Capítulo 11

Manuel me volvió a insistir en irle a visitar a Roma y claro, yo no podía fallarle, porque ese hombre, también confiaba en mí, sabiendo que había resuelto muchas inquietudes y pecados a nuestras feligresas, aunque claro, no sabía cómo.

Yo, cada vez que hablaba con él por teléfono me sentía mal, sabiendo que le estaba mintiendo, que estaba faltando a mi voto de castidad, que abusaba de mi profesión o de mi fe, para salvar del pecado a muchas mujeres, pero no haciéndolo como era sensato y cabal.

El sábado, recuerdo que tras haber hablado nuevamente con ese hombre mayor, que tanta confianza había depositado en mí, colgué la llamada, dispuesto a ir a visitarle. Renovaría mis votos y cambiaría radicalmente mi forma de actuar y tendría que empezar a comportarme como lo que era un hombre con los pies en el suelo y, ante todo, lo que debía ser un sacerdote de bien.

Sin embargo, cuando a las dieciséis cuarenta y cinco sonó el telefonillo y una vocecilla angelical dijo:

  • ¡Padre, soy Macarena!

Todas mis sensateces, todas mis ganas de cambiar se desmoronaban y mi polla se ponía a tope, esperando que Macarena apareciese por la puerta…

Yo, casi había olvidado todo por un instante, pero mi polla se puso dura en cuanto escuché esa voz.

Abrí la puerta de la casa y oí el sonido de sus pasos subiendo las escaleras. Como hiciera más de una vez con su amiga Eva, dejé la puerta abierta de casa, dejé una nota junto a un antifaz sobre el taquillón de la entrada.

“Desnúdate, ponte el antifaz y empuja la puerta.” – rezaba aquella nota.

Yo me salí al pasillo y la espié escondido tras una puerta, desde donde ella no podía verme.

La chica, tomó la nota y esbozó una sonrisa, siguiendo las instrucciones al pie de la letra, bajándose los pantalones y las bragas, ofreciéndome una visión de esas piernas robustas y ese impresionante culo, con un chochito limpio de vello, que aun mirándolo me costaba creer que yo mismo había desvirgado.

Luego sacó su camiseta por la cabeza y se quitó el sostén, quedándose desnuda, doblando cuidadosamente su ropa, al tiempo que yo apreté mi polla sobre la sotana notando la rigidez con la que se mantenía y es que aquella chiquilla, te la ponía dura, simplemente con sus ojos y su boca, no te digo verla completamente desnuda.

Macarena se puso el antifaz y entró. En el pasillo permanecía yo expectante.

  • Dame tu ropa. – le ordené y yo mismo, se la arrebaté de entre sus manos mientras ella intentaba buscar mi voz sin verme.
  • Padre Ángel… – intentó hablar, pero yo la hice callar dándole el primer azote.
  • ¡Calla! – grité y ella soltó un pequeño quejido.

Me dirigí al cuarto para dejar allí la ropa, mientras ella permanecía algo asustada en el pasillo, sabiendo que yo había tomado las riendas, pero esta vez, esa chica estaba a mi merced, sin ver absolutamente nada.

Volví hasta el pasillo y tiré de su mano, haciendo que se trastabillara en los primeros pasos hasta llevarla al salón. Allí tenía preparado un sillón y até las muñecas de la chica a los brazos de ese mueble con una cuerda.

  • Ahora, abre las piernas y sube los pies al asiento. – fue mi siguiente orden.

Macarena obedeció esta vez sin rechistar y ágilmente se quedó expuesta con sus piernas totalmente abiertas en forma de “Eme”. Estaba para fotografiarla, allí desnuda, sus labios temblorosos, sus pezones duros y su coño abierto como una flor, dejando a la vista su ano. Cogí el huevo y tras chuparlo para lubricarlo se lo metí en ese agujerito posterior.

  • ¡Ah! – dijo al ver su esfínter invadido de repente.

Accioné el botón desde el mando y aquel pequeño huevito empezó a vibrar, haciendo que la chica se retorciera sobre el sillón.

  • Humm padree esto es nuevo, que gustito.
  • Shsssss… – dije haciendo que se callara y se limitó a gemir.

Bajé la intensidad y lo fui subiendo poco a poco, hasta ponerlo a un poco más de la mitad de la potencia y Macarena ya se retorcía buscando el placer, abriendo la boca, como un pajarillo hambriento en su nido.

  • ¿A qué has venido, pecadora? – le dije.
  • A que me cure padre… estoy enferma. – respondió buscando con su cabeza mi posición sin poder ver nada.
  • Bien, te curaré y sacaré todos tus males.

A continuación, apagué el mando y ella parecía buscarme, incapaz de encontrarme, pero yo estaba frente a ella, sentado en otro sillón observándola mientras le daba un trago a mi copa de “Magno”.

A las cuatro y cincuenta y seis volvió a sonar el telefonillo y comprobé que Macarena daba un respingo sobre su asiento.

  • Padre, ¿espera a alguien? – dijo asustada.
  • ¡Schhsss! – le hice callar.

Al responder al telefonillo una voz familiar sonó al otro lado.

  • Hola, padre, soy Eva.

Me gustó que esa chica llegase puntual a su hora, porque recordé que había sido muy claro en eso y Eva sabe que con esas cosas no se juega, si no quiere que la deje con todos sus demonios dentro.

Le abrí y me dispuse a esperarla en el pasillo, como hiciese con su amiga, pero esta vez, completamente desnudo.

Eva, siguiendo las nuevas instrucciones, estaba preparada y más que dispuesta a librarse de su ropa y hacer todo cuanto le pidiera. Se sacó por la cabeza el ligero vestido floreado que llevaba y al no tener nada debajo, me ofreció la impresionante vista de su cuerpo desnudo. Volví a agarrar mi polla ante aquella visión y luego Eva se puso el antifaz para entrar a continuación por el pasillo.

  • Dame tu ropa y guarda silencio. – fui escueto.

Eva se limitó a asentir sin objeción y yo recogí su ropa, la llevé al cuarto, recogiendo a la vuelta un collar de perro con una cadena que había sobre la mesa.

  •  ¡Padre Ángel! – susurró temerosa Macarena al escuchar mis pasos desde su sillón.
  • ¡Calla, no hables! – le recriminé, dándole un manotazo a su teta derecha que rebotó como un flan al tiempo que ella soltaba un pequeño bufido de queja.

Regresé al pasillo y tocando el hombro de Eva le ordené:

  • ¡Ponte de rodillas!

Le puse el collar alrededor de su cuello y noté como todo su cuerpo bullía de excitación. Su boca abierta, sus pezones salidos, y el brillo que resaltaba en su húmedo sexo.

Tiré de la cadena y al hacerlo la icé ligeramente, llegando a rozar mi polla con sus labios. Tirando de la cadena, la fui acercando hasta el sillón.

  • Ahora como una buena perra, sin rechistar, te vas a comer este coñito. – dije tensando la cadena hasta que la cara de Eva se puso ante el coño de su amiga.

Noté que Eva emitía una pequeña queja, pero como si fuese un perro, tensé con fuerza esa cadena para que no hablara…

  • Te daré azotes hasta que ella se corra, cada azote será más fuerte. ¿lo has entendido?
  • Perfectamente padre. – dijo ella sumisa.
  • ¿Eva? – exclamó Macarena al reconocer la voz de su amiga.

Le solté otro manotazo en la otra teta, haciendo que ella se encogiera ligeramente.

  • ¡A callar! – grité.

No fue difícil la operación, ya que Macarena estaba perfectamente expuesta y su sexo quedaba a la altura perfecta para facilitar la tarea de Eva, hacerle una buena comida de coño, así que acerqué la boca de Eva tirando de su collar y empezó a lamer, logrando que su amiga emitiese los primeros gemidos.

  • Hasta que no consigas que tu amiga se corra en tu boca, te daré un azote cada veinte segundos.

Solté la correa y me senté en el sillón observando a esas dos amigas en plena acción lésbica, haciendo algo entre ellas que posiblemente jamás habrían imaginado.

Empezó mi cuenta atrás. Eva lamía con pasión ese coñito y yo disfrutaba como un enano ante aquel espectáculo. En esos instantes no mostraba ningún tipo de arrepentimiento, ni malestar, ni agobio… gozaba aquel sexo libre y entregado, como todo un campeón. Ya habría tiempo de arrepentirse.

Tras los primeros veinte segundos, mi mano impactó en el culo de Eva.

  •  ¡Ay, joder! – se quejó.
  • ¡Calla y sigue lamiendo, perra! – dije.

Eva ronroneó entre dientes, pero siguió lamiendo con maestría ese coño juvenil. Tras cuarenta segundos, mi mano volvió a impactar con más fuerza en ese redondo culito. Tras cinco minutos, las lágrimas rodaban por la mejilla de Eva, mientras su culo lucía rojo como un tomate, pero nada, Macarena no se corría y a mí me llegaba a escocer la mano de tanto cachete, por tanto, los siguientes los pegué con la fusta que había comprado para tal menester. En una de esas, el impacto debió ser fuerte y la cara de Eva se metió con brío entre las piernas de su amiga, gimiendo y llorando por el dolor y loca de excitación. Macarena terminó por correrse, apretando sus puños atados a los brazos del sillón.

Yo miraba ese precioso culo de Eva antes tan rosadito, rojo y caliente, muy caliente. Macarena se corría en un ahogado gemido mientras los jugos escapaban de su cuerpo, bañando la cara de su amiga.

  • No pares Eva, no pares. – decía la otra.

Eva siguió lamiendo ese coñito ahora ya mucho más receptivo. Me encantaba escuchar los gemidos de Macarena, retorciéndose de gusto. Me agarré a las caderas de Eva y ubicando mi polla contra su empapado chochito, en un empuje tremendamente lento, me introduje hasta tocar con mis huevos su culo.

  • Siiii, que gustooo, siiiiii – dijo levantando por un instante su boca del sexo de su amiga.

Entré en ella muy lento, muy lento, la tercera vez que lo hice, Eva tuvo un gran orgasmo, supongo que fruto de los azotes y de mi durísima polla que parecía querer atravesarla, mientras que Macarena ya tenía cuatro de mis dedos en su coño. Casi no hacía falta lubricación, pero, aun así, eché más de un gel especial y metí cuatro de mis dedos en la vagina de Macarena, que emitía bufidos respirando entrecortadamente, al tiempo que movía sus caderas intentando meter toda mi mano en su coño. Estirando mis dedos, recogí una polla de la mesa que había preparado para la ocasión, la llené de lubricante y la introduje en el culo de Eva, con la misma lentitud que follaba su coño y sin dejar de follármela, logrando que la chica soltara un quejido en forma de gemido, pues aún estaba en medio de su orgasmo.

Meneaba con suma parsimonia mi polla en el coño de Eva, haciendo que a la vez entrase la otra de plástico en su culo. Mi mano tras una buena lubricación y una esmerada colocación penetraba asombrosamente más de la muñeca el coño de Macarena que en poco tiempo empezó a soltar un potente chorro bañándonos a Eva y a mí. Ni me creía estar con esas dos preciosidades, tan maravillosamente cachondas y aquello hacía que mi polla se tensara. Eva se encabritó y empezó a moverse con gran fuerza sintiéndose llena, metiendo mi polla y la de plástico hasta el fondo de sus dos agujeros.

  • ¡Si, así, más fuerte, dame, dame fuerte, siii, más fuerte, maaaas!, ¡padre Ángel, eres increíble!

Estuve a punto de correrme viendo esa vigorosa hembra en celo, pero me contuve, porque quería aguantar un poco más y la dejé medio tumbada en el suelo del salón.

Desaté a Macarena y la dejé recuperarse un poco, también mientras me servía otra copa de brandy.

  • Padre, esto ha sido maravilloso, creo que nunca me sentiré tan llena.

Las dos chicas con sus ojos tapados esperaban medio abrazadas mi siguiente movimiento y así, agarré a Macarena, soltándola de la silla y atándola a las argollas de cara a la pared.

  • Piedad por favor padre, piedad. – clamaba, pues aún tenía el coño dolorido por la invasión de mi mano, después de haber gozado ese brutal orgasmo.
  • Tranquila pequeña, tranquila

Me acerqué a Eva y alcé su cara hacia mi mirándola fijamente a los ojos. Le di la vuelta y saqué el huevo de su culito y lo lavé bien. Había comprado un arnés con una buena polla de plástico y quería verlo en acción. Puse el arnés con la polla a Eva, no sin antes haber metido el huevo a toda potencia en su tierno coñito. Esto haría que gozase más al penetrar a su amiga. Unté bien el arnés con lubricante y lo apunté al culo de Macarena.

  • Eva, empuja un poco.

La chica obediente, se fue aproximando mientras yo estiraba los cachetes del trasero de la otra.

  • Jodeer puta, más cuidado. – protestó Macarena queriendo huir de esa intrusión en su culo casi virgen.

Mi mano cruzó la blanca cara de la chica.

  • Aquí solo hablo yo, ¿lo has entendido puta?
  • Si señor. – respondió aturdida por mi sopapo y por no saber ni de donde le venía.

Empujé el culito de Eva intentando que esa polla de plástico fuera adentrándose en el trasero de Macarena, que soplaba agitada.

  • Si quieres que te cure, tendrás que relajar ese culo. ¿Me entiendes? – le dije tirando de su pelo hacia atrás.
  • Si, padre…

Volví a empujar las posaderas de Eva, hasta haber enterrado la polla del arnés al completo en el culito de Macarena, quien había cedido en la tensión previa, pero acabó gritando sin remedio.

  • Aguanta, zorrita, aguanta. – le animé sujetando los cuerpos jóvenes unidos.

Sin dejar de apretar contra ellas, acerqué mi polla al otro culito, al de Eva, que ya había probado mis delicias anteriormente, pero, aun así, le puse lubricante y no me costó colársela por ese estrecho esfínter.

  • Padreeeeee. – gritó Eva, al sentirme tan solo a la mitad, pero aceleré el ritmo de su huevo y noté cómo todos sus músculos se relajaban.

Aprovechando que la chica se retorcía de placer, imprimí fuerza a mi empuje y de una, atravesé el culito de Eva, hasta que mis huevos pararon junto a su culo.

Lentamente entraba y salía de ella, ella hacía lo mismo con Macarena, siguiendo mi propio meneo. Aquel “trenecito” fue tomando ritmo hasta marcarlo a un compás lento, pero intenso. Yo sentía como ese culito apretaba mi polla y la vibración del huevo. Las dos amigas gemían y yo respiraba entrecortadamente porque me encontraba en la gloria.

Mis acometidas poco a poco iban acelerando. Mi polla invadía ese estrecho ano de Eva que gemía, gritaba y suplicaba a la vez que Macarena hacía lo mismo.

  • Pare padre, pare, no puedo más, no puedo más. ¡Me va a partir en dos! – gritó Eva.

Me deshice de ese enganche y ella al mismo tiempo hizo lo propio, cayendo de rodillas al suelo, temblando tras abandonar el agujerito de Macarena que se había abierto ostensiblemente.

Contrariamente a lo que había supuesto, al ser su segunda vez, era esta la que pedía más guerra.

  • No me dejéis así, por favor, por favor. ¡Partidme el culo! – gritaba con su cuerpo atado a las cadenas, sus ojos tapados y su hermoso cuerpo sudado.

Me apiadé de esa pecadora y me introduje en su culito sin ningún tipo de problema, pues ya lo había dilatado aquella verga de plástico, así que me entregué a fondo, dándole con todas mis fuerzas hasta que los dos nos fuimos en un largo orgasmo.

  • ¡Si, sí, sí…! – los gemidos de Macarena los tapé como pude con mi mano, pues temía que pudieran escucharla por toda la escalera.

La desaté y los tres terminamos abrazados y desnudos en el suelo, habiendo disfrutado esos prohibidos placeres de la carne.

Macarena, siguiendo mis instrucciones, sacó el huevo que Eva llevaba dentro y ambas se abrazaron con fuerza quitando sus respectivos antifaces y acabaron morreándose con todas las ganas.

  • Tía, para haber sabido esto antes. – dijo Macarena agradeciendo lo vivido a su amiga.
  • Es todo gracias a este santo. – dijo Eva señalándome.
  • Anda, id a bañaros, que es muy tarde. – les ordené.

Las dos chicas, dando saltitos se dirigieron a la ducha agarradas de la mano, justo cuando sonó el timbre de la puerta.

  • ¡Joder! – exclamé, pues no esperaba a nadie.

Me puse una toalla rodeando mi cintura y salí a abrir, encontrándome en la puerta a don Rafael, mi vecino.

  • Hola, padre, perdone que le moleste, pero escuché ruidos… supongo que también le habrán molestado. – me decía el hombre mirando mi torso desnudo y la toalla rodeando mi cintura.
  • ¿Ruidos? – dije pensando en la fiesta que nos acabábamos de montar.
  • Bueno, creo que es la pareja de recién casados, no paran de… de fornicar, ya sabe. (dijo en voz baja)
  • Hombre, están en su mejor momento. Son jóvenes.
  • Pero padre…
  • ¿Qué tiene de malo? Están casados y son felices – le dije casi empujando la puerta y él observó de nuevo mi cuerpo tapado con la toalla pues no eran muchas las veces que me veía así.
  • Bueno, perdone, padre, no le quería importunar, que veo que se va a duchar.
  • Pues sí y no se preocupe tanto por eso. Hay que traer a más niños a este mundo. – le dije riendo y prácticamente cerrando la puerta en sus narices.

En ese momento se oían ruidos en el baño, en el que aquellas dos chiquillas seguían y me temí que ese hombre hubiera podido oírlas, pero sólo se escuchaba el sonido del agua de la ducha y unas risas de fondo, que sin duda ese abuelito debía achacar a la pareja del tercero.

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