Mi cuñada Beatriz I

Nunca pensé que llegaría a hacer lo que hice este verano, pero a veces la vida te da unas sorpresas muy, pero que muy agradables.

Permitid que presente en primer lugar a los implicados en la historia: Me llamo Ricardo y tengo 29 años.

Soy una persona de lo más normal, no soy alto, tampoco guapo ni extremadamente inteligente que trabaja como vigilante de seguridad.

Lo dicho, una persona normal.

Llevo 6 años casado con una mujer maravillosa, Laura, a la que quiero casi como el primer día.

Y ese «casi» se llama Beatriz y es su hermana menor. 20 añitos, rozando el 1’80 de estatura, unas piernas interminables y unos labios arrebatadores.

Pues sí, mi cuñada ha sido la causa de que este último verano le fuera infiel a mi mujer y la culpable de convertirme en un auténtico obseso sexual.

No quiere decir que mi mujer y yo tuviesemos problemas de ésa índole, pero con Beatriz he descubierto un mundo nuevo y no creo que fuera capaz de volver al antiguo.

Este pasado verano, Laura me dijo que su hermana Beatriz vendría a pasar el verano con nosotros.

Yo le dije que no habría ningún problema ya que este año no podríamos irnos de vacaciones (Beatriz había cambiado recientemente de empleo y no tendría vacaciones hasta octubre).

Y así, a principios del mes de julio, ella apareció.

He de reconocer que al principio, en ningún momento se me pasó por la cabeza ver a Beatriz como una mujer sexualmente atractiva.

Ella era la hermana de mi mujer y punto, ahí se acababa todo.

Recuerdo perfectamente el día en que comenzó mi obsesión y mis fantasías con ella.

Como he dicho antes, trabajo como vigilante de seguridad y, por tanto, tengo turnos de trabajo rotativos.

Pues bien, un día, dos semanas después de su llegada, regresé a casa de trabajar a eso de las 2 de la madrugada.

Ese día comenzaba a trabajar en turno de tarde.

Como siempre, la casa estaba a oscuras (Laura no solía esperarme despierta), excepto una ligera luz azulada que venía del salón.

Entré y vi a mi cuñada recostada en el sofá viendo la tele. «Ah, estás despierta», le dije. «Sí, no tenía sueño y me he quedado viendo la televisión».

Me costaba ver a oscuras y encendí la luz del salón.

La visión que siguió a este gesto rutinario me persiguió durante los siguientes días.

Beatriz llevaba puesto un pijama de verano, pantaloncitos cortos azul celeste y una camisa a juego de manga corta, que, curiosamente no llevaba abrochada.

A pesar de lo cual, lo único que se veía era el lateral de su pecho izquierdo.

Además, ella estaba sudando y tenía la cara al rojo vivo, como quien ha estado haciendo ejercicio físico.

Yo lo achaqué al hecho de que estuviese medio dormida y mi llegada la hubiese sobresaltado.

Días más tarde me di cuenta cuán equivocado estaba.

Sin dar mayor importancia en un principio a la visión, me dirigí a la cocina a servirme un vaso de agua.

Cuando volví al salón, ella ya estaba sentada y con la camisa abrochada (la camisa dejaba un generoso escote a pesar de estar del todo abrochada).

Me senté a ver la tele y nos pusimos a charlar.

Qué tal el trabajo, bien y tú qué tal te lo estás pasando… nada especial.

Sin embargo, yo no podía evitar echar alguna que otra miradita rápida a su escote.

En una ocasión, justo cuando yo me levanté para irme a dormir, llegué a ver el comienzo de su otro pecho en una de esas fugaces miradas.

Con esa pírrica recompensa me fui a la cama contento.

Esa noche, como no podía ser de otra manera, tuve un sueño que ya no recuerdo, pero que, al despertar me provocó una tremenda erección.

A esa hora mi mujer ya se había ido a trabajar, así que utilicé el recurso de la masturbación.

Sin poder (y seguramente sin quererlo también) evitarlo, acabé pensando en Beatriz.

Mi fantasía era muy simple, la noche anterior ella me descubría mirándola y acababa dejándome ver lo que su pijama escondía.

Después de eyacular, me quedé con un tremendo sentimiento de culpa y me sentí la persona más despreciable del mundo por haber pensado en Beatriz y en mí.

Esa misma semana, sin embargo, tuve motivos para volver a sentirme como un adolescente que acaba masturbándose en su habitación con pensamientos de lo más prohibidos.

Yo solía levantarme tarde cuando tenía turno de tarde y ese día no fue una excepción.

Al llegar al baño, Beatriz me dijo desde dentro que salía en medio minuto.

¿Qué diréis, queridos lectores, que vi cuando la puerta del baño se abrió?.

Allí estaba ella, con sólo una toalla rodeando su cuerpo.

Sus piernas (creo que hasta ese día no me había fijado en ellas) eran perfectas.

Sus pechos apretados bajo la toalla.

El pelo, todavía húmedo, cayéndo hacia un lado.

Y sus labios, sus labios, dibujaron una sonrisa mientras me decía «Buenos días Ricardo». Por mucho que intenté quitarme de la cabeza la multitud de imágenes que se vinieron a la cabeza mientras desayunaba, ella seguía ahí.

Y mi pene reaccionó acorde a la situación.

Terminé de desayunar, decidido a meterme a mi habitación y seguir con mi reencuentro con Onán, cuando ella apareció para decirme que iba a acercarse al centro de compras.

Después de que se marchase, y a punto de entrar en mi habitación, observé que la puerta de su cuarto estaba abierta.

Entre asustado y excitado, entré en su cuarto decidido a echarle un ojo a su ropa interior.

Allí estaba, en los cajones de su mesita de noche, una colección de braguitas, sujetadores y tanguitas que me dejaron absolutamente sin respiración.

Sin pensar demasiado en lo que hacía, empecé a acariciarme el pene mientras admiraba cada una de las prendas.

No recordaba haberme sentido tan excitado nunca (imagino que por esa sensación de lo prohibido) y decidí llegar más allá.

Acabé desnudándome y masturbándome con un ritmo más firme y empecé a intentar probarme alguna de sus braguitas o de sus tangas.

Algunos eran mínimos y ni siquiera podía subirlos por encima de mis muslos sin arriesgarme a romperlos.

Sólo de pensar en esas finísimas tiras tratando en vano de esconder sus labios vaginales, el corazón se me aceleraba y el ritmo de mi mano también.

Después de haber probado todas (es increíble la elasticidad que tienen alguna de esas prendas), me dispuse a terminar el trabajo que había comenzado con mi miembro y qué mejor manera que con una de esas prendas puestas.

Escogí unas braguitas que, aunque un poco ajustadas, me quedaban bien.

Eran de un color rosa salmón semitransparentes y después de un para de sacudidas arriba y abajo, empezó a formarse una pequeña mancha de humedad en la parte delantera de la braga.

Asustado ante el posible descubrimiento por parte de mi cuñada, me quité las braguitas dispuesto a continuar con la paja, aunque fuese sin ropa interior.

Entonces se me ocurrió una idea.

Busqué entre la ropa sucia de la lavadora y encontré 4 braguitas, 2 de Laura (las reconocí fácilmente) y 2 de su hermana Beatriz.

Por suerte una de ellas me quedaba bien, y así dispuesto me dirigí a mi cama con sus otras braguitas sucias en la mano (mucho más excitantes y provocativas que las que llevaba puestas).

Os podéis imaginar cómo acabó la cosa, después de imaginármela en todo tipo de situaciones, reales y ficticias, después de darle a mi pene más marcha de la que había recibido en los últimos meses, después de oler la fragancia de sus braguitas sucias, eyaculé quedando todo el semen recogido por las braguitas que llevaba puestas.

A partir de ese momento, aprovechaba, siempre que podía, sus ausencias para toquetear su ropa interior, su ropa normal, sus zapatos, etc.

He de decir que a Beatriz le entusiasmaba la ropa y siempre vestía muy bien, muy arregladita y tenía un montón de prendas que a mí me volvían loco.

Mientras me duró el turno de tarde, siempre que me despertaba, lo hacía pensando en ella y de ahí a la erección y a masturbarme sólo había un pequeño paso.

Mis dos últimos días con este turno, me arriesgué a dar un pequeño paso.

Esos días procuraba despertarme antes que ella.

Entonces me desnudaba, entreabría la puerta de nuestro dormitorio lo suficiente como para que cuando Beatriz saliera de su cuarto en dirección al baño o a la cocina pudiera verme.

Eso sí, mi mano se dedicaba hasta ese momento a mantener mi pene con un tamaño adecuado para la visión que Beatriz iba a tener.

Esperaba despierto a que ella se levantara y cuando oía la puerta de su cuarto abrirse, yo cerraba los ojos, fingiéndome dormido.

Por el sonido de sus pasos, intuía cual era su reacción.

Me decepcionó la primera, pues no pareció afectarla lo más mínimo por el sonido de sus pasos, uniformes en dirección al baño.

Al salir del mismo, oí sus pasos de vuelta a su habitación y entonces sí, a la altura de mi puerta los pasos se detuvieron. Intenté imaginar su cara y de ahí pasé a imaginar mi reacción si la situación fuera la contraria.

Por supuesto en mi fantasía el resultado era distinto al real.

A los pocos segundos, el sonido de sus pasos siguió su camino junto con el sonido de su puerta al cerrarse.

Sonreí satisfecho, ella ya había visto a su cuñado al natural y algún día tendríamos que empatar el partido.

Al día siguiente, hice lo mismo y el sonido de sus pasos se detuvo tanto en la ida como en la vuelta y por un espacio de tiempo superior al del día anterior.

La siguiente semana, mi turno era de mañana y no tuve oportunidad de verla mucho y si lo hacía, mi mujer de vuelta del trabajo impedía que mi mente fantaseara demasiado.

Por otro lado, tampoco noté que la actitud de mi cuñada hacia mí hubiera cambiado después de que ella pudiera verme desnudo.

Aún así, mi obsesión por ella crecía cada día y justo a mediados de Agosto tuve mi gran oportunidad.

A mi mujer, Laura, la mandaban un fin de semana largo a una convención en Barcelona.

Esta noticia, que Laura nos comunicó el domingo anterior a su marcha, me dejó prácticamente paralizado.

Eso quería decir que pasaría un fin de semana solo con el objeto de mi deseo.

Mi cabeza no dejó de darle vueltas al asunto durante la semana en que Laura partiría.

De nuevo, tenía turno de tarde y el lunes fantaseé con cómo iba a ser el fin de semana, cómo llegaría a ocurrir o cómo podría yo provocar que ocurriera.

Ese mismo lunes, me pareció detectar un pequeño cambio en la actitud de Beatriz.

No era nada especial, cuando hablábamos de cualquier cosa, ella me sonreía tan dulcemente como siempre.

Tal vez era su forma de mirarme, el caso es que notaba una especie de cercanía que antes no teníamos.

Además, no sé si por lo ocurrido esas mañanas o por qué el calor era insoportable, su manera de vestir por casa era un poco más provocativa que anteriormente.

Esa semana tuve ocasión de ver prendas suyas que ya casi me sabía de memoria perfilando su cuerpo.

Prendas que supe que me excitarían la primera vez que las vi y prendas que jamás pensé que me provocarían.

Eso sí, lo hizo con mucha discreción y estilo.

Nunca enseñando más de lo debido, siempre pareciendo una actitud normal, como si nada anómalo ocurriera.

Pantaloncitos cortos y ajustados, tras los que se adivinaba la silueta de alguno de sus tangas, camisetitas de tirantes (una de ellas, bastante holgada, tanto que por la abertura lateral podría haber visto el paraíso si hubiese tenido oportunidad), tops ajustadísimos que realzaban la forma de sus preciosos pechos.

Pero el día que se llevó la palma fue el viernes.

Mi mujer salía ese mismo viernes a las 6 de la mañana, me desperté con ella para despedirla y cuando se marchó, volví a la cama para desnudarme y mostrarme a mi cuñada como otras mañanas.

Aunque algo más nervioso y excitado (finalmente, después de varios intentos, conseguí que me cambiaran el turno de fin de semana por otro para tenerlo libre), todo fue como en días anteriores, ella se detenía delante de la puerta durante un tiempo y volvía a su cuarto.

Estaba tan cachondo que, cuando ella volvió, me puse a fantasear una vez más con lo que podría ocurrir el fin de semana y acabé corriéndome mientras me imaginaba a mí mismo apartando la finísima tira de uno de sus tangas para contemplar su sexo.

Como había madrugado, después de la paja, me quedé dormido de nuevo.

Me desperté sobresaltado al oir el teléfono y salí corriendo a cogerlo.

Para mi sorpresa, cuando ya me encontraba en el pasillo, Beatriz salía del salón con el inalámbrico en la mano para dármelo.

Me quedé medio paralizado, estaba totalmente desnudo delante de ella pero ahora no era como mis provocaciones de cada mañana.

Y para colmo, ella estaba radiante.

Llevaba un camisoncito muy corto, creo que se llaman picardías.

Era de color blanco, transparente, y muy, muy corto.

Sus pezones se veían perfectamente a través de la tela y debajo, un pequeñísimo triángulo indicaba que llevaba uno de sus tangas aunque no supe reconocerlo (la verdad es que tampoco la miré muy fijamente, estaba más preocupado por la situación que por otra cosa).

Contesté al teléfono, mi mujer me llamaba diciendo que había llegado bien y que nos vería el domingo por la noche cuando volviera.

Tras intercambiar un par de frases sin sentido, colgué.

La verdad es que sólo podía pensar en Beatriz y en cómo me provocaba. ¿Qué hacer?, podía aprovechar la situación para intentarlo, de ese modo tendríamos todo el fin de semana para los dos solos. Pero y si ella se negaba o montaba un numerito.

Sería mi fin. ¿Hasta qué punto podía estar seguro de que ella me estaba provocando conscientemente y con qué intenciones?.

Me di la vuelta pero ella ya no estaba en el salón.

Entonces recordé que seguía desnudo y con un principio de erección.

Antes de decidir qué iba a hacer, debía volver a vestirme.

Tampoco deseaba que si la cosa no seguía el cauce deseado, ella fuera a contarle a su hermana que su marido se había levantado desnudo por la mañana a coger el teléfono.

Mi mujer sabía perfectamente que yo no dormía desnudo y se olería algo.

Volví a mi habitación y me puse únicamente unos pantalones cortos que a veces utilizo cuando salgo a correr.

Cuando salí ella venía de frente, camino de su cuarto.

Me miró y me sonrió y a mí lo único que se me ocurrió decir fue «Era Laura llamando desde Barcelona». «Ya», contestó ella con esa sonrisa fascinante, «he sido yo quien te la ha pasado, ¿te acuerdas?» y comenzó a reirse.

Yo me puse rojo de vergüenza y volví a hablar para meter la pata, «Siento que me hayas visto como antes, es que el teléfono me ha despertado y pensé que tú estabas en tu dormitorio».

Mientras hablábamos, no dejaba de echarle miradas a su cuerpo y a lo que ese picardías me mostraba.

Miradas rápidas, fugaces, casi robadas, como si no pudiera evitarlo. «Ella tiene que saber lo que estaba provocando, si sólo pudiera estar un poco más seguro…», pensaba.

«No te preocupes por lo de antes», me respondió, «es normal, este calor es insoportable.

Además, creo que mi hermana se deja la puerta de vuestro cuarto abierta algunas mañanas cuando se va a trabajar y no es la primera vez». Y esbozando otra de sus sonrisas, añadió «Es como si viese un anuncio de Calvin Klein pero sin los calzoncillos». Y se dirigió a su cuarto. Viéndola fugazmente de espaldas, esas tres líneas negras unidas en un extremo que formaban la parte trasera de su tanga, me di cuenta de que mi miembro me pedía guerra. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?.

Mientras desayunaba en la cocina, oí el ruido de su puerta abrirse de nuevo.

Vino a la cocina a meter ropa sucia en la lavadora.

Se agachó y el final del camisón quedó justo a la altura en que comenzaban sus preciosas y esculturales piernas.

Un poco más y sería capaz de ver su sexo apenas tapado por la tira del tanga.

Cada vez más convencido de que no había ninguna inocencia detrás de sus actos, hice un pequeño intento.

«Oye, de verdad, perdona por el lamentable espectáculo de antes», le insistí.

«Que no pasa nada, de verdad Ricardo. En fin, es tu casa y puedes ir como te dé la gana. Entendería por ejemplo que a mí me dijeras que no fuese vestida cómo voy. Yo estoy viviendo aquí y tengo que seguir vuestras normas pero tú no».

Podía ver sus pezones ahora más nítidamente moviéndose al ritmo de su respiración mientras ella hablaba. Bajo mi pantalón, sentía una fuerza cada vez mayor. Esto no iba a acabar nada bien.

«Así que Laura me ha estado dejando ‘en pelotas’, nunca mejor dicho, todos estos días de atrás. Ya le diré yo algo al respecto», dije medio bromeando. Y ella, siguiéndome la broma me contestó: «De verdad, yo pensaba que no eras tan puritano, cuñado».

«No es puritanismo, es tener cuidado de no pervertir a menores» y sonreí. No me lo podía creer, estaba medio flirteando con Beatriz…y los dos estábamos medio desnudos.

«Vale, tienes razón», dijo ella «algo de cuidado hay que tener y yo misma lo tengo. Por ejemplo hoy, si por mí hubiese sido, y con el calor que hace, lo mismo no llevaba lo que llevo puesto. A lo mejor iría sin ropa interior o sólo con la ropa interior. Pero me he controlado. Imagínate que me das envidia y me planto en pelotas como tú esta mañana», y comenzó a reirse. No salía de mi asombro con lo que estaba oyendo.

-«Mujer», dije yo «no vas a comparar. No es lo mismo verme a mí desnudo que verte a ti. Nunca estaré a la altura», contesté sonriendo. Y ella sonrió como si me siguiera el rollo. Pero, de repente, nos quedamos los dos callados y ella siguió con lo suyo y yo me terminé el café sin ser capaz de encontrar nada que decir.

Ella terminó de meter la ropa en la lavadora y se fue a su cuarto sin que volviésemos a hablar.

Yo, enfadado conmigo mismo por no haber seguido la conversación y pensando que, probablemente, había llevado mi fantasía demasiado lejos, me fui al salón a ver un poco la tele.

Volví a oirla abrir la puerta y venir hacia la cocina y el salón, pero decidí fingir que seguía viendo la tele.

Por el rabillo del ojo, la vi entrar de nuevo en la cocina aunque noté algo raro, pero no supe a ciencia cierta qué.

Volví mi atención al televisor y ella me preguntó desde la puerta del salón qué íbamos a comer.

Volví mi mirada hacia ella mientras contestaba a la pregunta y entonces caí en qué era eso tan raro que había notado mientras la ví por el rabillo del ojo: Se había quitado el tanga. Sólo llevaba el picardías y en su entrepierna se veía perfectamente un rectángulo negro, perfectamente cortado, de unos dos dedos de ancho de vello púbico.

Mi sorpresa fue mayúscula aunque no tuve tiempo de admirarlo por mucho, ya que al obtener mi respuesta, dio media vuelta y se fue en dirección a su cuarto. «Ahora sí», pensé, si tenía alguna duda, el hecho de que se hubiera quitado la ropa interior, me las despejó de golpe. Instintivamente, metí mi mano en mis pantalones y empecé a acariciarme el pene. Tenía que recuperar el tono anterior.

En esas estaba cuando volví a oir su puerta abrirse y sus pasos acercándose.

Medité si dejar que me sorprendiera masturbándome y pensándolo mejor, decidí que no. La cosa tendría que comenzar de otro modo.

Llegó al salón, de nuevo su rectángulo de vello púbico era el centro de atención y se sentó a mi lado en el sofá.

Podéis imaginar la tienda de campaña que tenía montada en mi pantalón, pero sin importarme lo más mínimo me giré para ver cómo se sentaba. Pensé, por un instante, en su conejito, allí abajo y me puse malo.

«Así que has decidido no tener cuidado conmigo», dije.

«¿A qué te refieres?», preguntó ella «¡ah!, veo que te has fijado. Sí, si supieras cómo tenía el tanga…estaba empapado».

«Supongo que por el calor», dije e intenté sonreir de un modo más pícaro que neutro.

«Entre otras cosas» dijo ella. «Aparte de que creo que no soy la única que no lleva ropa interior aquí» y señaló con su cabeza hacia la silueta, cada vez más marcada, de mi miembro erecto bajo los pantalones cortos.

«Cierto, pero yo no he mojado mis calzoncillos» contesté yo intentando averiguar a qué ‘otras cosas’ se refería.

«Ya», dijo «porque esta mañana no llevabas nada encima, que si no…»

«¿Cómo?»

«Vamos hombre, no te hagas el tonto. Ya te he dicho que por la mañanas, pasar junto a vuestro dormitorio parece un valla publicitaria…pero hoy versión porno. Ya somos mayorcitos ambos, tampoco tienes por qué negar que te masturbas»

«No sé de qué estás hablando», estaba tremendamente sorprendido. Aparte de que esto de que ella llevase, digamos, las riendas, no me estaba gustando nada.

«Pues tú me dirás qué era ese líquido blancuzco y espeso que reposaba esta mañana sobre tu vientre mientras estabas dormido cuando he salido a desayunar». No me lo podía creer, me había visto con los restos de la corrida esta mañana. «No pasa nada, cuñado, es algo normal, ¿o no?. Te has quedado sin tu mujercita este fin de semana y cuando las ganas aprietan… A ver si ahora te vas a creer que eres tú el único que te acaricias y demás. ¿Te acuerdas aquel día que llegaste de trabajar por la noche y yo estaba aquí, a oscuras viendo la tele?. Imagina qué es lo que yo estaba haciendo»

«¿Ese día?», pregunté.

«Claro tonto. Me asusté un montón. Me pillaste poco antes de llegar al final, vamos, que me jodiste de pleno la paja», y empezó a reirse. «Yo al menos, esta mañana no te he interrumpido» y me clavó sus ojos verdes en una actitud entre desafiante y provocadora.

«¿Y te sueles masturbar mucho?», dije sabiendo que ya no había marcha atrás, algo iba a salir de esta conversación, aunque todavía no tenía muy claro si satisfactorio o no.

«¡Uy!, ¡que curioso te has vuelto!, ¿no?», dijo fingiendo una inocencia que no poseía, «¿y qué es para ti mucho?, porque suelo hacerlo siempre que me apetece o que esté excitada»

Mientras hablábamos, yo me había levantado y me había puesto de pie frente a ella. Ella sentada en mitad del sofá, tenía las piernas cruzadas.

El final del picardías dejaba al descubierto sus increíbles piernas y su muslo izquierdo parecía un paraíso.

Aprovechando que la conversación se estaba animando, me senté a su lado en el sofá y mientras le daba un pequeña palmadita en su muslo, le pregunté con qué frecuencia solía sentirse así.

«O sea, tú lo que quieres es que te diga un número de veces, ¿no es eso?»me respondió

«Sí, eso estaría bien. Que me dijeras una vez por semana o cinco veces al mes, algo así», mientras tanto, mi mano seguía reposando sobre su muslo tras la palmadita. Tenía la piel muy suave, y notaba un cierto calor fruto, probablemente, de la temperatura del salón que debía rondar ya los 30º.

«¿Una vez por semana?», dijo aparentemente muy tranquila aunque el ritmo de su respiración había aumentado ligeramente. «Hombre, si tuviera que dar una cifra diría que, como mínimo caen 7 por semana aunque hay días en los que me masturbo más de una vez».

El bulto de mi entrepierna era cada vez mayor, y mi mano había comenzado a acariciar muy lentamente su muslo.

«¿Y tú, cuñadito, cuántas veces lo sueles hacer con mi hermana?».

«¡Pero que morbosilla eres!», contesté. Mientras tanto, mi mano acariciaba su muslo desde la rodilla hasta su cintura. «Pues suele depender, muchos días ella llega muy cansada de trabajar y también depende del turno que tenga yo».

«Pues que pena, ¿no?», respondió ella. «Si fuese yo, por muy cansada que llegase, siempre haría hueco a un polvo, ¿no crees?. Además, no se puede quejar, por lo que puedo notar bajo ese pantaloncito».

Decidí que mi mano empezase a explorar nuevos territorios y comencé a subir por debajo del picardías por el lateral hasta llegar a su pecho, que rozaba con el pulgar de mi mano.

«¿De verdad crees eso?», tenía que hacer mi intento definitivo. Si al tocar su pezón ella no reaccionaba de manera negativa, sabría con total seguridad que ella no se estaba limitando simplemente a calentarme. Tenía que distraer ligeramente su atención mientras mi mano se movía suavemente hacia su pezón. «Muchas gracias por el piropo. De todos modos, también deberá estar orgulloso el chico que consiga llevarte a la cama. Tienes un cuerpo sensacional, por lo poco que puedo adivinar tras el camisón». Mi mano llegó a su destino y mis dedos pulgar e índice empezaron a acariciar su pezón izquierdo mientras seguía hablando. «Y encima de tener un cuerpazo, te gusta mostrarlo. Me he fijado que tienes una ropa bastante provocativa. Seguro que traes a más de un hombre de cabeza».

«Seguro que sí», dijo con una voz muy suave. Me miró y cerró los ojos. Empezaba a excitarse con mi «toquecito». «Es una pena que desperdiciemos nuestras ganas con nosotros mismos, ¿no te parece?». Volvió a abrir los ojos mientras decía esto, mirándome fijamente al principio y después a mi pene que estaba a punto de salírseme del pantalón. «Quiero decir que está muy bien que me masturbe y todo eso y además me encanta acariciarme, e imagino que a ti te pasará lo mismo, pero…», hizo una pausa para coger aliento. Entre la excitación por ser acariciada y por lo que estaba a punto de decir, estaba casi sin respiración. «Pero, creo que los dos preferiríamos a alguien a nuestro lado».

«¿A qué te refieres?», pregunté con malicia. La tenía justo en el punto exacto, ahora aunque quisiera no podría echarse atrás.

«Me refiero a que tú y yo…» y mientras lo decía se inclinó sobre mí para situarse encima mío. Mi mano no dejó en ningún momento de acariciar su pezón, «…podríamos pasar un buen rato los dos juntos, ya sabes.» Su mano penetró de repente en mi pantalón y agarrando mi miembro firmemente empezó a subir y bajar.

Ahora ya no había excusa, le subí el picardías hasta arriba todo lo que su brazo podía permitirme (parecía no tener intención alguna de soltar mi pene) y allí aparecieron ante mis ojos sus dos pechos.

Como mi propósito contemplarlos, me incliné hacia su pecho derecho y empecé a lamer su pezón con mi lengua. Mientras tanto, mi mano derecha seguía ocupándose de su otro pezón y mi mano izquierda se había aventurado por entre sus piernas.

En cuanto ella notó hacia dónde se dirigía, abrió ligeramente las piernas para facilitarme el camino.

Su sexo estaba realmente húmedo y eso me puso bastante cachondo.

Ella, tan pronto como notó el roce de mis dedos, lanzó un gemido de placer.

Comencé a moverme al ritmo con que ella me estaba masturbando y si no hubiese sido porque de repente ella soltó mi pene me hubiese corrido allí mismo.

Aproveché que había parado por un instante para terminar de quitarle el camisón. «Eres realmente preciosa», dije.

Ella entonces, me cogió la mano derecha, me la volvió a llevarse hacia su sexo y dijo: «Me vas a follar, ¿verdad?. Quiero hacer de todo contigo este fin de semana, quiero que me enseñes todo lo que sabes, quiero saber a qué sabe una polla, que me penetres por delante y por detrás, que te corras en mi cara, en mis tetas. Quiero tenerte dentro de mí». Yo propuse, mientras acariciaba su clítoris, que fuésemos a su cama. Ella asintió, se puso de pie y se dirigió a su habitación mientras yo la seguí allí.

Al llegar a su cama, se tumbó y abrió las piernas. Sus manos empezaron a acariciar su clítoris mientras me miraba y gemía.

Yo, ni corto ni perezoso y ante la visión que tenía delante, me quité los pantalones cortos que ya eran más un estorbo que otra cosa.

Me subí a la cama y ella dejó de masturbarse y abrió más si cabe sus piernas.

Observé por su segundo sus labios vaginales, su vello púbico recortadito en un rectángulo por encima de ellos y ese olor que me empezaba a llegar… Me incliné sobre su coñito y decidí que, puesto que quería aprender y experimentar, iba a recibir un cunnilingus que nunca iba a olvidar.

Empecé a darle besitos alrededor de los labios externos, muy suaves, casi rozándolos.

A la vez, mi dedo índice empezó a presionar su clítoris y a moverse en sentido circular. Tras los besos, empecé a pasar mi lengua por el borde de los labios lamiéndolos para terminar penetrando en su vagina y dar pequeños toquecitos con la punta de mi lengua en la base de su clítoris.

En ese momento me di cuenta de que sus gemidos eran cada vez más frecuentes. Incluso, entre gemido y gemido, me pareció escucharla decir «…no te pares ahora, sigue, sigue…». Dejé entonces de acariciarle el clítoris con mi dedo y me puse a lamerlo con mi lengua mientras que ahora mi dedo corazón penetraba en su vagina.

En un instante, ella apretó ligeramente sus piernas alrededor de mi cabeza mientras que una de sus manos empujó mi cabeza como si quisiera meterme dentro.

Yo seguí lamiendo y besando su clítoris, cambiando el ritmo, ahora más rápido, ahora con movimientos más lentos, más pausados, para cambiar al instante de nuevo a un ritmo frenético.

Más tarde, me confesó que cuando apretó mi cabeza había sido porque había llegado al orgasmo.

Levanté la mirada, ella tenía los ojos cerrados y una cara de satisfacción increíble mientras yo seguía trabajando con mi lengua.

Ella se acariciaba los pezones y empezaba de nuevo a aumentar el ritmo de su pelvis.

Antes de darme cuenta, ella estaba gimiendo otra vez, casi gritando y yo volví a cambiar mi lengua por mi dedo pulgar en su clítoris mientras mi lengua se adentraba todo lo que era posible en su vagina.

Se volvió a correr como más tarde me confesó: «Me he corrido dos veces, pero en la segunda creía que me moría. Ha sido increíble».

Decidí entonces que ya era suficiente por el momento y dejé de lamerle el coñito. Me acerqué a ella, me miró y la besé.

Ese beso debió de saberle al sabor de su propio coño. Se lo dije y le pregunté si le gustaba.

Ella, que ya me había agarrado la polla y estaba acariciándola arriba y abajo, me dijo que sí. Yo le contesté entonces que seguramente también le gustaría lamerle el coño a otra mujer. Mientras le dije esto, mis dedos volvieron a acariciarle el clítoris, preparándolo ya para la penetración.

Ella, cerró los ojos y me dijo: «Seguro que me gustaría. Me gustaría cualquier cosa que quieras que haga».

Fue entonces cuando la penetré. Como tenía la vagina tremendamente húmeda, la cosa entró perfectamente.

Empecé a moverme muy suavemente, hacia delante y hacia atrás, sin ninguna prisa aunque yo tenía la polla a punto de estallar.

Pero me controlé bastante bien. Me di cuenta entonces de que no llevaba puesto condón, así que tendría que correrme fuera de ella. Así que, cuando el ritmo de nuestros cuerpos estaba a punto de llevarnos al éxtasis a ambos, me salí.

Ella, medio contrariada, me dijo que no, que siguiese y empezó a frotarse el clítoris. Yo, después de darle un mordisquito en uno de sus pezones, le dije que no podía correrme, que no tenía condones. Entonces, le dije que para terminar de corrernos podríamos hacer un 69. Se le iluminaron los ojos de placer y me dijo que sí, que ya estaba empezando a dudar de cuando le pediría que me la chupase.

Yo estaba a punto de estallar y sabía que no aguantaría mucho sin correrme. Así pues, me tumbé y la pedí que se pusiera a cuatro patas encima mío, poniendo su chochito sobre mi cara.

Como yo imaginaba, no tardé mucho en correrme. Para no tener mucha experiencia en el arte de chupar pollas, la verdad es que lo hizo bastante bien.

Mientras tanto, yo di cuenta por tercera vez de su coñito, incluso esta vez, justo cuando me llegó el orgasmo y me empecé a correr, le di un ligero mordisquito a su clítoris mientras uno de mis dedos índice jugueteó con la entrada a su culito. Eso, terminó de provocarle su orgasmo, aunque siguió lamiendo mi polla hasta que me la dejó limpia de semen.

Se incorporó y se tumbó a mi lado mirándome fijamente. Yo, me fijé en que todavía tenía algún resto de semen alrededor de su boca. Su mano, volvió a mi polla y a mis huevos y empezó a masajearlos. Se inclinó hacia mí comenzó a darme besitos en mis pezones.

«¿Sabes en el lío en el que nos hemos metido?», le dije

«¿Lío?», respondió ella, «lío ninguno. Tú y yo somos dos personas adultas que se han gustado y que han decidido practicar sexo (y muy bueno, por cierto). No creo que haya nada más. Que yo sea tu cuñada creo que es algo secundario, ¿no?.». Noté un ligero tono de desagrado en su voz. Su sonrisa se había borrado.

«No te enfades, tonta», dije «para mí también ha sido muy bueno. Y vale, no hay lío ninguno en este asunto, ¿ok?».

«Ok» dijo ella y volvió a sonreir. Al ver que su pequeño masaje empezaba a surtir efecto, preguntó «¿Vas a comprar condones?, tengo ganas de que me vuelvas a follar. Y otra cosa, me harías la mujer más feliz de este mundo si cumplieras mi gran fantasía: darme por el culo».

«¡Joder, cuñadita!, no pierdes el tiempo» dije gratamente sorprendido.

«Sólo tenemos hasta el domingo, cuando vuelva Laura. ¿Crees que merece la pena perder el tiempo?».

«No, cariño, pero tendremos que comer algo y tengo que bajar a comprar condones…».

«Tenemos que bajar. No pienso dejarte ir solo a ningún sitio», dijo Beatriz y se echó a reir.

» De acuerdo. Pero te vestirás como yo te diga.» repliqué «Además, si yo tengo que cumplir tu fantasía, tu tendrás que hacer lo mismo conmigo».

«¿Cuál es esa fantasía?», tenía un brillo en los ojos especial. Estaba intrigada, a la vez que excitada. «Por favor, dímelo, si tengo que imaginármelo me voy a poner muy, pero que muy cachonda…»

«¿Y qué tiene eso de malo?» contesté «quiero que bajes a la calle conmigo así de cachonda. Ponte ese vestidito rojo que tienes y no te pongas ni sujetador ni braguitas».

«Vale. Pero tendrás que decírmelo o voy a empapar el vestido de lo húmeda que voy a estar…»

Así fue como empecé a tirarme a mi cuñada. El resto de la historia… mejor lo dejamos para otro día…