Viaje al supermercado
Carolina siempre se resistió a hacer la compra. El viaje al Supermercado suponía para ella un sacrificio.
Por eso trató de evitarlo y fue al centro de la resistencia en las discusiones con sus hermanas y su madre, a la hora de decidir a quien le correspondía la expedición adquisitiva.
Pero aquel día sería distinto, el suplicio de la compra se iba a transformar en un placentero «intercambio mercantil». Ese día tropezó con Javier que distraído, la palpó confundiéndola con una mercancía en venta.
El contacto no molesto demasiado a Carolina.
El chico pidió disculpas cuando ella, tímidamente, protesto y le dijo que él daría una fortuna por un producto tan atractivo.
El cumplido halagó a Carolina y las más audaces caricias de Javier la colocaron en un estado donde la palabra «no» empezaba a ser una estupidez.
Mientras tanto el muchacho le dijo que él también tenía cosas dignas de ser tocadas.
Explicó que para hacerlo debía ponerse en un estado de calentura que igualara, por lo menos, el que él sentía y que para ello debía darse la vuelta y dejar que la inspeccionara por detrás para aconsejarle los movimientos a seguir.
Sin decirle una palabra y a lengüetazo limpio; Javier le fue dictando a Carolina el código de puesta a punto de una hembra.
Carolina se olvido de toda mercancía que no fuera la suya y empezó a suspirar a cada mordisco sabio de Javier.
El muchacho le bajo la tela que cubría sus deliciosos cántaros y beso con fruición los cárdenos pezones.
La chica a estas alturas bendecía el haber perdido la discusión que termino con su viaje al Supermercado.
Entre besos y suspiros le mostró a Carolina parte de sus cosas que ella podría acariciar si aceptaba su invitación de ir a su apartamento.
Al tantear tan enardecido miembro, la muchacha no tuvo más deseos que aceptar la invitación de Javier.
Llegados a casa de Javier, el chico, como buen anfitrión, invito a Carolina a una refrescante copa, que aliviara la temperatura de sus cuerpos y aprovechó para que la chica se entrenara con el corcho de la botella para posteriores tareas con la boca mientras brindaban por esta nueva y hermosa amistad, Javier le comentó a Carolina sus planes para ese día y lo que esperaba que consiguieran si ella aceptaba sus propuestas.
Tanto entusiasmo puso en la descripción, que Carolina murmuró emocionada y cachonda.
— ¡Sí, sí, ssíííí! —
Con un beso quedó sellado el pacto y la chica bajó sus defensas y sus ropas para permitir que Javier comenzara sus maniobras exploratorias. Los pechos de la chica se endurecieron al dulce contacto de la lengua del chico y su vagina comenzó a mojarse dulcemente.
Cuando la humedad empezó a pedir que se aliviara el escozor, Javier comenzó a titilar con sus dedos el botoncito del placer y la pobre Carolina empezó un concierto de suspiros destinados a alentar el trabajo de Javier.
Las copas quedaron olvidadas y la tarea de conseguir el gozar a través del placer sexual se hizo más exigente. A cada golpe de lengua de Javier, le seguía un gritito de Carolina pidiendo más y dosificando las caricias para prolongar el disfrute.
La experta lengua de Javier dejó entonces el clítoris para entablar una más placentera charla con la maravillosa abertura que, húmeda y restallante; parecía a punto de reventar. Carolina, ya abandonada al gozo, no hacía más que gemir y demorar un orgasmo intenso, y que por otra parte se hacia casi imposible de contener.
La chica notaba que la dulzura de las caricias la iba convirtiendo en una yegua en celo y que poco mas podría aguantar antes de exigir a su brioso alazán que la penetrara salvajemente. Por eso cambió los gritos de placer en insultos obscenos y exigentes.
Carolina, perdiendo todo cálculo, acercó su boca a la del chico para besarle con agradecidos labios y rogarle que no demorara mas la hora de sentir en su seno el dulce y enervado miembro que había estado palpando y que ya se hacía imprescindible.
Los reclamos de la enardecida muchacha fueron entendidos por Javier, que, acomodándola sobre sí, le introdujo ardiente miembro, en tanto no dejaba de chuparle los pezones, acariciarle el clítoris y llevar a Carolina al borde del final.
Cuando ya el orgasmo era incontenible, Javier retiro su falo de la hirviente cueva y volvió a las caricias linguales.
Pero ya la calentura de Carolina era incontenible, como unas mercancías sin frenos, por lo que exigió que la penetrara sin compasión ni miramientos.
Javier, incapaz ya de alargar el placer que luchaba por expresarse, terminó con la dulce tortura que estaba infringiendo a su bella compañera e introdujo su miembro en la húmeda y caliente cueva de Carolina y de esta manera conseguir el ansiado y loco placer que les devolviera la calma.