Capítulo 1
Pérdidas en una remota isla del Pacífico, cinco rústicas chozas saludan al alba, con las hojas de cana de sus techos ondeando suavemente al viento. Las sombras de las chozas y los cocoteros huían furtivas de los primeros rayos de sol, que traviesos, jugaban a esconderse entre ellas.
Desde lejos, las olas iban y venían indecisas, recortándose azul verdosas contra el horizonte.
Tres figuras salen repentinamente de una de las chozas, pertenecen a dos chicos y una chica. Los chicos se adelantan corriendo, riendo, saltando y bromeando entre ellos; ella, en cambio, camina despacio mientras se despereza, como si no estuviera para nada interesada en los retozos de los otros dos.
Van desnudos, su piel brillante con los rayos del sol matutino. La piel de los chicos brilla por el bronceado y el aceite de coco, la de ella, como nativa, por la melanina. La chica no parecía preocupada ni adolorida por la radiación sobre la arena, sus plantas ya estaban adaptadas; contrario a ellos, que se desplazaban dando saltos.
Luego de unos veinte minutos de caminata, llegan a un tupido manglar. El agua es transparente y potable allí, y un banco de pececillos de colores huye de ellos, insertándose entre las raíces de mangle.
La chica se sienta en una de las gruesas raíces que sobresalen del agua, los chicos hacen lo propio en la raíz opuesta. Sus piernas se tocan. Los chicos juguetones y riendo, erizan los vellos de las piernas de la chica con los dedos de sus pies; ella trata de esquivarlos y finge no prestarles atención.
—Bien, Anilem— Alessio say— ¿Puedes cantarnos esa canción que tanto nos gusta, la de la niña y las estrellas?
Con su cabeza vuelta hacia la playa, la chica parece recordar tiempos lejanos.
—La detesto, es muy triste— respondió sin volverse.
—¡Vamos!— la animaban— ¡Solo una vez más! Para nosotros.
Claro, aquí está la traducción al español del texto proporcionado:
Ella entonces giró la cabeza hacia ellos y los miró a ambos a los ojos con seriedad por primera vez desde que salieron de las cabañas. En ese momento, Alessio quiso arrancarle la lengua de cuajo a Giorgio.
—Desde su llegada aquí siempre es lo mismo con ustedes. Es el mismo problema con ustedes, los blancos, sin importar de dónde vengan.
Las olas susurrantes se volvían ahora más fuertes, como si reflejaran la amargura en las palabras de Anilem.
—¡Jugué a todos sus juegos infantiles, modelé para sus estúpidas fotos, incluso me rasuré ahí debajo para ustedes!— les gritó— Cuando mi abuela me vio por primera vez así se quiso morir… y ahora, estoy aquí, cediendo a sus caprichos nuevamente.
Alessio bajó la cabeza y suspiró al notar que algo parecía cambiar entre ellos, llevándose su entusiasmo previo.
—Nunca te obligamos a nada— dijo Alessio en voz baja.
—No diría eso, también es posible forzar a alguien suavemente— respondió Anilem.
Giorgio, sintiendo el deseo de orinar, se dio la vuelta hacia ellos, balanceándose con dificultad sobre la raíz resbaladiza. El sonido del chorro era claro, como si hiciera una melodía con las olas.
—¡No orines allí!— lo reprendió— Enojarás a Bafume, la guardiana de la naturaleza.
Alessio miró desde su perspectiva la desnudez de Giorgio. Tenía algo de grasa en el torso y los hombros, pero su trasero era firme.
Giorgio se dio la vuelta tan rápido que tuvo que mantenerse firme sobre sus pies y extender los brazos para no caerse de la raíz.
—Bueno, entonces por este lado— dijo.
El chorro de orina de color ámbar salió de su pequeño, casi infantil pene, cayendo sobre los hombros y senos de Anilem, quien no tuvo tiempo de protegerse.
—¿Nunca dejarán de comportarse como tontos?— preguntó obviamente enojada—Nunca entenderé esta devoción de ustedes, los extranjeros, por la juventud e inmadurez… para nosotros es justo lo contrario, envejecer es una gran ventaja, sabiduría, experiencia; queremos ser viejos desde nuestra infancia… Tengo 25 años y no quiero comportarme así.
—Entonces hazlo por última vez,— sugirió Alessio— Para despedirte de tu adolescencia.
—Ya tuve mi ritual de transición hace 10 años…
Giorgio resbaló intencionalmente para volver a sentarse sobre la raíz del manglar, y luego tomó una ramita de manglar que flotaba cerca.
—Lo tendrás de nuevo—, anunció Giorgio, tratando de hurgar entre los muslos de Anilem con la punta de la ramita.
Lo logró por un momento y, contra su voluntad, Anilem tembló y suspiró tímidamente.
Ella abrió un poco más los muslos, invitando a Giorgio a continuar su juego. Mientras tanto, Alessio acariciaba el cabello rizado de Giorgio.
Anilem continuó temblando; el vello en su piel bronceada se erizó y sus pechos se pusieron firmes, como si siguieran el ritmo de sus suspiros. La ramita continuó ganando espacio dentro de ella, profundizando entre sus labios y mostrando gradualmente el rojo y la madurez de la fruta prohibida. Tan intensa era la excitación de Anilem que no reparó en el chapoteo del agua ni sintió el reemplazo de la ramita por el calor de los dedos de Giorgio.
Anilem se escuchó a sí misma gemir como en un sueño, pérdida profundamente en su propio deseo.
Alessio atrapó uno de los pezones de Anilem, que se balanceaba duro y bronceado al ritmo de sus movimientos. Lo hizo girar demandante entre sus dedos y luego lo tocó suavemente con su lengua. En algún lugar de su mente, Anilem seguía siendo dueña de sus pensamientos, pero no tanto de sus respuestas; se sorprendió de la rapidez con la que olvidó su resolución anterior, preguntándose por qué siempre era lo mismo con estos chicos.
Giorgio ahora lamía su néctar, haciendo ondas con su lengua, como si dudara, y luego se sumergió dentro. La voz de Anilem estaba en crescendo, sus gemidos casi ahogaban el sonido de las olas y sus movimientos dificultaban a los jóvenes manejarse.
Con un gemido profundo y casi gutural, Anilem entregó sus jugos agridulces en el paladar de Giorgio, quien los saboreó hasta la última gota.
Alessio se amamantaba en ese momento de los pezones de aquella isleña tan especial, mientras con la punta de su pie derecho hurgaba bajo la espalda a Giorgio.
Anilem reclamó la boca de Alessio, quizás buscando en las profundidades de su paladar la respuesta que se escurría esquiva en su pensamiento.
Giorgio tenía ahora una erección y se retrajo el prepucio. Anilem se estrechó contra él, presionando su sexo contra su virilidad, hasta sentir a Giorgio ganando cada vez más terreno dentro de ella.
Tras cada embestida Giorgio besaba a Alessio, deleitándose en la carnosidad de sus labios antes de invadir sus profundidades, tan bien conocidas por él.
La fragancia embriagadora del aceite de coco sobre sus pieles se sumaba a su excitación, su piel se hacía resbaladiza y el aroma a cocoteros se impregnaba en sus palmas.
Alessio se acomodó tras Giorgio y lo reclamó para sí, con urgencia animal, aunque sin separarlo del abrazo de Anilem y sintiendo sus uñas casi clavarse en sus carnes.
Anilem lanzó un gemido tan descomunal que espantó a algunas aves cercanas, mientras se estremecía fuerte y presionaba con sus labios la base del pene de Giorgio.
Una vez repuesta de la intensidad de su propio orgasmo, Anilem tomó a Giorgio del tronco y lo introdujo en su boca, mientras el chico era aún presa de Alessio.
Giorgio sabía salado y amargo, su balano se ajustaba al hueco de su paladar hasta entregar su carga viscosa en la garganta de Anilem.
Giorgio a su vez oía los gemidos de Alessio y Anilem confundirse con los suyos y poco más adelante, sintió los jugos de su compañero deslizarse en su interior.
Los tres se sumergieron en el agua, apoyando sus nucas en la raíz del mangle. Anilem vio pasar una gaviota muy alto sobre sus cabezas, graznando fuerte mientras planeaba, y sin saber por qué, se preguntó si habría sido testigo de su encuentro.
— Ves, pudiste detenernos en el momento en que quisieras y no lo hiciste- observó Alessio.
— ¡Que comentario tan básico! Luego los primitivos somos nosotros.
Siguieron intercambiando impresiones y haciendo confidencias al ritmo del vaivén de las cristalinas aguas del manglar. Respirando al calor de sus ansias y disfrutando de su mutua compañía.
Bajo el agua, Giorgio jugaba con los labios y el clítoris de Anilem, sentía ganas imperiosas de tocar a Alessio, pero estaba fuera de su alcance al otro lado. Anilem seguía con sus propios dedos las maniobras de Giorgio y lo incitaba traviesa ensanchando todo lo que podía y llevando sus dedos a sus labios.
— ¿Dónde aprendiste eso?— oyó preguntar a Alessio.
— En un video que me mostró un viejo gordo que vino hace dos años en un crucero.
— ¡Maldito turismo de masas!- gruñó Giorgio a su lado.
Los peces superando su inhibición inicial, nadaban y se escurrían entre sus pies.
Alessio besó largamente a Giorgio por detrás de la Nuca de Anilem, está soltó una risita.
—¿Qué es tan gracioso?— preguntó Giorgio de forma retórica.
— Ustedes— contestó Anilem encogiéndose de hombros.
El rumor de las olas, que su excitación no le permitía apreciar, se distinguía ahora nítidamente, acompasado por el canto de las gaviotas y las tijeretas; la brisa marina les erizaba la piel y los pezones.
— ¿Por qué nosotros? Llevas ya un mes de conocernos y sabes de nuestra condición ¿No habías visto a otras parejas así llegar por aquí?
— Pues la verdad, no y aunque aquí conocemos ese tipo de relación y no hay problemas con ella, no es muy común en la adultez, sino entre los muchachos en los meses anteriores a su ritual de paso.
Hubo un silencio cómplice entre los tres, que ninguno se atrevía a romper; aquel parecía ser un acuerdo tácito para prolongar los juegos.
Los tres salieron del agua, Alessio y Giorgio erectos, Anilem expectante. Se internaron en un matorral cercano, pisando de camino conchas trituradas y sintiendo bajo sus plantas el calor de los granos de arena y la radiación sobre los vellos mojados de sus pantorrilla. Alessio y Giorgio iban a saltos, Anilem caminaba sin inmutarse.
Los labios y el clítoris de Anilem se rozaban suavemente con cada paso enviando vibraciones por todo su cuerpo, aún le costaba acostumbrarse a la depilación
Ella tenía sentimientos encontrados, por un lado la lealtad a su pueblo y sus tradiciones, que parecían fuertemente confrontadas ahora por toda la desinhibición y el liberalismo de esos dos y por otro lado su propio placer, frente al que poco a poco iba sintiéndose menos culpable. Eso era precisamente lo que la preocupaba, pero su mente y su conciencia en aquel momento parecían tan débiles como el llanto de un chiquillo en medio de la inmensidad de un abismo, ahora era presa de esos muchachos y sentía que debía ir por más.
Ella pasó al frente y los guió hasta un claro donde alguna vez de chicas ella y sus compañeras levantaron una choza de juegos; si accedería a seguir con aquellos encuentros al menos tomaría la iniciativa.
Tanto Alessio como Giorgio parecieron sorprendidos por su repentino cambio de actitud, pero no comentaron nada al respecto.
Anilem tomó junto a ellos hojas anchas de un árbol cercano y las dispuso sobre el suelo, que allí no era de arena. Se recostó allí y los invitó a ellos a tumbarse a su lado, sus ojos negros y rasgados los miraban incitadores, mientras abría sus labios con sus dedos.
—¿Eso también lo aprendiste viendo los videos del viejo ese?— preguntó Giorgio.
Ella rió con ganas.
—No, esto es local.
Ambos se acercaron hacia su sexo y se deleitaron con aquel jarabe Giorgio se sentía algo extraño, en aquel punto; por un momento cruzó por su mente un pensamiento inquietante, si su estadía en aquella isla se prolongaba, aquella inusual relación podría terminar en alguno de los dos decidiéndose por Anilem o en ella escogiendo entre él y Giorgio o ellos renunciando a ella para reanudar su relación… cualquiera que fuera el desenlace alguien saldría herido.
Mientras Giorgio mordisqueaba ligeramente el clítoris de Anilem, Alessio se apoderaba de sus labios. Sus lenguas se encontraban y se entrelazaban de vez en cuando.
Anilem se arqueaba y se escuchaba a sí misma gemir; sentía que estaba perdiendo control sobre la situación, una vez más se había quebrantado su resolución y se culpaba por eso.
Los tres habían cruzado la línea, llegando tan lejos, que ya no sabían cómo regresar ni eran ya los mismos de antes.
Así de alienante y confusa debía ser una relación entre extraños que no se conocían de nada, sobre todo si venían de mundos tan diferentes…
Tras su orgasmo, Anilem contemplaba sentada como los chicos se exploraban y tocaban, Giorgio lamía el perineo de Alessio… la invitaron a unirse pero ella los rechazó cortésmente. No podría poner sus pensamientos en perspectiva a menos que no parara de unirse a ellos por un momento.
— ¿Cuál es mi nombre completo y que es lo que más me gusta?
Giorgio paró por un momento de felar a Alessio, confundido por lo repentino de la pregunta.
—¿A qué viene eso ahora?
— ¡Solo respondan! – exigió Anilem.
Los chicos se sentaron de piernas cruzadas sobre las hojas.
— Bueno, tu nombre tribal es difícil de recordar y más aún de pronunciar y creo que dijiste que te gustaban mucho las flores de…
— Malalaka— concluyó Anilem— y mi nombre completo es Anilem Busaka Mapanga Deka Mitoka Onga… si no estuvieran interesados solo en tener conmigo una relación física, sabrían esto e incluso preguntaran más detalles sobre mi o las costumbres de mi pueblo…. Pero siempre es así con todos los que llegan aquí, para ustedes los blancos todo lo nuestro les pertenece, nuestros recursos, nuestras tierras, nuestras vidas y hasta nuestros cuerpos… las de aquí solo somos eso, cuerpos sin nombre y sin personalidad…
— ¿De dónde venimos?¿Cómo nos conocimos Alessio y yo??¿Cómo se llaman nuestros padres?¿Cuál es nuestra comida favorita?
Alessio, conciliador en aquel momento, trataba de calmar a Giorgio tomándolo de los hombros, pero este lo rechazaba.
— Esa no es una comparación justa, desde que supieron de nosotros y de estas islas han llegado tantos de ustedes aquí, que hace mucho que dejaron de interesarnos sus historias o su procedencia… yo misma desde que tengo uso de razón ya he visto llegar con este 10 barcos cargados de turistas…
— Y varios de ellos te interesaron por lo físico, no te hagas la mansa… acabas de decir que es asimismo con todos, entonces has estado con muchos… es también como dices, nosotros queremos follar con las exóticas y ustedes quieren tirarse a los turistas… para ustedes nosotros tampoco somos más que pedazos de carne, cuando no su boleto para salir de aquí…
Giorgio estaba enrojecido y jadeaba, en tanto Anilem había ocultado la cabeza entre los brazos y sollozaba rítmicamente. Giorgio repentinamente arrepentido de su verborrea se aproximó a ella junto a Alessio para disculparse, pero Anilem los rechazó a ambos de un manotón y se fue corriendo entre la maleza…
Alessio y Giorgio se quedaron por un momento sin saber cómo reaccionar.