Capítulo 11

ANGELES

CAPÍTULO ONCE

En esos momentos que Estela y su marido hablaban sentados en la cama, Ángeles estaba llegando a casa. Vio a Pablo regando el jardín e intentó que no la viera, pero era imposible entrar sin que eso sucediera.

– ¡¡Ángeles!! – dejó sobre el suelo la manguera y se acercó a la división de los dos jardines – Tenemos que hablar.

– No me apetece don Pablo – se detuvo y lo vio con ojos de mujer derrotada.

– O vienes tú, o voy yo ahí.

Ángeles bajó la cabeza y volvió sobre sus pasos. Atravesando la puerta del jardín de su vecino se acercó a él con la cabeza baja, esté con su mano la hizo levantarla y que lo mirara a la cara.

– ¿Quieres decirme qué está pasando?

– Nada.

– Ayer le dijiste a Estela que te encontrabas mal y estoy seguro de que lo dijiste para no venir a casa. Hoy he visto que no está la llave bajo la maceta y anoche estaba y eres la única que sabe de ese escondite.

– Yo necesitaba algo, pero me arrepentí y me fui.

– ¿Qué necesitabas?

–  Necesitaba estar con usted.

–  Y por qué te arrepentiste? Necesito que me lo cuentes.

– Por nada – recordaba la conversación de su amiga y él esa mañana y se sentía mal.

– ¿Nos viste juntos, es eso?

– Si. – se avergonzaba de tener que reconocer que los había espiado.

– Y nos escuchaste.

– Si. Yo no quiero ser un estorbo para vosotros Si queréis ser felices juntos yo me apartaré.

– Cariño – Pablo la estrechó en sus brazos. – Tú nunca serás un estorbo.

– Necesitaba estar en sus brazos.

– ¿Quieres que vayamos a dentro?

–  Pero si Estela es su pareja no deberíamos entrar.

Pablo cogió la mano de Ángeles y la llevó a dentro de la casa. Se miraron como nunca se habían mirado y comenzaron a besarse. Besos desesperados que los empujaron a desnudarse. Vio que no llevaba bragas.

– ¿Y tus bragas? ¿No te has puesto bragas hoy?

– Si me las puse.

– ¿Y dónde están?

–  El me las pidió

– ¿Has estado con otro hombre? – ahora era Pablo quien sintió celos de pensar que otro hombre se había follado a su vecina.

– Si. – Ángeles besó su pecho y se arrodilló delante de él – Fólleme la boca – abriéndola, esperaba con impaciencia la intrusión de aquella polla totalmente dura – Por favor.

Pablo acercó su miembro erecto y empujó entre aquellos labios abiertos. Se movía lento y profundo al principio. Pero los celos lo encabritaron y se follo la boca de Ángeles igual que el cabrón de Andrés, con fuerza, con mucha fuerza. Ángeles empezó a mearse de gusto, sentirse usada, cada vez le gustaba más.

La hizo levantarse y la llevó a la cama.

Ángeles sintió a su vecino especialmente ansioso, más bruto, desde el momento en que le dijo que había estado con otro. La comenzó a besar el cuerpo con avidez. Besó y chupó sus pechos como nunca, lamió su coño haciéndola gemir. ¿Acaso estaba celoso por lo que le había dicho? Pablo le besaba y lamía sus piernas con brusquedad, una nueva forma para ella, que rompió en un fuerte orgasmo, mientras Pablo sorbía su clítoris y pellizcaba con fuerza sus pezones.

– Estuve con otro porque estaba con Estela. Yo deseaba follar con usted.

– ¿Deseabas follar conmigo?

–  Si por eso busqué la llave

–  Te follaré ahora. – se puso de rodillas y acercó su polla al coño empapado – ¿Ese otro te folló?

–  Si me folló.

– ¿Y te gustó que ese otro te follara? – La rabia lo hizo penetrarla con fuerza – te folla mejor que yo?

–  Si – Ángeles gimió al sentir como Pablo la follaba con fuerza – Me gustó como me folló.

–  Yo te follaré siempre que quieras Ángeles.

Aquellas nuevas embestidas la hicieron correrse varias veces. Pablo nunca había sido tan brusco, tan autoritario, tan posesivo y eso le estaba gustando. Necesitaba sentirse usada, poseída, le estaba gustando esa nueva forma de follar.

– ¿Por qué me está follando tan fuerte? ¿Piensa que he traicionado su confianza por follar con otro? – Ángeles se giró y se puso de rodillas apoyando su cara en el colchón y levantando sus nalgas. – ¿Creo que piensa eso y está deseando castigarme? ¿Verdad?

– Aunque tenga ganas de castigarte no me veo capaz.

– Ese otro me hizo correrme mucho – algo la estaba empujando a decir esas cosas.

– ¡Cállate Ángeles!

– Es la verdad. Mojé su cama muchísimo – de repente sintió un azote en su culo

– No pude evitar correrse – otro azote fuerte hizo temblar su nalga y su cuerpo se estremeció.

Quizás se merecía aquel castigo. Era una mujer sexualmente infiel a su marido con ese vecino en el que tanto confiaba Rodrigo. Había sido violada y ultrajada por un desconocido, en la casa de éste. Acababa de correrse, hacía un par de horas con el marido de su mejor amiga. Merecía ser azotada. Le estaba encantando, recibir aquellos azotes, que ella pensaba, eran tan merecidos. En esos momentos estaba en la cama de la pareja de Estela, Pablo, y la había follado. Aquellos azotes eran su castigo. El dolor se tornó en placer sin esperarlo y sus quejidos lastimosos se convirtieron en gemidos. Sentía sus nalgas arder, pero el placer la alcanzó de una manera intensa y Ángeles comenzó a correrse. Temblaba sobre esas sábanas blancas inmaculadas, Dolor, eyaculación y vergüenza unidos. Se derrumbó sobre la cama, temblando como una niña desconsolada.

Pablo la abrazó con fuerza.

– Discúlpame Ángeles – avergonzado por haberse dejado llevar por los celos, no sé qué me ha pasado.

–  Me lo merecía, he sido una mala esposa y una mala amiga. Por favor no le cuente esto a Estela. – se levantó y se fue al salón a recoger su ropa. Comenzó a vestirse de prisa – Debo irme, no quiero que ella me descubra aquí.

Ángeles – lo miraba con tristeza

– ¿Volverás a venir?

– No lo sé – ella también lo miró con mucha pena – Soy feliz con mi marido y no quiero que mi matrimonio fracase. Y si en alguna ocasión vuelvo no quiero que Estela lo sepa.

– Ella no lo sabrá, si es tu deseo.

Era media tarde cuando alguien llamó a la puerta. Era Estela. Encontrarse frente a frente las hizo sentir vergüenza, cada una por motivos diferentes. Su amiga entró sin esperar que Ángeles le dijese nada y la abrazó con fuerza.

–  Cariño, perdóname – comenzó a llorar – Andrés me lo ha contado todo.

– ¿Que te ha contado? – Ángeles se puso tensa preguntándose, que era lo todo que le había contado Andrés.

–  Que te culpa de que yo me haya ido de casa y te ha obligado a follar con él. – apartándose un poco de ella la miró a la cara – ¿Estás bien mi niña?

–  Si, bueno, más o menos – bajó la vista, incapaz de mirar a los ojos a su amiga, recordando que esa mañana la había espiado cuando estaba con Pablo y encima después había follado con su marido y pensaba cómo la había hecho gozar y como se sentía con él.

– He estado hablando mucho tiempo con mi Andrés cariño, es que lo amo con locura y sé que él también me ama.

– ¿Vas a volver a casa con él? – deseaba que volviera a casa a pesar de sentir que le estaba gustando lo que el marido de su amiga le hacía.

–  Creo que sí, pero tiene que aprender a tratarme bien y ya se lo avisé. Será su última oportunidad. – La abrazó de nuevo – Y no le hagas caso a mi Andrés, tú no eres la culpable de que me haya ido de casa.

–  Gracias cariño.

Eran las once cuando Ángeles llamó al timbre de la casa de Andrés. El día anterior había hablado con su amiga y había decidido que esa mañana volvería a verlo. Él le abrió y se sorprendió de encontrarla allí

– Hola Ángeles, hoy no esperaba que vinieras.

– ¿Por qué no esperabas que viniera? – entró en la casa y se fue hacia el salón. – ¿Acaso no me has dicho que hasta que Estela regresara, tenía que follar contigo todos los días?

– ¿Estela no ha hablado contigo? Ella ayer descubrió que habías estado aquí y que habíamos follado juntos.

–  Si, ha venido a mi casa y me ha dicho que lo sabía. Me ha contado que habéis hablado y que seguramente vuelva.

– Ángeles quiero pedirte perdón por cómo te he tratado. Puedes irte, no diré nada de lo de ese señor de la terraza.

– Eres un cabrón por lo que me has obligado a hacer. – se sentó en el sofá. – ¿Y cómo sé yo que no volverás a hacerme chantaje con esas fotos?

–  Te juro que no volveré a utilizarlas para aprovecharme de ti – se giró y cogió el teléfono de encima de la mesa – Las fotos están aquí, bórralas. Ya sabes que yo no tengo ordenador ni nada parecido donde tenerlas. Toma – le dio el teléfono – Elimínalas.

– Estos días te he odiado Andrés – cogió el teléfono y entró en la galería de fotos y se sorprendió de ver la cantidad de fotos que le había hecho a escondidas. Se avergonzó con aquellas imágenes en las que se veía con el vestido subido y sus piernas abiertas mostrando su vagina a un desconocido. En alguna foto hecha con el zoom se veía su coño desnudo. Las fue borrando una por una.

– Miro las fotos y me avergüenza Andrés. ¿Qué pensabas de mi cuando las hacías?

– Yo no las hice para chantajearte. Reconozco que al verte así me sorprendió porque no entendía que pasaba. Siempre pensé que eras feliz con Rodrigo.

– Soy feliz con mi marido – lo interrumpió – Ni siquiera yo entiendo porque hice esto que se ve en las fotos.

– ¿Te gustaba que ese señor te mirara?

– Andrés, me avergüenza reconocer que, si me gustaba, era una sensación muy fuerte.

– Te vi marchar con ese señor. ¿Has follado con él?

– No voy a contestar a eso Andrés.

– Estoy seguro de que sí. – mientras le hablaba la miraba las piernas – Creo que Rodrigo no te folla bien y tuviste que buscar a otro que si te lo hiciera como a ti te gusta.

– ¡Cállate! – no le gustaba lo que le decía – Claro que me folla bien mi marido.

– ¿Sí? ¿Y por eso te corriste tantas veces conmigo?

– Eso no tiene nada que ver, si me corrí tantas veces contigo es porque mi cuerpo estaba sensible.

– Creo que mi polla te gustó demasiado. ¿No es verdad?

– Claro que no me gusta tu polla, a mí me gusta la de mi marido.

– Cuando te la metí gemiste mucho. – sin esperarlo, ella vio cómo se bajaba el pantalón del pijama y tenía el sexo totalmente duro bajo el bóxer. También se bajó su ropa interior y su miembro viril apareció ante ella.

– ¿Ves cómo está? ¿Te gusta?

– Súbete el pantalón Andrés. – no pudo evitar mirar su polla totalmente dura, le sorprendía lo gruesa que la tenía – Ya he borrado las fotos, no puedes obligarme a follar contigo.

– Si quieres vete – se sentó en el sofá de enfrente a donde ella estaba – Pero no puedes negar que te gusta. Me haré una paja pensando en ti.

– Haz lo que quieras – Ángeles nerviosa miraba como la mano de ese hombre masturbaba aquel sexo totalmente erecto. Se levantó y fue hacia la puerta – Pero deberías pensar en tu mujer y no en mí al hacerlo.

– En ella pensaré cuando vuelva a casa. Antes de irte, ¿puedo pedirte un último favor? – se levantó y se acercó a ella.

– ¿Qué favor?

– ¿Me regalas las bragas que tienes puestas ahora? – se seguía masturbando de pie, cerca de ella – Con tus bragas me correré mucho más fuerte.

– Estas bragas que llevo son un regalo especial de mi marido. – no entendía porque no era capaz de irse.

– Te las devolveré. Mira como estoy – con su barbilla le señalaba su polla y ella la miró – Me corro con tus bragas y te vas.

– Cuando termines me iré – metiendo las manos bajo el vestido se bajó las bragas y se las quitó – a cambio dame tu bóxer.

– Claro – lo cogió del suelo y volvió hacia donde ella estaba – Tómalo.

Al tener en su mano el bóxer de Andrés sintió morbo. Todavía estaba caliente y en el centro había una mancha de humedad. Ella le dio sus bragas y se estremeció al ver como el marido de su amiga las miraba y como pasaba su dedo por la zona donde hacía unos segundos su coño derramaba flujos íntimos.

–  Tus bragas están mojadas.

–  Y tu bóxer también. – Ángeles vio como Andrés acercaba sus bragas a la cara y comenzaba a olerlas – No hagas eso por favor.

– ¿Por qué? – sin hacerle caso siguió oliéndolas – ¿Te pone cachonda ver como el marido de tu amiga huele tus bragas?

– Me voy a ir – se sentía totalmente excitada al ver su ropa interior en la cara de ese hombre. Se dirigió a la puerta y al ir a abrirla se frenó.

Volvió sobre sus pasos humillada, excitada. No pudo evitar acercarse a Andrés y se arrodilló delante suyo. Observó aquella polla que tanto le estaba gustando desde el primer día que la vio y la acarició fascinada. Andrés se puso muy cachondo al sentir como la amiga de su mujer se la metía en la boca y comenzaba a saborearla con verdadera ansia. Jamás en su vida le habían hecho una mamada como en ese momento se la estaba haciendo Ángeles.

– ¿Ves cómo tenía razón? Te gusta mucho mi polla. Nadie me había hecho una mamada como tú. Sigue por favor. ¿Quieres que me corra en tu boca? – ella le hizo entender que eso deseaba porque aumentó la velocidad de su cabeza y mientras lo hacía le acariciaba los testículos – Joder vas a hacer que me corra.

Aquella polla comenzó a escupir semen en el interior de su garganta. Tres potentes chorros alcanzaron su garganta y ella los recibió con agrado. Le gustó el sabor del orgasmo de Andrés. Lo miró avergonzada al darse cuenta de que acababa de reconocerle que tenía razón, su polla la estaba volviendo loca.

– Gracias por ayudarme – le acarició las mejillas. – Estaba muy cachondo.

La ayudó a levantarse y la abrazó. Cuando se dio cuenta estaban besándose y él la estaba desnudando. Enseguida se encontró totalmente abierta de piernas con la cara de Andrés entre ellas y gimió. Le estaba comiendo el coño con ansia. Se corrió en su cara, en su boca. Y esta vez fue ella la que lo empujó hasta el sofá y se sentó sobre él. Fue ella la que cogió su polla, de nuevo totalmente dura, y colocándola en la entrada de su coño se dejó caer sobre ella. Fue ella la que lo folló, la que cabalgó desesperada al marido de su mejor amiga hasta correrse juntos mientras se besaban y gemían sin pudor.

Sus piernas todavía temblaban cuando subió al autobús que la llevaría a casa. Había varios asientos libres y se sentó en la parte de atrás donde estaba más vacío. Necesitaba sentirse sola. Acababa de follar con el marido de su mejor amiga y esta vez no había sido obligada a hacerlo, sino que había sido ella quien por voluntad propia lo había follado. Se avergonzó de haber sucumbido al deseo que aquella polla le provocaba. Le era materialmente imposible no pensar en el sexo erecto de Andrés y en las sensaciones que había tenido al meterlo en la boca y cuando lo cabalgó en el sofá. Aún le faltaba bastante para llegar a casa y deseó que ese trayecto transcurriera rápido pues necesitaba calmar la excitación que su vagina sentía de recordarlo. Cada curva o bache que el autobús cogía le provocaba un estremecimiento entre las piernas. Sentía su coño mojado, sensible. Agradecía estar sentada sola y en cada parada que se subía gente rogaba que nadie se sentara a su lado y pudiera notar su estado. Miró los asientos a su alrededor y se maldijo a sí misma cuando comprobó que el único asiento que quedaba libre era el que estaba a su lado. La gente conversaba ajena a lo que le estaba pasando, algunos iban absortos mirando sus móviles y otros aislados del mundo con los auriculares puestos. El autobús se detuvo en una nueva parada y vio cómo subían tres personas y se quiso morir cuando vio que aquel señor, casi anciano, buscaba con la mirada un asiento libre y contento de poder ir sentado se aproximaba a donde ella estaba.

– Buenos días joven – con educación aquel hombre la saludó – he tenido suerte y quedaba este asiento libre.

– Buenos días – le respondió con frialdad pues se sentía incómoda por lo que estaba sintiendo bajo el vestido.

– Hace mucho calor. Hubiera preferido quedarme en casa, pero he tenido que venir al centro a hacer unas gestiones. ¿Dónde vives?

– Vivo en las afueras.

No podía ser cierto, encima se había sentado a su lado el típico señor que le gusta hablar y aquel traqueteo del autobús la estaba volviendo loca.

– Nunca te había visto por este autobús – la miraba, como intentando reconocerla – yo vivo en las afueras en la urbanización de los chalets blancos.

– Si, yo también vivo en esa urbanización.

– Uy disculpa – en una curva cerrada el cuerpo de ese hombre se había resbalado y puso su mano sobre la pierna desnuda de ella.

– No pasa nada – al sentir esa mano sobre su pierna no pudo evitar estremecerse. ¿Acaso estaba loca por sentir eso con un anciano? ¿Quizás ese hombre había notado su estado de excitación?

– Ese vestido te queda maravillosamente. Veo que te gusta tomar el sol, tienes las piernas morenitas.

– Si, me gusta tomar el sol – un bache le hizo morderse los labios y su voz sonó entrecortada. Estaba sudando por las sensaciones

– ¿Te sientes bien? – el hombre sacando un pañuelo se lo pasó por la frente.

– Es que siento muchísimo calor – su frente, sus brazos y sus piernas estaban bañados de sudor.

–  Quizás sea un golpe de calor – le estaba secando la frente, las piernas y sorprendida sintió como ese señor le desabrochaba un par de botones del vestido dejando prácticamente a la vista sus pechos – No te preocupes aquí nadie te verá.

–  Es que no sé qué me pasa – sintió como ese hombre abría el escote y comenzaba a secarle el cuello e incluso la parte de arriba de los pechos y sorprendida se dejaba hacer.

–  Por suerte no llevas sujetador, esa prenda debe dar mucho calor, ¿verdad?

– Si, odio usar sujetadores.

– Mejor no los uses. No te hacen falta – aquel hombre le miraba los pechos con descaro, pero de una manera muy tierna y eso a ella le gustaba.

–  Estoy avergonzada, no sé, porqué me pasa esto.

–  Puede pasarle a cualquiera, no te preocupes. – con el pañuelo abierto comenzó a secarle los pechos y esa sensación la hizo estremecer.

–  Por favor no haga eso.

Podía sentir perfectamente el tacto de aquella mano a través de la fina tela del pañuelo. Sentía aquellos dedos frotar sus pezones totalmente erectos y estaba a punto de sentir un orgasmo con los cuidados que ese hombre le estaba dando.

Ángeles miraba en todas direcciones asustada de que alguien pudiera ser testigo de lo que estaba pasando, pero la gente estaba distraída con sus conversaciones, con sus teléfonos, con su música. Cerró los ojos y apoyó su espalda sobre el respaldo de su asiento. Entonces, se dejó llevar, se dejó llevar por su cuerpo. No dijo nada cuando sintió el calor de la piel de ese hombre que ya acariciaba sus pechos sin impedimento alguno. Se tuvo que agarrar a aquel brazo desconocido cuando comenzó a correrse, ahogando sus gemidos con la mano libre.

  • ¿Te sientes mejor?

La miraba con cariño mientras doblaba el pañuelo y lo guardaba en el bolsillo

  • Estoy seguro de que ha sido un golpe de calor.
  • Si, creo que sí. Voy a bajarme en la próxima parada que necesito tomar el aire.
  • ¿Quieres que te acompañe?
  • No, gracias. Prefiero ir sola – se abrochó el vestido con prisa y se levantó avergonzada de lo que acababa de pasar – Gracias por ayudarme.
  • Es lo menos que podía hacer. Ten cuidado por favor. Ya fuera del autobús se sintió abochornada.

En que se había convertido, ¿que había permitido que un anciano la tocara de esa manera y hasta había tenido un orgasmo? Esas manos habían pellizcado con maestría sus pezones. Se asustó al pensar que si ese hombre hubiera insistido en acompañarla seguramente hubiera aceptado y su vergüenza fue mayor al pensar que con seguridad hubiera terminado follando con él.

Sonó el teléfono y al sacarlo del bolso vio que era Rodrigo.

  • “Hola amor, ¿qué tal estás? ¿Ha pasado algo?
  • “No cariño, solo que te echaba de menos y tenía un momento y necesitaba escucharte. ¿Qué haces? ¿Estás en casa? “
  • “Estoy llegando a casa ahora. Vine hasta el centro comercial a ver unas cosas y ya voy de vuelta. “
  • “Estoy deseando llegar a casa para poder estar juntos mi amor “
  • “Yo también estoy deseando que llegues. Necesito abrazarte muy fuerte “
  • “Esa idea me encanta cariño. “
  • “Te amo, eres el hombre de mi vida “
  • “Y tú la mujer de la mía cariño “

Cuando colgaron Ángeles no pudo evitar que sus ojos se desbordaran y comenzó a llorar. Amaba a su marido y siempre la había hecho sentir la mujer más feliz del mundo. Todo el mundo los envidiaba porque eran el matrimonio perfecto. ¿Pensó en Pablo, lo quería? Claro que lo quiero, pensó. Ese señor me hizo descubrir un sexo diferente y siempre está pendiente de mí y nunca intentó separarme de mi marido sino todo lo contrario. Pensó en Estela, su alocada amiga a la que adoraba y hasta la había hecho descubrir que el sexo entre dos mujeres podía ser maravilloso. Sonrió al pensar que la condenada estaba muy buena y que ojalá fuera feliz o bien con Pablo o con su Andrés.

Pero todo aquello tenía que cambiar, por el bien de ella, de su matrimonio, de su amiga…

 

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