Marta y Luis llevan casados menos de dos años, son ya treintañeros largos, ella un año mayor, y tuvieron su primer bebé de forma tardía, como muchas parejas de ahora. Cuando la criatura tenía poco más de cuatro meses, recibieron una visita, aquella tarde de sábado iban los padres de Luis a ver a su nieta, pero se encontraron con un panorama algo tenso.

-Buenas tardes Marta, ¿cómo estás hija?

Marta era una mujer de armas tomar, temperamental, guapetona, media melena, pelo castaño, ojos verdes, mandona, y de fuerte carácter.

-Buenas tardes, pues aquí esperando a su hijo, que me tiene «pa» coger un camino.

-¿Qué pasa?¿Pasa algo?

-De momento no pasa nada… pero va a pasar.

Los padres de Luis se miraron con cara de incredulidad, y siguieron detrás de su nuera, que les dijo que pasaran mientras iba a recoger a su niña que había empezado a llorar en ese momento.

Marta cogió a su hija en brazos y empezó a dar paseos con ella en brazos para que se calmara, pero en realidad la que se tenía que calmar era ella misma, que estaba mucho más nerviosa que la niña; que su marido llegara tarde a casa era algo que la sacaba de sus casillas, pero que encima lo hiciera cuando había visita en casa, la ponía fuera de sí.

-Déjamela hija, déjamela.- Le dijo su suegra que veía que la pobre niña no se tranquilizaba nada en los brazos de su madre, sino todo lo contrario.

Y mientras la abuela tranquilizaba a la nieta haciéndole carantoñas, Marta salió del salón y empezó a dar paseos por el pasillo de la casa, parecía una leona enjaulada.

Llevaba ropa cómoda de estar en casa, un jersey gris claro de lana amplio, unas mallas gris oscuro con unas transparencias en los laterales y unas cómodas zapatillas de casa sin calcetines, sus continuos y nerviosos paseos de una punta a otra del pasillo no auguraban nada nuevo para su marido.

Mientras andaba de un lado a otro se subía las mangas de su sueter en clara señal de nerviosismo, y hacía un ruido endiablado con el golpeteo de sus zapatillas abiertas por detrás contra sus talones, era un repiquiteo continuo lap lap lap lap lap lap lap…

Hablaba sola, pero lo suficientemente alto para que la oyeran si se le prestaba atención.

-¿Donde se habrá metido?… ¿donde se habrá metido?… la madre que lo parió! (sin importarle nada que estuviera allí la propia madre) no, si ya llegará… ya llegará, vaya que si va llegar (paseo)…mira que se lo he dicho… cuarenta minutos tarde, si yo digo a una hora es a una hora… será posible… le voy a dar una…

En ese momento los suegros se miraron aún más incrédulos que la primera vez, y la suegra le hizo una señal con la mano a su marido como diciendo, madre mía la que se va a liar aquí.

-…le voy a dar una…una le voy a dar que lo voy a poner al día, ya llegará, ya llegará (más paseos , se oía el ruido de las zapatillas contra sus talones provocando un golpeteo rítmico, casi hipnótico)… ya llegará, que lo voy a poner al día ( apoyada con el brazo derecho en la pared y mirando a la puerta por donde tenía que entrar su marido), será posible como me tiene que poner, que me pone a cien, ( sigue apoyada en la pared con la mano derecha y levanta un poco el pie derecho hacia atrás y chancletea con su zapatilla, señal inequívoca de tensión)

La suegra lo ve todo y no sabe que hacer, ni que decir.

Marta suspira, vuelve sobre sus propios pasos y dice como para sí misma, y suspirando.

-La madre que lo parió…le voy a dar una que no va a salir en un mes, a ese lo pongo yo… pero vamos, lo pongo al día… será posible…

Hasta que se oyó el inequívoco sonido de unas llaves abriendo la puerta, Luis acababa de llegar, tenía cara de asustado porque conocía muy bien a su esposa, y sabía que llegar tarde le podría costar un buen rapapolvos, incluso algo más, pero lo que no esperaba, es lo que sucedió.

-¿De donde vienes?…¿de donde vienes?

-Hola cariño, me he entretenido un poco con estos…

Luis mientras dejaba las llaves en la entrada de casa estaba viendo a su esposa en medio del pasillo, puesta en jarras, en clara actitud de pedirle explicaciones, y al fondo vio a su madre con su niña en brazos, mirando la escena con preocupación.

-¡¡Ven aquí!!

-Han venido mis padres, ¿no?

-He dicho que vengas, te quiero aquí, en mi losa.- Marta estiró su pierna derecha y con la punta de su zapatilla señaló la losa que había justo delante de ella, aquello era dar un paso más en el proceso de dominación con su marido, estaba siendo igual de dominante y de dura que siempre, pero ahora delante de los padres de su marido, aquello era doblar la apuesta.

El pobre hombre no podía estar más avergonzado, le encantaba que su mujer lo dominará, que lo castigara, que lo azotara, pero lo que no entraba en sus planes es que sus padres se enteraran de la relación tan especial que tenía con su mujer.

Cuando llegó a la altura de su esposa temió que esta le diera un bofetón, no sería el primero, ni el último, de hecho inició un movimiento que así lo parecía, pero al final, en el último instante se arrepintió, y lo que hizo, fue apoyarse en la pared con su mano izquierda, levantó su pierna derecha hacia atrás, y se sacó con garbo su zapatilla.

-Pasa «pa» dentro.- le dijo con soniquete, y señalando el dormitorio, que estaba en medio del pasillo.

-Marta cariño, luego lo hablamos.

– Pasa «pa» dentro, que te voy a poner al día…

Luis le suplicó con los ojos, pero lo único que hizo fue señalarle la puerta de la habitación con la zapatilla y le dijo

-Delante mía.- Haciendo oídos sordos a la súplica de su marido.

Luis decidió entrar al dormitorio porque estaba viendo que su mujer iba a empezar a zurrarle allí en medio sin importarle lo más mínimo que estuvieran sus padres de testigos, aunque su madre ya estaba viendo toda la escena, y sabía perfectamente lo que iba a pasar dentro de aquel cuarto.

Nada más entrar al dormitorio, Marta empezó a soltar zapatillazos contra el culo de su marido, sin molestarse si quiera en cerrar la puerta, por lo que la paliza pudo oírse perfectamente en toda la casa.

El marido trataba de huir de su esposa y de su zapatilla con el único propósito de que sus padres no se enteraran de que su mujer le pegaba, pero ya era demasiado tarde, y más aún cuando Marta, harta de corretear detrás de su marido, le gritó.

-Estate quieto, o te saco arrastrando al pasillo y te rompo la zapatilla en el culo delante de tus padres, ¿es eso lo que quieres?

-Marta cariño, por favor, pégame luego si quieres, pero ahora vamos a dejarlo.

-Te voy a dar tu merecido ahora mismo, a ti te enseño yo a llegar a tu hora, quítate los pantalones.

-Marta por Dios.

-Luis, los pantalones.

Toda esta conversación la estaban escuchando perfectamente los padres de él desde el salón, ya que la puerta seguía abierta.

Luis por fin se empezó a quitar los pantalones, y entonces su mujer se sentó en un lado de la cama, con la zapatilla de la mano, él ya sabía lo que tenía que hacer, lo había hecho muchas veces, así que se puso sobre su regazo.

-PLASSSSSSS PLASSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS cuando yo te diga a una hora, PLASSSSSSSSSS PLASSSSSSSS PLASSSSSSSSS PLASSSSSSSSS, es a una hora PLASSSSSSS PLASSSSSSSSS PLASSSSSSSS, ¿me estás oyendo? PLASSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSS

Aquella zapatilla azulona abierta por detrás de una gruesa suela de goma amarilla le dio una muy buen paliza al pobre Luis sobre el calzoncillo, y para rematar la tunda, su mujer se lo bajó hasta los muslos para remarcarle con unos buenos azotazos a culo desnudo la obligación de obedecerla, haciéndole llorar de puro dolor.

-…y a mí PLASSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSS se me obedece, lo sabes o no lo sabes?

-Siiiiiiiiiiiii cariño siiiiiiiiiii, buaaaaaaaaaaaaa , lo sé claro que lo sé snif.

Marta dejó caer su zapatilla, en señal de victoria, se trataba de doblegar su marido y esas lágrimas eran la prueba de ello. Ella mandaba en su casa, todos lo sabían, pero ahora sus suegros sabían como se las gastaba si no era obedecida.

-Levanta anda, y déjame que te seque esas lágrimas, que hasta que no la catas, no paras, ya veremos si luego te doy otro repaso antes de acostarnos.

Esa actitud maternal después de darle una buena tunda a su marido era muy habitual en Marta, el pobre Luis adoraba a su mujer, adoraba su carácter y adoraba sus zapatillazos, pero había una frase que le encantaba sobremanera; «hasta que no la catas no paras», se la decía su madre justo después de pegarle con la zapatilla, y ahora se la decía su mujer, en el fondo era el hombre más feliz del mundo.

Por fin el matrimonio salió de su cuarto y se fueron al salón como si nada hubiera pasado, Luis saludó a sus padres con normalidad, después tomó en brazos a su bebé para hacerle mil arrumacos, ante la mirada tierna y cómplice de su esposa.

-Bueno nosotros nos vamos ya Marta.

-No, de eso nada, ustedes se quedan a cenar, ahora mismo hago una tortilla, y cenamos aquí los cuatro a las mil maravillas.

-No mujer, no te molestes.

-Que no es ninguna molestia, se quedan a cenar y no hay más que hablar.

La cena transcurrió de lo más relajado, después de la tremenda tensión inicial, el ambiente se tornó muy agradable, e incluso con alguna broma, como cuando se despedían, y la suegra le dijo a la nuera.

-Nos vamos ya hija, que tu suegro quiere ver el resumen del futbol, estoy de fútbol ya, hasta la coronilla, ya no sé lo que voy a hacer.

Entonces Marta con mucha gracia , estiró su pierna derecha y se sacó un poco la zapatilla de su pie, y le dijo medio en broma medio en serio:

-¿Ha probado usted con una de éstas?

Y suegra y nuera rieron la gracia.

-Eso voy a tener que hacer jajaja, tengo mucho que aprender de ti.

-Bueno no tanto, ya me ha dicho Luis que usted también era de zapatilla ligera jaja.

-Si hija, si que es verdad, y te digo otra cosa, haces muy bien con quitártela tú también, bastante se nos suben a las barbas.

-Tenemos mucho que hablar usted y yo, suegra.

-Cuando tú quieras hija, cuando tú quieras.

Cuando el matrimonio se quedó solo, Luis le dijo a su mujer.

-No sabes como te admiro, primero me has puesto en mi sitio delante de mis padres, después has convertido una situación tensa en una cena muy agradable, y para terminar has hecho una broma con mi madre de algo que yo me moría de vergüenza.

-No te creerás que por hacerme la pelota te vas a librar de la paliza que tienes pendiente, ¿verdad?

Finalmente no hubo tal paliza, sólo unos pocos azotes con la mano en una noche de sexo memorable donde la amazona cabalgó al corcel de una forma tan despiadada como salvaje.