Capítulo 10
Hace años, unos días después de volver del viaje a Lanzarote, Antonio llegó sonriente al bar del Patas, dejó el bolso en la mesa del dominó y se acercó a la barra. Llevó la mano a mi hombro, la apretó y me miró fijamente. Suspiró, levantó las cejas y me puso el dedo índice de su mano izquierda frente a la cara, para hablarme lentamente con la voz grave de los momentos malos.
— Que no se te olvide, Javier. Eres un buen hijo, un buen padre, un buen marido y un hombre responsable. — Y frunció el ceño, pasando a negar con el dedo momentáneamente y añadiendo. — Yo, eso de ser un “buen hombre” y una “buena persona”, hace muchos años que no sé cómo juzgarlo. Pero lo que afirmo sí que lo sé.
Para un ho
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