Capítulo 1

Me llamo Pablo, la historia que voy a contar relata lo que mi mamá fue capaz de hacer por mi hermano. Por aquel entonces tenía 21 años y soy el hijo mayor de mi familia. Tengo un hermano menor llamado Arturo, que es dos años menor que yo.

Mi madre, Viridiana, es una mujer muy sensual. La verdad es que se conserva muy bien a sus 40 años. No es muy alta, mide 1.65 metros, es delgada, tiene unos pechos grandes, tez blanca y conserva un trasero muy definido. Siempre la vi como una mujer que procuraba a su familia y que amaba a mi padre bastante. Para mí, eran la pareja perfecta; eran cariñosos entre ellos y muy melosos, pero esa imagen que tenía de ella desapareció. Mi madre era viuda, trabajaba en su propio negocio de serigrafía y sublimación textil, había transformado el garaje en un taller donde ella trabajaba.

Todo comenzó una tarde, acompañé a mi mamá a una reunión de padres en la escuela de mi hermano. Él era del turno vespertino. Recuerdo que estábamos en un salón con un profesor discutiendo temas de calificaciones y comportamiento de mi hermano. El profesor, un hombre de mediana edad con gafas y aspecto serio, se dirigió a mi mamá:

«Señora, su hijo Arturo tiene problemas para integrarse con sus compañeros. Se niega a participar en actividades grupales y en educación física, se esconde para no entrar a clase,» dijo el profesor, mirando sus notas.

Mi mamá, tratando de mantener la compostura, respondió: «Gracias por informarme, profesor. Haré lo posible por hablar con él y mejorar su comportamiento.»

Luego, pasamos a hablar con el director. El director, un hombre imponente con una presencia autoritaria, nos recibió en su oficina. «Señora, el comportamiento de su hijo no es normal. Ha habido incidentes donde ha sido agresivo con otros estudiantes y profesores. Creo que lo mejor para él sería acudir a una escuela especial,» dijo el director, sin rodeos.

«¿A qué se refiere con que su comportamiento no es normal?» preguntó mi mamá, tratando de entender mejor la situación.

El director suspiró y continuó: «Arturo. Tiene dificultades para interactuar socialmente, le cuesta mantener conversaciones y a menudo se aísla de los demás. También ha habido episodios de agresividad inesperada, como cuando empujó a un compañero solo porque se acercó a su mochila. Estos son signos claros de que necesita un entorno más estructurado y especializado.»

Mi mamá, visiblemente incómoda, respondió: «Gracias por su consejo, director. Lo tendré en cuenta.»

No entendía cómo mi madre no se daba cuenta de cómo era mi hermano o, mejor dicho, no lo quería aceptar. Mi hermano siempre ha sido una persona retraída, muy solitaria. Había ocasiones en las que hablaba solo e inventaba cosas. A veces, se quedaba mirando fijamente a la nada durante largos períodos, como si estuviera en otro mundo. También tenía la manía de tomar cosas que no eran suyas y se ponía muy nervioso si alguien se las quitaba. Mentía mucho, incluso sobre cosas insignificantes, y a menudo se inventaba historias sobre sus amigos imaginarios. En una ocasión, dijo que había sido invitado a una fiesta en la casa de un compañero de clase, pero resultó que ese compañero ni siquiera existía. Su comportamiento era impredecible y a veces agresivo; en el colegio, había empujado a un compañero porque se había acercado demasiado a su mochila. Todo esto me preocupaba, pero mi madre parecía no verlo o no querer verlo.

Cuando terminó la reunión eran las 7 de la noche, nos fuimos a casa. En el camino, mi mamá le llamó la atención a mi hermano, como si su comportamiento cambiará con un simple regaño.

«Arturo, ¿por qué te comportas así en la escuela? Necesitas esforzarte más y hacer amigos,» dijo mi mamá, con un tono de voz que mezclaba preocupación y frustración.

Arturo, con la mirada fija en la ventana, respondió: «No me gusta estar con ellos. Son estúpidos y no me dejan en paz.»

Mi mamá suspiró, sin saber qué más decir. «Solo intenta adaptarte, hijo. Todo será mejor si lo haces,» insistió.

Arturo no respondió, y el resto del viaje transcurrió en silencio, lleno de tensión y preocupación por el futuro de mi hermano.

Cuando llegamos a casa, la situación se volvió caótica. Arturo comenzó a romper sus cosas, era la primera vez que mi mamá y yo veíamos esa actitud tan agresiva. Empezó por tirar sus libros y cuadernos al suelo, desgarrando las páginas con furia. Luego, se dirigió a su escritorio y lanzó al suelo todo lo que había encima, incluyendo su computadora, que se estrelló contra el piso con un ruido ensordecedor. Mi mamá, tratando de calmarlo, se acercó a él, pero Arturo, en un arrebato de ira, le aventó una lámpara que por poco le da en la cabeza.

Intervine y le dije a mi mamá que lo dejara en paz, que se cansaría tarde o temprano. Nos salimos de su habitación y cada quien se fue a su habitación. Poco a poco, el silencio invadió la casa, pero finalmente se calmó.

Por la noche, escuché ruidos que provenían de la habitación de mi madre. Me levanté y, al salir de mi habitación, noté que la habitación de mi hermano estaba abierta. Dentro, todo el desastre que había hecho mi hermano aún estaba ahí, como un recordatorio de la tormenta que había pasado. Volví a escuchar los ruidos y me di cuenta de que provenían de la habitación de mi madre.

La habitación de mi madre estaba pegada a la mía, y escuchaba unos quejidos. Toqué a la puerta y los quejidos se detuvieron, pero nadie abría. Volví a insistir: «Mamá, ¿estás bien?» pregunté, con una creciente sensación de inquietud. Mi madre respondió: «Sí, estoy bien, pero no abras la puerta.» «¿Puedo pasar?» pregunté, cada vez más preocupado. Un silencio se apoderó del lugar. Nuevamente toqué a la puerta, más fuerte esta vez. «Mamá, ¿qué está pasando?» exclamé, con el corazón latiendo con fuerza.

Finalmente, mi mamá abrió la puerta. Estaba despeinada, se veía agitada por su forma de respirar. «Estoy bien, cariño. Vete a dormir,» dijo, tratando de sonar tranquila, pero su voz temblaba ligeramente. Detrás de ella, escuché dentro de la habitación a mi hermano gritar: «¡Dile que se largue!» La voz de Arturo sonaba enfadada y autoritaria. «Mamá, ¿qué está pasando?» pregunté de nuevo, sintiendo un nudo en la garganta.

«Nada, hijo. Solo que tu hermano no podía dormir y me pidió dormir conmigo,» respondió mi mamá, con una sonrisa forzada. «Mamá, suena molesto. Me preocupa que te haga algo,» insistí.

«No tienes que preocuparte, hijo. Venga, vete a dormir,» ordenó mi mamá, con un tono que no admitía réplica.

Regresé a mi habitación y traté de escuchar a través de la pared, pero lo único que alcancé a escuchar fue a mi madre hablando bajo: «Espera a que se duerma tu hermano.»

Al día siguiente, mi hermano no fue al colegio. Cuando entré a casa, lo vi viendo una película en la sala. Mi mamá estaba en la cocina preparando la comida. «¿Por qué no fue Arturo al colegio?» pregunté, con una mezcla de preocupación y curiosidad.

«Tengo un acuerdo con tu hermano, pero la siguiente semana ya irá con normalidad,» respondió mi mamá, evitando mi mirada.

«¿Qué acuerdo?» pregunté, cada vez más confundido.

«No le des importancia, solo es cosa de él y yo. Ahora, deja tus cosas, ya casi está la comida,» agregó mi mamá, cambiando de tema y tratando de sonar despreocupada.

Terminamos de comer y mi mamá me pidió acompañarla a hacer algunas compras. Ella le dijo a mi hermano que él también iría con nosotros. Arturo se molestó, diciendo: «No quiero ir.»

Mi mamá se acercó a él, le apagó la pantalla y le dijo: «Tenemos un acuerdo. Quedaste en que me obedecerás.»

Arturo la miró molesto, pero se levantó. «Vale, está bien. Vamos,» respondió, resignado.

Fuimos al centro comercial a comprar algunas cosas que hacían falta en la casa. Mi mamá se detuvo en la ropa de mujeres, y yo y mi hermano la esperábamos. Luego, él comenzó a caminar por los pasillos. Lo miré sin perderlo de vista, no quería que hiciera algo loco ahí. Luego, vi que estaba viendo prendas. Tomó algunas y las llevó con mi mamá: era una puti vestido rosa y una lencería roja. Mi mamá lo miró sorprendida y le dijo: «Hijo, esto…»

Arturo la miró, diciendo: «Quiero que los uses.»

Mi mamá se sorprendió aún más. «No, hijo, esto es muy atrevido. No acostumbro a vestir así,» respondió, incómoda.

Arturo le ordenó: «Quiero que los uses. ¿Entendiste?»

En ese momento, intervine: «Hey, no le alces la voz a mamá. Te está diciendo ella que no…»

Mi mamá nos tranquilizó a los dos. «Está bien, no es para que peleen. Lo haré como parte de nuestro acuerdo,» dijo,pero hay que buscar uno de mi talla dijo ella, mi mamá fue con ella a donde lo había tomado, busco uno de su talla y luego lo puso con las demás cosas que íbamos a comprar.

De regreso a casa, mi hermano comenzó a molestar a mi mamá exigiendo que se pusiera la ropa que había comprado. Mi mamá, finalmente desesperada por la presión de mi hermano, aceptó ponérsela con tal de que estuviera tranquilo. Mi mamá se cambió en su habitación. Salió con el puti vestido rosa; al caminar, se le subía el vestido, mostrando que también se había puesto la lencería roja, luciendo más sensual que nunca. Su escote era pronunciado, realzando sus pechos, y sus piernas se veían largas y tonificadas. Arturo la miró con deseo, sus ojos recorriendo cada curva de su cuerpo con una sonrisa traviesa.

Mi mamá se sonrojó ligeramente, pero no dijo nada. Se dirigió a la cocina a preparar la cena, moviéndose con una gracia que nunca había visto en ella. Arturo la siguió con la mirada, claramente excitado. Yo, por mi parte, no podía quitarle los ojos de encima, admirando cómo la tela se ajustaba a sus formas.

Durante la cena, la tensión era mayor. Arturo no dejaba de mirarla, y mi mamá, aunque trataba de actuar con normalidad, parecía incómoda. «Arturo, por favor, deja de mirarme así,» dijo finalmente, con un tono que mezclaba irritación y algo más.

Después de cenar, mi mamá se levantó para lavar los platos. Arturo se ofreció a ayudarla, y yo me quedé en la mesa, observando. Mientras lavaban, Arturo se acercó a mi mamá por detrás y le susurró algo al oído. Ella se tensó, pero no se apartó. Luego, Arturo comenzó a acariciar sus hombros.

«Arturo, no deberíamos…» comenzó a decir, pero su voz se apagó cuando él empezó a besar su cuello. Yo, desde mi posición, podía ver cómo las manos de Arturo se movían bajo el puti vestido, explorando sus muslos. Mi mamá se apoyó en el fregadero, mientras Arturo la tocaba con creciente intensidad.

Me levanté molesto. «¡Ya deja de molestar a mamá!» grité.

Ella reaccionó, se puso muy roja de la cara, me miró, pero de inmediato apartó la mirada. «Tu hermano tiene razón,» dijo, «no es forma de tratarme.» Pero su voz no era convincente.

Mi hermano tomó un plato y me lo lanzó. Mi mamá trató de calmarlo, lo abrazó. «¡Tranquilo, cariño!» le decía, y él solo aprovechó para abrazarla más fuerte. Ella se separó un poco de él y me dijo: «Hijo, hay que tenerle paciencia a tu hermano. No lo hizo con afán de faltarme al respeto. Por favor, entiéndelo.»

No podía creer que lo defendiera. Sentí como si yo hubiera sido el malo en ese momento. En mi enojo y mi aberración, le grité a mi mamá: «¡Eres una idiota!» y me fui a mi habitación.

Después de un momento, ya más calmado, me sentí mal por cómo le había hablado a mi mamá. Habían pasado como una hora y estaba en mi cama, acostado, arrepentido de lo que dije. Me levanté y bajé a hablar con mi mamá para pedirle disculpas.

Cuando bajé, mi mamá no estaba ni en la cocina ni en la sala. Subí y toqué la puerta de su habitación; no hubo respuesta. Abrí y no estaba ahí. Mi hermano tampoco estaba en su habitación. Solo quedaba un lugar y era su taller. Bajé y me dirigí al taller de mi mamá. No tenía puerta, solo una cortina estilo japonés. Así que, desde que me acerqué, vi la luz encendida. Estaba por entrar cuando vi a mi mamá parada frente a mi hermano. Él estaba sentado en un taburete, tenía el pantalón abajo y se estaba masturbando mientras miraba a nuestra mamá. Mi mamá solo estaba de pie, ni siquiera lo miraba; ella veía para el otro lado, como si no quisiera tener contacto con él.

«Súbete el vestido,» ordenó mi hermano.

Y ella lo hizo. «Qué genial, te queda esa lencería,» dijo mi hermano.

«Por favor, date prisa, hijo,» dijo mi mamá.

«Súbelo más,» volvió a decir mi hermano.

Y una vez más, mi mamá obedeció, dejando ver, desde donde yo estaba, todo su trasero.

«Date vuelta,» ordenó mi hermano.

Y mi mamá lo hizo sin decir nada. «Ven acércate más, mamá,» dijo mi hermano.

Ella se acercó a él, dándole la espalda. De inmediato, comenzó a tocar con una mano las nalgas de nuestra mamá mientras con la otra se seguía masturbando. «Inclínate hacia adelante,» pidió mi hermano.

Y ella lo hizo, sosteniéndose en sus propias rodillas. «Hijo, por favor, acaba de una vez,» suplicó mi mamá, pero él estaba entretenido, mirando y tocando su trasero. Mi hermano dejó de masturbarse solo para usar ambas manos y abrir las nalgas de mamá. Le bajó la tanga roja y comenzó a admirar su sexo. En eso, mi mamá se apartó bruscamente. «¡Eso sí que no!» dijo con un tono molesto. «Te dije que no te dejaría nunca penetrarme,» añadió, igualmente molesta.

Mi hermano se enojó. «¡No te estoy penetrando!» dijo, molesto. «¡Me metiste los dedos! ¡Eso es penetrar!» replicó mi mamá, igual de molesta.

Mi hermano dio un golpe a una mesa cercana. «¡Cálmate! ¡Recuerda nuestro trato!» dijo mi mamá.

«¡Ese trato es una mierda!» exclamó mi hermano, enojado. «Entonces quiero que me lo chupes, como la noche anterior,» ordenó.

«No te dije que esa fue la única ocasión,» respondió mi mamá, con firmeza.

Mi hermano, molesto, tomó una de las planchas que usa mi mamá para hacer las impresiones en las playeras. La iba a lanzar, pero mi mamá lo detuvo. Yo estaba aún en shock por todo lo que estaba mirando y lo que había escuchado. En eso, mi mamá le alzó la voz a mi hermano. «¡Ya, Arturo, pero esta vez sí va a ser la última vez!» dijo ella, enojada.

Lo sentó nuevamente en el taburete y ella se puso de rodillas frente a él. Mi mamá comenzó a hacerle sexo oral, tomándolo con ambas manos y moviendo la cabeza de arriba abajo con una intensidad que me dejó sin aliento a mi hermano. Sus labios se deslizaban sobre la piel sensible de mi hermano, creando un sonido húmedo y erótico. Arturo echó la cabeza hacia atrás, gimiendo de placer mientras sus manos se enredaban en el cabello de mi mamá, guiando su ritmo.

«Así, mamá, así,» jadeaba Arturo, con la voz entrecortada por el deseo. «Me encanta cómo lo haces.»

Mi mamá, a pesar de su enojo, parecía sumergida en el acto, moviéndose con una habilidad que revelaba experiencia. Sus ojos estaban cerrados, concentrada en dar placer a mi hermano.

«Mamá, más rápido,» exigió Arturo, empujando ligeramente su cabeza hacia abajo. «Quiero sentirte más profundo.»

Mi mamá obedeció, aumentando el ritmo y tomando más de él en su boca. Los sonidos de succión y los gemidos de Arturo llenaban el taller, creando una sinfonía de lujuria. Sus caderas se movían involuntariamente, buscando más fricción, más placer. Arturo comenzó a introducir más su pene en la boca de mi mamá, al punto de que estaban haciendo una garganta profunda. Mi mamá se esforzaba por mantener el ritmo, con lágrimas en los ojos por el esfuerzo, pero no se detuvo. La visión de su garganta expandiéndose y contrayéndose mientras tomaba a Arturo hasta el fondo era hipnotizante y extremadamente erótica.

«Así, mamá, así,» jadeaba Arturo, con la voz entrecortada por el deseo. «Me encanta cómo lo haces.»

Mi mamá, a pesar de su enojo, parecía sumergida en el acto, moviéndose con una habilidad que revelaba experiencia. Sus ojos estaban cerrados, concentrada en dar placer a mi hermano.

«Mamá, más profundo,» exigió Arturo, agarrando su cabello con más fuerza, guiando su cabeza hacia abajo. «Quiero sentirte en lo más hondo.»

Mi mamá obedeció, relajando su garganta para tomar a Arturo aún más profundo. Los sonidos de succión se volvieron más intensos, mezclados con los gemidos de Arturo y los leves jadeos de mi mamá por el esfuerzo.

«Estoy cerca, mamá,» advirtió Arturo, con la voz tensa por la inminente liberación. «No te detengas.»

Mi mamá no se detuvo. Siguió moviendo sus manos trabajando en sincronía con su boca, llevando a Arturo al borde del abismo. Con un último gemido gutural, Arturo se tensó, y mi mamá lo sintió pulsar en su boca, liberándose completamente.

Cuando terminó, mi mamá se apartó lentamente, limpiándose los labios con el dorso de la mano. Se puso de pie, con una mezcla de alivio y cansancio en su rostro. Arturo, aún jadeando, la miró con una sonrisa satisfecha.

«Gracias, mamá,» dijo, con la voz suave. «Sabes cómo hacerlo.»

Mi mamá asintió, evitando su mirada. «Espero que ahora estés contento y te comportes con normalidad,» respondió, con un tono que no admitía réplica.

Arturo se levantó del taburete, ajustándose la ropa. «Sí, mamá. lo que digas.»

«Vamos, es tarde. Será mejor que nos vayamos a dormir.» dijo mi mamá

Me alejé del pasillo y ellos salieron del taller, dejando atrás la intensidad de lo que acababa de ocurrir. Yo, todavía en shock, me quedé allí por un momento, tratando de procesar lo que había visto. La imagen de mi mamá de rodillas, dando placer a mi hermano, se grabó a fuego en mi mente, un recuerdo que nunca podría olvidar.