Curiosidad y placer II
La experiencia gay vivida con el sastre y que les relaté días atrás verdaderamente me marcó.
Luego de salir con el smoking en mi brazo, sintiendo todavía la sensación de su boca en mi verga, lo que más deseaba era que llegase el momento de devolver el traje que había alquilado y eso que la fiesta para la que lo renté, recién sería en dos días.
La promesa de «pasarla aún mejor» que quedó flotando en las palabras de Roberto al despedirme aquella noche, seguía acariciando mis oídos, volvía a ponerme tenso y en definitiva a excitarme.
Había llegado allí siguiendo un impulso de curiosidad.
Había descubierto que esta relación no era casual ni circunstancial, era sencillamente un sinceramiento interior conmigo mismo.
Lo vivido con Roberto no era simplemente la consumación de una fantasía, era en definitiva el aceptar que ser acariciado por otro hombre, era algo que estaba pendiente en mi, que tal vez nunca había querido aceptar o nunca se me había presentado la oportunidad de enfrentar.
Había sucedido, yo lo había buscado y en definitiva me había gustado y lo quería repetir.
A medida que pasaron los días, aún en la fiesta de marras, donde tal como vaticinó Roberto tuve mucho éxito, en especial por lo bien vestido que estaba, se fue haciendo cada vez más intenso el deseo de volver.
Quería nuevamente sus caricias, sus besos en mi cuerpo, quería repetir la experiencia de su felatio, pero también aunque me costase admitirlo, quería algo más, aún no muy claro.
De sólo pensar en volverme a enfrentar con aquella menuda, simpática y lisonjera humanidad de Roberto, se me erizaba la piel, me provocaba un escozor especial a nivel del sexo que terminaba inevitablemente en una erección y si estaba solo, en masturbación.
La noche de la fiesta, salí de la misma junto a una exquisita jovencita compañera de la facultad con la que tuve sexo en su casa a la que me invitó para tomar un café.
Si bien vivía con sus padres, estos estaban de viaje y dadas las circunstancias, ambos con unas copas de más, terminamos desnudos, acariciándonos y besándonos en su dormitorio.
Su cuerpo era estupendo.
Nada exuberante pero sumamente armonioso.
Además de una carita cautivante por su belleza, de labios gruesos y provocativos, lo más atractivo para mí fue el tamaño de sus pezones.
Eran enormes en comparación con el tamaño total de sus senos.
No sé cuanto tiempo estuve allí, prendido de esos espectaculares pezones chupándolos.
Pasando mis labios de uno al otro, saboreándolos y comprobando la dureza que fueron adquiriendo a medida que trascurrieron los minutos.
Simultáneamente mi mano entre sus muslos, acariciaba su vagina apenas cubierta por una pelusita renegrida, introduciendo alternativamente uno o dos dedos en su vulva.
Mis dedos y mi mano toda se empapó de sus jugos y fue aprisionada con fuerza entre sus labios vaginales, suaves y cálidos, cuando sorpresivamente para mí, su cuerpo se arqueó y convulsionó en un orgasmo espectacular, con mis dientes aún mordisqueando sus pezones.
De su boca emergió una exclamación gutural, sus brazos me estrecharon con gran fuerza y su boca se aplastó contra mi cuello mordiéndome y murmurando frases casi ininteligibles, producto del clímax alcanzado.
Minutos después, su cuerpo se relajó un tanto, se colocó casi boca arriba en la cama sin dejar de estrecharme pero ahora suavemente, como entregándose al éxtasis del momento vivido.
Por mi parte pese a la erección que tenía tras haber sido testigo y desencadenante de semejante orgasmo, no pretendí siquiera intentar una penetración que aliviase mis propios deseos.
La dejé reposar, la acaricié apenas rozando su piel con mis manos y saboreé mis dedos aún empapados de sus flujos, comprobando un gusto agradable y dulzón que me devolvió la erección casi perdida.
Vuelto boca arriba, con mi brazo izquierdo debajo de su cabeza, con los ojos cerrados y aún con los dedos de mi diestra entre mis labios, siento que su mano me acaricia, primero la cara, desciende a mi cuello y se posa en el pecho.
Su cabeza se levanta y su deliciosa carita vuelve a quedar frente a la mía, sonriente.
Su boca se aplasta en mi boca, su lengua penetra entre mis labios y su mano desciende por mi abdomen hasta alcanzar mi pubis y abrazar con sus dedos mi falo erecto, iniciando un movimiento de arriba hacia abajo, estirando y remangando el prepucio y provocándome una sensación de gozo fenomenal.
Sin casi darme cuenta, aquella boca carnosa y apetecible desciende por mi pecho, mordisquea mis pezones, introduce le lengua en mi ombligo llenándolo de su saliva, sigue hacia mi entrepierna y abraza mi glande con fuerza para después sustituir el movimiento de su mano con el de su propia boca y su lengua, introduciendo y sacando rítmicamente mi pene de ella.
Cerré mis ojos producto de las sensaciones de placer que experimentaba.
Solo me limité a apretar con una mano la sábana debajo de mí y enredar los dedos de la otra en sus cabellos, acompañando los movimientos de su cabeza que subía y bajaba, tanto que engullera o sacara mi pene de su boca.
En ese mismo instante, en medio del éxtasis que estaba viviendo, comencé a sentir la misma sensación que días atrás había experimentado con Roberto, por momentos me pareció y casi creí que era él, quién me estaba chupando tan maravillosamente la verga.
Sentí que el orgasmo me llegaba, tensé instintivamente mis piernas y comencé a proferir gritos apagados de: me vengo…me vengo… no aguanto más…, mientras el movimiento de la boca que me succionaba se hacía cada vez más intenso y como cuando Roberto, la mano en mi verga se aferraba firmemente al tronco, como para que ésta no saltara junto con mi eyaculación.
Y me vine.
Sentí como el semen recorría como torrente mi uretra y saltaba espasmódicamente dentro de la boca golosa de mi compañera, que no dejó de chupar hasta sentir la flacidez de mi miembro y aún allí su lengua se encargó de sorber las últimas gotas de esperma, ordeñadas por su mano que ahora dulcemente exprimía mi miembro desde la base al glande ya más pálido y «desinflado» que unos minutos atrás.
Fui consciente que en el momento más febril del orgasmo mi pensamiento había volado hacia Roberto y verdaderamente tuve miedo que en esos instantes donde difícil es controlar lo que se dice, hubiese pronunciado su nombre o alguna frase que me delatase.
La sonrisa juguetona, complaciente y hermosa de Ana (así se llamaba mi compañera) que aún con la mano tomando lo que quedaba de aquel miembro hasta hacía un rato erecto y ahora hecho una piltrafa, pequeño y arrugado, mirándome divertida desde mi entrepierna, me tranquilizó.
¿Te gustó amorcito? dijo.
Claro que sí, fue maravilloso, le respondí, nunca pensé que sería tan hermoso.
Yo tampoco…mi orgasmo fue sensacional y por lo que me hiciste tragar, el tuyo no lo fue menos.
No quiero que te enojes, siguió diciendo, pero entre lo que tomamos, bailamos y esta explosión, solo quiero dormir.
Sé que me voy a arrepentir de no reiniciar ahora la juerga y hacer que me penetres.
Te juro que lo quiero desde hace tiempo, pero ahora estoy destrozada…concluyó.
No te preocupes mi adorable Anita, le respondí, yo estoy como tú, deseo lo mismo que tú y si verdaderamente lo quieres, no faltará la oportunidad de la consumación, te lo aseguro.
Dicho esto, previo darme una ducha rápida, me vestí y me despedí de mi bellísima amante, no sin antes recorrer todo su cuerpo con mis labios, como agradeciendo que me hubiese entregado tanta belleza, mientras su piel se erizaba, en especial esos pezones gigantes y morados, que apenas besé nuevamente se endurecieron.
Por favor vete, casi me ordenó, porque dos minutos más de estos besos y te volteo de nuevo, me dijo mientras se arropaba con las sábanas y me pedía que al salir diese un fuerte portazo al zaguán ya que la cerradura era automática y no había forma de abrirla desde afuera si no era con llave.
Ya en la calle, casi amaneciendo, caminé hacia la primera parada de taxi que encontré y en el trayecto fui repasando las vivencias de la noche a las que cada vez con más frecuencia, se entremezclaban las experimentadas con el sastre.
Llegado a mi casa, casi no puede dormir pese al cansancio.
En mi cabeza solamente daba vueltas la idea de rápidamente devolver el traje, provocando el reencuentro con Roberto.
¿Qué pasaría entonces? ¿Qué era la que yo iba a buscar?.
¿Verdaderamente él estaba interesado en continuar la relación iniciada, como lo había insinuado?.
¿No sería de mi parte, una fantasía más?
Estas interrogantes a las que se fueron agregando las imágenes mil veces repetidas en mis calenturientos pensamientos, recordando a Roberto con mi verga en su boca, provocándome uno de los mayores orgasmos que recordase, volvieron a excitarme y sin más me apliqué una furiosa masturbación, que derramó en mis sábanas casi tanto esperma como el que poco rato antes había vaciado en la boca de Anita.
Recién a partir de este nuevo orgasmo, fui conciliando el sueño, no sin antes concluir que lo primero que haría al despertarme sería llamar a la sastrería para concertar con Roberto, la hora para devolverle el traje.
Lo que sucedió se los contaré otro día.