Capítulo 1

Justo a la hora en que terminaba su jornada en el jardín llamé a Débora a su celular. Le dije que no llegaba, que si se podía acercar a un bar que había a diez cuadras. Yo me había alejado del barrio para evitar un encuentro casual con Martín. ¿Pero qué haría a partir de ahora? ¿Inventar una excusa todos los días para no pasarla a buscar nunca jamás? Era ridículo. La cabeza me explotaba. Realmente nunca imaginé que una persona pudiera pensar tantas cosas al mismo tiempo. Tenía que hacer algo pero no sabía qué. Además, quería formularle miles de preguntas. Pero eso implicaba decirle que yo sabía de su doble vida, y no estaba seguro de querer hacerlo. En principio, porque no tenía idea de cuál iba a ser su reacción. Aun cuando la que estaba en falta era ella, la nueva Debora me resultaba una persona desconcertante. ¿Me amaría? Yo había dado por descontado que sí. Pero ahora sabía que podía ser una gran mentira y ya no estaba seguro de nada. Llegar a esta pregunta me oprimió. Y toda mi realidad, mi vida, mi día a día y, por supuesto, mis planos a futuro, se transformaron al instante en un castillito de naipes a punto de caer.

—Mi amor, ¿qué te pasa?

Levanté la vista y vi a Debora acercándose a mi mesa con cierto aire de preocupación. Yo estaría luciendo un rostro trágico.

— ¿Eh? Hola… —sonreí por compromiso—. Nada, problemas en el trabajo…

La miré mientras me besaba brevemente y se sentaba. Llevaba una remera blanca corta, luciendo su pancita exquisita y unas calzas azules, sobrias, que le dibujaban la increíble cola que tenía.

—Tan grave es, amor…? Tenés una cara que…

—Debo —le dije en un impulso—. ¿Me queres?

Mi novia se sorprendió.

—Sí, mi amor. ¿Cómo no te voy a querer…?

—No, no me refiero a que si me querés —Yo estaba sudando igual que si tuviera fiebre. Mi corazón latía acelerado—. Me refiero a que si me querés en serio. A que si te sacrificarías por mí. Si te casarías conmigo, tendrías hijos, todo eso…

—Mi amor, ¿qué pasa? —Debora se asustó. Me tomó de la mano y se me acercó sinceramente preocupada—. Claro que quiero todo eso… Ya lo hablamos. Te amo con todo…

—No pasa nada —la calmé—. Pero… y si me quiero casar ahora mismo y te dijera que tenemos que irnos del país por mi laburo, ¿qué decís?

Mi novia se extrañó aún más. Se tomó un par de segundos para responder.

—Preferiría esperar al menos un año más, como habíamos hablado, pero bueno, si las cosas se dan así… Nos casamos ahora… Aunque sería un quilombo organizar todo tan rápido.

Una bocanada de alivio inundó mi alma. De prono me sentí revivir.

—Dime qué pasa porque me estás asustando. Hablas como si te fueras a morir mañana…

—No, no, no… Perdóname —la tranquilicé en seguida—. Nada malo, no te preocupes… Es que tuve un día muy particular y no sé… me siento muy inseguro.

—Mi amor… —me dijo llena de ternura y tomándome el rostro con ambas manos—. Sos el hombre de mi vida, Dani. Te amo con locura y quiero estar con vos hasta hacerme viejita… —Me llenó de dulces besitos—. Salvo en la cama. Ahí podrías dejarme estar con otros —terminó riendo del chiste.

Ésta era una broma relativamente habitual entre nosotros. No era un tema tabú que yo no era un gran amante. Ella me lo había dicho con tacto pero gran honestidad una noche que se lo había preguntado luego de una pésima performance mía. Sin embargo, ella siempre me consolaba y animaba diciéndome que en realidad no era tan importante, que a ella eso no le preocupaba y que el amor entre nosotros era lo único que valía. Con el tiempo, quizás para desdramatizar el tema, ella bromeaba cada tanto con la necesidad de dejar en manos de otros el trabajo que yo mismo no podía hacer bien. Ahora me daba cuenta de que no solo era una broma. Era su propia forma de liberar el estrés que le causaría mentirme y engañarme.

A mi pesar (quizá por el alivio de saberme amado o por los nervios de toda la situación) festejé el chiste con ella y la abracé, liberando toda mi angustia con su cuerpo. Supongo que intuyó que había algo más. Pero no dijo nada. Charlamos luego de trivialidades cuando a los cinco minutos el celular de ella sonó con un mensaje. Por su expresión supe que era el negro. Su rostro era una mezcla de sorpresa, deseo, expectación, incomodidad por mi cercanía y excitación en aumento.

Aunque aún no había decidido qué hacer con todo esto, decidí jugar un poco a costas de ella.

— ¿De quién era el mensaje? —pregunté en la forma más casual que pude.

Débora se sobresaltó y fue casi cómico ver cómo trataba de ocultar su sorpresa. Yo jamás preguntaba nada cuando sonaba el celular.

—Mi amor, estás raro hoy. Muy raro. Decime qué te pasa.

—Nada, ya te dije… Un mal día… Un pésimo día.

—Voy al baño y cuando vuelvo me contás.

Pasé por alto el evidente hecho de que no me había respondido y la vi tomar su celular y encaminarse al toilette.

Cuando volvió, su rostro era otro. Tenía un brillo en los ojos que, ahora me daba cuenta, era el mismo que le había visto tantas veces y yo nunca me explicaba.

—Mi amor —me dijo—. ¿No te enojas si hoy no vamos al cine…? Una amiga necesita ayuda con unos solicitudes que tiene que dar en unos días…

—Pero… ¿Tiene que ser ahora? —Se me disparó una idea muy loca—. ¿No pueden estudiar más tarde? Vamos al cine y a cenar y después te vas con tu amiga. —La miré a los ojos tratando de no perderme ni la más mínima expresión cuando dije aquello—: Así podés estar con tu amiga dándole al estudio toda la noche.

Sus ojos se agrandaron y cobraron una vida que yo no había visto jamás. No pudo evitar sonreír con lascivia y por un segundo un ramalazo de deseo cruzó su rostro.

—¡Mi amor, sos un genio! —me dijo llena de felicidad y me estampó un jugoso beso en la boca.

Con la excusa de que no tenía señal en el bar fue a hablar a la calle y nada más ver su postura corporal era evidente que no hablaba con una amiga sino un hombre a quien estaba seduciendo.

Volvimos y fuimos al cine. No pude disfrutar de la película, mi cabeza estaba en otra cosa. Imagino que ella estaría igual. En la cena le inventé un problema laboral que más o menos justificaba mi forma rara de actuar. Comimos rápido. Por razones distintas y sin que el tema estuviera sobre la mesa, ambos queríamos que nuestro encuentro terminara lo antes posible. Vaya ironía.

Sólo para molestarla y ver cómo zafaba, me ofrecí a acompañarla en taxi hasta la casa de su amiga. Se puso muy nervioso y sin palabras que decir.

—Yo… emmm… no sé… —Se dio cuenta que no podía decirme que no. Dijo—: Sí, claro.

Pero era evidente que estaba haciendo cuentas para ver qué inventaba. La liberé de la tortura. No quería arruinarle la noche, sólo divertirme un segundo.

—Aunque mejor me voy directo a casa —propuse—. ¿No te enojas? No me siento muy bien y sería mejor acostarme temprano.

Vi el alivio en todo su cuerpo.

—Como quieras —me dijo dudando—. Si te sentís mal te puedo acompañar a tu casa y después me voy a lo de Ceci —su amiga—.

Tuve que reprimir una sonrisa. Debora quería asegurarse de que yo me fuera a dormir.

—No, no hace falta. Andá a hacer lo tuyo.

Fuimos a una parada de taxis y nos despedimos con un dulce y muy sentido beso.

—Gracias por ser tan comprensivo, mi amor —me dijo. Juro que parecía que se refería a todo lo que yo estaba haciendo por comprenderla.

Se subió al taxi y fue al encuentro con su amante.

Por supuesto, yo tomé el taxi de atrás y la seguí. Entró a un hotel tres estrellas del centro. Yo esperé un par de minutos y también ingresé.

Encaré al empleado que atendía en el mostrador.

—Necesito saber a qué habitación fue la rubia que acaba de entrar.

El muchacho cambió la sonrisa aprendida en el curso de hotelería por una expresión fiera. Se puso totalmente a la defensiva.

—No, no, no, no, nooo… Un momento, acá no queremos problemas con nuestros huéspedes.

—No soy un marido celoso, si eso te preocupa —traté de calmarlo—. Soy empleado de una agencia de detectives. Sólo tengo que verificar datos. El quilombo se lo va a hacer el marido a ella el día que le pasemos la carpeta y le haga el juicio de divorcio.

—Igual, no quiero líos…

—Mirá, es simple —puse un billete de 500 pesos sobre el mostrador—. Te ganas cinco gambas, me das la habitación de al lado y nadie se entera de nada… O hago guardia afuera hasta que salga la rubia, armo un quilombo tan grande que van a venir hasta los de Crónica TV, y vas a tener que explicarle ese bardo a tu jefe… además de que te perdés las cinco gambitas…

Lo de los quinientos pesos y el miedo a la televisión resolvieron el asunto.

—Te doy la 306. Está pegada. Pero la tenés que pagar con tarjeta. Si llegas a armar lío te hago mierda la tarjeta y llamo a la “3”—se refería a la Comisaría Número 3, dela Policía— para que te demoren las 24 horas.

Le di la tarjeta y mi documento, que no me había pedido, para tranquilizarlo.

—No te preocupes, esto es un negocio. Vos te ganas tu guitarra y yo sumo puntos con mi jefe.

Una vez en la 306 pensé que el conserje me había cagado y mandado a cualquier lado. No se escuchaba nada en la habitación de al lado y no porque las paredes eran precisamente gruesas. Ni cogida, ni charla, ni nada. Luego supe que estaban en los juegos preliminares. Habrían charlado algo mientras yo me registraba y ahora estarían en la previa.

Como a los quince o veinte minutos comenzaron las acciones más sonoras. De a poco los jadeos de Debora se iban haciendo más fuertes y pronto era notorio y evidente que en la habitación de al lado estaban cogiendo como animales.