Capítulo 17
- Capítulo I La llegada
- Capítulo II El resto de la familia
- Capítulo III Al día siguiente
- Capítulo IV La institución para señoritas
- Capítulo V Margarita, La Flaca y Carlos
- Capítulo VI Julia conoce la finca
- Capítulo VII Jordana
- Capítulo VIII La reunión familiar
- Capítulo IX Don Gabriel, el cura del pueblo
- Capítulo X Carlos y Margarita ¿qué pasará con ellos?
- Capítulo XI D. José y Julia, a solas en la finca ¿o no?
- Capítulo XII La interrupción de Jordana
- Capítulo XIII Gertrudis
- Capítulo XIV Doña Maruja visita a Don Gabriel
- Capítulo XV El Domingo
- Capítulo XVI El cuartel
- Capítulo XVII El doctor y la enfermera
- Capítulo XVIII El dormitorio de Julia
- Capítulo XIX El convento
- Capítulo XX La revisión médica
- Capítulo XXI Sor Digna
- Capítulo XXII El Arcángel
Aprovechando la sorpresiva marcha de Carlos, Ramón aprovechó para acercarse más y más a D. José. Como Marta seguía encontrándose mal el joven jornalero le habló a D. José de un médico del que había oído hablar en su tierra que tenía fama por la zona de curar casi todo. D. José no esperó más y envió a su fiel abogado, Alberto García en su búsqueda.
Al cabo de unos días Alberto regresó acompañado de dos personas, un hombre y una mujer. Nada más verlos llegar María, el ama de llaves, les abrió la puerta y acompañó a los tres al salón donde estaban D. José y Doña Carmen. Casi al mismo tiempo que el abogado y los dos invitados accedían al salón, llegaron Julia y Jordana, quienes no pudieron disimular su impetuosidad, fruto de la curiosidad. Habían escuchado llegar el coche de D. Alberto, el abogado, y habían visto descender a dos personas, un hombre y una mujer.
Buenos días Doña Carmen, D. José…les presento a D. Martín Osorio y a su enfermera Magdalena Flores. Martín era el octavo hijo de un afamado médico del mismo nombre, que se había formado en Inglaterra y que había desarrollado su carrera en una zona de la provincia de Ourense. Su padre se había hecho famoso por sus métodos, como por ejemplo la introducción del supositorio, hasta ese entonces no habitual en nuestra medicina. Su gran reputación hacía que hubiera tenido una gran clientela procedente de todas las partes de España. Su descendencia masculina había tomado el testigo y tanto Martin, que ahora contaba con 45 años, como otros dos de sus hermanos practicaban una medicina continuista con los métodos de su padre.
Magdalena, a pesar de su juventud, tan solo tenía 26 años, era la enfermera personal de Martin, la había formado en los últimos años y, a pesar de ser un poco deslenguada por momentos, mierda y joder formaban parte de su vocabulario habitual, le acompañaba a todos sus desplazamientos. Magdalena era conocedora del método de trabajo del doctor, así como de su severidad ante los errores, de hecho él la llamaba burlonamente “la enfermera rosa”, tanto por su gusto por vestir bragas de ese color, como por la cantidad de veces que sus nalgas acababan sonrosadas tras una buena azotaina con motivo de algún despropósito lingüístico, error o despiste.
Tras las presentaciones protocolarias entre D. José y el médico y su ayudante, tocó el turno a Doña Carmen, ésta fue seca e incluso cortante, dado que desconfiaba de la juventud de ambos y, ante el asombro de su hijo, se despidió al instante y prefirió retirarse a rezar. Estaba claro que no estaba muy de acuerdo con la decisión de su hijo, pero quería tanto a su nieta, que no se atrevía a oponerse frontalmente. De una manera fría, y sin darles apenas protagonismo, D. José les presentó a su esposa Julia y a su prima Jordana, ambas quedaron embelesadas por el porte señorial y severo del doctor, algo que no pasó inadvertido ni para el Doctor ni para su ayudante.
Transcurridas las primeras tomas de contacto, Alberto le susurró al oído a D. José los pormenores del acuerdo y se despidió. Julia y jordana, ante una seña de D. José también abandonaron, con evidentes señales de malestar y desgana, la estancia. Una vez solos, D. José se dirigió a Martín indicándole cuales serían sus honorarios y que habría una cuantiosa prima económica si curaba a la niña. Ambos residirían en la casa. Martin en el cuarto de invitados que ya estaba listo y Magdalena, con la que no contaban, lo haría en el cuarto recién liberado de Carlos. Martín, en un gesto que le gustó mucho a D. José, le dijo que aparcaran los temas monetarios, que lo primero y más importante era ver a la paciente.
El dueño de la finca los acompañó al cuarto de la muchacha quien se encontraba descansando. Tras un primer vistazo superficial de la cabeza y sus heridas la muchacha se despertó.
¡Tranquila Marta, hija mía, estos son el doctor Martin y su ayudante que han venido a curarte!
Marta asintió en silencio
Martín le indicó al padre que les gustaría quedarse a solas con la muchacha para comenzar a realizarle pruebas, pero que antes les gustaría asearse del viaje, puesto que el polvo del amino podría ser una fuente de infección.
Claro, claro les respondió D. José y les señaló el camino del aseo. Martin dejó pasar galantemente primero a Magdalena y aprovechó ese momento a solas para indicarle a D. José ¿quiero entender que tenemos libertad para tratar a su hija con los métodos que estime oportunos?
¿métodos? No entiendo
Mi padre desarrolló técnicas de supositorios, ungüentos y demás medicinas para curar múltiples enfermedades, y, en algunos casos, los pacientes son reacios a tomarlos, por lo que hay que implementar medidas, digamos, coercitivas para convencerlos.
Haga lo que tenga que hacer Doctor, tiene mi total consentimiento. Todo lo que necesite para curarla.
Perfecto, indicó el doctor.
En ese momento salió Magdalena del aseo y el Doctor le dijo que bajara al coche a buscar el maletín y acompañó la orden con un cachete en el culo por encima del vestido…¡joder!, exclamó ella al sentir el cachete.
¡Venga aquí Magdalena! Le indicó Martín ante el total asombro de D. José.
Esta es una casa de bien y no puede ir soltando esas palabras por la boca, ya sabe lo que le toca…y sin más dilación, ella se acercó al doctor y apoyó sus manos contra la pared, doblando el cuerpo y sacando su culo en pompa. Atónito el dueño de la casa observaba toda la acción. Martin le levantó la parte de abajo del vestido y le bajó las bragas que eran ¡cómo no! Rosas. A continuación se remangó la manga de la camisa y comenzó a darle seis sonoros azotes, tres en cada nalga…
PLAS, PLAS, PLAS,
PLAS, PLAS, PLAS…
gracias Doctor dijo ella, roja de vergüenza cuando el doctor concluyó, se enderezó, subió sus bragas y se dispuso a bajar a buscar el maletín, no sin antes detenerse delante de D. José y decir ¡discúlpeme señor por la suciedad de mi boca, intentaré que no vuelva a ocurrir!
Veo que a pesar de su lengua está bien educada, le dijo D. José a Martín una vez que la muchacha bajó las escaleras.
Mi trabajo me cuesta, pero en el fondo es buena chica, si en algún momento le ocurre algo con ella siéntase con la libertad de ejercer su autoridad como si de una empleada suya se tratase.
Muchas gracias doctor. Así lo haré
Martín se introdujo en el aseo y se lavó las manos con abundante agua y jabón. Al salir del baño ya estaba esperándole con el maletín su ayudante. Juntos se dirigieron a la habitación de Marta. La muchacha al verlos entrar con el maletín se asustó un poco pero ellos la tranquilizaron al momento.
Martín la destapó y le ordenó hacer giros y movimientos de cabeza y cuello para ver como reaccionaba la chica. En un momento dado le mandó ponerse boca abajo y ella lo hizo. El comenzó a levantarle el camisón y ella hizo ademán con las manos de evitarlo, pero dos rápidos azotes PLAS, PLAS… la frenaron… Eyyyy protestó y PLAS, PLAS… otros dos fuertes azotes fueron la respuesta…
Una vez levantado el camisón les tocó el turno a las braguitas blancas de algodón, la muchacha nuevamente intentó evitar que se las bajara y entonces
PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… una docena de fuertes azotes impactaron sobre la tela blanca de las bragas ¡te vas a estar quieta niña!
En ese momento, alertadas por el ruido entraron Jordana y Julia en la habitación, que vieron a Marta boca abajo, con el camisón levantado, las bragas puestas y una rojez que delataba los azotes recibidos en la parte de las nalgas que no cubría la tela de las bragas.
¡se puede saber qué demonios hacen aquí! ¡acaso las he llamado! ¡me quieren dejar trabajar! ¡después ya hablaré con ustedes! ¡esto es inadmisible! Gritó enfurecido Martín lo que dejó sorprendidas y desarmadas a las dos muchachas.
Alertado por los gritos de Martín apareció raudo y veloz D. José que, al presenciar la escena y recibir las explicaciones pertinentes del doctor, fulminó con la mirada a su esposa y a su prima que fueron enviadas a sus respectivos cuartos. Lamento mucho lo sucedido doctor, enseguida me encargo de las dos, recalcó D. José visiblemente contrariado.
Si me lo permite D. José, como para descartar cualquier infección o contagio me gustaría hacer un chequeo a todos los integrantes de la finca, en dicho chequeo les puedo corregir su actitud, siempre y cuando usted esté conforme.
¡no me parece una mala idea, doctor! Tiene usted mi permiso.
Una vez volvieron a quedarse solos, Martin continuó bajando las bragas de la muchacha, que estaba roja de vergüenza porque todos habían entrado en su habitación y la habían visto así. Una vez con el culo desnudo le separó las nalgas y le hizo un gesto a Magdalena que le acercó un bote de vaselina previamente abierto…Martín cogió una generosa porción y la puso en su ojete, la joven se movió sorprendida por el frio de la crema… PLAS, PLAS… dos nuevos azotes le indicaron que mantuviera la postura. Martin jugó con el dedo masajeando el exterior del ojete y poco a poco fue introduciendo un dedo haciendo que la muchacha apretara los dientes y cerrara los ojos. A continuación sacó el dedo y, estirando el brazo, agarró un paño que le estaba sujetando su ayudante. Se limpió la mano de los restos de vaselina y le pidió a su enfermera que le alcanzara el termómetro, el cual era de un grosor mayor que los habituales, puesto que lo había hecho fabricar así Martin en Inglaterra, eso le permitía tomar la temperatura y comenzar a dilatar el esfínter por si era necesario introducir un supositorio de gran tamaño.
Marta notó la presión del termómetro, que podría tener el ancho de una salchicha, y que iba resbalando lentamente al interior de su cuerpo. Magdalena cogió un reloj de arena del maletín y lo colocó sobre la cómoda, eso les indicaría el tiempo que debía mantenerlo en el culo. Mientras esperaban Martin le fue haciendo algunas preguntas y, entre ellas si alguna vez le habían hecho una exploración ginecológica. La muchacha puso cara de no saber de qué le hablaban, Martín sacó de su maletín un espéculo y se lo mostró a Marta que lo miró asustada… Tranquila, no hace daño, verás con esto yo puedo ver en tu interior…Marta lo seguía mirando con pavor, así que una vez el reloj de arena llegó a su fin, Martin sacó deslizando lentamente el termómetro del culo de la muchacha, que agradeció su salida con un ufffff y, tras comprobar que no tenía fiebre, le pidió que se echase hacia un lateral de la cama. Con un gesto Magdalena supo lo que tenía que hacer y, ante la cara de asombro de la muchacha, se metió las manos por debajo de su falda y se quitó las bragas. A continuación se tumbó boca arriba en la cama, justo al lado de Marta y flexionó las piernas mientras le decía a Marta ¡ves cariño, te tienes que poner así! Martín cogió otro poco de vaselina y lubricó el espéculo, separó los labios vaginales de la enfermera y le insertó el espéculo en la vagina…
Bufffffffffffff resopló la enfermera mientras el instrumento metálico se deslizaba hacia su interior y otro bufffffff cuando empezó a girar la rueda y este empezó a separar los labios vaginales. Marta lo miraba con una mezcla de miedo, curiosidad y excitación…
Martín aprovechó el momento para “torturar” a Magdalena con movimientos suaves que aumentaban su excitación…bufffff seguía resoplando la joven deseosa de estar solos para que su jefe pudiera tomarla…Cuando Martín pensó que ya estaba lo suficientemente excitada se lo quitó de un tirón y la enfermera no pudo reprimir un ¡mierda! Que automáticamente provocó en ella misma, sin que nadie se lo dijera, se diera la vuelta y pusiera el culo en pompa, para recibir 6 palmadas en su trasero que pasó a ser rojo carmesí… PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… PLAS, PLAS… En ese momento Marta sintió que los golpes de Martín eran secos y duros, parecían bastante dolorosos en comparación con los que le había dado hasta ahora…
Su turno señorita
Marta no se atrevió a rechistar, se puso en la posición que le había enseñado Magdalena, quien ya estaba de pie limpiando el espéculo para ser usado con la muchacha. Marta, a pesar de su juventud, tenía una mata de pelo considerable en el monte de venus y Martín agarrando un puñado de pelo y tirando hacia arriba de el, lo que provocó un auuuuu de la chica, dijo ¡esto es una fuente de infección señorita, debería tenerlo mas cuidado! ¡Magdalena proceda! Y dicho esto Martín se levantó y abandonó momentáneamente la habitación.
La enfermera se sentó en la cama y le dijo a la muchacha que estirara las piernas y las separara, a continuación cogió una pastilla de jabón y la sumergió en la palangana con agua que había colocado encima de la mesilla de noche…después se frotó la pastilla entre sus manos hasta conseguir sacar un poco de espuma…puso ambas manos en la mata de pelo de la joven y comenzó a masajearlo como si se tratara de una cabeza en la peluquería…el masaje comenzó a provocar una sensación de placer en Marta que a duras penas podía contener…¡no te corras o el doctor te castigará y te aseguro que no será suave!
Marta se mordía el labio y se movía de manera convulsa, tratando de escapar de las manos de la joven enfermera que, con sus movimientos, no hacían otra cosa que calentarla mas y más…un gran trapo mojado que Magdalena dejó caer sobre su pubis le bajó la calentura momentáneamente…frotó y frotó hasta llegar a hacerle daño para limpiar los restos de jabón del vello púbico. Cuando quitó el paño, el frescor del contacto del aire con el monte de venus alivió su situación y Marta pensó que ya había terminado y se comenzó a relajar. En ese preciso momento el sonido de unas tijeras puso en alerta nuevamente a Marta que, casi de manera inmediata sintió el frio contacto del metal en su pubis. La enfermera fue tirando del vello púbico para estirarlo y TRAS, TRAS, TRAS… unos cortes secos fueron desbastando la selva de pelo que la muchacha tenía en la entrepierna…los tirones de pelo se juntaban con las cosquillas que provocaba el pelo al volver a su sitio tras el corte…y eso a su vez provocaba un cosquilleo en sus partes que, esta vez sí, provocaron que la muchacha se corriera durante la sesión de corte… Ummmmmm intentó disimular mordiendo el labio y sofocando el jadeo, pero la enfermera obviamente se percató y hundiendo un dedo en su coño lo sacó empapado y ¡no, no, no…esto no le va a gustar…no señor!
Martín regresó a la habitación y, aunque admiró el trabajo hecho por su enfermera, en seguida se percató de la humedad de la entrepierna que brillaba con el reflejo de la luz de la bombilla de la habitación.
¡vaya, vaya, una viciosa recibiendo y otra viciosa que no se ha cortado dando! En clara alusión a que Magdalena había disfrutado excitando con sus movimientos a la joven muchacha hasta provocar su orgasmo.
Está bien, luego ya hablaré con usted señorita Magdalena, pero ahora toca concluir la revisión, y agarrando a Marta por los tobillos le levantó las piernas como cuando se va a cambiar un pañal y PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS,…una docena de fuertes azotes impactaron sobre sus desprotegidas nalgas mientras el le reprochaba lo cochina que había sido por no cuidar su mata de pelo y por haberse corrido mientras la adecentaban…La muchacha lloraba y las nalgas le ardían, realmente el médico daba muy duro y su mano dolía casi tanto como la correa pensó Marta. Al terminar y con las nalgas calientes, Martín la depositó nuevamente en la cama y le ordenó poner las piernas en posición.
Una vez colocada adecuadamente, el doctor lubricó nuevamente el espéculo y se lo introdujo en el coño con cuidado de no profundizar demasiado para no rasgar el himen de la virginal muchacha…entre la vaselina y la lubricación natural de la muchacha fruto del orgasmo, el espéculo resbaló con suma facilidad y, excitada como estaba a pesar de la vergüenza, la joven disfrutó de la exploración. El himen estaba prácticamente roto por completo así que Martín clavó mas profundamente el instrumento y terminó de rasgarlo ante lo cual Marta respondió con un ¡Ayyy! Y de su coño comenzó a salir una pequeña gota de sangre que rápidamente la enfermera se apresuró a limpiar. El doctor sacó el espéculo y lo sustituyó por sus dedos que se movían agiles y expertos por el interior de la muchacha que no paraba de moverse al ritmo que el le marcaba. Jugó con ella todo el tiempo que quiso en un frenético mete y saca, en un juego de roces y pellizcos, de dilataciones y penetraciones con los dedos que llevaron a la muchacha a un orgasmo brutal ¡Diossssssssssssssssssssssssss! Los jadeos, gemidos y sudores de ella se mezclaron con las risas cómplices del médico y la enfermera.
En cuanto la joven dejó de respirar agitada, la voltearon, poniéndola boca abajo, Marin le separó las nalgas y, tras pedirle a la enfermera que le preparara uno, le introdujo un supositorio por el culo, lo suficientemente grande para que ella bufffffff resoplara a medida que le iba entrando empujado por el dedo del doctor que no dudó en explorar el estrecho orificio para mayor sufrimiento y vergüenza de la joven…en unos minutos comenzó a hacer efecto y la muchacha se durmió. Martín dirigiéndose a su ayudante le dijo ¡entre el orgasmo y el supositorio esta hoy ya no tiene pesadillas!