Capítulo 3

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Mi esposa III: La venganza

Como os contaba antes, estaba decidido a vengarme, así que me fui al club para hablar con Ana.

Al verme se sorprendió un poco, le dije que quería que dejara a María en paz y que si seguí haciéndole chantaje la denunciaría a la policía.

Ella me juro que de chantaje nada, que a mi mujer le gustaba el sexo y cuanto más, mejor. Yo no podía creer lo que me decía.

«Mira» me dijo Ana «ven este fin de semana y veras por tus propios ojos lo que a tu mujercita le gusta que la monten, es más, ahora la llamo y le digo que no hace falta que venga a la fiesta».

Desde un teléfono manos libres llamo a María.

«Hola María, soy Ana, mira si no quieres no vengas a la fiesta del sábado pues ya tengo suficientes chicas ¿te parece bien?».

«Oye no Ana, ya sabes que si quiero ir, además tu sabes que estas fiestas a mi me gustan mucho y por otra parte yo ya contaba con un sábado de marcha, que en casa no tengo la suficiente.»

«Bueno, si quieres ven, hasta el sábado» y Ana colgó.

«Ves» me dijo Ana «como tu mujer necesita más de una polla diaria»

Ella me mira y, supongo que le debí dar pena, me dijo «ven el sábado y lo podrás ver con tus propios ojos».

El sábado llegué media hora antes de la fiesta, Ana me acompañó a su habitación y allí me conecto una pantalla, sonido incluido, en la que se veía la sala donde iba a tener lugar la fiesta.

Era una sala amplia con una barra a un lado, sofás y pufs, muy amplios, por todas partes, en el centro había una mini pista de baile.

Ana me contó que la fiesta la habían organizado unos ejecutivos alemanes que estaban en la feria de Alimentaria.

Al poco entraron en la sala seis chicas, una de ellas era mi mujer, todas iban vestidas con ligas, unos minúsculos tangas, y unos vaporosos camisones que mostraba los senos de las chicas.

Estuvieron haciendo bromas entre ellas cuando una de le dijo a mi mujer «¿cuántos vas a tirarte esta noche, guapa?».

Mi mujer la mira y le dijo «más de los que tu puedas», la otra le contestó «¿a que no puedes con todos?», María le dijo «vas a ver como me los follo a todos, de tres en tres».

Las otras se echaron a reír. En eso que entro Ana, iba vestida igual que las otras, «bien chicas ya están aquí los alemanes, así que a ellos».

Siete trajeados hombres, de mediana edad, entraron en la sala, cada chica se dirigió a uno de ellos, se besaron.

Mi mujer se dirigió al que era más joven, lo rodeo con sus brazo mientras lo besaba en la boca, luego se giró y le palpo el pene, que ya debía estar duro porque le dijo en inglés (mi mujer habla perfectamente el inglés) que estaba muy bien dotado y que quería conocer esa maravilla.

Comenzó a sonar una música sensual y suave, las chicas sacaron a los hombres a bailar. El alcohol empezó a correr a raudales.

Pronto las americanas y corbatas habían desaparecido, y alguno incluso ya estaba en calzoncillos.

Alguna chica ya estaba chupando la polla de su pareja, Ana estaba en la barra besándose con profusión mientras su alemán le metía mano en el clítoris.

María estaba echada en un sofá, abierta de piernas mientras su compañero le comía el coño, luego se dio la vuelta y este le pasaba la lengua por su ano.

Vi cómo disfrutaba con ello, creo que era la única que disfrutaba, de hecho me di cuenta como ya había tenido su primer orgasmo cuando le comían el clítoris.

Luego el alemán se sentó en el sofá y ella, de rodillas le comió su enorme verga, cuando esta estuvo lubricada, monto encima comenzando a cabalgar, primero despacio, luego deprisa y al final como una yegua desbocada.

Todos los demás estaban ya follando, enculando o bien metiendo sus pollas en la boca de su chica.

Habían transcurrido unas dos horas y mi mujer ya se había follado a la mitad de ellos, estaban todos descansando en brazos de sus chicas, cuando Ana les dijo a sus clientes.

«¿Alguien quiere ver como aguanta María?», Los alemanes rieron y dijeron que sí.

Pusieron en la pista un puf, mi mujer se puso en el centro y mirando a los alemanes les dijo en ingles «¿Quién quiere ser el primero?».

El que era el mayor de todos ellos se levanto tambaleándose un poco, debido a los efectos del alcohol, se dirigió hacia ella, María se puso a cuatro patas, el alemán le separo las piernas, le palpo el clítoris y como vio que ya estaba humedo la penetro por detrás, cuando termino mi mujer le limpio con la lengua la polla, a continuación dijo al resto «¿hay alguien más?», Vi como se levantaban tres de ellos mientras los demás aplaudían.

Los tres se pusieron frente a ella para que les chupara sus pollas, en poco tiempo estuvieron las tres duras.

El que la tenía más grande se echó en el puf y María montó encima, el segundo le tanteo el ano y con suavidad y firmeza le clavo su pene en el culo, el tercero se conformo con que se la mamara.

Pronto estuvieron los cuatro desbocados, el primero en correrse fue el que la tenia en su boca, este le sujetó la cabeza por la nuca para que no pudiera zafarse de su corrida y así obligarla a tragarse el semen, lo que él no sabia era que mi mujer a esas alturas eso le entusiasmaba.

Luego se corrieron los otros dos.

Apenas terminaron que otros tres ya estaban esperando su turno, volvió a repetirse la escena de antes, pero esta vez al grupo se unió Ana.

Entra ambas les iban chupando la polla y besándose entre sí, me quedé sorprendido pues no me imaginaba a María montándoselo con otra mujer.

Cuando acabaron con los hombres María y Ana continuaron las dos solas comiéndose el coño una a otra, los hombres se pusieron calientes y dos de ellos aprovecharon que sus culos estaban libres para empalarlas.

Era evidente que Ana tenía razón, a mi mujer le gustaba follar y cuanto más, mejor.

La verdad es que cuando la conocí era un poco ninfómana, pero nunca creí que llegara a esos extremos.

Aquellas imágenes y los recuerdos de todo lo que me había contado me habían puesto tan caliente que me había masturbado unas cuantas veces.

Al salir del local me encontré con Juan, este al verme tan compungido, me invito a tomar un café.

En el bar le conté parte de la historia, cosa que creo que el ya sabia, y le dije que quería darle un escarmiento a María.

El se ofreció a colaborar a cambio de una suma de dinero y sobretodo que le dejase a él, como amo y señor, a mi mujer durante una semana. Yo tenia tantas ganas de vengarme que accedí.

Alquile un chale en la costa durante quince días, busque a través de contactos de Juan a cinco tipos bien dotados y con aspecto de brutos, así como el mayordomo de Juan, un corpulento negro que tenia una verga como nunca había visto.

Por teléfono contrate los servicios de mi mujer para un fin de semana, como normalmente ella nunca se ausenta me pidió permiso para ir el fin de semana con los del despacho a la playa a lo que yo accedí rápidamente.

Ya lo tenía todo preparado y los chicos habían aprendido todo lo que tenían que hacer, por mi parte había instalado cámaras por la casa para no perderme detalle de mi venganza.

Cuando llega María al chale, la recibió el negro vestido de mayordomo, la acompañó a la cocina y le dijo que se pusiera el uniforme, como supondréis el vestido consistía en medias con ligas, una faldita corta, blusa transparente, cofia y delantal.

El mayordomo le dijo que esperara a que la llamasen.

Cuando sonó la campana en la cocina, el mayordomo le dijo a María, «sígueme».

Cuando entro en el comedor estaban los cuatro tipos sentados en la mesa, pero desnudos.

El mayordomo anunció «señores, el postre» y se retiró dejando a mi mujer sola con los cuatro.

«Eh chicos» exclamó uno de ellos «mirar que magnifico postre» entonces mi mujer comprendió que ella era el postre.

«Acércate guapa que te vamos a catar» le dijo el más corpulento de los cuatro, el cual se levanto y tomando a María de la mano la acerco a la mesa, allí sin darle tiempo a nada los chicos sacaron dos cuerdas y le ataron las manos a la mesa, luego una pierna en cada pata de la misma, de tal forma que estaba con las piernas abiertas y su coño listo para ser utilizado por detrás pero completamente inmovilizada.

«Bien» dijo el que parecía el jefe «¿Quién empieza a darle su merecido a esta zorra?». Uno se levanto, agarro a mi mujer por los pelos y la beso en la boca, luego se puso detrás y le paso la lengua por el coño, luego el culo, ambos. Cuando vio que María ya estaba disfrutando, este cerro su puño y de sopetón se lo clavó en su coño. El alarido que soltó mi mujer me asusto, el chico retiro el puño y volvió a repetir la operación, así varias veces hasta que los gritos de mi mujer cambiaron por jadeos de placer, entonces le clavo su verga por detrás hasta que se corrió.

A continuación el segundo de ellos le puso lubrificante en el culo comenzando a introducir sus dedos en el ano de María hasta que le cupo la mano entera, entonces cerró el puño y se lo clavo por el culo, ella grito de dolor pero el chico no se inmuto, siguió metiendo y sacando su puño un buen rato, luego le metió su verga hasta que se corrió dentro de sus entrañas.

La desataron y la llevaron al sofá donde estaba sentado el que tenia la polla más grande, la sentaron encima de la verga mientras el cuarto la enculaba.

Cuando acabaron, se la fueron pasando entre los cuatro como si fuera un objeto cualquiera. Ahora era follada por uno, por dos, por tres o los cuatro a la vez, no le daban tregua.

Eran cerca de las dos cuando la llevaron al garaje, allí le ataron las manos a unas cadenas que colgaban de techo y las piernas a unas argollas en el suelo.

Los cuatro la besaban, le pasaban la lengua por todos sitios.

Mi mujer disfrutaba como nunca pues de joven siempre le había gustado que la ataran y obligaran a hacer cualquier cosa.

Aprovechando que estaba así decidieron encularla uno detrás de otro, cuando terminaron llamaron al mayordomo. Este apareció desnudo con su tremenda tranca a punto, mi mujer al ver el descomunal tamaño de aquello dijo que no, que eso tan grande que no, que la soltaran que se había terminado todo.

El negro le dijo «cállate puta o te azoto» y cogiendo un látigo le dio una par de azotes, ella grita de dolor pero el negro se acerca a ella y le dio un largo beso en su boca al tiempo que le metía uno de sus largos dedos por el coño.

Luego se puso detrás de ella y con suavidad pero sin interrupción hundió su tranca hasta el fondo de las entrañas de mi mujer, la cara de ella se transformó en muecas de dolor para dejar paso al placer, el negro la estuvo enculado un buen rato, luego la saco y dando una orden los otros la desataron.

Con su enorme mano cogió a María por los pelos y le hizo chupar su polla que había sacado de su culo, ella se resistió entonces los otros la agarraron y le obligaron a chupar.

Cuando al mayordomo le pareció suficiente levantó en volandas a mi mujer y le clavó su enorme pene en su coño, así, en volandas, se la estuvo follando hasta que se corrió.

Ahora le pusieron una correa de perro en el cuello, le ataron las manos a la espalda y con una correa corta la ataron a una argolla del suelo, de esa guisa tuvo que chupar la polla de todos hasta que cada uno se corrió encima de ella.

Como colofón final, y ya que estaba inmovilizada, los cinco se mearon encima de ella. María se puso a gritar «cerdos, hijos de puta, cabrones» cuando hubieron terminado hasta la ultima gota de pipí el negro dijo «esta puta merece un castigo».

La volvieron a atar de las cadenas del techo, en su coño y culo le pusieron dos vibradores a toda potencia, su cuerpo mojado por la orina brillaba y se estremecía de placer con los vibradores.

El negro cogió el látigo y le dio cinco azotes, los otros cuatro hicieron lo mismo. He de decir que es un látigo que apenas deja marca.

Allí la dejaron atada hasta el día siguiente en que la soltaron no sin antes volver a follarla de nuevo entre los cinco.

Cuándo llego a casa le pregunté «¿qué tal el fin de semana?»

«Muy cansado, me voy a acostar». Si realmente le habían dado mucha marcha.

Ahora tenía que cumplir lo pactado con Juan y dejarle durante una semana a mi mujer en propiedad.

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