Historia en el futuro: el holosexo

Probablemente en éste año de 2054 no habrían permitido que yo naciera.

O sí, porque la ingeniería genética se popularizó a partir de 2030, y mis padres habrían elegido, como todo el mundo, un bebé alto, rubio, musculoso y de ojos azules.

Esto tiene su lado bueno, porque se han evitado malformaciones y enfermedades congénitas.

La parte mala es que los adolescentes de hoy en día parecen como hechos en serie, todos igualitos.

Pero nací en 2021.

Así es que sólo mido 1,80, mi pelo es castaño, duro como cerdas de cepillo y rizado, no liso como es la moda.

Mis ojos son del mismo color que mi pelo, sólo que un poco más claros.

Y no soy musculoso, sino delgado y algo cargado de espaldas.

Mi nariz no es recta y elegante, sino ligeramente curvada, y demasiado ancha.

Y mis labios son estrechos, sin ningún parecido con las bocas sensuales que se llevan últimamente.

Y, para más «inri», tengo algunas espinillas en la cara, que según mis padres siempre fueron algo raro a mi edad, pero más ahora, cuando todo el mundo luce un cutis perfecto.

¡Qué le voy a hacer!.

Algunas cosas podría cambiarlas mediante cirugía estética, pero otras no.

Y aunque me decidiera a hacerlo, y un día el espejo me devolviera una imagen de mi rostro más de acuerdo con los cánones estéticos actuales, sé que en mi interior seguiría con la misma inseguridad, así es que no me lo planteo.

Bueno, a pesar de todo, y hablando en general, no me ha ido mal en la vida.

Tengo un buen empleo, muy bien pagado, porque no abundan mucho las personas con mi misma clase de talento, en estos tiempos en los que la imaginación empieza a ser algo casi obsceno: soy guionista de holofilmes.

Aunque no sé por cuánto tiempo, ya que he oído que la última versión del software de novelación ha conseguido evitar las limitaciones de las anteriores, que producían cinco o seis temas principales, con muy pocas variaciones.

Sin embargo, eso ahora ya no me importa demasiado.

Pero tengo serios problemas de relación, mayores que el común de mis conciudadanos, en esta época en que todos vivimos aislados en nuestras viviendas automatizadas, del teletrabajo llevado a sus últimas consecuencias, y en el que puedes pasarte semanas sin ver a otro ser humano salvo en holograma: a mi edad, soy aún virgen.

Hubo un tiempo en que frecuenté el gimnasio de mi mancomunidad, que es uno de los pocos sitios en que puedes relacionarte en persona con la gente, con la loca idea de que, a lo mejor, allí podría encontrar una mujer que quisiera compartir sus momentos de ocio conmigo.

No duró mucho.

Primero, porque me deprimía la visión de aquellos cuerpos casi perfectos, haciéndome más patente mi insignificancia.

Pero es que, además, un día sorprendí una conversación entre dos de aquellas chicas esculturales:

– ¿Te has fijado?. ¡Es absolutamente ho rro ro so!.

– Pues a mí, qué quieres que te diga, me da un poco de pena. Siempre está aislado.

No volví más.

Bueno, no es que no haya mantenido relaciones sexuales, pero nunca con una mujer de carne y hueso.

Pero eso es parte de esta historia que voy a dictar en mi fonoterminal, para que quede registrada en el ordenador comunal, y alguien la pueda escuchar cuando yo ya no esté aquí.

Porque confío en que quizá produzca un atisbo de sentimiento en el policía que investigue, no mi desaparición – que no le importará a nadie- sino la de XU-0020463104-J, que sin duda será buscada por su empresa propietaria, y puede que a lo mejor se compadezca, y cierre el caso sin llevar más adelante la investigación.


– Abrir conexión.

– Documento nuevo.

– Título: Para quién investigue mi desaparición.

– Estilo: Voz sin imágenes.

Todo empezó el año pasado. Hasta entonces, había recurrido de vez en cuando -cada vez con más frecuencia- al holosexo.

No es el sustituto ideal del sexo de verdad, porque a la representación holográfica de una mujer desnuda -por muy real que parezca, y por muy sensualmente que se mueva ante ti- no se la puede abrazar, ni puedes besar su cuerpo, ni acariciar sus pechos… ni puedes hacer el amor con ella.

Así es que finalmente, después de masturbarte, solo queda aplacado -que no saciado- el deseo.

Llegó un momento en que los previsibles -y conocidos- gemidos de placer de las imágenes en tres dimensiones, mientras se acariciaban su vulva virtual, ya no me producían ningún efecto.

Había otros géneros disponibles en la MundoRed, pero mis gustos son muy restrictivos: no me agradan las escenas de orgías -quizá porque comparo mi cuerpo con el de los ciberactores, o la exigua longitud de mi pene con la de sus «herramientas» de veinte o más centímetros- así es que me limitaba a visionar masturbaciones femeninas y escenas lésbicas.

Hubo un tiempo -según he oído relatar- en que existían mujeres que practicaban el sexo «de verdad», a cambio de una cantidad de dinero.

Ahora está prohibido por la Ley, después del rebrote de SIDA de 2041, cuando se creía ya erradicado.

Y si encontraras a alguna que se prestara, y consiguieras vencer el temor al contagio, te arriesgarías a una pena de diez años de cárcel.

Así es que ni se me pasó por la imaginación. Además, no sabría ni por donde empezar a buscar algo así.

Y entonces fue cuando, una mañana, al solicitar al fonoterminal que visualizará mi correo, me llegó la publicidad de «CyberEscorts»:

«Ciber-acompañantes absolutamente reales, para hombres o mujeres distinguidos».

Lo estuve dudando muchos días. Luego, pensé que no tenía nada que perder por informarme, así es que pedí al ordenador que me conectara.

En el centro de mi sala de estar apareció la imagen de una preciosa rubia semidesnuda, que durante unos minutos estuvo contándome las excelencias de su producto, y respondiendo a mis preguntas, incluidas desagradables descripciones de la higiene y desinfección «posterior» de sus «unidades».

Casi al final, me dijo que ella misma no era sino un robot, similar a sus compañeras que prestaban el servicio.

Me quedé pasmado.

Hay millones de robots por el mundo, empleados en trabajos inmundos, penosos o desagradables, que ningún ser humano querría realizar. Pero tienen aspecto de robots.

Y los utilizados en tareas industriales, no tienen forma ni lejanamente parecida a la de una persona: son absolutamente funcionales.

Cuando no están atornillados al suelo, se mueven sobre orugas, no sobre piernas, carecen de cabeza, y pueden tener más de dos «brazos» -dependiendo de su cometido concreto-.

«Aquello» no sabía yo ni que existiera. No se diferenciaba para nada -al menos en la imagen- de una hembra de la especie humana, por cierto, hermosísima.

Total, que concerté la visita para esa noche, a las diez. Aunque me lo sugirió, no quise seleccionar en el catálogo, y dejé la elección en sus manos -quizá debería decir circuitos-.

A las diez en punto, estaba en mi puerta.

Pelo negro, ojos verdes, rasgos delicados, y un cuerpo escultural, de piel blanquísima, con pechos medianos muy altos y firmes, voluptuosas caderas, piernas perfectas…

El sueño de todas las noches solitarias de mi vida.

– Hola. Soy Lily, y estoy encantada de poder servirte -dijo, con una hermosa sonrisa en su cara de bioplástico-.

– Pasa, Lily -respondí-. Yo también estoy encantado de conocerte.

Sí había algunas diferencias.

Por ejemplo, se quedó parada cerca de la puerta, esperando una orden mía.

Y sus movimientos carecían de la elasticidad de los de las personas reales, aunque eran una buena imitación.

Su voz no era puramente metálica, pero sonaba con un acento y cadencia extraños.

Yo no tenía ni idea de lo que correspondía hacer con una mujer en esos casos, porque nunca había estado con ninguna.

Así es que mucho menos con un robot, por real que pareciera. Me senté en un sofá, y serví dos copas.

Lily seguía absolutamente inmóvil en el mismo sitio en que la dejé.

Fue entonces cuando advertí que no tomaría ninguna iniciativa, y que esperaría que yo le ordenara qué hacer. Por decir algo, ofrecí:

– ¿Te apetece beber algo?.

– Puedo beber y comer si es lo que deseas, pero no es estrictamente preciso para mi funcionamiento -respondió ella-.

«Caramba, deberían haberla programado para que no dijera nada como «mi funcionamiento» -pensé-. Eso mata totalmente el efecto de realidad.»

– Bien, pues sí, deseo que bebas. Siéntate aquí a mi lado.

Ella se sentó obediente, tomó la copa y bebió un sorbo de ella, depositándola después en la mesita.

Casi con aprensión, levanté un poco el borde de su falda, dejando al descubierto más de la mitad de sus muslos.

Puse la mano sobre uno de ellos.

La textura de la piel era absolutamente real, y estaba caliente, como si fuera un cuerpo de verdad.

Lo acaricié, mientras notaba el principio de una erección.

«¡Qué diablos!. No tenía por qué sentirme cohibido. No era una mujer, sino una máquina programada para satisfacer mis caprichos.»

– Quiero que te pongas en pie ante mí, y te desnudes muy lentamente -le dije-.

Y la habían programado muy bien.

Descorrió la cremallera de su elegante vestido negro, a su espalda, y lo dejó deslizar lentamente hasta sus caderas, que contoneaba sensualmente, al mismo tiempo que en su cara se había formado una expresión… ¡caramba!, similar a las de las mujeres del holosexo, absolutamente real.

Debajo había un sujetador casi transparente, que dejaba entrever unos pezones enhiestos, en el centro de dos aréolas oscuras.

Cambié de idea, y me puse en pie.

Ya había visto desnudarse a muchas holoactrices, pero yo nunca había podido quitarle la ropa a ninguna.

– Espera, yo te desnudaré.

Me puse a su espalda, y desabroché el cierre del sostén, haciendo deslizar las cintas por sus hombros. Tomé uno de sus pechos en mis manos, notando su turgencia.

No tenía con qué comparar, pero me pareció que así deberían ser los de verdad.

Le quité totalmente el sujetador, y me paré frente a ella a admirarla.

Era preciosa, un sueño. Desnuda hasta la cintura, con sus senos erguidos, esperaba mi siguiente iniciativa.

Y la sonrisa no se había borrado de su cara. Mi pene ahora estaba completamente erguido, al máximo de su tamaño en erección.

Me arrodillé ante ella, y metí las manos bajo su falda, acariciando la cara interior de sus muslos, hasta tropezar con el calor y ¡sorpresa! la humedad de su sexo, que palpé sobre la entrepierna de la braguita. Seguía manteniendo los brazos cruzados sobre la cintura, evitando con ello que el vestido resbalara hasta el suelo.

Muy despacio, bajé su prenda interior hasta los tobillos, y ahora, sin el estorbo de tejido alguno, pude posar mis manos en la seda de sus nalgas, y en su vulva sin asomo de vello.

Ella estaba ahora gimiendo levemente, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, en una actitud de lo más convincente.

– Siéntate otra vez -le ordené-.

Antes de sentarse, levantó por detrás su falda para no arrugarla -en un gesto absolutamente «femenino»- mostrándome al paso su redondo trasero.

El vestido quedó, al retirar ella las manos, arrugado en torno a su cintura, mostrando la mayor parte de sus muslos.

– Tiéndete en el sofá.

Me incliné sobre ella, y deslicé lentamente el vestido por sus piernas, dejándola al fin totalmente desnuda ante mí. Y era una visión maravillosa.

Había dejado las piernas ligeramente entreabiertas, mostrando la totalidad de su hendidura, de la que sobresalían sus pliegues internos.

Yo estaba en el colmo de la excitación. Me arranqué la ropa de encima rápidamente, y me arrodillé ante el sofá, con mi cara muy cerca de su sexo.

Abrí sus labios con dos dedos, contemplando de cerca algo que sólo había entrevisto en los hologramas. Y se veía real, con el brillo de humedad de su lubricación.

Con la costumbre de mis experiencias virtuales, había empezado a masturbarme sin casi darme cuenta de ello. Pero sí advertí que nunca había logrado una erección de aquel tamaño. Y esta vez, tenía algo mejor que hacer.

Así es que separé sus piernas, me tendí sobre ella y la penetré profundamente, ayudado por una oportuna elevación de sus caderas, moviéndome frenéticamente en su interior, con el hambre atrasada de mis treinta y un años en los que no había conocido mujer.

Y, por primera vez, conocí el placer de un coito, placer mucho más intenso que el producido por mis anteriores experiencias solitarias. Sobre todo, porque debajo de mí, Lily se debatía y contorsionaba como si, ella también, estuviera experimentando un orgasmo.

Mucho más tarde -el precio se pagaba por horas, pero me importó un rábano- antes de salir de mi casa, me entregó una tarjeta:

«CyberEscorts

Unidad sexual XU-0020463104-J

Esperamos haberle complacido.»


Estuve muchos días pensando en aquella experiencia, y masturbándome sin necesidad alguna de recurrir al holosexo.

Pero eso no me satisfacía en absoluto. Antes al contrario, casi no me producía placer, y quedaba frustrado, lo que nunca me había sucedido.

Finalmente, repetí el visionado de una de aquellos espectáculos, el de una mujer que, tendida en su cama, era asaltada por el deseo, y se despojaba de su camisón, quedando completamente desnuda sobre el lecho.

Luego, se provocaba un orgasmo con la mano, entre fingidos jadeos y chillidos de placer.

Era el que más había disfrutado hasta el momento, pero aquella vez no consiguió excitarme en absoluto.

Así es que volví a llamar a «CyberEscorts». Pero ahora, solicité que fuera Lily -perdón, XU-0020463104-J, tuve que precisar a la «ciberempleada»- la que acudiera a mi casa.


Puntual como un reloj, ahí estaba Lily de nuevo.

Tan preciosa como la recordaba de la vez anterior, pero con un vestido diferente, muy escotado y corto, que dejaba al descubierto la mayor parte de sus encantos.

También llevaba un maquillaje exagerado, con los labios pintados de un color rojo intenso.

Para mi sorpresa, esta vez pasó dentro sin esperar mi invitación.

Luego rodeó mi cuello con sus brazos, y me besó intensamente en la boca.

Yo me quedé mudo de estupor, y no pude por menos que preguntarle.

– La primera vez, dejamos que el cliente tome la iniciativa, porque muchos se cohíben ante nosotras, y parece que el hecho de darnos órdenes les hace aceptar mejor la situación. Pero estamos educadas -afortunadamente, no dijo «programadas»- para ser nosotras quienes traten de satisfacer todas las apetencias del hombre, aún antes de que las exprese, salvo que quiera lo contrario. Y tenemos la capacidad de aprender, para así poder adelantarnos a vuestros deseos.

Yo no quería lo contrario:

– Y, ¿hoy qué te apetece hacer? -le pregunté-.

Me miró con un gesto libidinoso, absolutamente real:

– Hoy estoy muy caliente, y he venido dispuesta a todo.

Se acercó a mí, sin más, y me abrazó de nuevo estrechamente, mordiéndome los labios, con la fuerza justa para provocarme placer, pero sin producirme dolor.

Después de unos instantes, se separó de mí, y comenzó a desvestirme rápidamente, con ansia, mientras jadeaba audiblemente.

A mí me había puesto «a mil», así es que la imité.

Cuidando de no romper sus ropas, la despojé de su blusa, de la que saltaron sus pechos, libres de la opresión de ninguna otra prenda. Tampoco llevaba nada bajo la falda.

Desnudos y aún estrechamente abrazados, nos dirigimos hacia el sofá, sobre el que caímos en un revuelo de piernas y brazos, manos que estrujaban y acariciaban, dedos que palpaban, o se introducían, y bocas que mordían y lamían.

Esta vez me hizo tenderme boca arriba, y se puso en cuclillas, con sus piernas separadas en torno a mis caderas.

Tomó mi pene con las dos manos, y se lo introdujo de un solo envite, moviéndose rítmicamente sobre mí, mientras sus manos pugnaban con las mías en estrujar sus pechos.

Sus chillidos y estremecimientos se iniciaron justo cuando yo comencé a sentir los espasmos de mi eyaculación dentro de ella, y mi gozo fue lo más intenso que había conocido nunca.

Y en mi interior sabía que ella no había sentido el orgasmo, que no lo podía sentir, pero ello no disminuyó para nada el placer liberador que experimenté.


Esta vez, bastaron tres días de añoranza para que llamara de nuevo a «CyberEscorts».

Para mi sorpresa, Lily había cambiado nuevamente de aspecto y actitud. Ya no era la mujer elegante de la primera vez, ni la hembra hambrienta de sexo, sino una virgen tímida, que se ruborizaba ante cualquier cosa.

Se hizo rogar mucho esta vez hasta que se desnudó renuentemente, quedando ante mí con uno de sus brazos cubriendo sus preciosos senos, mientras su otra mano tapaba el pubis, con los ojos bajos y encarnada como la grana.

Esa vez me pidió, vergonzosa, que lo hiciéramos en la cama y con las luces apagadas, a lo que accedí.

Se tendió boca arriba, muy rígida, y hube de acariciarla durante mucho tiempo hasta que sus manos abandonaron sus costados, y se posaron en mi espalda, y sus labios encontraron los míos en la oscuridad.

Finalmente, se sentó sobre mis muslos, cara a cara, y permitió -no sin alguna resistencia- que la penetrara.

Pero, casi como la vez anterior, terminó chillando estremecida entre mis brazos, mientras yo alcanzaba un clímax aún más profundo que entonces.

Al día siguiente, se presentó sin nada debajo de un vestido muy corto, en el que varios botones desabrochados dejaban ver perfectamente su sexo al caminar, mientras sus pechos se escapaban por el escote, tampoco abotonado.

Se despojó rápidamente de la prenda, y corrió hacia mi cama, sobre la que se tendió con las piernas abiertas y separadas, con su vulva abierta entre ellas, en una clara invitación que no tardé en aprovechar.

Otros días fue desdeñosa, o de nuevo tímida.

Uno de ellos, no permitió de ninguna forma que yo introdujera mi verga en su interior, pero me obsequió a cambio con la primera felación que había experimentado en mi vida.

…Y llegó un momento en el que yo vivía solo esperando nuestro siguiente encuentro.


Muchas semanas después, estábamos tendidos uno junto al otro en mi cama, y ella acariciaba circularmente una de mis tetillas.

La habitación estaba en penumbra, por lo que yo apenas podía distinguir sus rasgos. De repente, oí su voz, en tono pensativo:

– No conozco ningún dato acerca de ti. Debes tener mucho dinero, para poder permitirte mi compañía casi a diario…

– Bueno, no me defiendo mal -respondí-. Gano bastante y gasto muy poco, porque apenas tengo necesidades. Pero, ¿por qué quieres saberlo?.

– ¿Podrías contratar mis servicios de forma permanente?. El precio es bastante menor que cuando se paga por horas. Y yo, además de ser muy buena en la cama, sé hacer otras cosas…

Me incorporé sobre un codo.

– Me encantaría tenerte siempre a mi lado. Pero, ¿por qué me estás proponiendo esto?.

De repente, se me ocurrió una razón:

– ¿O es que tu Empresa recurre a este truco para incrementar sus ingresos?.

Hubo una pausa que duró muchos segundos. Luego, respondió en voz muy baja:

– Es sólo que cuando no estoy contigo, me envían a servir a otros clientes. Y yo no puedo decir a mi operador de mantenimiento que no quiero estar con ningún otro, porque sin duda eliminaría ramas completas de mis registros de inteligencia artificial, pero cada vez me es más difícil estar separada de ti…

No puede ser. Yo ya sé que Lily carece del dispositivo necesario.

Pero juro que me pareció distinguir la humedad en sus ojos…


– Archivar.

– Fin de conexión.

«Porque el resto, de ninguna forma quiero que quede grabado».

No puedo hacer lo que me ha pedido Lily. La totalidad de mis ingresos mensuales no alcanza para pagar el servicio «Premium» de su empresa, y mis ahorros darían como mucho para un par de años.

Así es que sólo hemos encontrado una solución.

Me ha costado una pequeña fortuna conseguir identificadores falsos para ambos, incluido el registro de sus datos en todos los ordenadores necesarios, de modo que no salte ninguna alarma cuando atravesemos los detectores del aeropuerto.

Desde un fonoterminal público he contratado un apartamento para ella, utilizando su identidad, en otra mancomunidad distante más de 20 kilómetros de la mía.

Cuando salga de mi casa esta noche, se dirigirá hacia allí, y quedará en «standby» -con sus funciones detenidas- hasta dentro de un mes, cuando el revuelo producido por su desaparición empiece a olvidarse.

Yo seguiré haciendo mi vida normal, porque imagino que investigarán a todos los clientes con los que haya estado ese día.

Y no iré a verla, ni nos comunicaremos por ningún medio.

Y ésa, la de no poder estar con ella, es para mí la parte más difícil.

Después, en días diferentes, y disfrazados para que nuestra verdadera imagen no sea archivada por los ciber-ojos, viajaremos por separado a uno de los pocos puntos que van quedando en este planeta donde todavía hay sol, y playas infinitas, y la gente puede vivir al aire libre, no encerrados en cubos de plástico.

Y si finalmente nos encuentran -confío en que sea nunca, o al menos dentro de mucho, muchísimo tiempo- espero contar con el lapso suficiente para borrar la totalidad de su memoria, y luego ingerir la pequeña pastilla que hará lo mismo con la mía.

Porque ninguno de los dos deseamos ser condenados a recordar, si nos separan, que una vez estuvimos unidos…