Capítulo 3

Iniciación zoofilica III

Sábado, cuatro y media de la tarde, estoy vestida tal como me ha ordenado Luis, falda plisada, corta, no muy mini para no ser llamativa, blusa escotada, pro solo dejando ver el canalillo, medias y liguero, por supuesto sin ropa interior de ningún tipo, por muy sexi que pueda ser, chaqueta y bolso en el que solo llevaré cosas de aseo personal, nada de útiles de belleza ni otras cosas innecesarias, un monedero con dinero para el taxi de ida y vuelta hasta su casa.

Llamo un taxi para que me recoja en la puerta a las cinco menos cuarto, son diez minutos escasos de carrera desde nuestra residencia a la suya.

No quiero llegar tarde, pero tampoco quiero precipitarme y llegar antes de tiempo, no se si vive solo, si tendrá gente a comer.

Suena el llamador desde el portal, Juan contesta y me avisa que el taxi me espera, nos miramos, me acerco, le doy un cálido beso, me lo devuelve, abrazados muy fuertemente, le confieso que tengo miedo, estoy asustada, no se cual es la forma de ser, como se comporta, siento una especie de angustia interior, siento la tentación de bajar, acercarme al taxista, pagarle la carrera y quedarme en casa, meterme en la cama con Juan y no salir de allí hasta el lunes por la mañana para ir al trabajo, siento la mano de Juan cogiendo la mía y nos dirigimos a la puerta, la abro, cojo mi bolso, lo miro por última vez y salgo al rellano, llamo el ascensor, entro y sin mirar a la puerta, donde se que me encontraré con su mirada, aprieto el botón, mirando al suelo y la puerta se cierra.

Ya esta, la suerte esta echada, no hay vuelta a tras, a casa de Luis y que sea lo que la suerte depare.

Por el camino, mirando por la ventanilla del taxi, sin ver nada de lo que pasa ante mis ojos voy pensando si no me habré precipitado, sin haber pedido siquiera a nadie informes de Luis, sin interesarme por saber quién es, de que vive, donde trabaja, seguro que entre mis colegas, entre los comerciales de la agencia inmobiliaria hay alguien conocido suyo, pero sería demasiado descarado, podría levantar sospechas, en fin, una vez embarcada, que mas daba lo que pensara, no había vuelta a tras, directa a su casa, segura de estar en manos de un amigo de un amigo.

Después de todo Javi si era un gran amigo, al menos hasta el punto de estar entre sus brazos y debajo de su cuerpo con su polla en mi coño en mas de una ocasión, por lo tanto, si él confiaba en Luis, como no habría de confiar yo.

Cinco en punto de la tarde, día nublado como todos en esta ciudad, solo los meses de junio a septiembre podíamos ver el sol de la noche a la mañana, además este invierno, bueno, no era norma, había llovido lo que suele llover en dos años, estábamos a punto de sacar branquias en vez de pulmones de la lluvia y la humedad ambiental respirada desde mediados de septiembre no había parado de caer lluvia.

Llamo al timbre, me contesta por el interfono la voz de Luis, inconfundible, la pregunta que hace me deja helada «has venido sin bragas y sujetador como te ordené?», le respondo que si, así estoy vestida.

Me ordena permanecer justo donde estoy, sin moverme ni un milímetro hasta su llegada, tardará solo unos minutos, no más de cinco en bajar y ya cogemos su coche y nos dirigiremos a su casa de campo.

Pasan los minutos, son las cinco y media, Luis no aparece, me estoy empezando a poner nerviosa, parezco una farola allí, delante del llamador, en un edificio antiguo de cuatro pisos, dos viviendas por planta, sábado a las cinco y media de la tarde, la gente paseando, algunos me miran y se sonríen, otros pasan inadvertidos, hasta que de pronto mis oídos captan una voz conocida, es la de Almudena, una compañera de trabajo, tiene un tono de voz y un volumen difíciles de olvidar, tengo miedo que me vea, pero es tarde, su voz suena a mis espaldas, me esta saludando, me doy media vuelta y la saludo, me acerco a ella y charlamos unos segundos, luego sigue su camino va con su novio al cine.

Aparece Luis, serio, cara de enfadado, me hace una seña y le sigo, nos dirigimos a un todo terreno aparcado a unos 50 metros del portal, sube y me abre la puerta del acompañante, deposito el bolso en el asiento trasero y me acomodo en el mío, aseguro el cinturón de seguridad, el motor arranca y a los pocos segundos el vehículo se pone en movimiento.

No ha dicho ni una palabra en todo este tiempo, ni una sonrisa, ni el mas mínimo gesto de aprobación o de reproche.

Arranca con enfado, con brusquedad, gira en la primera bocacalle y lo hace a alta velocidad, la inclinación y la brusquedad de la maniobra me hacen caer sobre su cuerpo, me aparta con cierta violencia al tiempo que me dice que menuda mierda de sumisa estoy hecha, ni le obedezco, ni me aguanto en mi asiento, le espera un buen trabajo durante una temporada hasta convertirme en la esclava perfecta, o al menos lo mas parecida a eso, y adaptada en todo caso a sus gustos y necesidades, lo hará sin la mas mínima compasión, el tiempo es oro y no dispone de mucho para hacerme su puta, su esclava.

El vehículo se dirige hacia el norte, por la carretera de la costa, a unos diez km. toma un desvío y entra en una pista estrecha, entre pinos y eucaliptos, es inclinada, con curvas, parece desde la carretera que no tiene salida, una pista muerta, solo de servicio a una finca, pero sigue, unos tres o cuatro minutos después, entre los árboles se divisa una casa de campo, dentro de una finca totalmente cerrada, una muralla de piedra y sobre ella un cierre de alambre de pinchos, en total unos tres metros de altura.

Desde fuera no se divisa absolutamente nada.

La puerta de la finca se abre gracias a un mando a distancia accionado por Luis desde el interior del coche.

Pasamos y la puerta se vuelve a cerrar, me siento totalmente indefensa, no puedo llamar a nadie si tuviera miedo, he traído el teléfono móvil pero dudo de su utilidad dentro de la casa una vez revisado en bolso por mi anfitrión.

Que susto, cuatro perros enormes, Mastines de los Pirineos se acercan ladrando, son preciosos, eso sí, muy pero que muy grandes.

Luis los acaricia, los mima y les ordena marchar y sin rechistar, los perros se alejan hacia el interior de la finca.

No distingo su tamaño, espero verla desde el interior de la casa o mejor desde las ventanas de la planta alta.

Cojo mi bolso y dos bolsas cerradas que me acerca Luis, nos dirigimos hacia la casa, una vez abierta la puerta, se hace a un lado para cederme el paso, el no lleva nada en la mano, lo cual no me sorprende, si voy a ser su sumisa, empezará por hacerme su criada en este su retiro y también el mío hasta mañana domingo.

Nada mas cruzar el umbral de la puerta, siento un golpe seco en mis nalgas, un dolor tremendo, y un grito «¡¡quieta, no te muevas!! , ni se te ocurra darte la vuelta», y un segundo golpe cae sobre mi falda y por consecuencia sobre mis nalgas, lo siento como un pinchazo que recorre toda una línea transversal en mi piel, es un dolor de quemazón, escuece y escuece.

Su voz, seria y firme me indica los motivos, no estuve quieta delante de su puerta cuando me lo ordenó, me moví y hablé con mi compañera, él me había dado una orden muy concreta y no la cumplí, y las desobediencias se pagan.

Se acerca de nuevo a mi, coge mi bolso y lo abre, descubre el teléfono móvil, me mira con una sonrisa maliciosa, «joder, Mela, te había dicho que solo tus elementos de aseo personal, dime, es el teléfono uno de esos enseres necesarios para el aseo personal?, yo mas bien creo que no, es un lujo innecesario para estos acontecimientos», lo desconecta, lo abre y extrae la batería, la cual guarda en un bolsillo de su chaqueta.

Bien, empezamos bien, le he dado sin querer dos motivos para el castigo, aunque estoy segura no precisar ninguno, pero ahora ya tiene dos, bueno, empiezo a pensar cuales serán las consecuencias de estas dos desobediencias.

Me ordena subir al piso superior, mi dormitorio es la segunda puerta a la derecha.

Entro y es una habitación amplia, con un gran ventanal y orientado al sur, tiene una preciosa vista de los montes que limitan la finca y desde luego se aprecia desde allí la amplitud de la finca, el césped bien cortado y los mastines jugando.

No tarda en entrar, no me he movido, entré, dejé sobre la cama mi bolso y ahí estoy, inmóvil delante de la ventana.

Me ordena me desnude completamente, coja la ropa interior del primer cajón de la cómoda, el vestido colgado en la percha nº 3 y los zapatos negros con tacón de aguja, los que tienen el nº 6, una vez vestida baje al sótano, las escaleras están en el salón en la puerta con un cartel «bodega», me da cinco minutos para hacerlo, ni uno mas.

Apresuro todo lo que puedo, la ropa interior es un mini tanga negro, muy estrecho por delante y solo una tira detrás con dos tiras finísimas en las caderas, unas medias negras con liga antideslizamiento superior, un sujetador a juego, sin tirantes, pero con corpiño bajo y un vestido negro, ni que estuviera hecho a mi medida, ajustado, falda por la rodilla pero abierta por la cadera izquierda desde la misma cintura, espalda al descubierto y dejando ver la parte alta de mis pechos.

Me vestí a la mayor brevedad posible, tenía cinco minutos y tardé solo tres.

Observé mi figura en el espejo que hay en la pared, estaba preciosa, solo me faltaba un poco de maquillaje para estar perfecta, pero no lo había traído, su orden era tajante, solo objetos para aseo personal, y que yo sepa, el maquillaje no es indispensable.

Abrí la puerta que daba a la «bodega», una escalera en dos tramos con un pequeño rellano, me condujo a una estancia pequeña, hay dos puertas cerradas y una abierta, en el interior una habitación amplia pero a primera vista y para una profana como yo de poner los pelos de punta.

La puerta era muy gruesa y pesada, mas de lo normal, al entrar la cerró, la iluminación era cálida en tonos suaves.

Las paredes en color negro, el techo color morado y el suelo de madera barnizada, estaba con una temperatura agradable, mas bien un poco alta, pero sin exceso.

En las paredes había objetos de tortura de todos los tipos, desde látigos, fustas y trallas de varias medidas, grosores y con puntas diferentes, desde el látigo terminado en finas tiras de cuero con nudos hasta una fusta de cuero terminada en un a fina varilla que parecía muy flexible, palas de cuero, varas de mimbre de distintos grosores, de caña, de madera gruesa, bastones de diferentes formas y medidas, esposas para muñecas y dedos, muñequeras de cuero y por supuesto tobilleras, cinturones con púas interiores, cinturones de castidad, de cuero y metálicos, máscaras desde las simples para los ojos hasta las de tipo capucha, mordazas, en fin, un verdadero escaparate de elementos de tortura.

En las paredes había tres cruces de San Andrés, lo que indicaba la posibilidad de dar castigo a mas de una persona a la vez.

Dos mesas de madera muy gruesa con anillas en los costados y en las patas indicaban su utilidad, un potro de madera, en fin, creo que me estoy olvidando de un montón de cosas, pero para ir empezando no esta mal, bueno, también había un armario con las puertas cerradas en cuyo interior imaginé la existencia de otro tipo de elementos, los más delicados y los necesitados de una mayor higiene, motivo por el cual estaban cerrado.

Había cuatro butacas, imagino para los amos y amas los cuales llevaban allí a sus sumisas o sumisos a ser castigados y poder observar, corregir o dar explicaciones a los castigadores de cómo impartir el castigo impuesto.

Me indicó con la mano una de ellas, me senté con cuidado de no levantar la falda ni dejar abierta la abertura lateral.

Muy serio, se acomodó en otra a mi lado, traía en la mano dos copas de coñac, lo necesitaba, aunque esperaba el inicio de la sesión verdadera, pero no, lo primero fue aclararme cuales serían mis pautas de comportamiento dentro de aquella estancia y fuera de ella, siempre que él estuviera presente y ejerciendo de mi amo.

Ha no ser indicación contraria, como este día, siempre iría sin ropa interior, la falda abierta sería de uso común, peinada y sin maquillar, zapatos de tacón, mínimo de 10 cm., medias y liguero opcional, dependiendo del tipo de prenda a usar, son muy sexis, pero a veces estropean la visión de algunas partes del cuerpo, sobre todo a la hora de impartir castigos, usaría los aseos cuando se me fuera permitido, no antes, comería cuando el hubiera terminado, no le serviría de camarera, pero si de alfombra en algunas ocasiones.

Su objeto era transformarme en una verdadera esclava, en una verdadera puta, sería usada por él cuando, donde y como quisiera, sería cedida a otros amos y amas cuando el lo considerara oportuno, se reservaba el derecho de poder cobrar por mis servicios a quien el quisiera.

En principio mi trabajo sería respetado al máximo, pero no por eso dejaría de ser utilizada algunos días por la noche, para ser traída allí para un castigo o simplemente para cumplir un capricho suyo.

Mi marido sería un caso aparte, tendría que explicarle un montón de cosas, pero no podría interferir para nada en mi educación, o lo aceptaba o yo no sería adiestrada.

La doma y enseñanza de una esclava no se puede hacer si hay alguien que compartiendo la vida íntima de la esclava no respeta las órdenes dadas por su maestro.

Después de todo, Juan también, según Luis, se beneficiaría de las enseñanzas impartidas.

A todo esto, yo estaba con mi copa en la mano, sin decir palabra, pero pensado para mi sola, ¿quien me habrá mandado meterme en este lío?, con lo bien que estaba en mi casa, ahora a las siete y media, con Juan en la cama, haciendo el amor, sintiendo su lengua en mi sexo, sus manos en mis pezones, acariciando mis pechos, lamiendo mis muslos, haciendo un 69, en fin, ¿por qué no lo pensaría antes de aceptar?, ahora era tarde, estaba totalmente en sus manos, sin forma de llamar a Javi o a Juan para ser rescatada.

Luis salió de la estancia, me dejó allí en mi butaca, la copa de coñac en la mano, mirando al suelo, sin decir palabra y lo que era más importante para mí, sin poder aclarar mis ideas, si de verdad era aquello lo esperado, si estaba dispuesta a poner en peligro mi matrimonio solo por un capricho, un sueño o un deseo de probar algo nuevo, de probar algo diferente a lo hecho hasta ahora.

Sería yo capaz de convertirme en una verdadera puta, ser vendida a los hombres que mi Amo quisiera, ser prestada a otros Amos y Amas, en fin, ser utilizada como «alfombra», de verdad estaba yo dispuesta a aceptar todo aquello?.

De pronto me quedó helada, miro al frente y en voz alta repito las reflexiones que estaba haciendo, pero si no le estoy llamando Luis, le estoy llamando Amo y me dirijo a sus amigos y amigas con el mismo calificativo, ¿que estaba pasando por mi mente cuando pensé eso? Pero, ¿ y ese cambio repentino en mi forma de pensar?, sería el local en donde estaba, sería le ambiente que había vivido la última semana, sería tal vez mi imaginación que se adaptaba a aquel desconocido juego y jugador.

La puerta se abrió y apareció Luis pero vestido de forma radicalmente diferente, botas de cuero, pantalón del mismo material, camisa de seda, todo ello de color negro, sus manos dentro de unos guantes de cuero, tan finos que se notaban hasta las venas de su mano, entró y cerró la puerta tras de sí.

Conectó una pantalla de ordenador y se vio la puerta de acceso a la finca y la puerta de entrada a la vivienda, no me dio ninguna explicación, entendí el motivo, había mas gente con llave de la casa, no quería sorpresas.

Cerró la puerta con condena interior y me ordeno desnudarme, dejar solo las medias y los zapatos.

Vi como me observaba en el momento de sacar el vestido y quedarme con el conjunto negro, vi la lujuria en sus ojos al ver mi culo solo con aquella mínima tira entre mis nalgas, sé por el gesto de su cara su aceptación a mis formas físicas.

Una vez desnuda, su orden siguiente fue acostarme en una de las mesas con las piernas abiertas y los brazos sobre la cabeza.

Sentí como me inmovilizaba las manos y mas tarde los tobillos, me quedaba muy poco margen para moverme, pero se redujo en décimas de segundo, una correa de cuero me inmovilizó la cintura y otra el cuello, o sea, como una estatua.

Oí su voz detrás de mí, levante la cabeza y lo vi, sonriente, parecía satisfecho de su trabajo y de lo expuesto, me indicaba que por ser la primera vez me vendaría los ojos y si gritaba sería amordazada.

Sufriría mi primer castigo, no sería muy fuerte pero si lo suficiente como para sentirlo durante toda la noche, claro que tampoco sería el único de todo el fin de semana, utilizaría pocas cosas, todas convencionales para no mortificar mi cuerpo más de lo necesario, solo utilizaría pinzas, fusta corta, tralla y un consolador para ver en que estado de excitación me encontraba en cada momento.

Una vez puesta la venda sobre mis ojos, me sentí de verdad indefensa, no podía ver los hechos venideros, no podía moverme para poder al menos esquivar parte de los golpes, estaba de verdad en sus manos y el primer pensamiento fue de miedo, ¿y si estaba loco y quería secuestrarme o matarme?, y si era un psicópata con ganas de sangre, sentí verdadero miedo y empecé a temblar, lo hacía como un junco, me temblaban desde los dedos hasta los labios, Luis se dio cuenta cual era el problema y con voz muy suave me tranquilizó explicándome ser un perfecto amo, con experiencia suficiente para no pasarse ni un milímetro en sus funciones como Amo, en respetar al máximo mis límites y no dejar la mas mínima marca visible y a poder ser tampoco invisibles, aunque no por eso no iba a sufrir mi primer castigo.

De pronto el silencio mas absoluto se hizo en toda la sala, sentía su presencia pero no podía ubicarlo.

De pronto el silencio se rompió con el primer fustazo en el interior de mi muslo derecho y sin darme tiempo a asimilarlo un segundo golpe en el mismo sitio, y tras ese otros hasta un total de cinco en cada muslo.

El dolor era fuerte pero para mi sorpresa no era insoportable, sentía un escozor muy fuerte, sentía como la sangre fluía en aquel punto con fuerza y una excitación para mi desconocida empezaba a invadir todo mi cuerpo.

No sé si el motivo era el lugar, la posición y sobre todo la situación de inmovilidad e indefensa lo que me hacía sentir distinta, alegre y sobre todo excitada.

Silencio y nada más, pero de pronto siento una mano, unos dedos suaves que me acarician las zonas castigada, una caricia suave, dulce y desde luego excitante, la caricia sube hasta muy cerca de mi sexo, acaricia mi vientre pero no se detiene y sigue subiendo sobre mi cuerpo hasta llegar a mis pechos, los acaricia desde la base, en círculo hasta llegar al centro, al pezón, con sus dos manos y al unísono va acariciando mis pezones, los coge con suavidad al principio, luego mas fuerte, los aprieta, los estira, tira de ellos con fuerza hacia fuera, los presiona con dureza para meterlos dentro del pecho, siento placer y dolor, es una combinación nueva para mi, es una sensación totalmente desconocida pero muy excitante, siento como mi sexo esta húmedo, muy húmedo diría yo, tira de ellos con una violencia que me desconcierta, los suelta y como una explosión en cada uno de ellos, ZASSSSS, el primer golpe con la mano, como una terrible bofetada en cada pecho, de abajo arriba, otro golpe, de fuera a dentro, otro mas, de arriba a bajo, y tras este otro y otro, empiezo a sentir un fuerte dolor en los pechos, empiezo a sentir como el dolor supera el placer, pero no por eso dejo de sentirme excitada.

Vuelve a tomar mis pezones, los acaricia nuevamente consiguiendo un nuevo endurecimiento, sé que están preciosos en ese momento, me siento alegre de saber que han vuelto a ponerse erectos.

Oigo los pasos de Luis en la habitación, la puerta del armario situado al fondo de la habitación chirría al abrirse, oigo sonido que no distingo, pero intuyo que está buscando algo dentro, revuelve entre los aparatos de tortura allí guardados, le oigo maldecir, no encuentra lo buscado, maldice a alguien desconocido para mi, no ha dejado las cosas en su sitio, se queja de lo mismo de siempre, la mejor amiga pero la mas desordenada de todas las personas conocidas, nunca hay nada ordenado tras ella, parece haber pasado un huracán.

Por fin encuentra lo que busca, sus palabras así lo indican, vuelvo a oír sus pasos al acercarse, vuelve a tomar entre sus dedos mis pezones y de nuevo la caricia, de nuevo endurecidos y de pronto algo metálico sobre ellos, me coloca unas pinzas metálicas por el contacto frío, pero lo siento poco tiempo, lo único que siento es un dolor muy fuerte, parece como si los estuviera cortando, me consuela diciendo que solo es el principio, el dolor fuerte, agudo pero corto es en el momento de retirarlos, cuando vuelve el flujo sanguíneo a las zonas sensibles, esa explosión de sensibilidad recuperada en los pezones es terriblemente dolorosa y proporcional al tiempo que estuvieran sin flujo suficiente.

«Bien, aprendiza de puta, vamos a darte una ligera lección para que puedas ir deduciendo por ti misma a donde vamos a llegar, no es que pretenda el primer día hacerte una verdadera esclava, pero si irás aprendiendo lecciones que sumadas todas ellas harán de ti una perfecta esclava dispuesta a servir a tu amo en todo lo que te ordene, y no solo a mi sino a todos o todas a las que yo, tu amo, por considerarlo beneficioso para tu aprendizaje o para mi disfrute decida cederte»

El castigo duró una hora, ese era el tiempo que Luis, mi Amo había considerado necesario para esta primera lección.

No quedaron marcas, no hubo señales a parte de los enrojecimientos de la piel a consecuencia de los golpes de fusta y tralla utilizados.

Tenía razón, el dolor de los pezones fue enormemente mas fuerte en el momento de sacar las pinzas, quedaron tan sensibles que el más mínimo roce los excitaba y como consecuencia todo mi cuerpo estaba como a flor de piel.

Una vez terminada la sesión me indicó subiera a mi habitación, descansara un rato y las once en punto bajara para cenar, no habría castigo físico, eso quedaba para mañana domingo pero había otras formas de castigo que sin provocar dolor no por eso dejaban de ser muy difíciles de soportar. Subí a la habitación, me duché y como quedaban una hora y media para la cena, decidí recostarme sobre la cama y pensar en lo que había sucedido, como me había sentido y cuales serían sus pretensiones para esta noche.

Nada habíamos hablado de las relaciones sexuales, aunque esperaba las mantuviera al margen, al menos en este primer encuentro.

A las once en punto estaba en el comedor, había dispuesta una cena fría, pero me extrañó ver solo un servicio puesto, bueno, uno de los dos no cenaba, al menos esa era mi equivocada impresión.

Luis apareció al instante viniendo del salón, traía en la mano un pañuelo, un collar y una correa, como las utilizadas para los perros.

Me extrañó al verlo, pero tampoco me asusté por eso. Con delicadeza me colocó el pañuelo en los ojos, la correa al cuello y de ella colgó la correa, me indicó que a partir de ese momento solo me podría estar de rodillas, sin hablar y comería la comida que él me iría dando a bocados, tiró de la correa con fuerza y ahí me quedé de rodillas, tiró de ella hasta acercarme a la mesa, bajó mas la correa haciéndome poner a cuatro patas, tal cual lo que él decía, una perra.

La comida me fue servida bocado a bocado, solo oía la voz de Luís para decirme: «abre la boca perra», no sé el tiempo que pasé en esa posición, solo que al final me dolían las rodillas de una forma terrible, tenía las muñecas entumecidas de la posición, me dolía el cuello y todo mi cuerpo, pero no protesté, no hice ni el menor gesto de rebelión. Bebí a lametazos de un plato situado entre mis manos, en el suelo.

No sé cuanto tiempo estuve en esta posición, perdí la cuenta, cuando el lo consideró oportuno me llevó hacia un sofá en donde se sentó a ver la televisión, estaba tan nerviosa que no conseguí saber lo que estaba viendo, yo estaba acostada en la alfombra, delante de sus pies, de vez en cuando me daba un tirón de la correa solo para recordarme que era su perra, me acariciaba el cuello y el cabello como se acaricia a un perro.

Entrada la madrugada me subió a la habitación, siempre a cuatro patas y con los ojos vendados, me desnudó por completo y me metió en cama, la calefacción estaba alta, por lo que dormí desnuda, sobre las sábanas con los ojos vendados y atada la correa a la cabecera de la cama, lo cual me daba libertad para moverme con comodidad.

A la mañana siguiente Luis apareció a las once, me desató, sacó la venda de mis ojos y me dio un beso en la mejilla al tiempo que me deseaba buenos días, me duché, vestí y bajé a desayunar, hablamos mucho durante todo el día, de mi, de mi educación, de mi formación, de la necesidad de conocer nuevos mundos, nuevas sensaciones, de sus amigos y amigas que sabían como hacerlo, en fin, de mi futuro como sumisa, esclava y sobre todo de mi educación como «perra» y siempre recalcaba esta palabra, siempre había un tono especial al indicarme la necesidad de enseñarme a comportarme como un animalillo, obediente, cariñoso y complaciente.

Me habló de una amiga suya, un Ama muy estricta y con unos gustos un poco especiales, me sería presentada durante la semana, y el próximo fin de semana debería estar a su disposición para lo que ella considerara necesario para mi adiestramiento.

Tenía la sensación de que al menos en los primeros tiempos iba a ser educada no como esclava solamente sino más bien como un animalillo.

A las seis de la tarde salimos de casa para regresar a la ciudad, estaba impaciente por saber como era esa amiga de Luis, de la que ni me había dicho el nombre, ni la edad ni de donde era, solamente que me sería presentada a lo largo de la semana.

Una cosa si había quedado clara, mi trabajo estaba por encima de todo lo demás, me sería respetado escrupulosamente el tiempo necesario para mis compromisos laborales, sin embargo el tiempo para mi compañero quedaba a merced de las decisiones de mi Amo y las necesidades de sus compañeros/as en mi adiestramiento.

Hago hincapié en la palabra «adiestramiento» la cual indicaba bien claramente que no era una educación o una enseñanza, no, no se trataba de enseñarme, se trataba de adiestrarme, como se adiestra a los animales.

Continúa la serie