Hoy me han presentado a la nueva ejecutiva de cuentas.
Se llama Rosa. ¡Vaya mujer! Rubia natural, ojos azules muy claros, cara de ángel, con apenas un toque de cosmético de color en sus labios carnosos.
¿Han visto alguna vez las extras que aparecen en las series de TV ambientadas en las playas de California? ¿Las que pasan andando en bañador por detrás de la cámara? Pues tiene un cuerpo de esos. ¡Y que tetas! No son desmesuradas, pero sí grandes, redondas y muy tiesas. Y un culito de pecado.
No me suele ocurrir con ninguna chica, pero he sentido al verla el principio de una erección, aunque iba vestida muy recatada, con un traje de chaqueta, y una camisa blanca abrochada hasta el penúltimo botón.
Es una pena que sea una compañera de trabajo. No quiero ningún lío que me pueda costar una acusación de acoso, o algo peor.
Además, una tía así debe estar por fuerza bien follada. Tiene que tener pretendientes a escoger. Aunque, nunca se sabe…
No ha estado mal mi primer día de trabajo. Me han presentado a tanta gente, que estoy absolutamente mareada, y no me acuerdo de ningún nombre. Bueno, de uno sí.
Carlos, el director de Ventas. Calculo que debe tener como unos treinta años. Pelo oscuro, ojos verdes que, según como les dé la luz, a veces se vuelven grises. Tiene un rostro varonil. No guapo, al estilo de esos tíos de los anuncios, pero muy interesante.
Estaba en mangas de camisa, arremangada hasta la mitad de los bíceps, y antes de que se pusiera su americana, muy formal, he podido ver unos fuertes brazos, con vello, pero no peludos. No me gustan los hombres-mono. Prefiero los pechos lampiños, o casi.
Es alto, me saca algo más de la cabeza. Y está, más que delgado, esbelto. No parece tener un gramo de grasa superfluo, aunque sus hombros son anchos, y sus muslos parecen fuertes. ¡Y qué voz!
No he podido evitar fijarme en su entrepierna. Aunque su elegante pantalón, sin duda hecho a medida, no es estrecho, se le marca perfectamente el paquete cuando está sentado. Me imagino una polla enorme, acorde con ese cuerpazo de hombre.
Las manos, que son mi fetiche, son grandes, pero de dedos finos. Me encanta ese tipo de manos. Saben acariciar con suavidad.
No he podido evitar mojar las braguitas sólo de imaginarlas deslizándose por mis pechos.
Y no lleva alianza. Claro que, un tío así, de seguro que debe tener mujeres «para aburrir». No hay más que ver las miradas embobadas de las secretarias cuando pasa. Y no es que no crea que podría llevármelo a la cama. Pero no me gustaría compartirlo, ser un polvo de una noche, y «si te he visto no me acuerdo». Ya veremos…
Hoy estaba sólo en la mesa del comedor de la Empresa que solemos ocupar los directores. No existe una reserva expresa, pero es una costumbre, tácitamente aceptada por todos, que ésa mesa es exclusivamente para nosotros.
Rosa, como nueva en la casa, no debe saberlo, y se ha sentado justo enfrente de mí, después de preguntarme con una sonrisa de esas que te ablandan por dentro si estaba ocupado el sitio.
Se había vestido con una blusa blanca, con encaje en la pechera. Esta vez llevaba desabrochado algún botón más, por lo que he visto el arranque de sus preciosos pechos, y la hendidura que hay entre ellos. Por segunda vez, sólo su cercanía me ha producido una erección.
Y es simpática, además. Tiene una conversación amena, y una risa como de campanillas, que me produce cosquilleos en el bajo vientre.
Tengo que hacer alguna discreta averiguación sobre ella. Empiezo a desearla como hace mucho tiempo que no ansiaba a una mujer.
Esta mañana he coincidido tomando café con Ana, la secretaria de Carlos. No me ha costado mucho sacar el tema de conversación. Es soltero, vive solo y, según me ha dicho, no debe tener en este momento ninguna mujer, porque hace tiempo que no le pide que reserve mesa para cenar, o envíe flores. Para mi vergüenza, se ha dado cuenta de mi interés porque, antes de marcharse, se ha reído y me ha dicho:
– ¿A qué te gusta mi jefe? ¿Verdad que tiene un buen revolcón? ¡Pues tendrás que hacer cola, que algunas llevamos esperando mucho tiempo!
Yo ya sé que la mesa donde estaba comiendo Carlos es la que ocupan los directores; me lo dijeron el primer día. Pero me he hecho la «sueca», y hoy me he sentado a comer enfrente de él.
Espero que no haya puesto demasiada cara de boba mientras estaba escuchándole hablar de su reciente viaje por Hispanoamérica. Es que estaría toda la vida oyendo su voz varonil, aunque su conversación fuera exclusivamente sobre temas de trabajo, lo que no ha sucedido ni una sola vez.
Tiene un modo muy peculiar de acariciarse el pelo con la mano. Se lo he visto dos o tres veces. Y yo, otra vez pensando en esas manos que empiezan a obsesionarme, acariciando mi cuerpo, he vuelto a mojarme como una cría que hace manitas con su primer novio.
Ha sido más fácil de lo que esperaba. He ido con un pretexto al despacho de Agustín, el Director de Recursos Humanos, y le he preguntado discretamente por Rosa. Tiene veinticinco años, es soltera, y cree que vive sola. No me he podido librar de su ironía:
– ¿Te gusta la chica, eh, pillín? Pues tienes competencia. Eres el tercero que viene por aquí con el mismo tema.
A la hora de la salida, llovía copiosamente. Cuando salía con mi coche del «parking», he visto a Rosa parada al borde de la acera, haciendo señas infructuosas a las taxis que pasaban. Así es que me ha parecido de lo más natural ofrecerme a llevarla:
– No quisiera causarte ninguna molestia. Además, vivo a un paso, y si no fuera por la lluvia, me habría ido andando -me respondió-.
– No es ninguna molestia. No tengo nada que hacer, salvo encerrarme en casa. Además, me coge de paso. -Un desliz por mi parte. Afortunadamente, no preguntó cómo sabía yo en qué dirección vive-.
Una vez en el asiento, se ha quitado la capucha del impermeable, sacudiendo sus largos cabellos rubios. Yo estaba inclinado hacia su lado, apagando la radio, con lo que su precioso pelo ha rozado mi cara. Olía a champú, pero también a otra cosa. A Rosa, no se me ocurre mejor descripción.
En los primeros minutos, hemos charlado de cosas sin importancia. Luego, me he atrevido. No podía dejar pasar esta oportunidad.
– Verás, yo iba a ir a un «pub» que conozco a tomar una copa antes de irme a casa. No sé si te estará esperando alguien, pero si no es así, me encantaría que me acompañaras…
– No tengo ningún plan para la tarde, salvo ver la tele hasta la hora de la cena. Así es que, por mí de acuerdo.
El «pub» tiene asientos de cuero más bajos que mis rodillas. Se ha sentado a mi lado, lo que tiene una parte buena y una mala. La mala, que si hubiera estado enfrente, habría podido admirar algo más de sus piernas, ya que la falda se había subido hasta medio muslo por la postura. La buena, la sensación de intimidad, mi hombro casi en contacto con el suyo, su cara vuelta hacia mí, muy cerca. Tan cerca que podía percibir su fragante aliento. Me volvía loco. Y estuve casi todo el tiempo con una erección continua.
Luego, la invité a cenar. Casi ni me acuerdo de lo que comí, pendiente como estaba de su boca, de sus chispeantes ojos azules, de su preciosa voz…
Más tarde, estuvimos bailando y tomando una copa en un local que he frecuentado algunas veces. Su cuerpo pegado al mío, su mano en mi hombro, me suscitaban emociones que no recuerdo haber conocido con ninguna otra. Y de seguro que tuvo que notar mi erección contra su vientre.
Cuando su coche se paró a mi lado, y me invitó a subir, no me lo podía creer. No quise hacer ningún comentario, cuando él reconoció ingenuamente que sabía dónde vivía. Seguro que él también había hecho averiguaciones, lo que significaba claramente que estaba interesado por mí.
Y cuando me propuso que fuéramos a tomar una copa juntos, hube de contenerme para no palmotear de entusiasmo.
En el «pub», me senté intencionadamente a su lado, nuestros cuerpos casi en contacto. Y, dada nuestra cercanía, podía perfectamente percibir un rastro de olor de su loción de afeitar, y otra cosa. Su varonil perfume natural, que me estaba enloqueciendo.
Durante la cena, me costó mucho trabajo dominarme para no atrapar entre las mías sus manos que gesticulaban, que acariciaban su pelo en ése gesto tan suyo… Y besarlas. Estaba deseando sentir en mis labios la textura de su piel.
Ya estaba muy húmeda cuando empezamos a bailar abrazados. Y la sensación de su pene erecto, apretado contra mi cuerpo, me hacía derretirme por dentro. Si hubiéramos estado en otra parte, si sus manos me hubieran acariciado los pechos, de seguro que habría tenido un orgasmo de inmediato.
Eran más de las dos de la madrugada, y yo estaba sumamente excitado, a punto de eyacular dentro de mis pantalones como un chaval que acaricia por primera vez a una chica.
Puede que influyera mi deseo, pero creía ver que Rosa se encontraba en un estado muy parecido. Tenía los ojos muy brillantes, las mejillas encendidas, y su respiración era agitada. Y había tenido que notar mi dureza contra su cuerpo. Pero, no solo no se había apartado, sino que había enlazado sus dos manos en mi espalda, apretándose aún más contra mí.
Le susurré muy bajito en su oído, mi mejilla en contacto con la suya:
– Te deseo. Quiero tenerte esta noche, no puedo esperar más. Eres la mujer más bonita que he conocido, y estoy loco por acariciarte, por besar todo tu cuerpo…
Y la besé en la boca. Primero apenas un roce con mis labios sobre los suyos. Luego un hambriento beso, que encontró su boca abierta, su lengua esperando la mía.
Cuando me propuso hacer el amor, no pude ni responder. Tenía la boca seca, y él debía notar mis temblores, y mi aliento entrecortado.
Y cuando me besó, perdí por unos segundos incluso la noción de donde me encontraba. Sólo percibía sus manos en mi espalda, su lengua explorando el interior de mi boca, su verga enhiesta apretada contra mi vientre. Y yo era toda deseo.
Deseo de sus manos acariciándome, de sus labios en todo mi cuerpo, de su pene muy dentro de mí…
Como en un sueño, llegamos a su casa, sin que yo tuviera noción siquiera de haber entrado en su coche. Pero sí, porque recuerdo que estuve todo el tiempo abrazada a él, mi cabeza en el hueco de su hombro, con los ojos cerrados para que la sensación de mi mano acariciando su pecho, y atreviéndose después a palpar la dureza de su entrepierna, fuera aún mayor.
Y estaba muy excitada, como nunca ningún hombre había conseguido ponerme.
La conduje directamente a mi dormitorio. Me desnudé muy despacio ante ella, permitiendo que sus ojos recorrieran todo mi cuerpo. Ella estaba de pie ante mí, sus manos acariciándose los pechos por encima de la ropa, y respirando agitadamente.
Luego, lentamente, fui desabrochando uno por uno los botones de su blusa, deslizándola por su espalda. Me entretuve largo rato besando su cuello, y la sedosa piel de sus hombros. Luego, recorrí con mis labios sus facciones, su cuello y el inicio de sus hermosos senos, hasta el mismo borde de su sujetador blanco de encaje.
Mis dedos encontraron la presilla de su falda, que desabroché, así como la cremallera que liberó la prenda, que quedó arrugada en torno a sus pies.
Me separé para contemplarla. Llevaba unas breves braguitas a juego con el sujetador, que permitían admirar su vientre y la redondez de sus caderas, bajo su breve cintura. Sus muslos eran como los de las esculturas, sólo que hechos de hermosa carne de mujer. Y su piel, perfecta, cubierta con un suave bozo como de melocotón. En sus ingles, la brevedad de la prenda dejaba al descubierto el inicio de su vulva, depilada hasta donde llegaban las costuras.
Me acerqué de nuevo, abrazándola, mientras mis manos buscaban el cierre del sostén en su espalda. Y noté las suyas, que acariciaban mi erección, y mis testículos rebosantes. Luego, deslicé muy despacio sus braguitas hacia abajo, dejándola completamente desnuda.
Me encantó el hecho de que él se desnudara primero, permitiéndome admirar su cuerpo. La mayor parte de los hombres desvisten rápidamente a su pareja, atentos sólo al placer de su vista. Pero Carlos me ofreció el goce de contemplar su cuerpo, mientras yo estaba aun completamente vestida.
Tal y como yo imaginaba, su pecho era apenas velludo. Sólo había una mata de pelo oscuro alrededor de los genitales, así como en sus pantorrillas. Tenía una bonita figura de hombre, musculosa sin exageración, y un vientre plano. Muslos y piernas fuertes, acostumbrados sin duda al ejercicio.
Y su pene era hermoso, tal y como lo había imaginado. No exageradamente largo, como los que aparecen en fotografías o en alguna película X, pero es el mayor de todos los que he visto en la realidad. Y su glande casi morado había escapado de la prisión de piel de su prepucio, como ariete dispuesto a atacar mis inexistentes defensas.
Luego, me desnudó muy lentamente. Y él a su vez se detenía a recrearse de la visión de cada centímetro de mi piel que quedaba al descubierto.
Cuando me abrazó para desabrochar el sujetador, no puede contener mi ansia, y acaricié amorosamente su falo enhiesto, que deseaba sentir en el interior de mi vientre…
Después, tendida boca arriba en la cama, sentí sus labios que recorrían cada centímetro de mi piel, mientras ¡por fin! sus manos masajeaban dulcemente mis pechos, con sus dedos pulgares acariciando circularmente mis pezones, duros y enhiestos.
Luego noté su boca succionando mis senos, su lengua que los lamía delicadamente, provocándome oleadas de placer que recorrían mi vientre hasta mi húmeda vulva, ansiosa por recibir sus caricias. Y otra vez sus manos, que se deslizaban por el interior de mis muslos, rozando apenas los labios de mi sexo, hinchados al máximo.
Cuando su lengua empezó a recorrer mi hendidura, no pude contener los estremecimientos que sacudían mis caderas, que se alzaban para sentirle más cerca y más dentro, mientras mis manos en su cabeza la apretaban contra mi seno, deseando que no se escapara, y que continuara dándome placer por siempre.
Y muy poco después, cuando sus dedos abrieron mi vulva, y su lengua recorrió el interior de mis pliegues, deteniéndose finalmente en mi clítoris, espasmos de placer recorrieron todo mi cuerpo irradiando desde su boca, en un orgasmo explosivo, que supo mantener mucho tiempo con sus expertas caricias.
Y no conseguí reconocer mi voz, que gritaba roncamente en los deliciosos estertores de un inmenso gozo, que nunca antes nadie había sabido proporcionarme.
El intenso orgasmo de Rosa me puso casi fuera de mí. A duras penas pude contener el ansia de introducirme profundamente dentro de ella, de fundirme en su interior, y derramar mi simiente muy dentro de su hermosa vagina.
Opté por darle la vuelta, y besar toda su espalda, sus preciosas nalgas, la parte trasera de sus muslos y pantorrillas.
Mientras, mis manos entre sus piernas acariciaban amorosamente su sexo, deslizándose en la humedad de sus pliegues.
Después, la levanté y la guie para que se sentara sobre mis muslos, estrechamente abrazados cara a cara. Y, por fin, mi falo encontró el camino de su interior, mientras nuestras bocas se buscaban con avidez, y las manos recorrían toda la piel del otro cuerpo, en ansiosas caricias.
Fundidos en un abrazo que yo deseaba no tuviera fin, nos movimos acompasadamente. Mi pene, se deslizaba dentro y fuera de su conducto lubricado, apenas unos centímetros. Y de la boca de mi amor surgía su aliento entrecortado, precursor de un nuevo clímax.
Unos segundos después, noté perfectamente cómo su vagina oprimía aún más mi verga alojada profundamente dentro de ella, mientras su cuerpo era nuevamente estremecido por un orgasmo. Al mismo tiempo, oleadas de placer recorrieron todo mi ser, mientras derramaba en su vientre la caliente semilla de mi amor.
Hemos decidido escribir éste relato como una forma muy especial de celebrar el primer aniversario juntos.
Cada uno de nosotros ha ido narrando alternativamente su parte de la experiencia de nuestro encuentro y de la primera vez que nos unimos.
Estamos los dos completamente desnudos en mi -nuestro- estudio, Rosa sentada en mis rodillas, con mi pene erecto en la hendidura que separa sus preciosas nalgas. Cuando es ella la que tiene que utilizar el teclado del ordenador, mis manos aprovechan para acariciar ése cuerpo del que no me canso, porque Rosa ha sabido en éste tiempo ser una mujer distinta cada vez, a veces tímida, otras decidida como una puta. En ocasiones apasionada, otras fría -aunque sé que su frialdad es fingida-. Y siempre dulce y cariñosa, fuera y dentro de nuestro dormitorio.
Pero en cada ocasión, nuestro amor es nuevo, y es como si nos descubriéramos mutuamente. Como aquella primera vez.
Y ahora, finalizado el relato, vamos a hacer el amor muy despacio, ella de frente sentada en mis muslos, del mismo modo que hace un año…
Pero antes, quiero saborear de nuevo esa polla que me sigue volviendo loca.