Mi gorda Lola

Me llamo Sergio y tengo 26 años.

Soy bastante alto, algo delgado y soy muy guapo, sobre todo gracias a mis ojos verdes y mis labios carnosos.

Gusto mucho a las mujeres y no me falta nunca una novia que no me dura demasiado.

Follo cuando quiero y como quiero y casi siempre establezco una relación en la que yo domino sobre ellas.

Hasta que conocí a Ana, una gogó en una discoteca a la que voy a menudo.

Ella es espectacular y quita el sentido: morena de pelo largo, ojos negros, mirada de tigresa, cuerpazo de infarto.

Tiene un culo respingón y bien marcado por faldas estrechas o pantalones ajustados.

Sus medidas son perfectas.

Me lo tuve que currar mucho para ligármela, pero lo conseguí.

Nuestro primer mes juntos fue fantástico, nunca había gozado de una mujer como aquella, era muy ardiente y apasionada y el sexo era increíble, aunque ella siempre quería más y más.

Era insaciable y me di cuenta de que yo no la satisfacía del todo.

Ella en cambio a mí sí me satisfacía.

Cuando no estaba ella me pajeaba pensando en sus tetas, no demasiado grandes, pero con una forma increíble, levantadas, con esos pezones rosados duros y puntiagudos, carnosos, mmm…

Y su coño depilado salvo una línea de pelos bajo la cual unos labios rosados y muy salidos esperaban ser penetrados hasta su clítoris…

En cambio, mi polla normal no era todo lo que ella buscaba; no me lo dijo, pero ella debía de haber probado cosas más sustanciosas.

Una noche en la que estábamos de juerga, pasadas las tres, con muchas copas y bailes y sudor encima, me encontraba muy caliente y la había calentado sobándole las tetas (la vuelve loca, es un de sus partes más erógenas), la propuse que nos fuéramos a los sillones, un rincón apartado y oscuro donde muchas parejas se daban el lote.

Besándonos y tocándonos nos fuimos para allá, pero me empeñé esa noche en darla por culo y ella me negó su agujero trasero.

Mi insistencia la cansó y me mandó a la mierda.

Cuando fui a buscarla, se había juntado con un tío prefabricado, uno de esos que lo único que hacen es trabajarse los músculos.

El tipo se puso chulo conmigo y me amenazó con partirme la cara.

La perra de Ana no me hizo el menor caso. Intentaba no mirarles, pero me era imposible: sabía Ana que la estaba mirando, así que acentuaba sus roces e insinuaciones.

Sus pantalones ajustados, su camiseta de licra se pegaba al hombre de cromañón, al cual le estaba creciendo un considerable bulto en el pantalón.

Dejé de mirarlos y busqué otras chicas.

Casi todas me recordaban a Ana.

No sé por qué, pero me fijé en una gorda que estaba bailando con varios tipos.

No era la típica gorda que se esconde y no sale de la mesa.

Vestía un conjunto negro de falda ajustada y una camiseta con mucho escote.

Podía vérsela la mitad de sus tetas.

Me empalmé aún más viendo a aquella chica que rebosaba carnes por todos lados, tanto que me olvidé de Ana.

La busqué con la mirada, pero no estaba en la pista.

Fui a los sillones y la vi de rodillas haciéndole una mamada al tipo aquel.

Tenía una polla enorme.

Los pechos de Ana estaban al descubierto y el gigante se los estrujaba.

Todos los que estaban enrollándose les estaban mirando.

Ana se levantó y me buscó con la mirada.

Se bajó los pantalones y, dándole la espalda a su chulo y enseñándome el coño, se sentó sobre él de un golpe, ensartándose ese pedazo de polla en su culo.

Sus gritos por un momento se oyeron sobre la música.

El tipo no perdía el tiempo y le apretaba más las tetas a Ana, que empezó a moverse por los arreones de esa bestia que la estaba dando por culo.

Sus pechos flotaban en el aire, se movían con dureza, la estaba arremetiendo con saña aquel animal.

Muchos empezaron a sacarse las trancas y a masturbarse viendo el espectáculo.

Algunas chicas también se pajeaban sin disimulo.

La follada fue brutal, pero no quise ver el final y busqué a mi gorda, más salido si cabe que antes.

Tenía una erección enorme y estaba muy caliente. La invité a una copa y pronto la saqué a bailar.

Era bastante joven mi gordita y se llamaba Lola.

Al poco descubrió que estaba empalmado.

Se asustó un poco, pero luego le excitó.

Empecé a besarla, a meterle la lengua entre sus gruesos labios.

Ella me respondía con igual fuerza y me agarró del paquete.

– Vámonos a los aseos.

– Vamos.

Ella iba delante de mí y la empecé a tocar sus pechos por encima de su vestido. Deseaba esos pechos con ansia.

Cerré la puerta del baño y le bajé la cremallera por detrás y hundí mi cabeza en sus enormes y blancas tetazas, que yo elevaba por debajo. Sus pezones eran marrones y muy grandes.

Con las dos manos amasaba el izquierdo y con la boca le mamaba el derecho, poniendo más ansia en su pezón.

Eran unos pechos gordos y redondos, algo caídos pero no demasiado.

Estaban bastante blandos, como casi toda su carne. Ella me había bajado la bragueta y me estaba manoseando la verga, recorriendo su mano mi capullo y empapándose de mis líquidos.

Estaba tan excitada que me apretaba demasiado, así que descendí mi cabeza por su vientre y le subí la falda.

Unas enormes bragas oscuras no podían ocultar algunos pelos.

Le dije que tenía una pelambrera fabulosa. Antes le había estado alabando sus enormes tetazas.

Ella, a su vez, me decía que quería que la follara cuanto antes, me lo repetía constantemente.

Le bajé las bragas y me encontré con un matorral indomable.

Busqué su vagina y le metí la lengua. Estaba muy mojada y desprendía un tufo enorme.

Le metí un dedo y luego, con más dificultad, otro. Se me llenaron de líquido viscoso. Me levanté y le dije que me los chupara.

Ella lo hizo y con ansia, masturbándome con mucha fuerza. Hacía todo lo que le decía. Siéntate en el retrete, te quiero follar las tetas.

Se sentó y metí mi palo entre sus pechos, la cubana era fenomenal pese a que estábamos algo incómodos.

Me corrí y mi leche inundó sus pechos y le llegó hasta la cara.

Se restregó mi semen por sus pechos y lamió con lujuria lo que tenía cerca de los labios.

Seguía muy excitado y quería follármela, así que volví a cogerle las tetas con las manos y mi boca bajó hasta su sexo.

Le metí la lengua y se la saqué. Ya se había corrido antes, pero volvió a hacerlo.

Casi se podría decir que cada vez que le metía un dedo se corría, gemía de placer y se estremecía.

Me había vuelto a empalmar, pero me apetecía su culo, bastante flácido y caído. Date la vuelta y pon el culo en pompa.

Se negó y me dijo que no le gustaba ni que le metieran un dedo.

La besé con pasión y la di la vuelta.

Puso la barriga en el retrete y su cabeza cayó detrás.

Tenía su enorme trasero ante mi vista y veía su raja colorada, bastante oscura.

Mojé su ano con los líquidos abundantes de su raja y le metí un dedo, dos, ella gimió y se me puso aún más dura.

No podía esperar, así que le abrí cuanto pude las nalgas y se la metí con fuerza.

Gritó de dolor porque se la metí hasta el fondo.

Me pedía que la dejara, que parara.

Su culo me apretaba la polla que daba gusto, por lo que no la hacía mucho caso.

Me moví en círculos, ya con más cuidado, y sus gritos de dolor se fueron transformando en jadeos de placer, así que comencé el mete saca, otra vez sin compasión ni reparos.

Le sacaba la verga y se la metía hasta los huevos.

Ahora ella me pedía más y más, que se la clavara hasta el fondo, que la culeara más, que la rompiera el culo, Lola era una gorda muy mal hablada.

Además buscaba sus tetas.

No las veía, pero caían sobre la cara de Lola, que se las chupaba, además de hacerse un dedo (bueno, tres o cuatro) bestial.

No tardé en correrme dentro de ella y esta vez eché más leche que antes.

El semen le bajaba por las piernas.

Le di un cachete en la nalga y le dije que me había gustado mucho follar con ella, que había que repetirlo.

Me dio su número y claro que la llamé.

Gracias a ella me había olvidado de Ana.