Capítulo 10

Es mediodía y Lucas saca el táper que se trajo. Las imágenes que estuvo consumiendo toda la mañana en los monitores de control, sin embargo, le abrieron otro tipo de apetitos.

Mientras come no puede evitar clavar los ojos en la pantalla de plasma. Cambia a la habitación 26 y observa que en ella se encuentran Martirio y Rafael con su hija, los vecinos de Jorge, su compañero de trabajo.

Jorge puso en sobreaviso al resto de guardas de seguridad y les pidió que si este matrimonio volvía a la mansión cuando él no estuviera trabajando, hicieran el favor de darle al REC, para pasarle después una copia del video.

En el episodio 3 de esta colección, Martirio y Rafael se reunieron con don Benedicto (el párroco de su zona), en la mansión El Edén para pedirle consejo espiritual sobre un tema crucial en sus vidas.

Su hija Ana, estudiante universitaria, les pidió un aumento en su paga semanal y también poder ir en verano de viaje con sus amigas a Las Vegas. A cambio, les ofreció practicar un trío con ellos. Pero lo más escandaloso del asunto es que don Benedicto les aconsejó lo siguiente: “Follaos a vuestra hija y dejadla preñada. La Biblia respalda el incesto”.

Pues bien, después de recapacitar durante un tiempo sobre las palabras del párroco, decidieron volver, esta vez con su hija, para ejecutar el consejo de su guía espiritual.

Lucas pone gran atención a la conversación que tiene el matrimonio y su hija en aquella habitación.

–Te hemos traído a esta mansión para darte la respuesta a la loca propuesta que nos hiciste. Siguiendo el consejo que nos dio don Benedicto, el cura de nuestra parroquia, hemos aceptado tus condiciones. Te subiremos la paga y permitiremos que te vayas con tus amigas a Las Vegas. Pero a cambio, te vas a convertir en nuestra putita. Te dejaré preñada, por golfa –suelta, todo acalorado, Rafael.

Ana es una chica peripuesta. Delgada pero con buenas peras, trabajadas cachas y desarrollados muslos. Lleva trencitas pelirrojas. Tiene muchas pecas por las mejillas y unos ojos azules que parecen dos luceros. De ropa lleva un top color rojo, un pantalón corto vaquero color negro muy ajustado y unos tenis blancos.

A Martirio y Rafael, aunque siguen siendo muy recatados y estirados, la experiencia sexual vivida con el párroco la vez anterior les hizo ver la vida con otros ojos. Pero de estética siguen vistiendo muy clasicones.

–Me parece bien –contesta Ana–. Pues empecemos cuanto antes.

Ipso facto, Martirio se desprende de su blusa y su falda. Se tumba en la cama, boca arriba, y le dice a su hija:

–De este coño saliste hace 18 años y ahora quiero que vuelvas a entrar. ¡Hunde tu rostro en mi chocho, cacho guarra!

Ana también se despelota, lentamente y de forma sensual, después se acerca a su madre y poniéndose a cuatro patas hunde su cara en el chumino de su progenitora.

Rafael se estaba poniendo a tono y después de desvestirse, se acerca a su hija por detrás y le susurra al oído:

–¿Te gusta el sabor del coño de tu madre? Espero que sí porque te vas a pasar todo el trimestre lamiéndolo y sorbiéndolo.

Ana deja por un momento la faena en la que está enfangada y le suelta a su padre:

–Es la almeja más sabrosa que he probado en los últimos años. Espero que tu polla no me defraude y que, por lo menos, esté al mismo nivel que el chocho de la golfa de mi madre.

Rafael le acaricia el berberecho a su hija y, al comprobar que está chorretoso, acerca su rabo a la entrada de su vagina y muy suavemente le va introduciendo su barra de carne caliente.

Ana comienza a gemir, jadear y resoplar como una auténtica zorra en celo. Le come con más ímpetu el chocho a Martirio. Esta, a los pocos minutos no puede reprimir unos alaridos de placer, que ponen en sobreaviso a sus amantes sobre el hecho de que obtuvo un intensísimo orgasmo.

Rafael, agarrado a las caderas de su hija, le pega con saña unos buenos caderazos. Ana alcanza su orgasmo. Su cara es un poema. Bizquea y babea. Está como en trance. Su padre acelera las embestidas buscando correrse. Ya suda. Le cae un hilillo de agua caliente por la espalda. Por fin consigue su objetivo y berrea:

–¡Quédate preñada de tu padre, putón verbenero! ¡Toma descarga de lefa en tus entrañas!

Ana se carcajea y arenga a su padre a que le dé más duro, ya que está a punto de alcanzar el segundo orgasmo.

En esto que se abre la puerta del pasillo y asoma en el umbral don Benedicto.

–Vaya, parece que me hicieron caso y pusieron en práctica mis consejos. Me alegro –comenta el párroco.

Don Benedicto cierra la puerta y se acerca al trío.

–Ana, ¿no te dijeron tus padres que el otro día me los trajiné y me quedé en la Gloria?

–¿A mi padre también?

–Por supuesto, y debo decir que fue mejor puta que tu madre. Que te cuente ella. ¡Cómo me cabalgaba el muy cabrón!

–¡Me corro, joder! Las guarradas que me cuenta, don Benedicto, me han llevado al éxtasis –dice toda sofocada y acalorada, Ana.

–Don Benedicto tiene razón –asevera Martirio–. Y no solo él se folló a tu padre. Por si fuera poco, hizo unas llamadas y vinieron de otras habitaciones 7 enanitos con su peculiar Blancanieves y también tres chicas trans con pene y dos chicos trans con vagina. Aquello fue una locura. Desde entonces ya no somos los mismos.

–Repitamos hoy una locura parecida, añadiendo el ingrediente de vuestra hija –sugiere don Benedicto.

Ya descansados de su primera sesión de sexo guarro, se ponen en faena para su segunda sesión.

Don Benedicto sugiere:

–¿Por qué no montamos un castillo de tres pisos? Yo en la base. Sobre mí Rafael, envainándose mi sable. Y como guinda, Ana, montada sobre su padre. Martirio se colocaría enfrente y haría de mamporrera, lamiéndonos las entrepiernas.

Todos aceptaron.

Don Benedicto se desembaraza de la sotana en tres segundos. Está más seboso que la última vez. Habrá engordado unos 5 kg. Se sienta en un sofá y a una indicación suya, Rafael monta sobre él y se incrusta por el ano el pollón del sacerdote en dos asentadas.

Antes de acoplarse Ana, don Benedicto prefiere romperle el culo a Rafael sin más sobrepeso encima, durante unos minutos.

Cuando el cura ya tiene la polla bien alojada y acomodada en las entrañas de Rafael, le pide a Ana que se suba al “andamio”. Ana se inserta el falo de su padre de una sola clavada y comienzan a follar los tres a buen ritmo.

Martirio se acerca y le pega buenos lametazos al conejo de su hija. También lame, llenándolo de saliva, el cacho de carne de la polla de su marido que asoma y desaparece, en cuestión de milésimas de segundo, por el coño de Ana.

–¡Cómo echaba de menos el trasero de este maricón! El placer que me provoca su estrecho esfínter es único –comenta don Benedicto, mientras separa las nalgas de su amante para entrar más en profundidad con su mástil.

El sacerdote comienza a jadear, a resoplar. A los pocos minutos suelta:

–Me corro, joder, ¿notas mi leche calentita regar tus entrañas?

–Sí, joder. Me escuece el ano. Menos mal que se corrió ya. Ahora me toca a mí –dice Rafael, que sujetándose fuerte a las caderas de su hija le pega unos buenos caderazos–. ¡Toma, puta! De aquí sales preñada de tu padre, sí o sí.

Don Benedicto suelta unas carcajadas al comprobar que su discípulo ha progresado mucho en los últimos días en la asignatura de “Depravación moral y perversión sexual”.

También su alumna Martirio está muy adelantada en esta asignatura. Cuando su marido acabó de descargar su lefa en el chumino de Ana, Martirio los desengancha y chupetea y succiona la almeja de su hija con pasión, hasta provocarle el esperado éxtasis. Se traga todo el jugo que su hija le suelta en la boca, mezclado con el esperma de su marido.

–¡Eres muy guarra, cacho puta! –le suelta Ana a su madre–. ¡Cómo me lame, relame y sorbe el chocho, esta golfa!

A Martirio le supieron a poco aquellos caldos y se dirige a los rabos de Rafael y de don Benedicto, para recoger las últimas gotas de lechada que van soltando. Los paladea y se los traga con un intenso “mmmm”.

–Don Benedicto, ¿por qué no hace una de sus llamadas y amplía la orgía? ¡Estoy desatada, joder! –le sugiere Ana al cura.

El párroco le toma la palabra y telefonea a la habitación 36. Allí hay cuatro mocetones de casi 1,90 m de altura, muy musculados y marcando tableta. Son unos atractivos gays que están practicando el trenecito. Aceptan unirse a la orgía con la condición de que las hembras presentes se vistan con ropas masculinas.

Después, don Benedicto, telefonea a la habitación n.º 40, donde hay un matrimonio de recién casados, veinteañeros, practicando sexo de forma muy insípida y les aconseja que bajen a la habitación 26 para asistir a un cursillo intensivo de sexo del bueno. Los amateurs también se unen a la fiesta.

Lucas, el guarda, tenía los ojos como platos, por lo que estaba viendo. La bragueta le pedía liberar a la Bestia. Se saca la polla y comienza a hacerse una gayola a un ritmo frenético. En esto que entra por la puerta de la garita su novia, Lourdes, de la que hablamos en el capítulo anterior. Ella, como saben, se dedica a practicar sesiones de sadomaso, que consisten en pegarle patadas y puñetazos en los genitales a sus clientes, en esta misma mansión. Al ver a su chico pajearse mientras mira aquella orgía desenfrenada, le dice a Lucas:

–Ponte de pie, contra la pared y mirando hacia mí, que te voy a hacer una masturbación de las mías.

Lucas la obedece. Lourdes le pega unas diez buenas patadas en la polla con sus botas camperas. Consigue su objetivo. Lucas comienza a eyacular mientras berrea de placer.

El segurata le pega un morreo a su chica y le da las gracias por haber llegado en el momento oportuno para aliviarle un poco la tensión acumulada, por tantas horas de visionado de sexo duro.

Continúa la serie