Cholo, el abuelo y yo

Cuando yo era un joven de 17 años, vivía en un pequeño pueblo del Norte de México. Ese día se celebraba la boda de una de mis hermanas; como es normal, todo el día estuvo muy movido con los preparativos, con los cuales yo colaboré entusiastamente.

A las 6 de la tarde se celebraría la misa de la boda. Como a mi casi nunca me ha gustado el asunto de la religión, me disculpe con mis padres diciéndoles que me daría un baño y que si me hacía tarde me quedaría a cuidar la casa, lo cual les pareció muy bien, sobre todo porque en fechas recientes habían robado en la casa.

Aprovechando que me quedé sólo en casa me bañé con mucho placer, como es natural a esa edad inicié una sabrosa puñeta (paja), creciendo mi excitación enormemente ya que me la hacía con toda lentitud y suavidad al enjabonar mi verga, lo hacía ruidosamente ya que sabía que estaba sólo, con la emoción olvidé cerrar la puerta del baño.

Atraído por mis exclamaciones de excitación entró al baño nuestro fiel perro llamado «Cholo»; éste se me quedo mirando fijamente con cierta ternura, se acercó y empezó a oler los flujos de mi verga, la cual en ese momento estaba dura y con una erección que casi se reventaba. Inmediatamente comenzó a lamerla, lo cual hizo que mi excitación creciera y tras varios lenguetazos y otros tantos jaloneos salieron chorros y chorros de mi verga, lo cual fue lamido por «Cholo» con fruición.

Después de ese gran momento de excitación que sentí, ví que mi fiel mascota empezaba a tener una erección y su verga sobresalía de su capullo. Me agaché a sobarla y hacerle una puñeta. Noté como su pene crecía y crecía, nunca me imaginé que mi perro tuviera ese tamaño, hasta llegar a ser más grande que mi verga. Al final de su pene se formó una gran bola rosada, la cual parecía una cebolla y del tamaño de la cabeza de un gran pene. Lo seguí masturbando y acariciando su verga, inició un rápido movimiento como cuando cogen a sus perras, hasta que lanzó grandes chorros, con un olor muy peculiar.

A pesar de su copiosa eyaculación, su erección no disminuyó. En ese momento yo me encontraba nuevamente con mi verga bien firme y super excitado. No se en que momento me decidí a ponerme en cuatro patas y ofrecerle mi culo a mi fiel perro. Este no titubeó y se montó realizando su característico movimiento rápido de penetración, ya sentía un hormigueo que me recorría todo el cuerpo al imaginarme como me sentiría penetrado por ese caliente animal.

Era tanta mi excitación que no me dí cuenta que por una pequeña ventana del baño era observado por mi viejo vecino, un indio negro de casi setenta años, al cual siempre habíamos llamado «Abuelo», no obstante su edad era de complexión fuerte y alto. Seguramente había observado lo ocurrido entre el perro y yo. En otro momento ya no lo ví en la ventana y apareció a un lado mío dentro del baño.

Como yo estaba en cuatro patas, con el perro montándome por detrás, ya sintiendo los inicios de su penetración, no pude o no quise levantarme. Aprovechando mi posición, el «Abuelo», sin decir palabra, sacó su verga acercándola a mi boca. La tenía blanda, aún así pude percatarme que era de gran tamaño y negra. Sin mayores trámites empecé a mamar su cabeza introduciéndome toda su verga en mi boca ya que todavía estaba blanda. Poco a poco empecé a sentir como crecía en mi boca y por su tamaño empezó a salir. Ese color negro y el brillo que le daba mi saliva me excitó aún mas.

Sintiendo las embestidas de mi perro, que sin saberlo estaba desvirgando mi culito, saqué la enorme verga del viejo de mi boca y le empecé a pasar la lengua desde la base hasta la cabeza. Lo cual lo excitó y empezó a gruñir. Su verga crecía de manera increíble, hasta llegar a un tamaño de más de 25 centímetros, pero lo más increíble era lo grueso y cómo resaltaban sus venas, lo cual lo hacía más impresionante. Su cabeza era enorme. Tenía toda una verga de negro, al cual parecía no importarle su edad. Quería tragarla toda pero no podía. El viejo me tomaba de la cabeza y yo sentía que me asfixiaba.

Así estaba yo, en un cuadro que nunca me había imaginado. Con mi perro «Cholo» montado sobre mí con un frenético movimiento que no parecía tener fin y a mi vecino «el Abuelo» con su enorme tranca dentro de mi boca que parecía también no tener fin. Era la primera vez que yo tenía una experiencia así y vaya experiencia, como nunca lo imaginé.

En eso estaba cuando sentí que el grueso bulbo de «Cholo» golpeaba la puerta de mi culo e intentaba penetrarlo, sin dudarlo hice un esfuerzo y un movimiento para facilitar su entrada. Al poco tiempo sentí fuertes y calientes chorro de semen del perro inundando mi culo y sentí que yo también me venía. Empecé a masturbarme, y todo el tiempo sin dejar de mamar la enorme verga del viejo, la cual estaba duraba y gruesa, como si fuera un negro joven.

El perro se desmontó pero quedó pegado con su verga dentro de mi culo, tal como yo los había visto con sus perras. La sensación que sentí era indescriptible y me concentré en la enorme verga negra del viejo. Levanté la vista y miré su rostro moreno con sus ojos en blanco y susurrando algo en su lengua nativa. Bajé la vista y vi sus enormes huevos colgando cerca de mí, los tomé con mis manos y los acaricié a la vez que chupaba su verga. Esto duró varios minutos ya que por su edad tardó en venirse; cuando sentí que ya se venía y que sus gruñidos eran mayores aceleré mi puñeta y los lenguetazos hasta que sentí que sus chorros se venían en mi boca, saqué su enorme verga para que su leche cayera sobre mi cara y mi pecho, fue un bello espectáculo ver esa vergota de más de 25 cms. Contrayéndose y arrojando leche sobre mí.

Al mismo tiempo el perro se desprendió de mí saliendo chorros calientes de mi culo y sintiendo los chorros del viejo sobre mi cuerpo, en ese momento agité con fuerza mi verga y arrojé un gran chorro caliente lleno de placer como nunca jamás lo he logrado.

Finalmente la tranca de mi viejo vecino empezó a ceder en su tamaño y la introduje nuevamente en mi boca para beber sus últimas gotas y dejarla totalmente limpia; a la vez mi perro limpiaba mi verga con rápidos lenguetazos, ya se pene se había contraído en su capullo.

Silenciosamente, sin siquiera voltear a verme el negro «Abuelo» se retiró seguido por el perro. Me quede recostado exhausto disfrutando el tibio chorro de agua de la regadera, hasta que pude levantarme, sintiendo un ligero temblor en mi piernas. Me preparé para iniciar la celebración de la boda de mi hermana, sin que nadie sospechara lo ocurrido, salvo mi viejo vecino y mi agraecido perro.