me gustó. Me fijé en los pantaloncitos que llevabas puestos, en tus piernas depiladas, en el brillo de tus muslos.

Puse la música que tanto te gusta y en poco más de dos horas estábamos en la playa, casi desierta. Y ambas miramos al horizonte buscando en el atardecer la figura de una mística sirena vocear tu nombre.

-¿Estás más tranquila?-

-Si, estoy mejor.-

Puse mi mano sobre tu muslo en señal de amistad. Nunca lo había hecho, pero nunca me había sentido tan próxima a tí.

Por lo demás tengo que admitir que era un gesto que de espontáneo no tenía nada. Tú no apartaste mi mano, pero yo aún no quería forzar la situación y aparté mi mano, arrepentida, con la buena excusa de un cambio de marcha.

No necesitabas que te enseñara el apartamento. Tú habías estado en él muchas veces. Un quinto piso con vistas al mar.

Unas terrazas amplias, propias de los pisos fabricados en los setenta, de muebles viejos que fueron reemplazos por otros muebles en los lugares de honor .

Eran las siete de la tarde. Aún teníamos tiempo de darnos un baño. Cambiaste tus zapatos por unas zapatillas playeras.

-¡Llevo debajo el bañador!.-

Yo tuve que cambiarme. No fui tan previsora como tú.

Saqué el traje de baño allí mismo, en el salón y me desnudé, despojándome de la camisa y el sujetador.

Me sentía observada, como una novia por su marido en la noche de bodas, aunque al ver como me mirabas de reojo, avergonzada, pensé más bien en un novio delante de su cándida esposa.

Jamás nos habíamos sentido atraídas por nuestros cuerpos. Me puse la parte superior de mi bañador. Un modelo negro, sport, agresivo.

Me quité los zapatos y la los vaqueros y finalmente las bragas, para ponerme la parte de abajo del bañador, mientras tú fingías leer una revista del corazón de hacía diez meses que había sobre la mesa.

Nos fuimos a la playa.

Te bajaste el pantalón y pude contemplar tus nalgas desnudas asomar a ambos lados del minúsculo bañador. Uno de esos bañador que una se imagina en las playas de brasil, que tienen una tira detrás y en la cintura.

Era un bañador blanco que combinaría a las mis maravillas cuando tu cuerpo se pusiera moreno.

La parte de arriba del bañador eran dos minúsculos triángulos, uno de color amarillo y el otro de color verde plátano.

-¡Este sol quema lo suyo!.- Te dije mientras esparcía crema protectora sobre mis brazos

-¿Si?.-

-Sí.-

-¡Ah! ¡Pues entonces déjame la crema

La playa estaba desierta y decidí ahorrarte el trabajo de que te untaras la crema. Yo la extendía por aquellas partes de tu reverso que no estaban cubiertas por la tela, que eran pocas, primero las zonas menos comprometidas y luego, cada vez las más «delicadas».

Gozaba sintiendo la piel,, tu carne bajo mis manos, la suavidad de tus pantorrillas, la de tus muslos, la de tus nalgas. Me puse tan caliente que me fui al agua.

No tardaste en venir. A fín de cuentas la sirena no hizo falta que te llamara, tu fuiste hacia ella.

Yo me desplazaba hacia un lado, divertida viéndote venir detrás mía. Me seguías y entonces te diste cuenta de mi juego y comencé a nadar.

Tú me seguías a ver si me alcanzabas. Habíamos jugado a ello muchas veces antes.

Me agarraste de la parte de abajo del bañador y me la bajaste.

Chillé y me lo puse bien mientras tu nadabas ahora en dirección contraria.

Te perseguí y cuando estabas a mi alcance dí un tirón de las correitas de tu cinturón. Se soltó el gancho.

Aproveché tu desconcierto y lo atrapé para salir nadando de nuevo, alejándote de ti, buscando que me persiguieras.

Estabas tan bella con el pelo mojado, pegado a la cabeza, brillante. Tus pechos flotaban desnudos en el agua. Los veía a través de ella.

Pretendiste quitarme tu sostén pero eché mi brazo hacia atrás. Tu te echaste sobre mí, nuestras caras se rozaron.

Besé tu boca en un instante y volví a nadar dejando el sostén a tu alcance. Saliste a la arena. ¿Te habrías enfadado? Esperé en el agua unos minutos por si las moscas.

Estabas tendida sobre la arena, de cara a ese sol que te traicionó en tu sueño.

Tus pechos parecían desnudos las pirámides más bellas de Egipto. ¡Qué tentación!

Me atreví a frotar tu cuerpo de nuevo al untarte la crema, esta vez por tu delantera, volviendo como antes a empezar por las partes más fáciles y luego pasar a las más comprometidas.

Puse la yema de los dedos sobre tus pezones. Deseaba que te lo tomaras como un juego.

-¡Estate quieta! ¡estate quieta! ¡Que me haces cosquillas!.-

Pero dejabas que te tocara. Aquel pezón era como un bombón que se e antojaba del más delicado chocolate, la guinda oscura de un delicioso pastel.

Bajé mis labios hasta uno de ellos poco a poco y comencé a lamerlos tiernamente, perdiendo el sentido del tiempo y recuperando el del momento.

No me importaba si nos veían y no se si me importaba lo que tu pensaras o si te gustaba. Sólo sabía que tenía que intentarlo.

-¡Anda! ¡Déjame!.- Me decías, hasta que por fín , te medio incorporaste y te justificaste.- ¡Anda, loca! ¡Vámonos que nos vayan a ver!.-

El camino desde la playa a la casa se me hizo infinito y delicioso.

Te cogí de la mano. Te soltabas cuando alguien venía, pero luego yo te volvía a atraparla mano.

Nos metimos en el ascensor. Eran cinco pisos los que teníamos que subir. Te estreché entre mis brazos y te besé, acercando mi boca a la tuya.

-¡Eva, que haces! ¡Esto no está bien!.-

Te volví a besar introduciendo esta vez mi lengua en tu boca medio abierta, hasta que sentimos el ascensor frenar, antes de pararse en el quinto piso.

Al abrir la puerta del apartamento, corriste hacia el cuarto de baño, pero te olvidaste cerrar la puerta.

Te seguí y mientras tu recibías las primeras aguas de la ducha, yo me deshacía de mi bañador, para sorprenderte al verme aparecer a tu lado, desnuda, bajo aquellas aguas que en poco se parecían a las de tu sueño.

Estaba dispuesta a hacerte sentir sensaciones tan agradables y voluptuosas como las de aquellos bancos de peces que en tu sueño se apartaban de ti para volver a aparecer diez metros más adelante..

Tu cuerpo mojado era aún más hermoso. Tomé la esponja y acaricié tu piel, en tu espalda, en tus nalgas, sobre tu vientre, sobre tus hombros, y tus pechos, la de la parte interior de los muslos…

Te veía gozar, y con tu goce se producía el mío. Cogí el mango de la ducha y proyecté el chorro de agua sobre tu piel.

El jabón desaparecía rápidamente, pero lo que yo buscaba era hacerte sentir el goce del suave cosquilleo de las gotitas sobre las zonas más sensibles de tu piel, tus orejas, tu cuello, tu pecho, tu ano, tu sexo, al fin.

Te saliste de la ducha.. tal vez ya no podías aguantar más. No te lo pregunté. Yo terminé de ducharme. Al salir te encontré vestida .- ¿Salimos?.-

-¡Tú pareces muy preparada ya!.- Le sonreí.

Conocíamos bien el ambiente. En los bares nos encontramos a algunos conocidos de siempre. Charlamos con ellas. No era sorprendente vernos juntas. Siempre lo habíamos estado, Nadie podría pensar el secreto de nuestra incipiente relación.

Nos recogimos tarde. Tu te fuiste a la cama de invitados. Yo me acosté en la cama de matrimonio.

No estando mis padres, me gustaba acostarme yo.

Te esperé impaciente, buscando en el pasillo una sombra, una luz que se encendía. Estaba casi desnuda. Llevaba solamente puestas una de las braguitas que tanto me había costado elegir para la ocasión.

No lo aguanté más y me levanté para cruzar el pasillo decididamente. Fui a buscarte. No pudiste engañarme fingiendo que dormías, aunque fingieras sobresaltarte al verme.

-¿Pasa algo?-

-¡Qué vengas!.-

-¿a dónde?.-

– A la cama de matrimonio.-

– Pero ¿Por qué? .- Te hacías la remolona.

– No tienes ventilador.-

– Allí tampoco hay.-

– Pero la habitación es más fresca.-

Te cogí, del brazo, te arranqué de la cama. Llevabas un pijamita verde que te conocía desde hacía años, de pantalón corto y chaquetita de manga corta. Debajo de él no llevabas más que las bragas.

Yo me sentí ridículamente desnuda e impulsiva. Me intenté justificar. – Es que he oído un ruido en la cerradura y me ha dado miedo.-

Te tumbaste en la cama. Me pareció que pretendías cortar cualquier posible iniciativa mía. Te diste la media vuelta después de decir -¡Ay! ¡Que cansada estoy!.-

Dormías mientras percibía el aroma fresco de tu piel, el perfume de tu pelo. Te miraba bajo la tenue luz del rayo de luna.

Me atreví a abrazarte, a acurrucarte, a clavar tus nalgas en mi vientre y mis pechos en tu espalda. A poner mis muslos detrás de los tuyos y mis brazos sobre los tuyos.

¿Seguías dormida o te habías despertado ya cuando mis mano se introdujo debajo de la chaquetita del pijama? Rozaba la piel de tus costillas primero, y luego la parte baja de tus senos. Y más adelante tus senos enteros.

Y luego metí la otra mano debajo del pantalón del pijama, sobre las bragas, percibiendo la suavidad de tus muslos y la calidez de tu sexo.

Te agitabas en un estado de semi inconsciencia, de despertar de un sueño para volverte a dormir.

No hablabas, susurrabas, gemías en voz baja frases incoherentes mientras tus flujos de amor impregnaban ahora mi mano, que había decidido hacer un allanamiento en tu morada.

Comencé a sentirte como un jinete siente bajo su cuerpo, la agitación, el trote de su montura, bajo los sabios influjos de la mano que la dirige.

Te sentí moverte como un pegaso, un caballo alado de movimientos mitad animales mitad angelicales, buscando el placer que mis dedos te proporcionaban y que tú misma, tus prejuicios se negaban a aceptar.

Venció finalmente el soma sobre los condicionantes de la psique y tu ahogo explotó en forma de un orgasmo cálido, sensual, lento y excitante, en el que el movimiento de tu cuerpo parecía bailar al ritmo de tu respiración profunda y acelerada.

Y así quedaste dormida entre mis brazos.

Un agradable olor a pan tostado fue lo que me despertó.

Me trajiste hasta la cama el café y unas tostadas untadas en mantequilla como tantas veces me las había desayunado a tu lado. Desayuné . Te llevaste la bandeja y te dí las gracias.

-¿Estás satisfecha?.-

-No.-

Me miraste sorprendida.- ¿Te pongo más café? ¿O tostadas?.-

Te miré a los ojos después de tomarte por los bordes de la chaquetita del pijama .- Yo lo que quiero es comerme lo más rico que hay en esta habitación.

– Y te traje hacia mí, mientras en tu cara se esbozaba una sonrisa de satisfacción. Y comencé a desabrochar tu chaquetita mientras nos besábamos.

Y palpé tu pecho que latía acelerado, como el mío mientras tu te deshacías de la prenda superior de tu pijama y quedabas desnuda de cintura hacia arriba.

Te eché sobre la cama y yo sobre ti, lamí tus pechos, intentando con el sabor dulce de tu piel, mitigar el sabor amargo del café.

Lamí uno y otro, mientras ponía mi mano sobre tu vientre tierno y plano.

Tu misma te quitaste los pantalones del pijama y me descubriste el resto de cuerpo, que tan sólo se tapaba con unas bragas que eran tan minúsculas como el bañador que te habías puesto el día antes para ir a la playa.

Sólo la fina tela de aquellas delicias me impedía el contacto con el tesoro más secreto de tu cuerpo, aquel que la sirena osó rozar con su cola de pescado exótico

Toqué tu sexo cubierto por las braguitas, palpé intentando descubrir tus interioridades mientras gozaba sintiéndote excitada, sintiendo vibrar de placer por los besos y lametones que te daba con mi lengua en tus endurecidos y puntiagudos pezones.

Introduje finalmente mi mano en el interior de tus bragas y mis dedos se apoderaron de la tierna cresta colorada guardada por unos labios que ya no podían ocultar por más tiempo la excitación de tu cuerpo.

Te mordías los labios y cerrabas los ojos mientras movías lentamente el cuello a un lado y a otro.

Metí mis dedos entre los labios de tu sexo, un poco profundamente en tu interior, sintiendo una humedad que me resultaba excitante, deliciosa.

Me embriagué con el aroma fresco de tu piel, el suave balanceo de tu cintura, la textura firme y suave de tus pechos, de tus nalgas, de tu vientre.

Tus piernas se abrían y cerraban como si fueran el batir de las alas de una bella mariposa que de un momento a otro tenía que echarse a volar.

Fuimos de nuevo a la playa. Nos perdimos buscando la soledad de los enamorados, siguiendo la orilla a un lugar donde pocas veces habíamos estado antes, para hablar sobre asuntos que teniéndonos la una para la otra nos parecían ridículos ahora.

Decidiste hacer topless para ofrecerme la visión de tus pechos desnudos, delicados.

Para tentarme. Para provocar un nuevo estallido de pasión. Protegí tu piel embarduñándote de crema una y otra vez, recorriendo con mis dedos cada rincón de ti, hasta provocar que los pelitos diminutos de tus brazos se pusieran de punta.

Presentía que si volvíamos a la ciudad sin haberte conquistado te perdería para siempre, mientras que si te hacía mía de nuevo, te tendría para siempre. Y tú me tendrías a mí.

Probé el sabor de la crema extendida sobre tu piel con mi lengua varias veces a lo largo de la mañana.

Untaba tus nalgas una y otra vez casi rozando tu sexo y tu ano. Deseando conocer todos tus secretos desde el primer días. Te sentía dócil, dulce, sensual.

Fuimos a bañarnos y a brincar al paso de cada hola que nos levantaba haciéndonos perder pié, para luego bajarnos de nuevo.

Me acerqué a ti. Te agarraste a mí, poniendo tus piernas agarrada a mi cintura, sintiendo tu vientre, tal vez tu sexo junto a mi propio vientre. Me sentía posesiva, apasionada.

-¡Eres mía! ¡Mía! ¿Comprendes?.-

Vino una hola y su fuerza nos separó de nuevo. Te alejaste hacia la orilla y te volviste a tender en la arena. Te debatías aún entre mi amor y el traje rojo, que mojado te impedía nadar en el agua con libertad.

Pasaba el día. Bien sabes que si aguanté estar todo el día en la playa, bajo el sol era por lo mucho que te gusta a ti tumbarte al sol, como si fueras una lagartija, sobre la toalla.

El sol se debatía en el ocaso y decidimos volver a casa antes de que se ocultara. Ibas en topless por la playa.

No importaba, por que nadie te veía. Te pusiste sobre tu cuerpo la toalla debajo de la cuál tus pechos estaban desnudos. Lo hacías por mí. Seguías intentando provocarme, excitar mi imaginación.

Ibamos de la mano cogidas, como dos adolescentes que demuestran su amistad, nosotras pretendíamos demostrar algo más.

Y al montarte en el ascensor, te cogí la toalla de los hombros y la puse en tu cintura y te traje contra mí y te besé de nuevo hasta llegar al quinto. Te insinué que no te daría la toalla.

-Bueno, allá tú. Este es tu bloque.-

Y saliste del ascensor y cogió el pasillo delante de mí, avanzando hacia la puerta del piso, vestida sólo con la parte de abajo, diminuta del bañador.

A unos metros de mi podía apreciar tu cuerpo espléndido, tu magnífica figura, la deliciosa redondez de tus nalgas desnudas.

Te llevé al baño. Me acompañaste dócilmente. Te bajé el bañador y te metí conmigo de nuevo en la ducha. Te puse contra la pared, con las piernas abiertas. Deseaba ser tu dueño, poseerte incondicionalmente.

Tomé el mango de la ducha como el día antes, pero ahora sentía la necesidad de hacerte sentir, de consumar de nuevo el ciclo del amor.

Enfoqué la manguera sobre tu espalda, sobre tus nalgas, sobre la parte trasera de tu sexo y esperé a que el agua saliera con toda la fuerza que pudiera para proprocionarte una deliciosa tortura que limpiara tu sexo de cualquier rastro de arena.

Te diste la vuelta y probaste la fuerza del agua sobre tu pecho.

Te sequé sentándote sobre mis piernas en la taza del retrete y cubriéndote con una toalla. Y luego te cubrí cada trozo de tu cuerpo con crema, esta vez hidratante.

Olías a coco, aunque la crema era absorbida por tu cuerpo una y otra vez.

Estaba decidida a hacerte mía. Te besé. Respondiste a mi beso participando activamente, entregándote y buscando tú misma mis labios y mi lengua. Esa noche no teníamos pensado salir.

No te pusiste ni siquiera las bragas. Me ofreciste tu cuerpo, poniendo tu pecho sobre mi mejilla Lo lamí pero esta noche deseaba más.

Nos fuimos a la cama de matrimonio. Te tumbaste y yo me desnudé con parsimonia, ceremoniosamente, como deseando que cada momento fuera eterno.

Me puse a tu lado, reclinándote sobre ti y te besé y lamí tus pechos y lamí yu vientre, y alrededor del ombligo y luego los muslos de las piernas que separabas y luego, busqué tu clítoris y lo encontré. Te escuché estremecerte y preguntarme.

-¿Qué haces?.-

-Ya lo ves, rozo tu sexo con mi colita de pez.- Y estuve lamiendo su clítoris y luego introduciendo me lengua en tu sexo, abierto, cálido, húmedo, como una fruta tropical madura, dulce, aromática, sintiendo la piel de tus muslos en mis mejillas, en mis orejas cuando el deseo te inundaba y cerrabas tus piernas una y otra vez.

Metí mi dedo dentro de tu sexo, buscando la miel de tu vagina, buscando el resorte mágico que te hiciera nadar, volar sumergida en el agua marina, gozar del placer del amor.

Tomaste mi cabeza, estiraste de mis pelos y entonces te sentiste inmersa en la placentera sensación del orgasmo.

Esta noche no paró ahí. Pronto te convertiste en una sirena que también descubría que tenía una colita con la que podía proporcionar mucho placer.

Las dos nos quedamos despiertas, nadando en la cama hasta altas horas de la madrugada. Ensayando todas las caricias, todos los mimos, todas las posturas.

Desde esa noche, hemos vuelto muy a menudo a mi apartamento en la playa. Es nuestro nido de amor favorito.

Es donde nos sentimos libres para expresarnos nuestro amor.

Y muchas veces hemos divisado la línea del horizonte marítimo, buscando ilusionadas la figura de una sirena de torso desnudo y cola de pez a la que agradecerle que se apareciera en aquel sueño tan extraño.