Capítulo 1
La fiesta I
Narrador
El gran día llegó. La noche esperada. La fiesta organizada. Los nervios de no saber qué ponerse. Los nervios de saber lo que iba a pasar. Las ganas de que llegara el momento.
Massiel:
—No sé qué ponerme… —le dijo, parada frente al clóset, un brasier en la mano, otro en la cama—. Quiero verme atractiva, sexy, sucia… pero no vulgar.
Narrador
En el chat del grupo, las sugerencias habían llovido: diablita, angelita, conejita Playboy, maestra, colegiala, lencería atrevida que para Massiel enseñaban más de lo que quería mostrar. Entre pruebas de ropa, miradas al espejo, ropa tirada en la cama, Massiel se quedó mirando una diadema con orejitas: la misma que su hija usó en un festival de primavera.
Massiel
Se miró en el espejo, las orejas en la mano. —Lo tengo —sonrió, girándose a Ugo—. Ya sé cuál será mi disfraz. Pero tendrás que esperar. Será sorpresa: coqueto, sexy… pero no vulgar.
Ugo:
—No importa lo que te pongas, amor —le dijo él, sentado al borde de la cama, mirando algún video en su teléfono—. Tú siempre te ves bien. Siempre.
Narrador Externo
Y Massiel empezó a transformarse. Una minifalda negra, no demasiado corta, pero justa para dejar ver el inicio de ese trasero firme, llamativo sin ser obsceno. Medias de encaje sujetas con ligueros que abrazaban sus muslos morenos, gruesos, firmes. Botas altas, negras, la excusa perfecta para hacerla sentir más atrevida de lo que ella se atrevía a decir. Arriba, un sostén de encaje negro que apenas contenía sus senos suaves, coronados por un escote apretado bajo una blusa negra ajustada, fina, lo bastante ligera para poder subirse rápido, sin quitar nada, cuando llegara la hora de jugar. Bajo la falda, una tanga de hilo, diminuta, tan negra que, si alguien se asomaba , juraría que no llevaba nada.
Massiel no era de mucho maquillaje: solo lo justo. Un labial discreto, un delineado rápido para enmarcar esos ojos que se bajan cuando la miran mucho rato. Se puso la gabardina negra, se ajustó las orejitas frente al espejo y se giró a Ugo.
Ugo:
La miró de arriba abajo. Sonrió.
—Te ves hermosa, amor. Vas a ser la sensación. Quiero ver las caras cuando te vean… y quiero ver qué hace Raúl cuando te vea. Se va a quedar seco.
Narrador
Salieron de casa, caminando deprisa bajo la noche fría. Massiel mantuvo la gabardina cerrada, tapándose como si de verdad pudiera tapar esas ganas que la mordían por dentro. Al llegar, la música retumbaba en la sala de la casa que todos conocían: luces bajas, sofás arrimados, bebidas corriendo, risas de parejas que entre semana se cruzaban en la calle como vecinos comunes. Las chicas, disfrazadas como lo prometieron: diablitas de sexys, angelitas apenas vestidas, maestritas con faldas más cortas que la decencia. Massiel se sintió pequeña, sencilla, tímida. Vio a una diablita —vestido lila entallado, vinipiel, cuernitos, escote abierto hasta la cintura— y su bisexualidad salio, le picó la lengua.
Ugo miró a la diablita con deseo. Se lo notó en los ojos. Pero no, esa noche era para otra cosa.
Massiel:
—Llegamos, chicos… —dijo, desabotonando la gabardina, la voz apenas un susurro.
Los hombres en la fiesta la rodearon de silbidos. —¡Que se lo quite! —gritaron algunos, entre risas.
Massiel bajó la mirada, roja hasta las orejas. Se mordió el labio. Se quitó la gabardina despacio, dejando ver la falda, el encaje, las orejas de gatita improvisada. Silbidos, risas, un “Arañame, gatita”, un “Muérdeme”. Ella, cohibida, no dijo nada. Se encogió de hombros, medio rió, deseando meterse de nuevo en el abrigo… pero sabiendo que era tarde.
Ugo:
Le susurró al oído, pegado a su cuello: —¿Ves? No hay nada de qué preocuparse. Les gustaste. Y Raúl… bueno, Raúl dijo que llegaba tarde. No te escondas. Vamos a divertirnos.
Narrador
Las horas pasaron. Bebieron, charlaron, rieron. Massiel, al tercer vaso, se soltó un poco: dejaba que manos ajenas rozaran su cintura, que alguna mujer la besara en un rincón. Ugo miraba, orgulloso, deseándola cada vez más. Parejas conocidas se acercaron a proponer: “¿Un intercambio rápido?”. Ugo decía que no, que hoy era diferente. Lupita y su esposo, la diablita de vinipiel, se acercaron a tentar. Ugo se relamió. Massiel, roja, desvió la mirada.
La música seguía. Algunos ya se besaban descaradamente en sillones, otros subían a cuartos prestados. Unos esposos roncaban rendidos mientras sus mujeres buscaban otras manos para terminar la noche.
Ugo:
Se le acercó, la tomó de la cintura.
—Massy, amor… ya llegó Raúl. Ven, vamos a saludarlo. Que te vea.
Massiel:
Le temblaron las rodillas.
—No… espera. Déjame… déjame calmarme un poquito. Me da pena.
Ugo:
Le mordió la oreja.
—No pasa nada. Estás perfecta. Vamos… estás más suelta ahora. Ven.
Narrador
Se acercaron a Raúl: camisa medio abierta, sonrisa de tipo bueno, discreto, que oculta bien la malicia detrás de la cortesía. Se saludaron, rieron, brindaron. Raúl la miró como se mira algo prohibido. Le dio una vuelta, lenta, la escaneó sin pudor. Massiel bajó la mirada, roja como siempre.Los juegos comenzaron: parejas mezcladas, retos, caricias descaradas. Las luces bajaron un poco más. Ugo se entretenía mirando cómo manos y lenguas ajenas probaban bocados que después volverían a él.
Massiel:
Vio un par besarse en un rincón. Vio otra pareja irse a un cuarto. Sintió un ardor en el vientre. Se giró a Ugo, respirando rápido.
—Amor… ya. Vamos. Quiero. Antes de que se haga más tarde… quiero a Raúl. Necesito.
Parecía una gata en celo, la respiración rota, las piernas flojas. Ugo sonrió: su Massiel, la tímida, convertida en esa mujer suya y de nadie más.
Ugo:
—Raúl… ven. —Le palmeó el hombro—. Vamos. Massy ya está que no se aguanta. Antes de que alguien más se la gane. Arriba hay un cuarto libre. Vamos.
Narrador Externo
Subieron los tres. La puerta se cerró. El aire se volvió más pesado, casi eléctrico. Massiel temblaba entre ambos. Los ojos de Ugo, oscuros de morbo. Los de Raúl, quemándole la ropa antes de tocarla.
No era como antes. No era un simple intercambio. Esto era su fantasía, su secreto, su juego… era más íntimo, más personal. Jugaban juntos y al mismo tiempo.