Capítulo 1

Capítulos de la serie:
  • El vacío cotidiano

Hola, soy Laura, tengo 42 años y soy profesora de Literatura en Montevideo. Aunque no es mi nombre real, lo importante es lo que quiero compartir. Vivo con Roberto, mi esposo, y con mis hijos Tomás y Sofía.

Roberto es director de otro liceo en Montevideo, tan distante que casi no lo vemos hasta altas horas de la noche. Sofía, por su parte, está cada vez más ocupada con sus actividades.

El vacío diario en casa se hizo palpable, y la rutina se redujo a momentos compartidos entre Tomás y yo.

Él estudia en el turno nocturno del mismo liceo en el que trabajo, lo que nos hace coincidir más a menudo. Esa cercanía, en medio de la soledad de la casa, fue generando una conexión que, a veces, me resulta difícil de definir.

Esa tarde, después del liceo, la conversación con Tomás tomó un matiz diferente, algo que no había notado antes. Fue un pequeño gesto, una mirada, algo que despertó preguntas en mi mente y que, con el tiempo, se fue transformando en algo más complejo.

—Mamá, ¿viste que la de Inglés está embarazada?

—¿Nancy? —le pregunté, sorprendida.

—Sí, la de Inglés.

—¡Mirá! ¡Qué bueno! Hace años que están buscando y no podían.

Yo trabajo con Nancy hace como 13 años; siempre tuvo la misma pareja y se han hecho todo tipo de tratamientos para procrear. Y ahora, a sus 39 años, parece que al fin se les dio.

—Si la agarraba yo, la preñaba enseguida, ¿sabés qué? —dijo Tomás, interrumpiendo la cordura de la charla.

—¡Pero callate! Mirá si te va a dar pelota a vos. No hables así, que anduvo muy mal ella por no poder quedar —fue mi respuesta, seca y contundente.

Pero Tomás redobló la apuesta:

—¿Y qué querés? Con ese uniforme que les pusieron, todo apretado… Hay varias profes que están para embarazar.

Yo ya no escuchaba, y mucho menos contestaba. Recién llegábamos a casa, yo aún tenía el uniforme puesto y estaba agachada, de espaldas a él, acomodando la bolsa de basura.

Cuando me di vuelta, lo cazé con la mirada fija en mi cola. Él supo que yo lo vi, y no hizo nada.

Reconozco que pensé en agacharme de nuevo, pero fue como un rayo instintivo que se me cruzó por la cabeza y, luego de razonarlo, salí a tirar la basura.

—Esos pezones que se le notan en la camisa verde a la de Inglés… —prosiguió en su discurso mi hijo.

Salí lo más rápido que pude a la volqueta a depositar la basura. Nunca lo había hecho, pero por primera vez quise cotejar si mi camisa verde producía en mí el mismo efecto que en Nancy.

Y sí, ya empezaba a sospechar que algo en mi hijo estaba cambiando respecto a mí. Algo que debía preocuparme… pero que me animó.