Amigas I
Marisa y yo, Natalia, somos amigas desde hace mucho tiempo.
Cuando cumplimos 18 años con una diferencia de muy pocos días, decidimos organizar la fiesta juntas en la casa de ella, en las afueras de Buenos Aires.
Allí podíamos bailar y escuchar música fuerte hasta muy tarde, sólo estaba el padre de Marisa, que se llama Julio y es un hombre de unos 50 años muy agradable.
La madre estaba de viaje.
La fiesta fue espectacular, hubo muchísimas chicas y chicos. Marisa y yo éramos las más miradas: mi amiga vestía un top que sólo le cubría los pechos, sin espalda, y un pantalón blanco ajustadísimo, y yo un vestido micromini de profundo escote.
Ya saben por qué nos miraban: a mi amiga se le marcaba muy bien el trasero y la vagina, por lo ajustado del pantalón, y a mí se me veía por momentos la bombacha tipo tanga, según cómo me moviera o me sentara, porque la mini era realmente muy cortita.
Bailamos toda la noche y tomamos mucha cerveza, hacia la madrugada estábamos todos bastante borrachos.
En especial mi amiga y yo.
En ese último tramo de la fiesta quedamos, además de nosotras dos, otros cuatro chicos, el resto ya se habían marchado. Uno de los que quedaban era Rafael, mi novio.
Sin embargo, estábamos un poco peleados y por eso casi ni bailamos juntos en toda la noche. Pero me di cuenta de que él observaba con atención con quiénes bailaba yo y todos mis movimientos.
Los chicos empezaron a gritar “que se besen las del cumpleaños”.
Nosotras estábamos bailando juntas y nos moríamos de la risa, pero ellos insistían “que se besen, que se besen”. Para darles el gusto, Marisa y yo nos dimos un ligero besito en los labios.
“Queremos un beso de verdad”, insistieron los chicos. Golpeaban palmas y las mesas gritando más fuerte “que se besen, que se besen”.
-Natalia, vamos a tener que hacer algo -me dijo mi amiga riéndose. Tenía los ojos muy brillantes.
Rodeó mi cuello con sus brazos. Acercó su rostro hacia el mío con la boca entreabierta y los ojos cerrados. Yo también la abracé, abrí mis labios y nuestras bocas se juntaron.
Nos dimos un larguísimo beso, húmedo, profundo.
Nuestras lenguas se mezclaron, la de ella exploró en mi boca y la mía no se quedó atrás.
Mientras, nos acariciábamos mutuamente la cabeza, los cabellos, la nuca, y movíamos sensualmente nuestros cuerpos al ritmo de una danza imaginaria.
Los chicos estallaron en un aplauso.
Era la primera vez que besaba a una chica, y descubrí con asombro que mis pezones se habían puesto duros y que mi vagina estaba ligeramente húmeda.
A Marisa le pasó lo mismo, pude observar que se le marcaban los pezones bajo el top. Me miró fijamente a los ojos y me susurró “feliz cumpleaños”.
Volvimos a bailar, pero ahora la música era muy suave. Rafael vino junto a mí, abrazó mi cuerpo tembloroso y yo apoyé mi cabeza en su hombro.
-No quiero que estemos peleados -me dijo al oído- Te quiero mucho, quiero estar bien con vos.
-Yo también -respondí- Pero estoy muy borracha, tomé mucha cerveza.
Empecé a reírme sin parar, hasta que Rafael me dio un beso en la boca.
Pude sentir claramente el bulto que le crecía bajo el pantalón, firmemente apoyado en mi entrepierna contra mi monte de Venus.
Sus manos acariciaban mi espalda y bajaron hasta mi cola, y me la apretó con fuerza.
Yo pegué más mi boca contra la suya.
Él seguía frotándome con su bulto, aumentando mi excitación.
Me olvidé de todo lo que nos rodeaba.
Rafael me fue llevando por el salón al ritmo del baile hasta que me apoyó contra una pared.
Me metió la mano por adelante, por debajo de la falda que se subió un poco, hizo a un lado mi bombacha y con dos dedos me acarició el clítoris y los labios vaginales.
Apoyada contra la pared, abrí un poco mis piernas y me abandoné completamente.
Me pierde que un chico me acaricie la concha de esa manera, enseguida me humedezco mucho y soy capaz de llegar al orgasmo con rapidez.
Rafael me metió un dedo, luego dos mientras me amasaba las tetas libres bajo la tela del vestido, porque nunca uso corpiño o sostén.
Lo hacía suave al principio pero fue aumentando el ritmo, me los metía y sacaba con rapidez.
No sé en qué momento se bajó la bragueta del pantalón, pero lo cierto es que reemplazó sus dedos por su verga.
Me clavó allí, de pie, contra la pared, con fuertes embestidas, ante la vista de todos.
Abrí los ojos y pude ver la mirada asombrada de los otros chicos y del padre de mi amiga, Julio, que me observaba desde lejos con lujuria.
Marisa no me sacaba los ojos de encima, un chico la abrazaba desde atrás, se la estaba apoyando en la cola y con las manos le tocaba el vientre desnudo porque el top sólo le cubría los pechos. Ella se pasaba la lengua por los labios.
Todo eso me calentó más y empecé a gemir y gritar. La verga de Rafael entraba y salía de mi concha mojada, empujaba cada vez más fuerte. Sus manos me sujetaban por los hombros para que yo no pudiera moverme, me empujaban hacia abajo y así recibía todo el impacto cuando me clavaba a fondo.
Seguramente después presumiría ante sus amigos, les diría “me cogí a Natalia en medio de su fiesta de cumpleaños”, pero no me importó, al contrario, era un factor adicional para mi excitación ser poseída delante de tanta gente.
Sentí el orgasmo que subía por todo mi cuerpo en oleadas de placer. Al mismo tiempo, Rafael se vació dentro de mí. Me doy cuenta cuando acaba porque embiste a fondo y su verga se mete toda en mi concha hasta casi rozarme el útero con la punta.
Creí que iba a desmayarme, me temblaban las piernas y tuve que aferrarme a mi novio para no caerme.
La fiesta terminó poco después. Rafael se despidió de mí con un beso y se marchó, seguramente a buscar a todos sus amigos para contarle el polvo que acababa de echarme. Yo había acordado de antemano que me quedaría a dormir en la casa de Marisa, así que me fui directamente al dormitorio.
Me tiré en la cama boca arriba sin quitarme el vestido. La cabeza me daba vueltas. Marisa llegó un instante después y comenzó a desnudarse.
-Qué fiesta de cumpleaños que tuvimos -dijo riéndose- No vas a negarme que estuvo genial, en especial para ti.
Gruñí como una gata. Todavía estaba bajo los efectos del intenso orgasmo que había tenido.
-No vas a dormir así vestida -siguió mi amiga, y empezó a quitarme el vestido por sobre la cabeza. Ella ya estaba desnuda. Yo miraba como hipnotizada los movimientos de sus grandes tetas, que se bamboleaban junto a mí. No era la primera vez que nos veíamos sin ropas, pero ahora era distinto.
Marisa arrojó mi vestido a un costado y me quitó la tanga. Se le escapó una exclamación.
-¿Qué pasa? -pregunté.
-Nada, que estás llena de leche. Mira cómo te chorrea la concha, tenéis toda la acabada de Rafael ahí todavía. ¿Siempre le sale tanta cantidad?
No dije nada. Me quedé mirando a los ojos a Marisa, que estaba sentada a mi lado.
-¿Seremos lesbianas? -preguntó ella- Me gustó el beso que nos dimos y sé que a ti también te gustó.
-No lo sé -respondí.
-¿Y si somos cuál es el problema? -insistió ella con una sonrisa.
Se acomodó entre mis piernas abiertas como si fuera un chico, recostando su cuerpo sobre el mío. Apoyó la pelambre de su concha contra la mía, nuestras tetas quedaron juntas y volvió a besarme. La abracé y rodeé sus caderas con mis piernas. Marisa gemía mientras me besaba y yo también.
Empezó a comerme las tetas apasionadamente. Me las mojó todas con su lengua y después se concentró en mis pezones, le dio chuponcitos y mordisquitos que me volvieron loca. Después bajó por mi vientre y llegó hasta mi entrepierna, su lengua entre mis labios y sobre mi clítoris me hicieron delirar de placer.
Marisa se comió todos mis jugos y también la leche de Rafael que había en mi concha. Sus dedos entraban y salían rápidamente, llevándome hacia otro orgasmo. Yo me retorcía de placer y arqueaba mi espalda.
Me hizo girar en la cama hasta quedar boca abajo.
Suavemente con sus manos separó mis nalgas y enterró la cara entre ellas. Su lengua se hundió en el agujerito de mi culo.
Lancé un bramido de placer. Me pone realmente en éxtasis que me estimulen el ano de esa manera, lo descubrí hace poco ya que solo una vez me lo hicieron y desde entonces quiero más. Lo que nunca imaginé es que fuera mi amiga la que me brindara tanto goce.
Marisa tenía la boca pegada contra mi agujerito y la lengua adentro de mi esfínter.
Estaba dura y caliente, la movía en círculos, la metía y la sacaba. También me penetró suavemente con uno de sus pezones, se sujetaba el pecho con la mano y apuntaba el pezón a mi culito.
Después se montó sobre mí, sus tetas quedaron en mi espalda y su boca pegada a mi nuca. Los pelitos de la concha rozaban mis nalgas. Sin avisarme, mi amiga me hundió un dedo en el culo. Grité y gemí.
-Siempre quise saber qué gusto tenía el culo -me susurró al oído- Si todos son como el tuyo, es riquísimo.
Marisa tenía los labios húmedos, les chorreaba mi jugo incoloro y espeso.
Estuvo un rato frotándose contra mi espalda sin dejar de penetrarme con el dedo.
Luego me lo sacó, lo chupó y me hizo girar otra vez en la cama hasta que quedé boca arriba nuevamente.
-¿Queréis probarme a mí?
Por toda respuesta, me metí sus tetas en la boca.
Eran muy ricas, duras, grandes, con los pezones muy erectos.
Siempre admiré los pechos de mi amiga, los míos son más pequeños, a Rafael le entran casi por completo en la boca. Pero Marisa es más tetona, resulta imposible abarcarla por más que se abra mucho la boca.
Ella se movió en la cama y se sentó sobre mi rostro. Ahora tenía toda su concha a disposición de mi boca.
Estaba empapada, tenía olor fuerte a chica caliente. Le metí la lengua, la moví en todas direcciones, me encantaba saborear a mi amiga de esa manera. Ella movía la cadera y se pellizcaba los pezones. Sus jugos mojaban toda mi cara.
Me deslicé un poco. Marisa quedó en cuatro, con las manos apoyadas en el respaldo de la cama. Su culo estaba a mi disposición. Se lo lamí y luego le hundí mi lengua.
Tenía razón, el sabor era exquisito.
Se lo chupé largo rato y pude comprobar que el agujerito se le abría fácilmente. Le metí mi dedo índice y desapareció hasta el fondo. Marisa gemía, con la respiración agitada, entrecortada.
-Meteme otro -me pidió con voz caliente, y se abrió las nalgas todo lo que pudo con sus manos.
Apunté a su ano con mis dedos índice y mayor juntos, y se los engulló sin problemas. Ella se frotaba fuertemente la concha. Entré y salí rápidamente, cogiéndola con los dedos. Con la otra mano yo también me acariciaba el clítoris.
Marisa gritó y se movió en la cama violentamente. Me tomó de los brazos y me empujó. Caí otra vez boca arriba y ella me abrió las piernas.
Se acomodó, ella también abierta, para que nuestras conchas quedaran pegadas. Y empezó un movimiento de frotación muy intenso.
Yo respondí, siguiéndole el ritmo. Al mismo tiempo nos acariciábamos las tetas. Ella se prendió de mis pezones y me las sacudía. Yo se las amasaba con pasión. Por primera vez sentí que una mujer me cogía la concha con su propia concha. Y yo se lo estaba haciendo a ella.
Estallamos las dos en un orgasmo muy ruidoso, gritando como locas. Quedamos completamente mojadas, teníamos nuestros jugos mezclados en nuestras bocas y en los muslos. Después juntamos nuestras cabezas sobre la almohada, aún agitadas.
-¿Te gustó? -preguntó ella.
-Muchísimo -respondí yo.
Nos dormimos desnudas y abrazadas.
Continuará…