Juanma y yo somos amigos desde que tengo uso de razón, es más, nuestros padres son amigos íntimos desde antes de casarse, por lo que Juanma ha sido siempre como un hermano para mí.

La confianza que tenemos es absoluta, pero siempre dentro de los límites lógicos de la amistad, por ejemplo, siempre nos hemos contado todo lo que hemos hecho con nuestros ligues, pero cuando el ligue se ha convertido en algo más serio, el respeto hacia esa pareja ha impuesto su lógica discreción.

No obstante, Juanma y yo siempre hemos sido abiertos y extrovertidos, y siempre hemos bromeado en público con las chicas, haciendo chistes o comentarios relacionados con el sexo pero tratando siempre de no parecer desagradables ni groseros.

En ese tipo de cosas nos parecemos, por algo siempre lo hemos vivido casi todo juntos y nuestro carácter, salvando diferencias, se ha formado bajo parecidas circunstancias.

Sexualmente, hemos tenido algunas experiencias en común poco convencionales, pero sin llegar a nada realmente digno de resaltar, como cierta ocasión en la que nos habíamos ligado a dos hermanas bastante cachondas y acabamos los cuatro en la misma habitación de una pensión, aunque cada uno con su pareja y a oscuras.

Fue muy excitante echar un polvo con una tía y escuchar a mi amigo hacer lo propio con la hermana de ésta, aunque no podíamos vernos los unos a los otros.

El pillo de Juanma quiso rizar el rizo y propuso un intercambio después de un rato, pero las chicas se echaron atrás. La verdad es que me hubiera extrañado que accedieran, al fin y al cabo no querían ni encender la luz… Pero fue una experiencia de lo más cachonda.

En otra ocasión, en una discoteca conocimos a una morena de muy buen ver que no hacía más que tontear con los dos, pero no sabíamos por cual de nosotros se iba a decidir, si es que finalmente lo hacía por alguno o era una de esas a las que les gusta ir dejando a los tíos con la bandera izada.

Finalmente acabamos en el pasillo de los aseos metiéndole mano los dos, uno por delante y el otro por detrás, mientras ella se iba morreando con uno de los dos de forma alternativa. Cuando le propuse que nos fuéramos los tres a un hostal, ella nos apartó y nos dijo «pero, ¿qué os habéis creído que soy?», y se fue con la cabeza alta y cara de indignación.

La verdad es que Juanma yo nos quedamos con una empalmada de narices, pero casi mereció la pena porque nos estuvimos revolcando al menos diez minutos víctimas de un ataque de risa.

En fin, que parece que las tías con las que nos hemos encontrado que más parecía que prometían al principio, al final acababan poniendo el cerrojazo tarde o temprano.

En nuestras relaciones privadas sí que hemos tenido nuestras experiencias más o menos «avanzadas», en mi caso por ejemplo, quizás lo más lejos que he llegado fue a tener sexo anal con una chica con la que estuve ocho meses, eso sí, después de seis meses de relación y tras duras «negociaciones».

Y recuerdo aquella vez que Juanma se ligó a una chavala un viernes por la noche y el muy capullo me llamó al móvil de madrugada para decirme «¡Rober, escucha como chilla esta tía! ¡La tengo encima y va a despertar a las piedras!».

El muy cabrón se la estaba follando en el coche y por lo que parece la chica ni se enteraba de que Juanma me estaba telefoneando y yo la estaba escuchando de gritar como una posesa.

En fin, esas eran quizás nuestras experiencias más radicales y supongo que no haber alcanzado extremos más excitantes se debe a nuestra edad, ambos tenemos 26 años, aunque mis límites se hicieron añicos cuando sucedió lo que quiero relatar.

Era un domingo por la tarde como otro cualquiera, y un amigo nuestro nos invitó a ver el fútbol en su casa ya que vive solo y tiene Canal S, y había comprado el partido Málaga-Sevilla.

Bueno, derby regional que Juanma y yo no podíamos perdernos, aunque Silvia, una preciosa rubia que era el ligue actual de Juanma, por poco se pilla un cabreo de los buenos porque quería llevarse a Juanma a un centro comercial.

En fin, con la labia que gasta mi amigo la convenció para que se viniera a ver el partido y luego irían a donde ella quisiera.

Cuando llegamos a casa de Mario el partido estaba a punto de empezar, y por lo visto el objetivo era llenar tribuna, porque Mario había invitado a tres amigos más que nosotros no conocíamos, pero que una vez hechas las presentaciones, resultaron ser de lo más enrollado. Javi, Nacho y Miki se llamaban, y no pudieron evitar echar una disimulada pero evidente mirada a Silvia, miradas que sólo parecí captar yo.

Bueno, no quería decir nada, Silvia está muy buena y es lógico que despierte el interés de cualquier tío que acabe de conocerla, son cosas que los tíos no podemos evitar (bueno, las tías tampoco). Silvia se sentó en un extremo del sofá al lado de su novio, y yo entre éste y Mario.

El partido empezó y allí todos empezamos a gritar cada falta o cada ocasión, insultando al árbitro y cualquier jugador del equipo contrario cada vez que tocaba el balón; bueno, todos no, porque Silvia tenía una cara de fastidio que no podía ni quería ocultar, aunque no decía nada. A los veinte minutos se abre la puerta de una habitación y aparecen dos chavalas que, por lo menos a mí, me hicieron olvidar el fútbol instantáneamente. Seguro que a Juanma le pasó lo mismo (lo conozco de sobra), pero hizo lo que pudo por mantener su atención centrada en el televisor. Mario nos las presentó como Sole y Marta, la primera una pelirroja muy guapa y la segunda una morenaza con un cuerpo de los que se te vienen al recuerdo cuando estás en plena faena de «auto-satisfacción». Precisamente ésta, cuando vio a Silvia entre tanto macho gesticulante y desaforado, le dijo: – ¿Cómo aguantas este jaleo sin que te dé un ataque de nervios? – Eso llevo preguntándome yo desde que el árbitro dio el primer pitido. – contestó Silvia.

Marta respondió con una sonrisa en los labios que indicaba que quería escuchar la protesta de alguno de nosotros: – Pues vente con nosotras que estamos escuchando música y hablando de hombres.

Saltó Nacho: – Claro, y luego habláis de nosotros, que sólo pensamos en el fútbol y en el sexo, eh? – Es que vosotros SÓLO pensáis en el fútbol y en el sexo.

Y dicho esto desaparecieron las tres por la puerta riendo y dejándonos a todos incapaces de responder. Esta situación se volatilizó de inmediato en cuanto un jugador cayó dentro del área.

– Penalti !!! – estallamos todos, seguido de una larga y mezclada ristra de improperios al ver que el árbitro se hacía el sueco.

De todas formas, Marta me había desconcertado. Su forma de hablar, de moverse, la gracia con la que había hablado y su físico extremadamente femenino me habían dejado KO, y me sorprendí a mí mismo desviando la mirada varias veces desde el televisor hacia la puerta de la habitación contigua.

– ¿Alguno los presentes es el novio de Marta? – pregunté.

Todos me miraron socarrones pero fue Javi el que habló: – Sí. Yo soy el afortunado. – hizo una pausa mientras me miraba sonriente y añadió – ¿Por qué? – No, más que nada para evitar que se me escape algún comentario que pueda meter la pata. – contesté yo con toda la cara dura del mundo.

Lo dije en tono de broma y no pensaba que fuera a molestarse, pero me sorprendió un poco que replicara: – Tranquilo, hombre, ya sé lo buena que está mi novia y que va levantando pasiones. ¿Qué comentario ibas a soltar? Yo dudé. No conocía al chaval y no sabía si estaba hablando en broma o se estaba preparando para darme una hostia, pero como vi la cara divertida de sus amigos Nacho, Miki y Mario, le eché morro y le solté: – Pues nada, que no tiene un polvo. Tiene cinco seguidos y sin sacarla.

Y se empezaron a reír todos como locos, incluido Javi, al que parecía que le habían contado el chiste del siglo.

– Joder, tío, si de verdad eres capaz de eso te la dejo esta noche para que me la despabiles!! A lo que estalló una nueva andanada de carcajadas que por poco acaba con más de uno. Miki, entre risas, dijo algo: – Venga, Javi, no seas capullo, que Marta está más despabilada que tú veinte veces.

Y otra tanda de risas descontroladas.

Pero Javi no tuvo tiempo de replicar porque un jugador pegó un zurdazo desde fuera el área que se coló por toda la escuadra.

– GOOOOOOOOOOOL !! Todos estábamos dando saltos, gritando, abrazándonos, tirándonos los cojines del sofá, empujándonos… aquello parecía «El Coloso En Llamas» por la histeria colectiva y el jaleo que montábamos.

A partir de entonces, el partido, que había sido más bien soso hasta el momento, se puso de lo más emocionante. El equipo que iba perdiendo se volcó sobre la portería del que iba ganando, y éste respondía con unos contraataques que nos hacía ponernos de pie y pegar pellizcos al vecino de al lado.

Al rato, la puerta de la habitación se abrió y aparecieron las tres chicas camino de la cocina, pasando por delante del televisor y demorándose un segundo más de lo necesario justo delante del mismo, con las inevitables protestas de todo el aforo masculino.

La vista se me perdió detrás del impresionante culo embutido en vaqueros que tenía por propietaria a Marta. Creo que nadie se dio cuenta, aunque me surgieron serias dudas cuando, al volver las chicas con café y algunas galletas, Javi comentó como el que no quiere la cosa: – Marta, que aquí el amigo Rober dice que te echaba cinco polvos sin sacarla.

Deseé que el sofá tuviera una cadena como las tazas de los water para poder tirar de la cisterna y que me llevara la corriente de agua. Sentí la mirada de todos clavada en mi persona, Javi guasón y Marta sorprendida, pero más sorprendido quedé yo cuando ésta dijo mirándome con cara de viciosilla: – Seguro que si le hiciera un baile de los míos me echaba esos cinco… pero sin meterla.

Evidentemente, allí se partió de risa hasta el árbitro del partido, sobre todo al ver mi expresión de carnero degollado. No sabía qué cara poner, me habían dejado entre unos y otros más cortado que un gazpachuelo, y eso que yo soy el rey de las réplicas ingeniosas.

Pero entre lo raro de la situación, lo buenísima que está la Marta de marras y las carcajadas de todos los presentes, parecía que el chip del comentario jocoso se me había fundido irremisiblemente.

Javi le quitó el volumen al televisor desde el mando a distancia.

– ¿A que no eres capaz de hacerlo? Marta le tiró el cojín que pilló más cerca, y que le dio en plena cara.

– El qué, ¿mi streaptease? ¿Tú estás chalado o qué? – pero se le notaba cierto brillo extraño en los ojos que daba a entender que la idea le había alcanzado adonde seguro que más de uno había apuntado anteriormente y había fallado.

Javi se puso en pie y la cogió del codo mientras acercaba su boca a su oreja. Nadie escuchó lo que le dijo, pero supongo que Marta tampoco necesitaba mucho poder de persuasión para que la situación fuera tomando forma en su cabeza.

– Joder, Javi, tío, tienes unas cosas…

Allí no se escuchaba ni una mosca, estaba todo el mundo más pendiente de la pareja que del silencioso televisor… ¿qué televisor? Marta dirigió sus ojos a Sole y Silvia, quizás esperando alguna oposición que la hiciera sentirse culpable por la situación, pero encontró sendas miradas de curiosidad e incredulidad.

Y lo que faltaba para terminar de empujar a Marta era que Javi pusiera el CD de Gary Moore y empezara a sonar un blues de los suyos.

Yo no sabía en qué iba a acabar todo aquello, me resultaba increíble imaginar que aquél portento moreno fuera a hacer un streaptease delante de todos. «No puede ser», pensaba yo. Hasta Juanma no podía evitar mirar descaradamente a Marta a riesgo de que lo cazara su novia, pero parecía que no había peligro porque la misma Silvia no podía dejar de mirar a Marta con una sonrisa y los ojos muy abiertos, como diciendo «¿será capaz?».

Marta cerró los ojos un instante, como para llamar a la inspiración, y se subió en la mesa baja de madera que teníamos entre el sofá y el televisor. Así estaba el cuadro: Mario, Juanma y yo en un sofá; Miki y Nacho en otro en ángulo recto al nuestro; y Sole, Silvia y Javi de pie. En medio se alzaba la mesa con una escultural hembra contoneando su cuerpo a ritmo de blues.

En mitad de mi enajenación mental cacé un fugaz pensamiento que me preguntaba adónde había ido a parar esa tarde de fútbol, pero no le hice ni puñetero caso y seguí con mi mirada clavada en Marta y mis sentidos externos concentrados en evitar que se me cayera la baba de mi boca abierta. Y no era el único.

Marta llevaba una camiseta blanca corta que dejaba asomar su ombligo y unos vaqueros muy ajustados, y calzaba unos tenis deportivos.

Estos últimos no tardaron en desaparecer, y una Marta descalza sobre la mesa movía y flexionaba su cuerpo al ritmo de la música mientras se pasaba las manos por las caderas y las iba subiendo hacia sus tetas, a la vez que entreabría los labios para mojárselos con la lengua.

Yo no había visto un streaptease en directo en mi vida, pero estoy convencido de que por muchos que vea de hoy en adelante, jamás conseguiré evadirme del tiempo y el espacio de la forma en que Marta estaba consiguiendo que lo hiciera.

Sin dejar de mover la cintura, cruzó los brazos y se quitó la camiseta despacio, descubriendo centímetro a centímetro un abdomen y un torso de piel morena que quedó brevemente interrumpida por un trozo de tela de encaje blanco que pretendía ser un sujetador, para luego continuar su ascensión hasta descubrir una cara con unos labios humedecidos y entreabiertos, y unos ojos que se clavaban en los míos sin piedad.

No hubiera podido levantarme ni aunque me hubieran estado dando con fuego en el culo.

Un par de vueltas descubrieron una espalda y unos hombros perfectos, y cuando su mano se dirigió a la cremallera de sus vaqueros me asaltó la terrible convicción de que tenía que ocultar mi erección de alguna forma si no quería echar a perder el espectáculo.

Puse mis manos sobre mi paquete de la forma más natural y disimulada que pude, pero cuando esos vaqueros empezaron a deslizarse por los muslos de Marta comprendí que era inútil.

Y cuando se dio la vuelta para enseñarnos su increíble culo tapado apenas por un minúsculo tanga blanco, creí que los botones de mi pantalón iban a saltar de un momento a otro e iban a dejar tuerto a alguien.

Marta estaba sobre una mesa en ropa interior mirándome a los ojos, moviendo su cuerpo al ritmo de una música sensual y recorriendo con sus manos cada centímetro visible de piel.

Me hubiera gustado ver las caras de los demás, o al menos eso pensé luego, pero en ese momento no apartaría los ojos de esa hembra aunque me pagaran cien millones. Marta se veía muy segura de sí misma, pero una vez en ropa interior pareció dudar.

Entonces comprendí que el juego iba a acabar ahí, pero Marta echó una mirada a su novio Javi, que estaba de pie con la mano posada en su paquete sin ningún recato, y éste se la devolvió negando corta y rápidamente con la cabeza varias veces a la vez que abría mucho los ojos.

Marta exhibió una ancha sonrisa y se volvió de nuevo hacia nosotros, pero parecía aún un poco dubitativa. De pronto, su sujetador cayó hacia delante, dejando ver unas tetas también muy morenas en forma de pera que estoy seguro que hasta el último de los presentes se hubiera comido sin rechistar.

El cabrón de su novio Javi, ante la leve duda de Marta, le había soltado el cierre del sujetador y eso hizo que Marta quedara en topless sin poder evitarlo. Gary Moore seguía cantando, y Marta se chupó los dedos índice y corazón de ambas manos y los llevó a sus puntiagudos pezones. Luego se cogió los pechos por su base y los apuntó al techo como si quisiera disparar a la lámpara que colgaba del mismo.

Deseé que hubiera podido hacerlo para dejar la habitación a oscuras y permitirme así saltar sobre ella como un tigre, pero volví al planeta Tierra cuando sus pulgares se deslizaron entre su tanga y sus caderas haciendo ademán de bajárselos. «Si se baja ese tanga va a tener razón y me voy a correr la primera vez sin meterla.», pensé como un idiota, consciente de que aquella hembra nunca había estado a mi alcance y nunca lo estaría.

De todas formas, el tanga no bajaba. Ella estaba frente a mí y yo no podía dejar de mirar su entrepierna; a esas alturas ya me daba igual lo que pudieran pensar, total, creo que allí todos estábamos apuntando nuestras pupilas hacia el mismo lugar.

No salía ni un pelo por los bordes del tanga, por lo que no dejaba lugar a dudas que se afeitaba esa zona. Los labios de su coño se marcaban en el tanga, y todos podíamos apreciar una leve mancha húmeda que se extendía por momentos por toda la parte inferior del tanga.

Su novio ya se frotaba el paquete por encima sin ningún disimulo, pero los demás parecían estatuas. Nadie movía un músculo. Hasta las chicas, Silvia y Sole, no podían apartar sus ojos del espectáculo increíble que nos estaba ofreciendo Marta.

Se giró de manera que quedó de espaldas a Juanma, Mario y yo, y poco después sí empezó a tirar del tanga hacia abajo. Cuando iba por mitad del culo, sacó éste ligeramente hacia fuera y empezó a mover las caderas despacio hacia delante y atrás, al tiempo que el tanga se seguía deslizando hacia abajo en un intervalo de tiempo que parecía infinito.

Cuando quedó a la vista su culo desnudo tuve que cogerme un pulgar para evitar lanzar mis manos hacia ese monumento a las curvas. Entonces separó ligeramente las piernas y se fue inclinando para poder ir bajando el tanga por sus muslos. Cuando vi aparecer su raja lisa y brillante por sus propios jugos no lo pude evitar y levanté mi mano en dirección a ese coño.

Javi intervino: – Eh, Rober, tampoco te pases, ¿eh? Confórmate con mirar, tío.

En realidad no iba a hacer ni puñetero caso a esas palabras, entre otras cosas porque ni siquiera las había oído, pero mi amigo Juanma, que estaba a mi lado, reaccionó y tiró de mi manga hacia abajo otra vez. Así que el capullo del Javi nos quería matar a todos de un ataque al corazón pero no nos iba a dejar ni siquiera tocar un poquito. Hay que joderse. En fin, así es la vida, llena de reglas y hay que cumplirlas si no quieres que alguna de ellas te arrastre al desastre.

El tanga de Marta ya había llegado a sus tobillos, de modo que volvió a darse la vuelta y empezó a mover el cuerpo al tiempo que subía y bajaba flexionando levemente las rodillas. Allí estaba esa increíble hembra en pelotas a un metro escaso de mí, y yo sin poder siquiera tocarle un pezón.

Se notaba que la chica estaba muy caliente, tenía los ojos cerrados casi todo el tiempo y se le escapaba algún breve gemido cuando pasaba alguna de sus manos por sus pezones, pero estaba claro que Javi contaba con eso. «El muy cabrón nos la quiere poner a cien y seguro que de un momento a otro se la lleva a la habitación y se la folla como un hijo puta», pensé yo de forma incoherente.

En esto que Marta se inclina sobre mí hasta dejar sus labios a dos centímetros de los míos y me dice en voz alta y sin dejar de mirarme a los ojos: – Me gustaría verte la polla.

Joder! Me iba a dar algo! Todo el mundo escuchó esas palabras y cuando miré a Javi vi que arrugaba ligeramente la frente, pero debió decidir que verme a mí con el capullo a punto de reventar contribuiría a que su novia se pusiera fuera de sí, se fuera con él a la habitación y le echaba el polvo del siglo mientras pensaba en las caras que tendríamos todos los demás en el salón.

Yo recuperé un poco la compostura cuando consideré la idea de sacarme la polla. La verdad es que calentura llevaba para quemar tres bosques, pero de ahí a enseñarle el capullo a todo el personal, incluida Silvia, la novia de mi mejor amigo, pues…

De todas formas no pude decidir, porque cuando quise darme cuenta mis propias manos habían abierto el cinturón y los botones de mis vaqueros, y habían sacado mi aparato de su cruel prisión.

Cuando Marta vio las dimensiones que había alcanzado mi rabo, lanzó un dedo a su entrepierna y soltó otro gemido. La verdad es que mi polla no es nada fuera de lo común, aunque tampoco es corta, pero en aquellos momentos parecía que había pasado por el inflador de un garaje.

Mi capullo rosado estaba muy húmedo por las pequeñas gotas de líquido que había ido soltando durante el show, y cuando Marta se sentó sobre la mesa y abrió sus piernas delante de mí pensé que mi polla iba a soltar un chorro de semen que iba a alcanzar a su novio en plena frente.

Yo no quería ni tocármela para evitar lo inevitable, porque pensé que la presión con que saldría dirigido mi semen hacia el chochito abierto de Marta sería capaz de llegar al útero y dejarla embarazada, tal estado de enajenación mental calzaba yo en esos momentos.

Marta, semi tumbada boca arriba sobre la mesa, ya no se comedía en sus gestos. Su mano derecha abría su raja brillante mientras que su dedo corazón acariciaba frenéticamente el clítoris, al tiempo que su mano izquierda se pellizcaba un pezón, y me miraba con unos ojos que no dejaban lugar a dudas. Sentí deseos de desintegrar a todos los presentes, o al menos a su novio, para poder abalanzarme sobre ella y hacer que mi semen le saliera hasta por las orejas.

Todos los que teníamos el ángulo de visión correcto no dejábamos de mirar la oscuridad que a veces aparecía cuando su pequeño túnel quedaba abierto por un momento, pero casi sin querer, caí en la cuenta de que Sole y Silvia estaban mirando mi polla. Normal, ¿qué van a mirar dos tías? De todas formas mis reservas de vergüenza se habían agotado hacía rato, así que a esas alturas me daba igual estar exhibiendo el rabo delante de tres hembras.

Javi parecía satisfecho con la situación, no le importaba que su novia nos estuviera enseñando hasta dónde sólo hubiera llegado un ginecólogo con tal de que nadie le pusiera una mano encima. Hay que ser cabrón para provocar al personal de esa manera. Bueno, peor lo tenía mi colega Juanma que se hubiera tenido que aguantar aunque Javi le hubiera dado permiso…

El caso es que Javi estaba disfrutando poniéndonos a parir el muy mamón, pero de todas formas dejaba traslucir en su mirada cierta desconfianza mientras miraba a su novia.

Estaba claro que Marta es una hembra caliente que una vez fuera de control puede resultar impredecible, y en esos momentos estaba totalmente fuera de control. Estar masturbándose desnuda delante de seis machos la había hecho alcanzar niveles de excitación insospechados hasta por su novio, pero éste parecía confiar en que la situación no se le iría de las manos.

De pronto, Marta se levantó de la mesa y se acercó a mí. Se puso de pie en el sofá delante de mí, con una pierna a cada lado y me puso el coño a cinco centímetros de la cara, mientras seguía moviendo su dedo en círculos sobre su clítoris y gimiendo como una loca.

Un olor penetrante llegó hasta mi nariz y a punto estuve de perder la cabeza y agarrar ese coño con mis dientes. Por un momento me imaginé a dos animales en la selva, la hembra exhalando efluvios sin otro objetivo que el de atraer al macho para el apareamiento. Ése era el olor que se colaba por mis fosas nasales, el de la hembra llamando al macho desesperadamente.

El problema era el otro macho de la manada, que estaba enfrente de nosotros al otro lado de la mesa, y que dio un paso al frente con expresión ceñuda como si llegara a la conclusión de que aquello iba demasiado lejos. De forma delirante vi por debajo del chorreante chocho de Marta que Javi también tenía el paquete apunto de reventar, pero la expresión de su cara no admitía confusión: mejor que no le tocara un pelo a Marta o aquello terminaría de forma molesta.

Por otro lado, Marta parecía dispuesta a no transgredir esos límites, porque a pesar de la impresionante calentura que llevaba a esas alturas, no llegó en ningún momento a tocarme y ni siquiera adelantó las caderas lo suficiente como para que pudiera tocar su sexo con mis labios.

«Joder, esta tía está dispuesta a que realmente me corra cinco veces sin meterlaaaaaa!!!», pensé yo a punto de traspasar el límite que separa el autocontrol de la histeria.

Ya no era dueño de mis actos, aunque menos mal que algo en mi cerebro impedía que moviera un solo músculo, porque en esos momentos me la hubiera follado sin contemplaciones hasta delante de sus propios padres.

Un líquido trasparente se deslizaba por la cara interior de sus muslos e incluso hubiera creído que lo escuchaba fluir desde su entrepierna.

Era una situación delirante, su clítoris se alzaba frente a mí desafiante, sin dejar de ser rozado por un dedo experto que había veces que se introducía por la estrecha cueva que había debajo, volviendo a aparecer mojado y chorreante.

En esto que Marta se pone en cuclillas hasta poner su cara frente a la mí, sin dejar de tocarse el coño y las tetas y mirándome a los ojos como suplicando. Sentía su aliento sobre el mío, y hubiera dado cualquier cosa por poder meter mi lengua en su boca y darle un ligero empujón en las caderas hacia abajo, con lo que hubiera quedado ensartada en mi verga irremediablemente.

No me había tocado en ningún momento, y en esos momentos tampoco lo hacía. Increíblemente su coño, a escasos centímetros de mi volcán a punto de estallar, ni siquiera me había rozado. Me hubiera bastado levantar mis caderas diez centímetros para meter mi rabo entre los labios de su coño, pero la barrera estaba ahí, invisible pero inapelable.

Javi parecía haber sido repentinamente asaltado por un mar de dudas, pero él también estaba muy muy cachondo y además parecía tontamente conforme con el hecho de que no había existido un solo contacto físico entre Marta y yo. Y es que no lo había.

Los demás eran meros espectadores que amenazaban con dejar escapar a sus pupilas de sus órbitas, nadie decía nada, nadie se movía, tan sólo se escuchaba la guitarra de Gary Moore en un interminable punteo que parecía ir acercándose a un clímax musical, como burlándose de mi imposibilidad para alcanzar un clímax sexual.

Marta seguía moviendo sus caderas por encima de mi polla, yo pensaba que si por casualidad me rozaba la punta de mi capullo, me correría sin remedio. Mi inflado capullo había alcanzado un estado de hipersensibilidad tan elevado que incluso noté como me caían un par de gotas calientes que habían escapado de la raja de Marta. Mientras ella seguía gimiendo con los ojos medio cerrados dirigidos a los míos, y la boca entreabierta por la cual asomaba de cuando en cuando su lengua.

 

De repente, y de una forma increíblemente rápida, pasó sus brazos por detrás de mi cuello y me metió la lengua en la boca, al tiempo que se dejaba caer sobre mi polla que se metió en su raja a la primera y sin ayuda. Con mi boca llena de su lengua, un gemido largo se escapó de entre sus labios y se coló hacia dentro de mí. Empezó a follarme como una posesa en cuclillas sobre mí, sin dejar de chupar mi lengua y gimiendo con los ojos cerrados, con los brazos alrededor de mi cuello.

Evidentemente, yo no podía moverme, me había convertido en un juguete con la única finalidad de dar placer a una hembra impresionante que parecía diluirse en agua caliente a cada cabalgada que daba sobre mi polla. No me enteraba de nada, y no me importaba nada de lo que pudiera pasar. Ni siquiera recordaba que había un tal Javi que era el novio de esta hembra que me estaba follando sin piedad, y que estaba presenciando la escena en primera fila. Juanma me contó posteriormente que Javi se había quedado sin poder reaccionar. Se quedó petrificado mirando como el culo de su novia subía y bajaba rítmicamente haciendo desaparecer un inflado rabo entre sus abiertas piernas. El CD de Gary Moore se acabó y el equipo de música quedó silencioso. Ahora sólo se escuchaban los gemidos y gritos de Marta que parecía haber sido transportada al paraíso del sexo, y algún que otro gemido apagado que se escapaba de mi garganta sin darme yo cuenta siquiera. Los demás no existían y no intentaban demostrar lo contrario.

Marta aceleró el ritmo mientras su mano derecha se colaba por debajo de mi camiseta y me acariciaba el pecho; la izquierda seguía por detrás de mi cabeza empujando mi boca hacia sus abiertos labios. Un pensamiento fugaz pasó por mi mente preguntándose incomprensible cómo no había soltado ya toda la carga de leche que pugnaba por salir desde hacía largo rato, pero sea como fuere entendí que esa pregunta pronto quedaría contestada, sobre todo al ritmo impuesto por Marta.

Sus dedos se aferraron a mi pezón izquierdo mientras abría la boca desmesuradamente y un grito escandaloso empezaba a surgir de su garganta. Yo sin darme cuenta empecé a gritar con ella y ni siquiera era consciente de que la estaba llenando con mi leche hasta que ella me mordió el labio inferior volviendo a pasar sus dos brazos por detrás de mi cabeza. Estaba corriéndome dentro de esa morena espectacular delante de su pasmado novio y seis personas más, y ella seguía botando sobre mí como si quisiera aplastar mi polla contra el sofá. Marta estaba en la cúspide de su orgasmo, y yo sólo sentía que mi polla estaba empezando a derretirse dentro de un horno cuyas paredes calientes amenazaban con fundirse sobre ella.

Supongo que hasta los jugadores que seguían haciendo el gilipollas en la tele debieron escuchar nuestros gritos, pero lo cierto es que no sé lo que duró mi orgasmo, y mucho menos el de ella. Cuando quise darme cuenta, Marta se movía lentamente sobre mí dejando salir y entrar de nuevo mi polla que no parecía dispuesta a echar un sueñecito después de la faena. Inexplicablemente para mí, notaba mi rabo duro como antes, y me llegaba una sensación increíble de placer con algunas punzadas de ligero dolor que no hacían más que empujarme de nuevo al estado de éxtasis. Mi polla salía muy despacio dura como una piedra y cubierta de semen, y volvía a entrar igual o más despacio en ese túnel al que parecía que le estaba inyectando mi semen. Marta había apoyado su cabeza sobre mi hombro con los ojos cerrados y había dejado sus brazos lacios en torno a mi cuello. El único movimiento que seguía haciendo era el de sus caderas hacia arriba y abajo, tan despacio que pensaba que tarde o temprano iba a pararse con mi polla en lo más profundo de su cuerpo. Mis manos se apoyaban en sus caderas ayudando al movimiento, pero no hacía falta; aunque Marta pareciera desfallecida, sus caderas parecían tener energía propia.

De pronto se quedó parada con mi polla totalmente en su interior y empezó a temblar, de su garganta empezó a surgir un nuevo gemido, pero esta vez no llegó a convertirse en grito, sino simplemente en un largo y profundo suspiro de placer que soltaba junto a mi oreja, con la cabeza sobre mi hombro, los ojos cerrados y la boca entreabierta. Sus labios también temblaban y noté como empujaba débil pero firmemente sus caderas hacia abajo, como buscando que mi polla se clavara en algo dentro de ella. Esta vez sí noté que me estaba corriendo por segunda vez dentro de su cuerpo, pero no podía moverme. Estábamos los dos inmóviles, alcanzando el orgasmo más largo y extraño que he sentido jamás.

Al poco rato abrí los ojos. Mi polla esta vez sí se había puesto semi flácida pero estaba todavía dentro de Marta. Ella estaba inmóvil sobre mí, pero empezó a abrir los ojos. No habrían pasado más de dos minutos desde nuestro segundo orgasmo, pero a mí me pareció una eternidad.

Los demás seguían con la vista clavada en nosotros, Javi estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas y una expresión indefinida de como ido. Silvia y Marta tenían la espalda apoyada sobre la pared y su expresión también era indefinida para mí en esos momentos; la verdad es que yo también estaba como ido, nada en mi cabeza tenía explicación, tan sólo sentía una intensa corriente de bienestar que recorría mi cuerpo de arriba abajo para volver a subir.

Marta finalmente se empezó a incorporar, mi polla salió de ella con un casi inaudible chasquido, acompañada de un chorro de semen caliente que se derramó desde su abierta raja sobre mi polla y mi abdomen. Se puso de pie en el suelo azorada y con el pelo cubriéndole la cara, recogió su ropa para dirigirse lentamente hacia la habitación. Nadie decía una sola palabra.

Nos quedamos todos callados hasta que Marta salió vestida de la habitación y se dirigió hacia la puerta de la calle, apoyando una mano en la pared del pasillo a cada paso. Cuando desapareció por la puerta sin mirar atrás, Javi pareció despertar de su autismo y siguió sus pasos con el mismo caminar lento e inseguro. La puerta de la calle quedó abierta, y Sole y Silvia se dirigieron hacia la habitación y cerraron la puerta sin decir palabra. Mario cogió el mando a distancia y volvió a darle voz al televisor. El partido estaba a punto de acabar y el equipo que iba perdiendo había remontado y se había puesto 2-1. En el descuento, nuestro equipo volvió a recibir un gol por lo que perdía 3-1, pero absolutamente nadie hizo ningún comentario. Parecía estábamos viendo un documental del National G. en vez de un derby Málaga-Sevilla, y creo que nadie se estaba enterando de lo que ocurría en el campo.

De todo eso hace ya un mes, y no he vuelto a ver a Javi ni a Marta desde entonces. Con mi amigo Juanma he comentado varias veces aquella tarde, y ambos terminamos riendo y sin explicarnos cómo pudo suceder aquello.

Al final estoy llegando a la conclusión de que la barrera que separa el control del ansia sexual en los seres humanos es tan fina y tan difícil de encontrar, que en circunstancias determinadas puede ser traspasada en ambos sentidos sin que nadie alcance a comprender cómo diablos ha podido pasar. Todo ello demuestra que en nuestro interior todos somos animales al fin y al cabo, y que de una forma u otra acabamos encontrando la manera de dar rienda suelta a nuestros instintos más ocultos.

Pensándolo fríamente he de admitir que lo que nos diferencia de los animales es precisamente nuestra capacidad para controlar esos instintos, y es equivocado pensar que siempre hay que dejarlos salir al exterior: a veces es necesario controlarlos e ignorarlos. Al fin y al cabo, la moral y la sociedad son leyes impuestas por los seres humanos, pero no podemos jugar con dos barajas. Si queremos vivir con otros seres humanos, tenemos que intentar respetar a toda costa las reglas impuestas por ellos… aunque a veces no seamos capaces de ello.

Con esto no quiero parecer corto de mente, en realidad me considero bastante liberal, pero siempre que todos los implicados en una situación estén conformes con la misma. En este caso no fue así, e ignoro las consecuencias que haya podido tener en la relación entre Marta y su novio, pero aunque para mí ha sido la experiencia más increíble de mi vida, no me sentiré orgulloso en lo más mínimo si me entero que una pareja se ha roto por culpa de aquella tarde de «fútbol».

En fin, al final van a tener razón aquellos que afirman que el que juega con fuego acaba quemándose…

Al final acabo recordando una y otra vez la misma frase: – Marta, que aquí el amigo Rober dice que te echaba cinco polvos sin sacarla.

¿Es posible que una simple frase sin importancia pueda cambiar la vida de la gente? Pues parece que sí.