Capítulo 1

Capítulos de la serie:
  • Degeneración veraniega de un matrimonio I

Llegan

El sol cae casi en línea recta sobre la piscina comunitaria, haciendo brillar el agua. Jose se rasca la recortada barba sentado en una tumbona con una cerveza fría en la mano. El aire limpio huele a agua clorada, algo de crema solar y al césped recién regado que rodea el rectángulo azul entre dúplex, jardines y otras zonas comunes.

Desde las ventanas de los pisos altos, las cortinas se mueven a veces. Las hijas de Jose, Sofía, de 7 años y Lucía, de 9, chapotean en el agua, gritando y salpicando. En la piscina sólo están él y su familia, con las niñas, su mujer y su cuñada. Jose cree que el día pinta como un Sábado perfecto de finales de Julio y, mirando a sus hijas, siente que, a sus 38 años, se ha pasado el videojuego de la vida. Levanta la vista tras las gafas de sol cuando la puerta de hierro chirría levemente.

Sus vecinos, María, Gloria y Adrián están llegando a la piscina. María va delante: 30 años, apenas 1,55. Camina muy erguida, con pasos cortos sobre el césped. Cada vez que la ve recuerda una frase de su mujer: “esa chica anda extraño, como un fantasma; parece que las piernas le cuelgan de la cadera. Y el cerdo de su marido igual…”. La piel blanca de María parece brillas bajo el sol, y el pelo negro azabache le cae recto por la espalda. Tras las gafas de sol, los ojos muy abiertos de Jose escanean a su vecina. Lleva un bikini de hilo blanco, con triángulos minúsculos que se tensan sobre las tetas, apenas cubriendo pezón, areola y poco más. Tiene que tragar saliva cuando se da cuenta de que el tanga básicamente es un hilo de tela que deja ver los labios de su coño a ambos lados, y sus ojos se desenfocan tras las gafas de sol cuando concentra su atención en la reacción de su mujer, seguro de que ya se ha dado cuenta.

Desde la tumbona contigua, Elena, observa también al trío de recién llegados y comenta en voz baja:

— Ese bikini es más para enseñar lo justo sin que te multen que para bañarse.

“Qué tetas tiene, joder… Y viene literalmente enseñando el coño”, piensa Jose, mientras se ríe entre dientes y asiente a las palabras de su mujer, intentando aparentar calma y completa alineación con su reacción. Da un trago a su cerveza y gira levemente su cabeza en la dirección opuesta a los recién llegados, mientras María deja caer una bolsa de playa en las primeras tumbonas de la solitaria piscina, se quita las gafas de sol y mira en la dirección de Jose y Elena, sonriendo, agitando el brazo para saludar con la mano y casi gritando “Holaa!”.

Su hermana Gloria va tras ella. 18 recién cumplidos, rubia, media melenita y pelo ondulado. Se agacha a sacar una toalla con el mismo bikini micro que María, pero de color blanco. Jose ve su culo temblando al incorporarse, pero las imágenes de una noche reciente se le sobreimpresionan.

Hace menos de una semana, Jose estaba acabando de configurar un servidor web a las tres y pico de la mañana. Para despejarse, salió a fumar a la terraza del piso bajo, elevada un metro y medio sobre el nivel de la calle. Además, a escondidas de su mujer es un habitual de la webcam de su vecina, y sabe que esa noche no está emitiendo. Si fuese así, se despejaría vaciándose los huevos en la webcam de “Little Malaya”.

Cuando Jose sale a la terraza siempre mira al otro lado de la manzana, dos casas más allá. Hoy no era la excepción, pero la mirada atenta y repetida obtuvo esa noche un gran premio. Ahí estaba su vecina María, “Little Malaya”, asomada también a la calle. Con el mismo bikini que lleva ahora en la piscina, o parecido. Apoyada en la barandilla, sus tetas se aplastaban contra sus brazos, y Jose no pudo evitar quedarse embobado mirándolas.

Estuvo minutos disfrutando de mirar las tetas de su vecina, hasta que el premio subió, y María empezó a dar pequeños saltitos, haciendo botar sus tetas. Jose estaba tentado de sacarse la polla protegido por la pareta y empezar a pajarse mirándola. Pero, cuando María lanzó un beso a su derecha, al lado contrario al de su vecino mirón, se quedó petrificado.

Una chica completamente desnuda cruzaba el paso de peatones, iluminada por las luces de un coche. Llevaba una sandalias y un bolsito, pero absolutamente nada más. Sus tetas eran grandes, su pelo rubio, y sus caderas pronunciadas se contoneaban de manera obscena. Fue acercándose por la calle salón, y Jose no pudo ni pensar en apartar la mirada.

La muchacha llega hasta la puerta de María y consigue reconocerla. Gloria, la hermana de la vecina, que anda mucho por allí. Y a veces por la piscina. Ha venido andando hasta casa de su hermana, completamente desnuda. Cuando llama al timbre, el ángulo obliga a Jose a asomar la cabeza para continuar viéndola.

Y Gloria se dio cuenta. Y se giró levemente, mirándolo. Al ver sus dos gloriosas tetas con la iluminación excelente de la puerta del adosado se maldijo por no haber traído el móvil. Quien le abrió la puerta a la chiquilla no fue su hermana, sino Adrián, el marido. María miraba en dirección a su hermana, subiendo las escaleras completamente desnuda.

Algo ocurría, porque la puerta no se cerraba y María miraba a la puerta de su casa como si Gloria se hubiese quedado allí. Jose no podía ver tan adentro desde su posición, así que se dio la vuelta y entró a su casa, subiendo las escaleras hasta su ático, para asomarse a la terraza superior, desde la que sí se veía la puerta de casa de Adrián y María.

Y ahí estaba Gloria, arrodillada, mientras su cuñado le follaba la boca. Tomándose su tiempo. La chiquilla, completamente desnuda, a la vista de todos los vecinos, con las manos a la espalda, recibiendo una follada de boca monumental durante un tiempo que, para Jose, fue más que suficiente. Le dio tiempo a masturbarse dos veces antes de que Adrián agarrase la cabeza de Gloria y temblase corriéndose en su boca.

María hizo palmas. Y, obviamente, Jose no podía olvidar algo semejante.

Así que ahora, mirando el culo de Gloria, sólo se pregunta si no sólo se la folla su cuñado, sino también su propia hermana. La polla le tira bajo el bañador, y él se quita las gafas para que su mujer pueda comprobar que ahora está mirando a las niñas bañarse, y no está recreándose en las vecinas.

Adrián viene último. Cuarenta y tantos años, no llega a 1,70. Jose siempre ha imaginado que algo en él debe explicar la situación. Quizá es el marido y productor, simplemente. Eso podría explicar las chicas que pasan por esa casa, pero no lo de la hermana. Lo ha visto emitiendo con Malaya alguna vez, pero, aunque la herramienta es considerable, no cree que eso lo justifique. Lleva el pelo largo, recogido en una cola y rapado por los lados. Tatuajes en los hombros descubiertos con una camiseta negra sin mangas. A Jose le parece un vulgar pintas y un fantoche, aunque no es mal vecino y resulta de trato amable. Se sienta en silencio y saluda en dirección a Jose y Elena. Parece quedarse mirando a Elena y después a Jose. Sonriendo.

Jose vuelve a ponerse las gafas y se recuesta en la tumbona. Elena, su mujer, tiene 36 años y buenas curvas. Un gran culo, buenas tetas, algo rellenita. El pelo castaño desordenadamente cogido por una pinza se mueve, mojado, mientras sus ojos saltan de las niñas a María, luego a Adrián, luego a Gloria y de nuevo a las niñas. Jose la ve cruzar los brazos y continúa vigilante. En cuanto aparecen los vecinos empieza a preocuparse por el estado de ánimo de su esposa.

Y más ahora, que María empieza a acercarse a su posición.

Elena controla, como siempre, su enfado. María se acerca a Jose enseñando el coño y moviendo el culo de un lado a otro, consciente de su efecto. También sale de vez en cuando así, semidesnuda, a atender repartidores (Elena supone que para hacer vídeos provocativos). Tanto María como Adrián salen desnudos a su patio de luces, donde tienen la lavadora, la secadora y el calentador. Varios vecinos pueden verles perfectamente, y obviamente no les importa. Follan a voz en grito sólos y acompañados en su terraza superior, donde tienen el jacuzzi. Una vez Elena fue a comer con su amiga Carla, vecina del edificio que hay frente a sus adosados. Y les vio follando en el jacuzzi. De hecho, estaban los tres: la pareja y la hermana de María, Gloria, que ahora al parecer vive con ellos. Y las vio comiéndose la boca en torno a la polla de Adrián. Aunque no se lo ha reconocido a Jose, Elena observaba desde su dormitorio, con las luces apagadas, a su marido espiando a la vecina. Lo hacía a menudo, y también el día en que apareció la hermana en pelotas y se pusieron a dar el espectáculo en la puerta. Elena creía, íntimamente, que obligaron a la pobre chiquilla a hacer eso de alguna manera. Y vio cómo el cerdo de Adrián la cogía de la cabeza y gruñía mientras la hacía tragar. Les odia a ambos, pero sobre todo a él. Han pasado los años y Elena no sólo no se acostumbra, sino que se siente más y más cabreada a cada espectáculo bochornoso.

— ¡Hola, vecinos! — dice María, parándose frente a ellos con el ínfimo bikini de hilos estirado brutalmente, los pezones tan marcados que Jose y Elena creen poder ver no sólo el contorno de la areola, sino también los diminutos puntitos de su superficie.

— ¡Hola! — responde Elena tratando de resultar amable. Jose nota su mirada subir por María, detenerse en el bikini y saltar a su espalda, a Adrián y Gloria, escaneando el efecto de su saludo.

— Qué calor, ¿no? — dice María.

Gloria, a su espalda, les sonríe atusándose el pelo y haciendo botar sus tetas, que, si cabe, tensionan más aún el bikini que las de María. Jose encuentra, de repente, los ojos de Gloria clavados en él mientras saca un bote de crema solar. Se alegra de haberse vuelto a poner las gafas.

— Para eso está la piscina, que no viene nunca nadie. Venimos sólo nosotros aquí a pasar tardes… Vosotros, y los vecinos del final, Laura y Martín. Creo que no he visto nunca a nadie más. — dijo Jose.

— Que guay, que privado —dice María.

Adrián sonríe, recostándose en la tumbona.

Elena se levanta, acto seguido, ajustándose el bañador y tratando de disimular su incomodidad dirigiéndose a sus hijas.

— ¡Nenas, dejad de correr por el borde!

María, entretanto, se dirige a la piscina, y comienza a rodearla andando. Los ojos de Jose, protegidos por las gafas, siguen el culo de la vecina, pero su cabeza se mueve en dirección a su mujer.

Trata de controlar el movimiento de su mujer gracias a su visión global, pero esta acaba captando otra información. Gloria continúa clavándole los ojos y sonriendo.

Continuará


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