El chantaje

Desear a una mujer, es sin duda lo más natural del mundo en nosotros los hombres.

Es una situación que nos pone calientes por naturaleza.

Pero cuando esa mujer es ajena, y más aún, está prohibida para ti, por cualquier situación, lo hace mucho más excitante y desde luego, si podemos tenerla en algún momento, se disfruta al máximo.

Elda, prima lejana de mi esposa, es una mujer rubia, de ojos verdes que resaltan en su rostro no muy guapo, de aproximadamente 1.65 mts., delgada, pero con un cuerpo de diosa y unas piernas que enloquecerían a cualquiera.

Además de ser pariente lejano, era también vecina nuestra en el fraccionamiento, lo que había originado una fuerte amistad entre mi esposa y yo, y ella y Antonio su marido, que además de todo, era compañero mío de trabajo.

Todo esto hacía que yo pudiera contemplarla a diario al salir al salir de casa.

Me sabía de memoria su excitante figura, sus preciosas piernas las conocía yo en minifalda, con falda larga, con medias, sin ellas, en fin, era motivo obligado de mis masturbaciones o más aún, estaba mentalmente presente cada vez que cogía con mi esposa, la cual, sabía de mi deseo por Elda, aunque igual que yo, sabía que era algo que no se haría nunca realidad.

La misma amistad entre las dos parejas, hizo que frecuentemente saliéramos los cuatro a bailar o a tomas una copa, lo que me permitía por un lado, admirar más la belleza de mi vecina, sino en algunas ocasiones, bailar con ella apretándola a mi cuerpo o como por casualidad, tocar tímidamente alguna de sus preciosas piernas.

Durante las últimas vacaciones, decidimos por primera vez, hacer un viaje juntos. El destino sería las paradisíacas de Cancún, México., y el tiempo del mismo sería una semana, que era el tiempo en que coincidíamos los cuatro.

Y así fue. El trayecto del viaje fue sin nada interesante. De vez en vez, yo aprovechaba atisbar por el retrovisor del auto para disfrutar el panorama tan deliciosos que eran sus muslos aterciopelados o sus apetecibles senos cubiertos únicamente por un TOP.

Llegamos al hotel donde nos hospedaríamos, y tras acomodarnos cada pareja en su respectiva habitación, bajamos hacia la enorme alberca, dispuestos a disfrutar del sol y el paisaje, que dicho sea de paso, era inigualable.

De pronto, una imagen celestial apareció ante mis ojos, era Elda. Créanme que entre tanta mujer que se encontraba en la alberca, muchas muy buenas, ella era la mejor: al quitarse el pequeño pantaloncillo y el TOP, dejó al descubierto su excelso cuerpo, cubierto únicamente por un pequeño sujetador, que a duras penas cubría sus preciosos senos que no eran muy grandes, pero si acordes a su estilizada figura, y duros y redondos como balones.

La tanga sin ser de hilo dental, si era bastante pequeña, cubriéndole tan solo con un pequeño triángulo de tela la zona púdica, dejando por detrás, asomar el nacimiento de ambas nalgas, las cuales blancas, tersas y paradas, hicieron que clavara mi mirada el ellas, verdaderamente caliente.

Mi excitación fue en aumento, cuando se tendió boca arriba en un camastro y pude contemplarla a mi antojo.

Era una belleza. Conforme el sudor, ocasionado por el calor del sol empezó a perlar su cuerpo, el bulto entre mi bañador empezó a crecer.

No podía apartar la mirada de ella y en un acto de verdadera locura, me sumergí en el agua de la alberca y disimuladamente, sin quitar la mirada de la imagen inspiradora, me sobé el endurecido miembro, hasta que fajándome que nadie se diera cuenta, me derramé de una forma tan exquisita, que decidí ingeniarme la manera de poseer a mi vecina, aunque tuviera que violarla.

Este incidente, en lugar de calmar mis ansias por ella, me obligó a cogerme frenéticamente a mi esposa en cuanto subimos a bañarnos a la habitación.

Lo que ella nunca imaginó es que mentalmente a quien me cogía era a nuestra apetecible vecina.

Al tercer día de nuestras vacaciones, Antonio, esposo de Elda, se acercó preocupado a mí, para comentarme que tenía un verdadero problema que le habían comunicado de la oficina ese día por la mañana y no sabía cómo manejarlo. Lo persuadí para que me platicara bajo los argumentos clásicos de amistad, que en verdad sentía yo en ese momento.

Me dijo que le había llamado la secretaria, con quien, todos sabíamos en la oficina, Antonio tenía relaciones sexuales desde tiempo atrás, aunque él no era el único ya que nuestra secre, había desfilado prácticamente con todos los hombres de nuestro trabajo.

La noticia que lo tenía tan preocupado, era que estaba embarazada, y tenía ya todas las pruebas para demostrarle que el hijo era suyo, lo cual al parecer, el tenía también la seguridad.

La conclusión a la que llegamos, fue que tendría que hacerse cargo del pequeño que venía en camino, pero que su esposa nunca se enteraría.

El resto del día fue de lo más normal, pero por la noche, mientras estábamos en el bar del hotel, una idea empezó a darme vueltas en la cabeza.

Los tragos y el panorama ante mis ojos me hacía maquilar una canallada.

¿Qué panorama? Elda vestía una blusa delgada sin espalda para lucir su estupendo bronceado, sin sujetador, lo que permitía ver en su totalidad sus pezones por debajo de ella, un pequeño pantaloncillo de la misma tela que la blusa, que permitía admirar aparte de sus exquisitas piernas, que tenía una pequeña tanga que se perdía entre la redondez de sus nalgas pero además por los tragos ingeridos, se contoneaba voluptuosamente en la pista de baile, lo que hacía que tuviera yo ganas de poseerla en ese instante.

Al levantarse ambas mujeres al sanitario, aproveche para preguntar a mi amigo, que estaba dispuesto a hacer, para que su mujer no se enterara de su terrible secreto, que sin duda, conociendo la manera de pensar de Elda, sería el fin de su matrimonio.

—Lo que sea— Me contestó él sin dudarlo un instante, y mi corazón empezó a latir muy fuertemente.

Mira—le argumenté— yo soy tu amigo y te estimo mucho, pero no puedo ser parte de una mentira de esa naturaleza, a menos que……………Mi silencio lo aturdió y temeroso me suplicó lo ayudará a conservar el secreto a cambio de lo que yo le pidiera.

—Quiero cogerme a tu mujer— Le solté brutalmente, mientras la adrenalina me hacía sentir algo indescriptible, una mezcla de placer de ver el choque que creaba en mi amigo mi absurda petición, con la excitación que representaba el hecho de que el, presionado por la amenaza de no tener mi silencio, tendría que terminar aceptando.

–Ella no aceptaría—balbuceó totalmente desconcertado y en actitud total de derrota.

—No pediremos su autorización—-conteste de inmediato. —Tu solo, propicia la oportunidad de que yo este solo con ella y así tenga que obligarla, la haré mía—, le comenté como si hablara yo de algún objeto y olvidándome por completo de que hablaba de lo más sagrado que puede tener un hombre. Quizá lo único que ninguno aceptaría compartir aún con el mejor amigo: Su mujer.

Regresar las chicas del baño, y pedirnos que nos retiráramos del lugar, fue un solo acto. La turbación y nerviosismo de mi amigo era tan evidente, que ambas mujeres preguntaban que pasaba. Obviamente nunca contestó.

Al día siguiente durante el desayuno, estando sentados los cuatro en la misma mesa, Antonio, con cara de no haber podido dormir en toda la noche, comentó que tenía la necesidad de ausentarse durante toda la mañana, ya que le pedían de la oficina un trabajo que tenía que hacer y transmitir vía fax, por lo que nos pedía atendiéramos a Elda, al tiempo que clavaba su mirada en la mía.

Una sensación que no se describir en el estómago y en mi pene, me hizo concluir que esa era la señal para que yo disfrutara del manjar que deseaba tanto.

Después de la acalorada discusión entre ellos por tener que dejarla sola, subimos los tres a nuestra habitación.

Elda no bajaría a la alberca por estar sumamente enfadada.

Yo sugerí a mi esposa, que para que ella no se sintiera mal, no bajáramos tampoco, lo cual podría aprovechar para ir a comprar los artículos que deseaba llevar de regalo a nuestros familiares y amigos, situación que habíamos dejado pasar día tras día, por darme una soberana flojera ir de compras.

Tras invitar a mi enfadada vecina la cual obviamente se negó por no encontrase de humor, mi esposa también se fue.

Elda se disculpó para irse a su habitación diciéndome que tomaría un baño para tirarse a dormir, ya que un fuerte dolor de cabeza empezaba a aquejarla. No se imaginaba que tan grande sería ese dolor de cabeza.

Espere un tiempo prudente, pedí a la administración que me abrieran el cuarto de nuestros amigos, lo cual por habernos llegar y estar todo ese tiempo juntos, hicieron sin preguntar nada.

Al entrar silenciosamente a su cuarto, escuché el ruido del agua proveniente del baño y mi pene empezó a aumentar de tamaño. Sigilosamente abrí la puerta del baño, viendo claramente a través del acrílico dibujada una perfecta silueta femenina, adivinando sus parados pezones y su curvada cadera mientras el jabón recorría todo su cuerpo.

Al escuchar que cesaba el ruido del agua, cerré la puerta y me aposté por afuera a un costado de ella, dispuesto a brincarle encima en cuanto saliera.

Mi erección era enorme y mi respiración era tan agitada que temí que ella la escuchara. Elda salió del baño totalmente desnuda.

Verla encaminarse hacia la cama, me sacó totalmente de mis casillas, pero me controlé para contemplar su desnudez posterior. Su espalda era perfecta y la redondez y dureza de sus nalgas superaban todo lo que había podido yo imaginar.

—Hola muñeca— Me oí decir, al tiempo que sorprendida volteaba tapándose por reflejo con un brazo sus pezones y con otro su vagina exquisita.

Aprovechando su desconcierto, la atraje hacia mi, colocándola entre la pared y mi cuerpo, y tomando su boca con la mía. Sin mover sus brazos de lugar, agitaba de lado a lado la cabeza, impidiendo que yo pudiera besarla, lo cual me enardecía cada vez mas.

Al amenazarme con gritar si no la soltaba, la tomé por ambos hombros y la golpeé contra la pared lo que hizo que sus brazos cambiaron de posición y pude disfrutar de su total desnudez.

Sus pezones que empezaban a denotar erección y dureza y su vagina, rodeada por bellos rubios perfectamente cuidados, me hicieron perder la poca razón que pudiera quedarme.

Violentamente la arrojé sobre el piso lanzándome contra ella. Mi muy superior altura y peso, hizo que por mas esfuerzo que hiciera, no pudiera liberarse de mi. Tendido sobre ella, metí con fuerza mi mano en su entrepierna, frotando la palma sobre sus labios vaginales. Por instinto ella apretaba las piernas, lo que únicamente ocasionaba que el roce con su clítoris fuera más intenso.

Coloqué sus frágiles brazos sobre su cabeza, agarrándolas con mi otra mano, y mi boca se pegó a sus pezones, mordiendo y chupando sin miramiento alguno.

Ella no gritaba, pero se seguía resistiendo, cada vez menos, hasta que cansada por mi peso encima, no colaboraba pero empezó, mientras sollozaba, a permitir que cambiara mi mano en su sexo por dos dedos que empezaron a bombearla.

Sus pezones reaccionaban a mi boca, sintiendo en mi lengua su dureza.

Sacando el hinchado miembro del pequeño pantalón que yo llevaba, lo coloque en su vagina y de un solo estacazo se la deje ir, haciendo que su llanto aumentara.

Su sumisión me enloquecía, sus pezones estaban a punto de reventar y su agitación empezó a entrecortarse, parte por las abundantes lágrimas y parte por la excitación de que empezaba a hacer presa.

Empecé a meter y sacar mi miembro, sintiendo como su vagina empezó a humedecerse cada vez más, y logré meter mi lengua en su boca, entrelazando la suya que empezó a responderme.

Yo he leído que toda mujer que es violada, llega el momento que empieza a gozar de la penetración que es objeto siempre y cuando no le causes algún dolor físico. Y digo físico porque el moral debe ser terrible.

La bombeaba frenéticamente, mis labios recorrían su boca, su cuello, sus erectos pezones, y mis manos que recorrían sus piernas, se postraron en sus nalgas, sintiendo que involuntariamente se endurecían y aflojaban siguiendo el vaivén del garrote que entraba y salía en ella.

Con una mano separé sus nalgas y metí un dedo en su culo. Ella se estremeció y sentí como su cuerpo se aflojó totalmente.

Apretó mi dedo en su agujero anal y crispando sus piernas, trató de ahogar un orgasmo traicionero que hizo que me deslechara salvajemente en su cueva.

Rápidamente saqué el miembro de su vagina, y lo puse sobre su boca.

Ella apretó los labios con fuerza en señal que estaba dispuesta a volver a luchar, pero el tirar fuertemente de sus cabellos hacia atrás, ocasionó que su boca se entreabriera y la hinchada cabeza de mi verga se colara en el interior.

No le quedó más remedio que sorber las gruesas gotas que aun escurrían de mi miembro, al tiempo que empecé a repetir el movimiento de meter y sacar pero ahora en su boca, lo que ocasionó que empezara a tener una nueva erección.

Al sentir entre la carnosa boca mi miembro totalmente parado, le subí ambas piernas a mía hombros y volví a perder mi miembro en su vagina.

Ella, realmente ya se dejaba hacer, y aunque no colaboraba activamente, los espasmos musculares y ahogados gemidos, me decían que podía yo hacerle lo que quisiera.

Tras hacerla venirse nuevamente, mi miembro estaba verdaderamente mojado de sus jugos, por lo que lo saque rápidamente de su violada vagina y coloqué la cabeza en la entrada de su ano.

Al sentirlo, ella empezó a protestar y luchar de nuevo, por lo que involuntariamente mi miembro se fue hasta el fondo, causando que ella empezara a llorar y suplicar que la dejara nuevamente.

Yo no razonaba, movía mi miembro sin ninguna compasión entre su ano, al tiempo que mi dedo anular empezó a acariciar su clítoris, primero circular y despacio y después directo y fuertemente, lo que la hizo dejar de quejarse y empezar a respirar verdaderamente agitada y excitada.

Hice que se viniera dos veces más en esa postura, hasta que me derramé en su culo, tan abundantemente, que gritándome, me pidió la dejara correr hacia el sanitario, pues tenía ganas irresistibles de realizar sus necesidades fisiológicas.

Comprendí que era la primera vez que una verga entraba en su precioso culo.

No esperé verla salir del baño, y me retiré a mi habitación.

Antonio no se atrevió nunca a preguntar que había pasado esa tarde y mi esposa nunca se enteró.

Lo que mi amigo no imagina, es que su esposa sigue siendo presa de mis violaciones hasta la fecha.

Se ha vuelto algo enfermizo.

Ella, después de haber sido violada por mí durante cinco veces, sigue poniendo resistencia, aunque acaba gozando como enajenada, y más aún, es ella quien me avisa cuando y donde va a estar sola.

He llegado al extremo de violarla en el baño de su casa, durante el transcurso de su fiesta de cumpleaños, pero eso se los contare la siguiente vez.