Capítulo 1

Capítulos de la serie:

Orgía canina I

Primera parte

Soy Karen de nuevo, y esta vez vengo con una historia realmente excelente.

Aquellos que ya me conocen y saben de mis historias, tienen una clara idea de lo amante que soy de los perros, sobretodo los bien dotados.

Me inicie hace varios años, con mi perro Nerón, un perro divino, y luego Atila, un doberman de un amigo de papá, fue quien se encargó de romperme el culo por primera vez.

Ahora llegó la hora de que les cuente como fue mi primera orgía, exclusivamente con perros bien pijudos.

Una mujer solita como yo y cinco ¡si cinco! enormes perros.

A esa altura de mi vida y de mi experiencia sexual en zoofilia, estaba un poco cansada de que cada vez que me dejaba coger con perros, lo hacía de uno a la vez.

Por mi cabeza pasó varias veces la idea de cómo me sentiría siendo deseada por varios perros a la vez.

Y esta fantasía surgió un día que andaba paseando a mi perro pastor alemán, Belfort por el parque de la ciudad.

Resulta que llevando de la correa a mi amante canino, caminando por el parque, siento que Belfort me tira de la correa, torciendo mi muñeca y soltandolo al mismo tiempo.

Salí corriendo tras él, llamándolo: ¡Belfort!, ¡Belfort!, ¡ven aquí por favor!.

El perro, dobló tras unos arbustos, y le seguí.

Lo que vi después me dejó anonadada: había varios perros, como nueve o diez, de distintos tamaños y razas, todos amontonados, a veces peleando entre sí.

Los animales estaban atrás de una perra mediana, callejera, que se encontraba en celo.

Y como mucho de ustedes sabrán, estas jaurías de perros son peligrosas, así que llamé a un policía, de esos que se encuentran en la vigilancia de los paseos públicos, para que me ayudara a recuperar a mi Belfort, que afortunadamente no había peleado, pienso que debido a su buen tamaño.

La pobre perrita estaba enloquecida con tantas vergas cerca de ella, sobre todo la de un callejero enorme, que se comportaba como el «marido», ya que no dejaba que nadie más se la cogiera.

Y si alguno se acercaba, se llevaba tremenda paliza.

El policía dispersó a la jauría con su cachiporra y tomó a Belfort de la correa, al cual lo tomé más fuertemente para que no se me volviera a escapar.

Tuve que tirar bastante, para evitar que se fuera tras los otros perros.

El policía, un muchacho joven de nombre Carlos, se ofreció a acompañarme hasta la puerta de mi casa temiendo que se me escapara Belfort.

Acepté gustosa, y cuando llegué a la puerta de casa le ofrecí tomar algo, sin alcohol, debido a que estaba en servicio. Carlos estuvo de acuerdo, además de que coincidía del fin de su turno.

Lo hice pasar, y me contó que era soltero, vivía solo en la ciudad y que era de las afueras, donde vivían sus padres en el ambiente rural.

Mientras me contaba su historia, comenzamos a tener eso que se llama «feeling», un enganche o especie de atracción sexual que ninguno de los dos podíamos disimular.

Le conté que era soltera, y que no tenía pareja estable (¡mentira! todos ustedes saben que mi pareja estable se llama Belfort), y que en la ciudad trabajaba como secretaria en un estudio contable, además de estudiar administración de empresas.

Nuestra charla sin quererlo comenzó a subir de tono, hasta que llegamos a una parte estrictamente sexual.

La descarada fui yo, ya que le confesé sin muchos preámbulos que hacía tiempo que no cogía con un hombre (lo cual es cierto, ya que la única pija que me metía eran la de los perros de turno).

Carlos no era tímido, ya que se paró y poniéndose tras mío, estando sentada; comenzó a frotarme los senos por encima de la blusa que traía puesta.

Acompañé con mis manos encima de las suyas esos masajes afrodisíacos, por lo que mis pezones estaban duros de excitación.

No resistí más, me paré y frente a él, lo besé, mezclando nuestras lenguas, intercambiando fluidos de éxtasis.

Lo llevé a mi cuarto, nos despojamos de nuestras ropas, y con mucho tacto empecé a masajearle la pija, la cual no era nada despreciable.

Me la llevé a la boca y se chupé como una loca, llena de deseo, saboreando su glande e inundando la habitación de gemidos de placer.

Cuando estuvo por acabar, lo dejé, y le ordené: ¡ahora me toca a mí!.

Le señalé ni concha, esa misma que los perros cogían, para que me la chupara y lamiera.

Lo hizo con avidez y gozo, tomando los jugos vaginales que rezumaba mi gruta de deseo y placer.

Me hizo acabar como la perra puta que soy (¡si supiera lo bien que chupan la concha los perros con su áspera lengua!) llevándome a un clímax apoteósico.

Con su verga bien erecta, brotada de líquidos preseminales, me la fue metiendo, suave y profundo, sintiendo cada centímetro de su barra de carne, gozando como una bestia.

Fui acompañando sus movimientos coitales, que cada vez se fueron poniendo más salvajes, hasta que en un orgasmo único me llenó el útero de leche, caliente y espesa.

Acabé como hacía tiempo no lo hacía, acostumbrada a los perros, pero igual de placentero. Quedamos rendidos, lo volvimos a hacer unas veces más, hasta que nos dormimos abrazados.

Pero evidentemente, como puta que soy, bien caliente y ninfomana, lo dejé dormido en la cama y salí en busca de más sexo salvaje y animal.

Y me dirigí a la sala donde encontré a Belfort.

No me había lavado, por lo que entre mis muslos, me escurría el semen de Carlos con mis jugos. Se lo di a oler a Belfort, para que se excitara, y el resultaba fue excelente.

El perro movió la cola y se me trepó a mi cintura.

Lo bajé y me puse en cuatro patas, desnudita, solo para mi amante perruno: Belfort.

Nuestra actividad amatoria es eficiente, ya que nada más sujetarme a mí entre sus patas delanteras, yo su hembra le ofrecí mi concha llena de leche de hombre, para que me la clavara en lo profundo.

La pija del perro entraba y salía con su rapidez acostumbrada, clavándose en mi vagina, llenándome de carne.

De pronto, como siempre sucede, gozando de tan tremendo sexo animal, Belfort aumentó sus arremetidas y supe que me estaba ensartando la bola de su verga, a la cual estaba acostumbrada y siempre deseaba.

Un gemido animal llegó y Belfort dejó de moverse, con su enorme pija metida en lo hondo de su dueña, mezclando su esperma con el de Carlos.

Mis orgasmos fueron múltiples, uno tras otro, sintiendo su pija latir en el canal de mi vagina, anclada firmemente su sexo.

Me estaba llenando de leche, tratando de fertilizarme inútilmente, cuando trató de sacármela, un suave aullido de dolor salió de la garganta de Belfort y un gemido lastimero di yo, mas de placer que de dolor.

Cruzó su pata por sobre mi culo y quedamos abotonados como siempre nos ocurre.

Me dediqué a gozar como una loca, disfrutando de su enorme verga atorada entre mis labios vaginales.

Pero la sorpresa me sobresaltó, porque cuando miró hacia la puerta, veo a Carlos recostado en el marco de la misma, sonriente y disfrutando de lo que veía.

Traté de zafar de esa situación y quise pararme con la pija de Belfort abotonada a mi concha, pero el aullido de dolor del animal y su peso me impidieron ponerme de pie.

En cuatro patas traté de desabotonarme y no podía, tiraba y tiraba como lo había visto con las perras.

No había pronunciado palabra alguna, pero la verdad que la vergüenza que estaba pasando me ponía más nerviosa.

Nunca pensé que Carlos se iba a despertar tan pronto, pero sabía que un día me iban a descubrir en este estado: ensartada por mi perro, culo con culo, abotonados como animales.

Carlos se acercó y me dijo: ¡tranquila, tranquila, disfruta del sexo!.

Me quedé más helada, porque no imaginé que Carlos lo aprobara, y para calmarme el hijo de puta me puso la pija en la boca y dijo: ¡ chúpala mamita, mientras gozas, no te pongas nerviosa y chupa mi pija !.

La chupé hasta hacerlo acabar de nuevo, pero Belfort seguía clavado a mi culo, jadeando de placer.

Carlos se paró, y dijo que lo arreglaría. No sabía lo que haría, pero volvió con un cubo de agua.

Ahí recordé cuando vi una vez a mi vecina Norma, hace tiempo, en mi infancia.

Un fuerte baldazo de agua fría cayó sobre mi cuerpo y el de Belfort.

Tiramos violentamente, pero igual estábamos pegados, trajo más agua Carlos y volvió a volcarla sobre nosotros al tiempo que decía: ¡Perro puto, me cogiste a la perrita!.

Recién al tercer balde de agua nos despegamos, Belfort salió disparado a la cocina, con su enorme polla, llena de leche y jugos arrastrandola prácticamente por el piso.

Yo con mi concha bien abierta, llena de semen y roja de excitación.

Quedé tirada, hecha un desastre, en un charco de agua.

El comedor era un desastre.

Carlos dijo: ¡perra puta, te voy a tener que castrar, así no te alzas más!.

Me recompuse y le conté a Carlos mi secreto zoofilico, y me confesó que hacía meses que me venía observando en el parque y que supuso que con Belfort tenía algo, por la forma que lo mimaba.

Además dijo que gracias a Internet, se había informado sobre la zoofilia.

¡Me gusta ser algo perverso a veces! – me dijo Carlos.

Desde ese día es mi novio, pero a él le encanta cuando me ve cogiendo con algún perro. Adora echarme baldes de agua para desabotonarme, y ama cogerme antes que los perros, pues es un convencido que su semen alza a las bestias caninas.

Carlos no le cae simpático a Belfort, porque odia cuando le echan baldes de agua encima. Mi relación con Belfort varió un poco, esta viejo además no me gusta que lo mojen, pero a veces cuando puedo me echo una cogida de apuro con él, mi desvirgador.

Segunda Parte

Esta es la mejor parte del relato.

Ya ennoviada con Carlos, una vez le comenté que tenía una fantasía de puta madre.

Me preguntó cual era. Le dije que me gustaría sentirme una perra en celo, es decir, que varios perros se alzaran al lado mío, pelearan por mi, y que cada uno de ellos fornicara conmigo, en reiteradas veces, hasta dejarlos exhaustos.

Como cuando la perrita callejera del parque, donde una jauría quería cogerla.

Esa fantasía es algo complicada para hacerla, pero veré que puedo hacer.

Es algo complicado, pero un día Carlos, que es policía, me comentó que consiguió un turno de guardia en el plantel de perros de la fuerza republicana.

Sería por un fin de semana, donde él estaría a cargo de los perros, cuidándolos y dándoles de comer.

Se podrán imaginar que cuando me dio esa novedad, casi me desmayo del cúmulo de sensaciones que me vinieron a la cabeza. ¡Un plantel de perros policías para mi solita!.

Era algo que jamás hubiera soñado.

Sólo un novio como mi Carlos podría hacer algo así por mi: su novia zoofilica.

Deseaba ansiosa que llegara el fin de semana.

Para darle más morbo a la situación, por tres días no me bañé, para heder bien a sucia perra, me revolqué con Belfort, para agarrar bien el olor de una perra, y el plato lo agregué cuando Carlos me trajo un trapo sucio, con un olor penetrante.

Le pregunté qué era y me dijo que una de las perras del plantel, que están apartes, estaba iniciando el celo, por lo que frotó ese trapo por la concha de la perra, hasta impregnarse esos jugos.

Me sugirió que me los frotará por la concha, para que tomara el olor de una perra en celo, de manera de disfrutar bien de la orgía que estaba en puerta.

Para peor en esos días me vino la menstruación, por lo tanto estaba superespecial, sucia, con olor a perra, hediendo a celo y con la concha sanguinolenta de mi período.

Cuando Carlos me vio, pronta para acompañarlo hasta el plantel de perros, me dijo:

¡Eres la perra mas puta que jamás haya visto!, ¡espera, hay que darle el toque especial!. Salió de la habitación, me hizo poner un conjunto de lencería diminuto, transparente, sin toalla higiénica, y lo máximo es que me puso un collar y me ató como un perro cualquiera. Me vendó los ojos, me cargó tapada con una sábana en la parte de atrás de su automóvil y viajamos hacia la sede de la guardia.

Estaba escondida, de forma que nadie de la poca guardia supiera que entraba de incógnita.

Se detuvo el auto y llegamos a un lugar apartado.

Era una especie de corral chico, piso de hierbas.

¡Este es el cogedero de los perros, cuando los cruzamos, aquí ponemos la perra y el perro a fornicar!.

¡Es un lugar solitario y estoy yo sólo a varias cuadras, nadie nos molestará en dos días!.

Como el plantel de perros es muy numeroso, Carlos me dijo que escogió para mi solita a cinco sementales, pura raza.

Tres eran pastores alemanes, un doberman y un rottweiler.

Los perros más cogedores de toda la fuerza policial.

Lo que vamos a hacer es hacerlos pasar de a uno, que cada uno se saque las ganas contigo.

La verdad es que parecía que estaba soñando, en cuatro patas, toda sucia, me saqué previamente la ropa interior, quedando absolutamente desnuda.

Carlos abrió la primera de las jaulas, y asomó un hermoso pastor alemán, más grande que Belfort y más brillante.

¡Este es Paco! me dijo Carlos, ¡es el macho preferido del plantel y tiene más de ochenta hijos!. El perro se me vino encima, me olfateó la cara y luego la concha.

Empezó a agitar rápidamente la cola, y entre sus patas asomó una pija impresionante de grande.

Como gran experto, me montó, sujetándome de la cintura con sus patas delanteras y clavandomé esa estaca en lo profundo de mi concha.

Paco me cogía como un endemoniado, sintiendo cada milímetro de su verga.

Podía sentir el sonido del chapoteo de su verga en mi concha encharcada de jugos y sangre de mi regla.

De pronto, aumentó sus embates y me ensartó su bulbo.

Se detuvo, sentí la pulsación de su verga derramando esperma caliente en mi concha y quiso retirarse.

No pudo hacerlo: estábamos abotonados.

Gocé como una loca, aullando de placer y gozo.

Paco con mucha habilidad, cruzó su pata trasera izquierda por sobre mis glúteos, y quedamos culo con culo, pegados como los perros.

Estuvimos unos quince minutos así, derramando leche en mi vagina profunda. Los orgasmos me venían uno tras otro, perdiendo la cuenta de cuantos tuve.

Se despegó de mí, pude ver su pija gorda, jugosa, chorreando jugos, semen de perro y sangre de mi menstruación.

Mi concha estaba inundada, y quería mas pija. ¡Mándame el que sigue! – le imploré a Carlos.

Paco volvió a su jaula, y no bien estuvo dentro, Carlos soltó a Gedeón, un enorme pastor alemán, más grande que Paco.

Este no tuvo compasión alguna, pues de un solo tirón se trepó encima y como si fuera su perra favorita me clavó su verga en la concha que hacía minutos estaba en poder de Paco.

Bombeó como una bestia feroz. Sentí en mi espalda su jadeo caliente, además gemía de placer. Podía sentir su tranca perforándome e inundando de jugos.

Se bajó unos instantes, pude ver que tenía toda la verga fuera de su capuchón, y sin dudarlo me di vuelta para mamársela.

Saboree la pija, degusté de sus jugos, al tiempo que por sobre mi culo, con su lengua rugosa, lamía mi orto y olfateaba el afrodisíaco de perra en celo.

Se movió y nuevamente me montó, y de una buena vez me la metió en lo profundo de mi ser.

Bombeo y bombeo, me puso el bulbo dentro y latiendo y derramando su semen, se puso culo con culo, quedando nuevamente abotonada.

Estuve así unos pocos minutos, porque era tal la dilatación de mi concha que el abotonamiento solo duraba algunos instantes.

Salió como una sopapa, y chorreando jugos, semen y sangre, el agradecido Gedeón lamía mi conchita maltrecha.

Luego dio un lametón a su verga y se marchó a su jaula.

Los orgasmos que estaba teniendo eran indescriptibles.

Mi fantasía se estaba haciendo realidad, y solo habían transcurrido una media hora desde que había llegado.

Carlos me miraba y se sonreía.

¡Eres una perra bien puta mi amor!.

Entre sus manos tenía su pija, ya que el cabrón se pajeaba mirándome como los perros me iban copulando.

¡El que sigue es Brutus! – dijo Carlos, abriendo la próxima puerta.

Apareció, lento, con su belleza de perro de raza: un pastor alemán, el tercero de la serie. Se acercó, me olfateó la cara, el cuello, las tetas, y mi culo.

Me puse de espaldas, ofreciendo mi vientre.

Me lamió el ombligo, y se dedicó a chuparme la concha.

Me retorcía de gozo, y acababa litros de jugos sanguinolentos.

Su verga se asomaba poco a poco.

¡Siempre el mismo perro pelotudo! – gritó Carlos, al tiempo de que me dice: ¡ Pajéalo, pajéalo!.

Me coloqué debajo de él, y tomando su capullo peludo lo empecé a masturbar. Al ratito asoma una tranca de tamaño respetable.

Seguí pajeándolo y Brutus empezó realizar los movimientos coitales, asomando más y más su verga.

Me puse en cuatro patas y le ofrecí mi culo, lo olfateó y poco a poco me coloqué debajo del perro.

Tomé su verga, la rocé sobre los labios de mi concha, sobre mi culo, y la utilicé como consolador.

Palpé su bulto y era bien grande, como una pelota de tenis. ¡Uyyy, qué bulbo tiene este perrito! – dije con asombro. ¡Si te metes con Brutus tendré que meter mano a los baldes de agua! – agregó Carlos.

Seguí disfrutando de mi vibrador de carne, sin escuchar a Carlos, sintiendo el palpitar y los jugos que esta respetable verga goteaba.

En el éxtasis del placer, alcancé a meter un pedacito en el ano, y prácticamente me lo fui lubricando con los jugos del perro y sangre de mi período.

Entre mis muslos, había un río de jugos de colores rojos a rosados. No resistí más me di vuelta y me dedique a chuparle la pija.

La chupé como una puta, pajeándola con mi mano y en algo increíble me metí el bulbo hasta donde pude: el borde de mis labios.

Un torrente de esperma perruno inundó mi garganta. Para no atorarme tuve que beber ese fluido viscoso.

¡Era la primera vez que tragaba leche de perro!. La verdad que al pobre de Brutus lo hice acabar como un burro.

¡No es de los mejores sementales! – dijo Carlos, ¡pero tiene una verga que sabía que te iba a encantar!- agregó. Brutus, así como entró volvió a su encierro, lento, pero segura que lleno de alivio por la mamada recibida.

¡Se acabaron los pastores! – gritó Carlos. ¡Es el turno para Hércules, el doberman! – agregó a la vez que abría la puerta. Cuando lo vi me hizo acordar a Atila, el primer perro que me enculó.

Y como no podía ser de otra manera, este perro me montó y casi sin puntería alguna me la metió en el ano. ¡Ayy, ayyy, la puta que lo parió!- grité, ¡hijo de puta, tenías que ser un doberman para romperme el ojete!.

Menos mal que Brutus ya me lo había lubricado, que si no tal vez no hubiera seguido con esta fantasía. Hércules, dale que te dale, penetrándome violentamente.

Yo apoyada sobre mis codos, mi rostro contra la hierba del suelo, mordiendo de placer.

¡Así perro, meteme esa verga en el culo! ¡Sacame la mierda, perro hijo de puta! – gritaba en mis delirios orgásmicos.

Hércules bombeó y bombeó hasta que sentí que su bulbo se había anclado firmemente a mis esfínter anal. Sentí los latidos de su eyaculación y litros de leche caliente y espesa inundaban mi recto. Trató de salirse pero ¡imposible!. Estábamos enganchados como dos perros.

Macho y hembra unidos por sus sexos.

Pasó su pata trasera por sobre mi culo, y unidos por nuestros genitales, permanecimos unos minutos.

Puse mi mano sobre mi clítoris y mientras Hércules me echaba esperma en el culo, yo me hice una masturbación entre gritos y gemidos de dolor y placer.

Era el cuarto perro de la orgía, y gozaba como una perra en celo.

A los veinte minutos, Hércules pudo sacar su pija de mi culo. Estaba sucia de sangre, leche y mierda. Se la lamió, pero el hijo de puta ni me olfateó el culo maltrecho.

Era un verdadero hijo de puta, y como buen doberman se fue bien altanero a su jaula.

Yo quedé con el culo deshecho, a la vez que me vinieron unas ganas de cagar increíbles.

Me puse como una perrita y me mandé una cagada de película.

Un montón de mierda, con restos de semen y sangre se depositaron en el pasto del corral. ¡Así putita, olfatéala, olfatéala! – me ordenó Carlos.

La olí y era de un olor bien fuerte. ¡Se viene el quinto de la serie: Marte, el rotwailer!. Entró macizo y decidido.

Olfateó la mierda que había cagado hace instantes y le hecho una meadita encima, levantando la pata.

Se dirigió a mí, metió su corto hocico entre mis piernas y lamió los jugos que había: los míos y los de los cuatro perros anteriores. Movió su rabo, me montó y trató de metérmela en el culo. Yo palpé su verga y la dirigí a mi concha.

El perro la sacó de ahí y me la apuntó a mi culo. ¡No, otra vez no! – grité resignada. Me recostó sobre mis codos y dejé que el perro hiciera lo que quisiera. Su peso era bastante mas alto que el de los anteriores.

Embistió y embistió hasta que consiguió lo que se propuso: me la ensartó en el ano. ¡Ayyy, ayyyy, me esta destrozando el culo! – grité, ¡me desgarra el culo, tiene la pija gordísima!. Sácamelo Carlos, por favor! – imploré a mi novio. ¡Estas loca, déjalo quietito que goce de su perra de turno! – dijo riendo Carlos.

El perro me tenía enhebrada por el ano, bombeando y metiéndome una verga impresionante de gruesa en el orto. Sentía el roce de sus venas, rasgando mi recto, largando chorritos de jugos.

Las lágrimas me salían sin quererlo: era la peor (o mejor) cogida anal que me hubieran hecho. Me dediqué a disfrutarlo, sabiendo que yo había querido esta orgía de fantasía. Me la metió más y más y cuando llegó al clímax, ya su enorme bulbo estaba dentro de mi ojete.

Tiró y no podía sacarla, y el abotonamiento se había dado una vez más.

Su enorme pija pulsaba en el interior de mi recto, llenando de leche canina mis intestinos. ¡Menos mal que había cagado!, sino tal vez me hubiera reventado toda por dentro.

En mi delirio de placer y gozo, no me di cuenta como quedamos culo con culo.

Su verga yacía erecta en mi culo, su bulbo atorado en mi esfínter anal. Me hice una paja, tocándome mi clítoris y frotándome los labios de mi concha.

Estuvimos varios minutos abotonados, no se cuantos, cuando de pronto, sin aviso, un chorro de agua fría congeló mi cuerpo y el de Marte: era Carlos echándonos baldes de agua. ¡Despéguense perros! – gritó entre risas Carlos.

Me sorprendió tanto que tiré para mi lado y Marte lo hizo para el propio, pero el dolor fue intenso. Igual seguíamos pegados. ¡No espera, espera! – le dije a Carlos. ¡No mi amor, hace ya cuarenta minutos que tenéis al perro atrapado en tu culo! – dijo Carlos. ¡Cuarenta minutos! – grité espantada. ¡Jamás se saldrá de mí, ayyy, que voy a hacer! – dije desconsolada.

Un nuevo balde de agua cayó sobre nuestros cuerpos, y aún así no nos despegamos.

Yo tiraba y Marte también, pero era tan grande el bulbo, quizá del tamaño de un puño cerrado de un hombre adulto, que era imposible que traspusiera mi esfínter anal.

Carlos me echó agua y agua, hasta que de pronto: ¡PLOP!, nos despegamos. ¡Menos mal! – grité aliviada. Metí mi mano hacia mi culo y casi se me pierde dentro. ¡Me había dejado una cantera de grande por la dilatación!.

Observé la pija de Marte y era monstruosa de grande y estaba con su bulbo chorreando de semen y resto de caca que se ve que me había quedado en el culo.

Me tiré en el pasto agotada, destrozada, pero contenta de haber disfrutado de esta orgía canina.

Carlos me dijo que necesito echar unos diez baldes de agua para despegarnos, por lo que dentro del corral se formó un lodazal bárbaro.

Me salí de allí y fui a unos baños que había en la guardia donde me di un baño reparador.

Pero lo que vino después se lo cuento en otro relato, porque les recuerdo que fue un fin de semana y esta orgía había durado unas tres horas.

Continúa la serie