Capítulo 2

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El vapor del baño comenzaba a disiparse, levantándose en espirales perezosas que se deslizaban hacia el techo. Kira se incorporó lentamente en la bañera, y al hacerlo, la espuma que aún abrazaba su piel fue cayendo en hilos espumosos. La ducha, tibia, comenzó a enjuagarla, dejando al descubierto cada curva, cada rincón de su cuerpo recién estremecido.

El agua resbalaba por su vientre, bajaba por sus muslos, y se detenía apenas un instante en sus pechos aún tensos, con los pezones duros como pequeños secretos que su cuerpo no podía esconder. Su respiración seguía agitada, el pulso firme. Aún podía sentir el eco del orgasmo que la había atravesado minutos atrás: inesperado, voraz, ineludible.

Se apoyó con una mano en la pared húmeda, cerró los ojos.

¿Por qué tan de golpe?

Se preguntó, confundida por ese deseo que le había brotado sin aviso, como si no naciera de ella sino de algo más profundo. No sabía —todavía— que su hermana, a solo unos metros de distancia, había vivido el mismo estremecimiento en perfecta sincronía.

Kira, envuelta en una bata, se puso a limpiar el piso del baño, sus movimientos lentos y deliberados mientras secaba el agua. En la cocina, Zara hacía lo mismo, sus manos temblando ligeramente mientras limpiaba los restos de su squirt del suelo. Otra vez repitiendo los movimientos inconscientemente.

Al salir del baño, Kira no esperaba encontrarse con aquella imagen.

Zara estaba de espaldas, inclinada hacia adelante mientras pasaba un trapo sobre el suelo de la cocina. La pollera corta subía apenas con cada movimiento, dejando ver el comienzo de sus muslos y algo más. Kira se quedó quieta, casi sin respirar. Su mirada descendió, como si algo más fuerte que ella la empujara a observar.

El contorno redondo, firme, perfecto del trasero de su hermana se asomaba bajo la tela con descarada naturalidad. La tanga —mínima, empapada— se hundía apenas entre sus curvas, marcando un dibujo sensual que a Kira le robó el aliento. Su cuerpo reaccionó al instante: un escalofrío, un temblor sutil entre las piernas, el corazón acelerado.

¿Qué me pasa? —pensó, llevándose la mano al pecho—. ¿Cómo puedo excitarme así…? es mi hermana!

Pero no podía dejar de mirar.

Es tan linda… tan perfecta… es como verme a mí misma en un ángulo al que nunca tengo acceso…

Y en ese instante, la imaginación la traicionó: pensó en la sensación de esa tela mojada, en ese cuerpo tan familiar y tan desconocido a la vez. Su pulso volvió a desbocarse.

Kira se acercó por detrás sigilosamente, Zara no escuchó pasos. Estaba concentrada en lo que hacía, en limpiar cada rastro, tal vez más por vergüenza que por orden. Seguía agachada, la pollera completamente subida, sin darse cuenta del todo. El aire fresco acariciaba su piel expuesta y sensible, como si aún vibrara con el recuerdo reciente del orgasmo.

De pronto, una mano cálida descendió con suavidad firme sobre una de sus nalgas desnudas. Una leve nalgada, seco pero no violento. Solo el contacto justo, lo suficiente para estremecerla.

—Qué bueno que llegó el servicio de limpieza…—murmuró Kira con media sonrisa, aún detrás de ella.

Zara se quedó congelada por un segundo. La piel de su trasero ardió, no por dolor, sino por la temperatura del toque, por la electricidad que lo acompañó. El lugar exacto donde la mano había tocado seguía latiendo con una conciencia nueva, como si de pronto todo su cuerpo se hubiera despertado otra vez. El recuerdo del reciente orgasmo, y unos minutos mas atrás, la escena del autobús…

Su respiración se cortó un instante. Sintió una mezcla de sorpresa, nervios y un placer involuntario, inmediato, casi culpable. La calidez de la piel de su hermana aún persistía en su carne, como una marca invisible que no quería borrar.

Kira, en cambio, sintió un cosquilleo en la palma de la mano, como si su piel hubiera reconocido la de Zara antes que su mente pudiera procesarlo. Fue solo un gesto, una broma inocente… ¿o no tanto? Su corazón empezó a latir más fuerte, y su respiración también se volvió más profunda, más torpe.

Ambas quedaron unos segundos suspendidas en ese instante: Zara aún de espaldas, con las mejillas encendidas, entre la vergüenza y el deseo. Kira, tras ella, confundida por esa sensación que le subía por el pecho como una ola caliente. Era solo una palmada… pero en la piel desnuda.

—¡Hoy es la segunda vez que me tocan el culo así! —exclamó Zara, girando el rostro con una sonrisa traviesa, como si esa confesión inesperada fuera la vía de escape perfecta a la tensión del momento.

Kira parpadeó, aún con el calor en la palma, sorprendida y divertida.

—¿Ah, sí? —respondió, arqueando una ceja—. ¿Y la primera fue…?

—¡Ya te cuento! —saltó Zara con una energía desbordante, mientras se incorporaba, bajaba la pollera y se acomodaba el cabello con una sacudida espontánea.

Sin perder tiempo, fue hasta el living y se dejó caer sobre el sillón con un suspiro entre excitado y agotado, dejando que su cuerpo se hundiera en los almohadones como si necesitara soltar todo de golpe. Pataleó los zapatos fuera y recogió las piernas sobre el asiento, acurrucándose.

—Dale, sentate —le dijo a Kira, palmeando el espacio libre a su lado con una sonrisa cómplice—. Lo que me pasó hoy… te juro, es digno de una película. O de una porno, no sé.

Kira la miró unos segundos. Dudó. Pero finalmente se acercó y se dejó caer con cuidado junto a ella, ajustando la bata mientras lo hacía. A pesar de la cercanía entre sus cuerpos, había algo distinto esta vez. Una tensión flotando en el aire, más densa que antes.

—Bueno, contame —murmuró, como si temiera que la historia fuera a encender aún más lo que ya estaba vibrando entre las dos.

Zara se acomodó, la mirada fija en su hermana, los labios entreabiertos.

—Te juro que todavía no entiendo si me dio miedo, vergüenza o morbo… pero fue lo más caliente que me pasó en un lugar público.

Y empezó a contar.

—Al salir del trabajo, 17:10 aproximadamente cuando llegué a la parada del colectivo, sentí esa sensación rara… —empezó Zara, acomodándose mejor en el sillón, con la mirada encendida—. ¿Viste cuando sentís que alguien te mira? Como si un rayo de calor te tocara justo en la nuca. Bueno… así.

Kira asintió, curiosa, aún sin saber hacia dónde iba la historia.

—Intenté mirar de reojo, pero solo alcancé a distinguir una campera roja… y un perfume. Intenso, como especias dulces. Un aroma árabe… me encantó. Me quedé inmóvil, con la piel en alerta. No sé si era miedo, expectativa o las dos cosas mezcladas.

Zara se pasó los dedos por el muslo, como si volviera a sentirlo.

—Subí al colectivo, estaba lleno… no había asientos. Me quedé parada, agarrada con una mano al pasamanos y con la otra abrazando mis carpetas. Y de pronto… ese perfume otra vez. Cerca. Muy cerca.

Hizo una pausa, bajó la voz.

—Sentí que alguien se apoyaba detrás de mí. Al principio pensé que era por el freno del colectivo, algo casual. Pero no… se quedó ahí. Pegado. Podía sentir su cuerpo contra el mío, su respiración.

Kira tragó saliva, sin interrumpir.

—Y lo más raro… es que me gustó. Sentí una mezcla de adrenalina y calor, como si todo mi cuerpo estuviera conectado a ese punto de contacto. Sus manos empezaron a moverse… primero, bajaron rozando mis piernas, apenas. Como si tantearan. Yo no me movía. No podía.

Zara se llevó una mano al pecho, evocando el momento.

—Me abrió el abrigo, despacio. Ni sé cómo lo hizo sin que nadie se diera cuenta. Sus dedos, sobre mi camisa, tocaron mis pechos por encima del sostén… suaves, seguros. Y yo… no podía ni respirar.

Kira no decía una palabra. Estaba inmóvil, pero su pecho subía y bajaba con fuerza.

—Después… —continuó Zara, con una voz cada vez más baja, más íntima—… metió la mano por debajo de mi falda. Acarició por encima de la bombacha, como si supiera exactamente dónde tocar. Yo… estaba tan mojada que sentí que me derretía.

Cerró los ojos un momento.

—Todo duró segundos, o minutos, no sé. Nadie dijo nada. Nadie miró. Fue como estar en otra dimensión.

Kira, al escuchar el relato, sintió cómo el fuego se apoderaba de su sexo nuevamente. Su clítoris comenzó a dilatarse, y su respiración se volvió más profunda y rápida. «Contame más, todos los detalles», pidió Kira, sus ojos brillando de excitación. «Quiero saberlo todo» siempre tuve esa fantasía…

«Bueno, sus dedos se movían con una precisión deliciosa, trazando círculos sobre mi clítoris a través de la tela dela bombacha», continuo. «Podía sentir cómo mi excitación crecía, mi cuerpo anhelando más contacto. Luego, con un movimiento lento, deslizó un dedo dentro de mí, y casi pierdo el equilibrio. El placer era intenso, y tuve que morderme el labio para no gemir en voz alta». Relataba zara con los ojos cerrados

Kira, escuchando atenta y aprovechando que su hermana no veía por su relato con los ojos cerrados, metió una mano dentro de su bata, se tocaba a sí misma, sus manos explorando su propio cuerpo con movimientos suaves y tentadores.»Dios, suena tan caliente», murmuró, mientras se imaginaba la escena. «Sigue, por favor».

«El tipo detrás de mí era increíblemente hábil», dijo zara con la voz llena de lujuria. «Su otra mano se deslizó por mi vientre, subiéndome la camisa para poder acariciar mi piel desnuda. Sus dedos rozaron mis pezones, haciendo que se endurecieran al instante. El contraste entre la ropa ajustada y sus caricias suaves y firmes era simplemente delicioso».

Kira, perdida en su propio placer, se imaginaba cada detalle, su cuerpo temblaba de anticipación. «Y luego, ¿qué pasó?», preguntó, su voz entrecortada por el deseo.

«Luego, con un movimiento rápido, me bajó la bombacha, dejando mis piernas desnudas y expuestas. Sus dedos volvieron a encontrar mi clítoris, esta vez sin ninguna barrera. El contacto directo me hizo jadear, y tuve que apoyarme más fuerte en el pasamanos para no caer. Sus dedos se movían con una maestría que me llevó al borde del éxtasis en cuestión de minutos. El orgasmo me recorrió como una ola, mi cuerpo convulsionando mientras intentaba mantenerme en pie».

Zara le contaba a Kira cómo el tipo desconocido la había llevado al orgasmo y revivió cada momento con una intensidad abrumadora. El recuerdo de sus caricias expertas y el placer que le había proporcionado la hicieron sentir un calor intenso en su vientre. Intentó contenerse, apretando fuerte sus piernas y tapándose la cara como si se escondiera avergonzada del placer que sentía. Su respiración se volvió rápida y superficial, y su cuerpo temblaba con la lucha por mantener el control.

Kira, al escuchar el relato, se excitó tanto que alcanzó su propio clímax al mismo tiempo. Con los dedos enterrados profundamente en su vagina, sintió una oleada de éxtasis que la recorrió por completo. Al sacar los dedos, estaban llenos de su crema, brillantes y resbaladizos con su crema. El aroma de su excitación llenó el aire, una mezcla embriagadora de deseo y satisfacción. Sin perder un momento, llevó los dedos a su boca, saboreando su propio fluido con una mezcla de curiosidad y lujuria.

El sabor de su crema era dulce y salado al mismo tiempo, una explosión de sensaciones que hizo que su lengua se moviera instintivamente, explorando cada rincón de sus dedos. Podía sentir la textura suave y viscosa, como una seda líquida que se deslizaba por su paladar.

Mientras chupaba sus dedos, Kira cerró los ojos, perdiéndose en la sensación. El sabor de su propio deseo era intoxicante, una conexión profunda con su propio cuerpo y sus necesidades más primarias. Podía sentir cómo su clítoris aún palpitaba, y el acto de saborearse a sí misma solo aumentaba su excitación, haciendo que su respiración se volviera más profunda y rápida.

El acto de probar su propio grool era una experiencia profundamente íntima y erótica. Kira se sintió conectada con su cuerpo de una manera que nunca antes había experimentado, cada lamida y cada chupada intensificando su placer. El sabor y la sensación eran una sinfonía de lujuria, una celebración de su deseo y su capacidad para experimentar éxtasis.

Al terminar, Kira abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Zara, que la observaba con una mezcla de asombro y excitación.

Kira tenía dos dedos en la boca. Se los chupaba lento, distraída, con una expresión casi ausente. Los labios rodeando la piel con una delicadeza que encendía. Hasta que notó que su hermana la estaba mirando.

Zara rompió el silencio con una sonrisa traviesa, sin disimulo.

—¡Wow! Si que te gustó la historia… —dijo con tono burlón tomándola suavemente por la muñeca—. Está para chuparse los dedos, ¿no?

Kira se congeló un segundo. Luego se echó a reír, llevando la mano al pecho como quien es descubierta en plena travesura.

—Callate… —murmuró entre risas—. Me hiciste mierda con ese cuento, ¿qué querés?

—Como te dije… —dijo Kira, acomodándose la bata mientras la respiración aún le temblaba—. Era una fantasía que tenía desde hace mucho. Y vos, suertuda, la cumpliste antes que yo.

Zara la miró con media sonrisa, aún con las mejillas encendidas por el post-clímax.

—¿Desde hace mucho? ¿Y nunca me lo contaste?

Kira rió, como si una carga se le hubiera aliviado.

—Justo el otro día se lo comentaba a mi chico…hablando de esas cosas. Le dije lo lindo que sería que te agarren así, de improviso, sin pedir permiso, y te traten como… bueno, como una puta. —Y luego, entre carcajadas—: ¡Y vos, maldita zorra, se te cumplió!

Zara se echó a reír, aún tirada en el sillón.

—¡Jajaja! Sí, tuve un día de suerte, no me quejo. Pero… pará. ¿Desde cuándo hay un chico del que no sé nada? ¿Desde cuándo tenemos secretos?

Se incorporó un poco, frunciendo el ceño con falsa indignación.

—Si siempre compartimos todo…

Kira se mordió el labio y bajó la mirada, entre cómplice y tímida.

—Bueno… era una sorpresa que te quería dar. Al principio era algo casual, nada serio… pero fue tomando forma. Justo ahora tiene que venir. De hecho, debe estar por llegar.

Y como si lo hubiera invocado, sonó el timbre.

Kira se paró de golpe, sobresaltada.

—¡Debe ser él! Abrile vos, por favor. Me voy a cambiar.

Zara asintió aún medio confundida, y se dirigió hacia la puerta.

Al girar la cerradura, la brisa fría de la tarde entró al instante… junto con un perfume conocido. Intenso. Dulce. Árabe.

Frente a ella, parado en el umbral, un joven de sonrisa cálida y mirada directa llevaba puesta una campera roja.

—Hola, amor —dijo él, con un tono suave, mientras sus ojos se posaban sin disimulo en Zara.

Ella lo miró fijo. Un escalofrío le recorrió la espalda.

No puede ser… pensó.

El mismo perfume. La misma campera. El novio de mi hermana!

(Continuará)