Capítulo 1

Capítulos de la serie:

Ellas no decidían I

Soy Raúl. Quien haya leído el relato «Ellas decidían«, se acordará de mi.

Yo soy el que dejó embarazada a su madre y la puso a trabajar en un burdel aún estando preñada, dando participación a mi padre en los beneficios que producía la puta.

Desde entonces ha pasado un año y ha habido algunos acontecimientos.

Mi padre Juan, se enrolló con una de mis antiguas novias y Teresa mi madre se vino a vivir a mi casa con nuestra hija.

Como trabajaba cada vez con mayor dedicación en el burdel y no tenía tiempo de atender a la niña, mi hermana Inés se quedó con ella, así que actualmente mi madre y yo vivimos solos, bueno, tenemos un perro mastín que de vez en cuando monta a mamá, quien le hace de perra con sumo gusto.

Hace un mes me tocó la lotería, así que compré un chalet y nos mudamos allí. Intenté convencer a mamá de que dejase la prostitución porque no nos hacía falta ya dinero, pero dijo que seguía con su furor uterino y que mi tranca sola no podía saciarla.

Después de mucho insistir, un día que estábamos hablando de contratar un par de criadas para atender los trabajos de aquella gran casa, se le ocurrió algo que dijo podría apartarla de la prostitución:

Comprar un par de esclavas en lugar de contratar criadas.

Me pareció una gran idea y busqué los contactos necesarios que nos las proporcionasen, cosa que no me resultó difícil ya que yo había estado en ese mundillo de cuando tenía de esclava a la adolescente Laura, la que vendí a sus propios padre y abuela, Rogelio y Esther, que me la pagaron a partes iguales y que la disfrutan en común.

Mamá y yo decidimos que cada uno decidiera el perfil de una de las esclavas.

Coincidimos los dos en que las queríamos negras o mestizas y gordas. Mamá quería que la suya fuese madurita y yo que la mía tuviese alrededor de 25 años.

Con esas premisas nos hicieron algunas ofertas que, por uno u otro defecto rechazamos. Un buen día el tratante de esclavas nos ofreció una pareja constituida por madre e hija, relación que nos pareció francamente atractiva.

Sin embargo había algún obstáculo. Ambas eran inmigrantes ilegales y estaban amenazadas de expulsión del país.

La madre, que tenía 48 años no ofrecía problemas, ya que, aunque casada, su marido se había quedado en su país de origen y hacía tiempo que no sabía de él, pero la hija, de 30 años, también casada tenía aquí a su marido y dos hijas de 16 y 17 años.

Me asombró que tuviese hijas de esa edad, pero el tratante me dijo que en su país se casan muy jóvenes. El caso es que la mujer ponía como condición a su adopción del estado de esclavitud que la dejásemos ver a su marido y sus hijas un día a la semana.

Desde luego no admitimos aquella condición, ya que, si ni tan siquiera iba a disfrutar de la mayoría de los derechos humanos, no íbamos a permitir aquel, a nuestro juicio, intrascendente y sentimentaloide, capricho.

Mal hubiéramos empezado consintiendo que una esclava tuviese alguna prerrogativa o iniciativa propia. No obstante aumentamos el precio de oferta si renunciaba a la exigencia, aunque le garantizábamos que alguna vez podría verlos pero a nuestro capricho y condiciones.

Muy necesitada de dinero debía estar su familia porque accedieron a la entrega. Así pues preparamos las cosas para el negocio. El tratante nos envió fotos de ellas desnudas y mostrando sus atributos en detalle y nos agradaron enormemente. La vieja se llamaba Nala y la joven Nwen.

Se procedió a un chequeo médico en profundidad que certificó su perfecta salud, incluyendo el dato de que ambas eran aún fértiles. Esta circunstancia me alegró porque ya conocéis por el anterior relato mi afición a follar preñadas y a mamar pechos llenos de leche.

Esperando el día de la entrega, que se haría discretamente en nuestra casa, mamá y yo compramos en un sex-shop y otros comercios especiales todos los artículos necesarios para su adiestramiento y mantenimiento.

El día de la entrega paró un discreto utilitario frente a la casa y de él descendieron un hombre, una espléndida mujer mayor y dos figuras enfundadas en capas con la capucha sobre la cabeza y la vista baja.

Entraron en casa y se presentaron: – Buenos días, soy Jorge y esta es Lidia, y aquí tienen su mercancía: Nala, y le quitó la capa quedando totalmente desnuda, y Nwen, con quien hizo lo mismo.

Las dos gordas intentaron tímidamente taparse el sexo y los pechos con las manos pero un fuerte fustazo de Lidia en las nalgas de Nala las disuadió. – Estos son vuestros amos y tienen derecho a veros como gusten. Ante ellos y ante quienes ellos digan no tendréis ninguna intimidad. Ahora señores, si nos abonan, les dejaremos con ellas para que las adornen a su gusto.

Debo decirles que Nala tiene cosidos los labios del coño de forma que pueda orinar pero no follar, como es tradicional en su país cuando una esposa está lejos de su marido.

Pueden conservarla así y utilizar solamente su culo o bien descoserla. Ya tiene asumido que se hará lo que ustedes quieran. Realmente se descosieron para el examen médico, pero ella se empeñó en volver a coserlos hasta el día de la entrega efectiva. Atavismos.

Pagamos los 9.000 euros de Nala y los 15.000 euros de Nwen y se marcharon, no sin dejarnos el escrito de compromiso de garantía, mediante el cual podíamos devolver la mercancía si en el plazo de un mes no nos llegaba a complacer.

De inmediato que se fueron los traficantes nos dispusimos a examinar más a fondo el ganado.

Las hicimos bajar al sótano donde habíamos montado un gabinete SM y allí primero, por si acaso, le pusimos un collar de acero a Nwen y la sujetamos con una cadena a una argolla de la pared.

Tomamos a Nala y la hicimos extender sobre una mesa de ginecólogo boca arriba.

Primero deshicimos el cosido de su vulva y la examinamos cada centímetro cuadrado de su extenso cuerpo, investigamos dentro de sus orificios probando su elasticidad, sabor y olor, la obligamos a varias posturas con objeto de ver como se distribuían sus carnes y apreciamos que realmente no tenía grasa, aquella mujer era de complexión corpulenta pero no sebosa, sus carnes eran prietas, calientes y apetitosas, su piel era bastante oscura, tersa y brillante pese a su edad.

A nuestras preguntas respondió dificultosamente en inglés que había tenido ocho hijos y que Nwen era la sexta. Nos dejó asombrados, puesto que pese a que sus tetas colgaban bastante y su vientre denotaba los partos, conservaba los dos elementos anatómicos con un gran atractivo.

Sus caderas tenían unas curvas deliciosas antes de dar paso a unas inmensas y suaves nalgas y proseguir en unos muslos entre los cuales cualquiera estaría dispuesto a dejarse ahogar.

Mamá se fijó mucho en sus manos y dijo que, pese a ser grandes y muy trabajadas, era fácil recuperarlas y dejarlas muy atractivas. Dijo: – Estas manos, con uñas un poco largas y lacadas de rojo, quedarán fabuloso sujetando sus enormes tetas ofrecidas para chupar.

Hablando de tetas, eran inmensas, pero lo mejor es que las oscuras areolas ocupaban casi la cuarta parte de la superficie de los pechos, y los pezones parecían cartuchos de pistola.

Mamá y yo comentamos las posibilidades que tenía aquel cuerpo para adornar, estando los dos casi de acuerdo en todo, pero dejamos las decisiones para cuando estuviera mejor pulido.

Lo que nos pareció una necesidad perentoria fue despojar el pubis de pelambrera, así que mamá, tomando los adminículos necesarios dejó aquel terreno tan liso y suave como una tetita de adolescente.

Con mejor visibilidad apreciamos que el cosido que había tenido se limitaba a tres orificios en cada labio exterior que habían sido entrelazados en varias vueltas con cordón encerado.

Me acordé entonces de mi antigua esclava Laura y dije: – Mamá, ya que tiene las tres perforaciones hechas podemos colocarle tres candados como a Laura, pero mucho más grandes.

Dará una imagen espectacularmente morbosa y será follable por aquí cuando queramos quitarle los candados.

Pero insisto, tienen que ser muy grandes para que surta el efecto que me imagino, será epatante.

– Me gusta tu idea hijo, pero hay que cuidar mucho la estética de los candados, no sea que nos pasemos y quede una cosa burda. -Ya mamá, hemos quedado en que los adornos de las esclavas lo decidiremos despacio.

Tenemos mucho tiempo. Ahora, si no te importa querría comerme ese coño recién depilado. – Ale hijo, es tuyo, pero no lo folles hoy porque estoy calentorra y me tienes que atender debidamente después, además sabes que, desde que no está tu hija-hermana debes chuparme el doble de leche de mis tetas para que no me produzca dolor seguir en estado lactante. – Por supuesto mamá, tus tetas, tu coño y tu ano antes que ninguno.

Me apliqué con gran dedicación a la mamada de aquel inmenso coño negro situado entre dos jamones que no conseguiría un cerdo de buena crianza, más que nada porque no había probado ninguno de ese color y, a los dos minutos percibí una agitación en la masa de carne y mi boca recibió un torrente de jugos deliciosos.

La muy hipócrita zorra había prescindido de su defensa de la fidelidad conyugal que le obligaba a llevar el coño clausurado y había llegado al clímax a las primeras de cambio. Me alegró el asunto.

Aquella esclava prometía pese a la aparente timidez inicial. – ¡ Mamá, mamá, ven -ella estaba lamiendo pezones- prueba sus jugos, son abundantes y saben divinamente. Mamá se abalanzó sobre aquel coño y paladeó el caldo proporcionado por la hembra. – Creo que hemos hecho una buena adquisición, ahora veremos la tuya.

– No es mía, las dos son de los dos, quedamos en que cada uno elegía una, no que fuese de propiedad exclusiva.

– Ya, me he expresado mal, me refería a la que has escogido

Nwen era parecida a su madre, sin tanta carne ni curvas, un poco más alta, piel más clara e igualmente atractiva y deseable. También la examinamos a fondo y la depilamos.

A aquellas alturas mamá ya estaba cachondísima y tuvimos que interrumpir el trabajo para que la liberase de la leche de sus tetas y la follase, cosa que quiso fuese delante de ellas y, sospechaba, exigiendo su participación.

Antes de mamar su leche mamá estrujó sus tetas sobre las esclavas para regarlas y les ordenó que lamieran el producto, después de que yo tomara tomar la leche de mi cena dijo:

– Ponme un vibrador en el coño y dame por el culo hasta que se me rompa, hijo.

La desnudé delante de las esclavas y les mostré a ellas todo el bonito cuerpo de mamá.

Les obligué a mirar bien dentro de sus agujeros cuando se los abría y a lamérselos, sobre todo su bien depilado coñito.

A eso se mostraron reticentes y hube de emplear la fusta unas cuantas veces en cada una.

Por fin pues a mamá apoyada por las manos en la mesa de ginecólogo y a las esclavas arrodilladas bajo ella y frente a su coño, le introduje un enorme vibrador en la vagina y después le inserté mi polla en su ejercitado ano.

Mientras yo bombeaba ella empezó a instruirlas en el arte de jugar con la lengua en su clítoris y en sus pezones alternándolas en la labor. Aunque al principio no pusieron mucho empeño, terminaron, a juicio de mamá, con buen arte.

Después de inundar los intestinos de mamá con mi semen, ella se empeñó en que las esclavas se hicieran entre si un 69.

Lo hicieron, aunque hubo que emplear otra vez la fusta. Debió gustarles, según demostraron sus gemidos y las veces que hubo que advertirlas para que parasen de mamarse los coños.

Después de examinarlas otra vez y comparar los cuerpos de las dos, las colocamos un cinturón de acero a cada una y, atadas entre sí por una gruesa cadena, las dejamos a dormir en el catre del sótano sin mantas, con la intención de que, habida cuenta de que la temperatura no superaría los 12 grados, se abrazarían entre sí y comenzarían a acostumbrarse a cada una a acariciar el cuerpo de la otra.

Ya en la cama, mamá me obligó a follarla otra vez, ésta en el coño, mientras me calentaba contándome las ideas que se le iban ocurriendo respecto de las esclavas.

Terminada la labor dormí como un bendito en aquella enorme cama de tres por tres metros, que habíamos comprado para cuando papá venía para follar a mamá por la nostalgia y se traía a mi antigua novia, a una o dos de sus amiguitas o a alguna componente de su grupo de orgías de maduras, de las cuales conozco varias.

Cabíamos todos perfectamente, incluso nuestro perro. A medianoche tuve ganas de mear y lo solté encima de las esclavas para calentarlas.

Como si recordar a mi padre se hubiera transmitido a mamá, esa misma mañana, al despertar me dijo:

– Lástima que tu padre no quiera vivir con nosotros, ahora se lo pasaría divinamente con las esclavas.

– Mamá, después de lo que le hiciste no me extraña que no quiera vivir contigo.

– Tampoco le hice nada serio.

– Si no te parece serio llevar tus clientes del burdel a casa y dejar la cama de matrimonio hecha un asco, ya me dirás.

– Es que no me daba tiempo a atenderlos antes de sacar a la niña de la guardería. – Ya, ¿ y lo de copiar las direcciones de su agenda y enviar a todos sus amigos una invitación para disfrutar de tus servicios en el burdel?. – Hay que promocionarse. -Qué descaro tienes mamá. – Bueno, vamos a desayunar y trabajar con las esclavas.

Aquella mañana nos dedicamos a hacerles la manicura y a tratar sus pequeñas imperfecciones, como el corte de pelo, pequeños granitos o heriditas, etc..

También les especificamos sus tareas no sexuales, como quién y qué cocinar, lavar, planchar, etc… A lo largo de la semana siguiente empezamos a enseñarlas nuestros gustos y caprichos y a darles a entender con un gesto qué órgano sexual debían ofrecernos, o a cual de los nuestros debían aplicarse.

Cuándo indicaba yo que me la mamasen, cuándo mamá quería que le chupasen las tetas para vaciarla de leche, cuando íbamos al baño y qué queríamos que nos limpiasen con la lengua, el culo después de cagar o el coño o la polla tras mear.

Les enseñamos a tragar todo lo posible de nuestras meadas, las follamos por todos los agujeros muchas veces para que se acostumbrasen por igual a mi polla y a los consoladores de mamá.

Después pasamos a ensancharles el coño y el culo con consoladores anchos y, al final, con el puño entero.

Se acostumbraron al trato sexual entre ellas mismas, cualquiera que fuese la forma que se les exigiese, las hicimos follar por el perro y por varios amigos y amigas que trajimos a casa exprofeso.

Debo decir que las dos esclavas se portaron muy aplicadamente y en esa semana, su conducta era casi perfecta.

Creo que sus reticencias iniciales eran más bien una cuestión de pudor educacional que de rechazo al sexo duro.

También las imbuimos la necesidad de hacer duras sesiones de gimnasia todas las mañanas después de vaciar nuestra orina en su boca y hacernos bañar por ellas, puesto que era necesario tenerlas en buenas condiciones físicas para afrontar el uso que se les avecinaba.

La semana siguiente la dedicamos a adornarlas y marcarlas de la forma que ya habíamos estudiado. Trajimos a casa un especialista en piercing y tatuajes que se acomodó con todas sus herramientas en la sala SM del sótano.

Primero se aplicó a la obra sobre Nala. La tendimos sobre la mesa de ginecólogo abriendo bien sus enormes y ajamonados muslos y examinó las perforaciones que ya tenía. – Habrá que abrirlas un poco más para los candados que ustedes desean ponerle. Así que tomó una jeringuilla para anestesiarle la vulva. – De eso nada, dije yo. En una esclava no se gasta en anestesia, pues sí que es usted profesional. – Hombre, es que hay esclavas de simular y jugar y otras que son esclavas de verdad. – Pues éstas son de las últimas, así que nada de miramientos.

Tomó dos gruesas agujas después de calibrar el espesor de los cierres de los candados que allí mismo teníamos preparados y ensanchó los orificios preexistentes. Todos aguantaron bien la expansión salvo uno que se rasgó y sangró un poco.

Desinfectó y cauterizó y seguidamente protegió las puntas de las agujas con unas bolitas. – Habrá que dejarlas unos días para que el tejido se acostumbre al ensanchamiento. Después ya podrán utilizar los candados.

A continuación se aplicó al abultadísimo clítoris, que perforó diestramente con el aparato adecuado mientras Nala mostraba síntomas de dolor pero sin pronunciar una sola palabra ni soltar un gemido.

Me estaba gustando la vieja negra. Le colocó el gran anillo dorado, 5cm de diámetro y 6mm de espesor, que habíamos seleccionado del catálogo y lo cerró con un click del mecanismo interno que lo hacía inamovible

También aplicó desinfectante y hemostático a la herida. De igual manera procedió después con los pezones y el vómer de la nariz. El anillo de la nariz era removible, aunque los de los pezones eran también permanentes igual que el del clítoris.

La siguiente operación fue la de marcar con un hierro candente nuestro sello en la alto de su nalga izquierda.

Para distraerla del dolor le inserté de golpe un enorme cono en el culo hasta donde frenó naturalmente, mientras se le aplicaba el hierro al rojo. Habíamos pensado en un gran tatuaje, pero visto lo oscuro de su piel no hubiera resaltado.

Finalmente le colocamos un collar y unas pulseras doradas con una argolla cada uno y forradas internamente de suave cuero cuya llave nos guardamos.

El collar quedó enlazado, y éstos entre sí, a los anillos de los pezones mediante una relativamente gruesa cadena. Aquella ajamonada vieja negra quedó tan fascinante que, si no hubiese sido por comenzar el tratamiento de Nwen, me la hubiese tirado en el momento.

Descrito ya el trabajo efectuado sobre Nala, poco hay que decir sobre el de Nwen, sus perforaciones fueron similares, salvo que las anillas, collar y pulseras fueron de plata.

No obstante introdujimos alguna variación en el marcado y en el tratamiento de los pechos: Como sus tetazas eran más largas que las de su madre, pero eran más estrechas en la base que en el extremo, mandamos ponerle unas gruesas bridas de plata en la base.

Enganchada en esas bridas y apoyada en su tórax, bajo los pechos, se colocaron unos artilugios como pequeñas bandejas con forma de cuchara en las que, apoyadas sus tetas, se pronunciaban hacia adelante en toda su magnitud y esplendor. Los pezones fueron anillados con unos resortes que, apoyados sobre las aréolas, estiraban continuamente de ellos con la finalidad de hacerlos más largos con el tiempo y ensanchar la perforación para ponerle anillos cada vez más gruesos.

Mamá aseguraba que una amiga le había contado que otra amiga, a su vez, y que no era negra, había conseguido tener unos pezones de casi tres centímetros de longitud con el mismo sistema, y que se había conseguido follar a todos los amigos de su marido por el morbo que les daba chupar tal deformación.

Así, presumía que en una negra tan joven y con tales tetas se podría conseguir obtener pezones de 5cm de largo y ponerles argollas de 3cm de espesor al cabo de diez años. Por esa misma razón le pusimos en el clítoris el mismo instrumento cosa que a la esclava le pareció incomodísimo pero no protestó. Por supuesto esos mecanismos eran removibles, ya que estábamos experimentando y no queríamos estropear los cuerpos de las esclavas.

En cuanto al marcado de Nwen, lo hicimos con tatuajes en lugar de con hierro candente, ya que su más clara piel lo permitía, además de las ventajas de mejores resultados artísticos. En el pubis, justo sobre el eje de los labios vaginales se le escribió con bonitas letras el texto «ESCLAVA DE TERESA Y RAÚL», y sobre él la figura de un látigo. Sobre la riñonada, de cadera a cadera pero enlazando y haciendo ángulo con el surco de las nalgas dos amplias fenefas simulando cadenas y, finalmente, rodeando el pecho derecho la inscripción «CHUPA CUANDO GUSTES»

Terminado el trabajo examinamos sus resultados quedando, tanto mamá y yo como el experto, sumamente satisfechos de los resultados. Tomé mi cámara digital e hice bastantes fotos para publicarlas en Internet, cosa que me agradeció el menestral por la publicidad que le suponía.

Le dije que pondría su dirección de correo electrónico en nuestra página, donde ya aparece mamá follada por el perro y múltiples escenas de nuestro grupo habitual de orgías que yo he tomado subrepticiamente. Tengo grandes perspectivas para ampliarla sin necesidad de ocultar las caras de los protagonistas, a fin de cuentas ninguno se cuida mucho de disimular sus perversiones.

Observando a las adornadas y orondas esclavas me entró tal calentura que no tuve más remedio que utilizar el culo de Nala para tranquilizarme.

Estando en faena advertí la cara de ansia del operario y le di permiso para utilizar la boca de Nwen, ya que otro tipo de uso de la esclava hubiera retrasado la cicatrización de sus maltratados órganos.

Mamá se puso a cooperar ofreciendole al tipo la leche de sus tetas, pero pasado el rato y agotada la leche, llamó al perro y se hizo sodomizar por él sin importarle un bledo hacerlo delante de un extraño.

Continuará…

Continúa la serie