La mirada

Me incline todo lo que pude hacia el interior del automóvil para alcanzar los paquetes que había dejado sobre el asiento del acompañante y en ese momento sentí que mi falda subía casi hasta la mitad de mis muslos.

Pero no había nadie en la calle frente a mi casa que pudiera haberme visto, o al menos así lo pensé, en ese momento.

Solamente después de cerrar la puerta del automóvil, me di cuenta que él me había estado mirando fijamente.

Mi vecino es un hombre de unos cincuenta años con una mujer algo mayor que él y tanto yo como mi marido le tenemos especial deferencia porque es un hombre amable y muy inteligente.

Me saludó cortésmente al pasar por mi lado y luego caminó en forma pausada hasta entrar en su casa.

Dejé los paquetes sobre la mesa del living y enseguida entré en el cuarto de baño.

Me miré en el espejo para comprobar que mi rostro estaba fuertemente encendido, cosa que ya sabía, ya que al cerrar la puerta del auto y saludar a mi vecino había sentido el rubor en mis mejillas.

No era porque pensara que, de algún modo, él me había visto los muslos, eso no me perturbaba en absoluto.

Lo que sucede es que soy habitualmente descuidada con mis medias y a menudo ellas lucen deterioradas justamente en los muslos.

Levanté mi falda para comprobar con tranquilidad que mis medias estaban impecables.

Mis muslos lucían blancos, en contraste con el color aceitunado de mis medias y el liguero negro.

Me di cuenta que hacía meses que no me miraba así. Habitualmente casi no miro mi cuerpo, solamente la cara.

No volví a pensar en el incidente hasta la mañana siguiente, cuando me encontré con mi vecino en el paradero del autobús.

Habitualmente nos encontrábamos allí y nos saludábamos amistosamente.

En ese momento el pequeño incidente del día anterior volvió a mi mente.

Pensé en mis medias, en mis muslos y sonreí nerviosa.

Si, nerviosa, porque no sé si era una impresión solamente mía, pero la verdad es que creía percibir que él me miraba con cierta dedicación.

Estaba como a unos tres metros de mi.

Hacía frío, yo estaba vestida con pantalones y una chaqueta gruesa de color negro.

Nada de mi figura, de mis perfiles, podría ser adivinado.

Mis muslos, mis pechos, mis caderas, eran inexistente, sin embargo su mirada me inquietaba, caminé unos dos pasos, de esos sin sentido que uno camina en los paraderos de autobús, hasta que por fin el aparato se detuvo frente a nosotros.

Nadie más estaba allí.

El gentilmente me dejó entrar en el autobús y subió tras mío, su mirada seguramente estaba a nivel de mi trasero.

Pero que trasero?.

Yo estaba sumergida en un mar de ropas, mis calzones negros, luego mi liguero, luego mis pantalones enseguida mi chaquetón, prácticamente en sentido real casi no tenia trasero.

En un momento, antes de sentarme, me volví y me percaté de su amable sonrisa y de su mirada.

Ahora no tenía dudas, él me miraba.

Yo estaba sentada al otro lado del pasillo, él un asiento más atrás, tenía una visión oblicua pero muy cercana.

No miraba mi rostro sino cuerpo, creo que miraba mi cabello negro, recogido con una cinta rojo oscuro Seguramente trataba de adivinar mis pechos.

¿Cómo tengo mis pechos?

La verdad es que hace meses que no me los miro, apenas me los toco cuando me ducho, me pongo el sujetador de memoria, rápidamente con un movimiento automático y luego ya no los siento.

Solamente, a veces, durante el sueño, me parece sentirlos pesados, descansando el uno sobre el otro.

Quizás él, estuviese tratando de adivinar mis caderas.

Me acuerdo de la fotografía en mi cuarto esa en que estoy en la playa, en bikini.

Creo que tengo caderas pronunciadas, pero tampoco estoy segura, siempre uso ropa amplia.

El autobús se detiene y yo me bajo, le sonrío y ya estoy caminando sobre la vereda en esa mañana fría.

El movimiento alocado del centro de la ciudad me envuelve y cuando regreso a mi hogar ya no recuerdo ni a mi vecino ni los efectos de su mirada en el viaje en el autobús y me parece entender que todo lo que me pasaba no era sino producto de mi imaginación, que siempre ha sido frondosa, seguramente como una natural compensación a mi carácter reservado.

No obstante lo anterior, en la noche, mientras me preparaba para ir a la cama, allí en el cuarto de baño desnuda antes de envolverme en mi camisón poco motivador, caminé dos pasos, que me parecieron pesados y me miré en el espejo.

No quería admitir que tenía curiosidad por mirarme y que esa curiosidad, que antes no tenía, se debía a lo experimentado bajo la mirada real o imaginaria de mi maduro vecino.

La imagen del espejo me pareció entonces extraña y novedosa.

Mi rostro denotaba una lozanía juvenil, ni una arruga, ni un surco, mis ojos brillantes vivos, en su negrura reluciente.

Mis pechos – extrañamente firmes y delineados. eran una sorpresa, porque yo no los sentía así cuando caminaba vestida, los encontré grandes y sus pezones me parecieron casi desmesurados, insolentes, vivos como solamente los había tenido para mi maternidad, hacía ya cuatro años.

Me aleje un poco del espejo para contemplarme ahora ya con franco deleite, mi vientre casi sin curva y mi sexo primorosamente cubierto como centro de un triángulo en mi pelvis.

De pronto sentí subir el rubor a mis mejillas, rojas en la imagen y de algún modo tuve una especie de vergüenza, y supe que era un pudor que antes no tenía porque antes nadie me había mirado como me miraba él y me di cuenta que todo lo que había hecho tenía ese único y perturbador motivo, quería saber como él seguramente me veía.

Cuando entre en la cama, mi esposo ya estaba dormido y yo muy inquieta, hacía tiempo que no hacíamos el amor, ninguno de los dos había hecho nunca mención a este suceso, simplemente no hablamos de ello porque cuando se daba la circunstancia, podíamos realizar una relación íntima muy completa, pero sin gracia, biológicamente intensa pero sin ningún ribete que yo pudiera llamar erótico, simplemente era sexo dentro la pareja y yo casi no tenía en esos momentos la sensación de mi cuerpo aparte de los genitales y el placer llegaba entonces como una consecuencia lógica, mecánica, fisiológica sin componentes mentales ni antes ni durante ni después.

Pero esta noche era diferente, yo me sentía diferente.

Y quise buscarlo, quizás, para tenerlo de una manera diversa, pero él no despertó y yo luego de un insomnio durante el cual sentía intensamente esa sensación molestosa de tener cuerpo, me quedé dormida lentamente mientras cada parte de mi anatomía parecía ir desapareciendo una a una hasta quedarme solamente con la idea de que yo era una mujer.

Ese sábado yo tenía que ir de compras, era la parte de la semana que yo destinaba a ir al supermercado con una larga lista de cosas, de modo que mientras conducía el automóvil ya en plena avenida, todo rastro de lo que había vivido la noche anterior había desaparecido y era yo de nuevo la mujer inexistente sin cuerpo y casi sin alma que rutinariamente cumplía los deberes que le daban un pobre sentido a mi vida pero un sentido al fin.

Solamente cuando iniciaba el recorrido con mi carro de pronto me di cuenta que esta rutinaria tarea tendría un sentido plenamente diverso.

Lo había visto entrando en uno de los pasillos y toda la inquietud se me vino encima.

Sabía que fatalmente nos encontraríamos y que entonces me volvería enfrentar con su mirada.

Pero ahora era bien distinto a las oportunidades anteriores, ahora no me invadió ni la vergüenza, ni el pudor. ni el temor, ni la inquietud y me di cuenta que quería encontrarlo, quería que me viera y que su mirada me hiciera sentir esa mujer extraña pero real que él había descubierto en mi sin decirme nada, sin tocarme.

Camine conscientemente a su encuentro y realicé los movimientos necesarios de modo que al doblar en el próximo pasillo me encontré frente a él.

Me saludó muy atentamente respondiendo yo a su mirada con una sonrisa y luego gire para quedar de espaldas y poder recibir su mirada plenamente en mi anatomía.

Yo podía sentir esa mirada diseminada sobre mi cuerpo, y supe que no era una mirada común, que no era la mirada vulgar y corriente de los hombres cuando tratan de desnudar a una mujer.

No era así-

La sensación que yo tenía era otra.

Yo no me sentía desnuda ante su mirada, al contrario estaba percibiendo mi ropa como una barrera, cálida bajo la cual mi cuerpo cobraba vida como si cada fibra de mi carne quisiera expresar una forma de pasión alocada.

Mientras él me miraba, yo sentía que mi cuerpo era descubierto por el de una forma
como nadie podría hacerlo.

Gire para percatarse que si me miraba y luego de comprobarlo caminé lentamente junto a larga estantería.

Solamente tenía en mi carro uno o dos tarros de algo que no sabía que era porque lo único que llenaba mi mente era ser el objetivo de su mirada.

Y caminé sintiendo como mis muslos ardían al rozarse bajo mi falda y como mis caderas adquirían un ritmo para mi desconocido, como mis calzones y mi sostén adquirían tacto conteniendo mis formas.

Y ahí, de pronto, supe aquilatar lo que era su mirada, a que se parecía su mirada, era como un haz de luz, erótico, buscador, como un escáner, era una onda, como un bisturí sensual, como un pincel que iba descubriendo y describiendo cada parte de mi cuerpo, que barría mi piel de una forma penetrante e inquietante, que recorría mis rincones de una manera tan promiscua y real que me obligaba a cambiar de posición mientras caminaba, porque yo no quería negarle nada y sabía que él quería llegar a todos los rincones que yo le brindaba gustosa.

Porque su mirada me había descubierto y yo no quería ser una desconocida para él sino su tesoro, un tesoro diabólico que él podía recorrer orgulloso porque se lo estaba brindando con plena conciencia.

Estábamos llegando al final del último pasillo, él me seguía a unos cinco metros de distancia, y me dejaba libre, seguramente porque sentía que de todos modos me tenía, y yo quería hacer algo definitivo para que le quedara claro que me gustaba que me mirara, que me gustaba que me hubiese descubierto y me hubiese ayudado a descubrirme como una hembra tan distinta a lo que había sido antes de que el me mirara.

Yo quería que él supiera que su mirada me había hecho hembra, esa hembra maravillosamente desenfrenada que en ese momento me sentía ser y me habría gustado seguir caminando hasta el infinito delante de él para que su mirada hiciera reales todos los sueños que seguramente su mente albergaba conmigo.

Y llegue al final del pasillo, nadie había allí a esa hora de la mañana, era aún muy temprano y allí yo estaba sintiendo que mi trasero tenía una presencia diabólica bajo su mirada.

Y lo sentía redondo, suave, palpitante y dispuesto a ser abarcado completamente por su mirada y el calor que emanaba desde mis nalgas, comenzó a diseminarse por mis caderas, por la parte superior de mis muslos que ahora apretaba fuertemente y mis pezones latían locos y sentía que perdía el sentido de orientación y me afirmé en el carro con ambas manos mientras mi sexo sé hacia líquido y un palpitar soberbio me recorría.

Y cuando él pasó a mi lado y me miró a los ojos, estoy segura que vio en ellos esa felicidad elocuente que era el fruto más maravilloso que su mirada había hecho madurar en el centro de mi cuerpo que ahora era suyo.