Capítulo 4

PERFECCIONAMIENTO.

María como todas las mañanas, se despertó y se amorró a mi polla, la chupó, como el día anterior, sin prisas. Yo desperté con un placer indescriptible, esa boca me empezaba a volver loco y cada vez sabía mejor cómo lo tenía que hacer. Tras unos minutos con su sube y baja, María consiguió su premio, consiguió que, apretando su cabeza, le llenase la garganta con mi néctar.

Se levantó aun con su cuerpo dolorido y preparó el desayuno.

  • ¿Qué tal estás, María?
  • Bien señor, un poco dolorida, pero bien.
  • Luego te doy más ungüento ¿quieres?
  • Si, por favor, muchas gracias, señor.

Desayunamos con apetito, los dos teníamos hambre. María tras desayunar, recogió los cacharros y se sentó a mis pies una vez terminó.

  • María, hoy iremos a una terraza, tú llevarás un vestido corto y tendrás que excitar a quien yo te diga. Si te quiere follar después, te tendrás que dejar follar.
  • Lo que usted mande señor.
  • Bien, túmbate que te daré el ungüento.

Extendí por todo su cuerpo la pócima antinflamatoria y calmante. Lo hice lentamente recreándome en su culo. Acaricié su espalda sin prisa y su culo sin pausa. María empezó a gemir, pero yo la quería bien caliente.

Ahora será la propia María quien cuente esa mañana, creo que se ha ganado el derecho de hacerlo.

Mi amo me ordenó asearme y vestirme. Tras asearme, busqué entre la poca ropa que tenía, un corto vestido de flores. Este vestido tenía un generoso escote y me llegaba a medio muslo. Me puse un liguero y medias negras, me encantan las medias negras. Unos zapatos de diez centímetros terminaron de conformar mi atuendo de esa mañana.

Salimos a la calle y aun hacía un poco de fresco, eran las once del medio día. Una ráfaga de aire se coló por el vuelo del vestido y me azotó en mi sexo, con un seco golpe sobre él. Aun me dolía el culo del día anterior. Solo de pensarlo ya estoy mojada entera, esa paliza me subyugó, me calentó de tal manera, que fue la primera vez que tuve un orgasmo solo con los azotes. Aun puedo sentir ese calor que partía de mi culo e inundaba todo mi cuerpo, como mi mente se cerraba para aguantar el dolor y el placer y como ese placer me llenaba entera.

Caminábamos lento y podía sentir como alguna gota de mis flujos resbalaba por mis muslos. Ese hombre estaba cambiando mi cuerpo, ahora estaba todo el día excitada, me encantaba cuando me dejaba comerle la polla y cuando me follaba. Yo iba tiesa y altanera al lado de ese hombre que había conseguido doblegarme con su mente y no con castigos. El solo me castigó una vez y fue delicioso, la otra me castigué yo sola y también fue maravilloso.

Tras un buen paseo de más de una hora, nos sentamos en una terraza en un parque. Cerca de ella había unos baños públicos, este hombre sabía lo que hacía.

Nos sentamos cerca de la puerta de frente a todo el mundo, bueno a las tres parejas que había frente a nosotros. En una mesa había dos jóvenes de poco más de veinte años y estaban justo frente a nosotros. Al lado estaba una pareja con un cochecito de bebé y un poco más alejada otra de dos personas ya mayores.

  • ¿Ves esos jovencitos?, has de conseguir que te pidan follar. Si así lo hacen, tendrás que pedirles cincuenta euros, bueno, eso lo haré yo.

Miré fijo a los niños que miraban con descaro mis piernas. Yo me hacia la loca y las crucé para dejar más cacho de piel a la vista. Los miraba fijo a sus ojos y me relamía los labios mordiéndome el inferior. Miraba a Pablo y le acariciaba la polla bajo la mesa. La dureza de esa polla y el sentirme observada, me estaban llevando al éxtasis. Cuando los dos muchachos como si se hubiesen puesto de acuerdo, llevaron sus manos a sus pollas, yo volví a descruzar mis piernas. Con mi mano en la polla de Pablo y sin dejar de mirarlos fui lentamente abriendo mis piernas, dejando que observasen mi desnudez mi coño lampiño y húmedo. Los muchachos se miraban con sus vergas bien sujetas, hablaban entre sí y no dejaban de mirar. Levanté un poco más mi vestido y abrí más mis piernas. Solté la polla de Pablo y abrí los labios de mi coño, para que viesen mi humedad. Estaba realmente excitada, mostrarme a ellos me estaba elevando la libido. Los muchachos se retorcían en la silla y cada vez sus manos recorrían con más descaro sus piernas.

  • Vete al servicio de minusválidos y espera.

Yo me levanté, fui al servicio de minusválidos y esperé. Pablo se dirigió a los muchachos y me contó que les había preguntado si querían follarme. Estos al principio se asustaron, pero cuando les pidió cincuenta euros por follarme los dos, no lo dudaron.

Yo estaba en el baño esperando, me había quitado el vestido y estaba casi desnuda, solo mi liguero y mis medias cubrían mi cuerpo. Los dos muchachos entraron y pusieron el tranco en la puerta. El más osado de los dos, se acercó a mí, me besó en los labios y bajó su mano a mi coño.

  • Esta puta está inundada, mira, ¡toca!
  • El otro joven más recatado, acercó su mano a mi coño y metió en él un dedo. Yo me sujeté a su cuello y lo besé. Me puse de rodillas frente a ellos, les saqué la polla y empecé a lamérselas. Casi antes de empezar ya se habían corrido los dos. Pero yo sabía que la juventud se recupera pronto, por lo que, mirándolos a los ojos, me lo tragué todo y seguí comiéndoles la polla. Al poco rato ya estaban los dos otra vez a punto. El más desinhibido de los dos, se colocó tras de mí y me metió de una, su polla en el coño. Me daba muy, muy rápido. Por lo que, aun habiéndose corrido hacía poco, se corrió rápidamente dentro de mí.
  • Fóllame tú ahora y hazlo más despacio. Tú, ven y ponme la polla en la boca.

Así lo hicieron, el más vergonzoso se puso detrás de mí y me follo muy rico, muy despacito y me hizo tener un rico orgasmo, mientras su amigo ya estaba otra vez duro. Cuando el chaval me llenó el coño con su blanca esencia, volvimos a cambiar, esos críos eran incansables. Esta vez el osado, tomó mi culo, como quien toma una fortaleza al asalto. Era impetuoso muy impetuoso y rápidamente se corrió dentro de mi culo, no soportó la presión que las paredes de este hacían en su polla. No me había dado tiempo a excitar a su compañero, pero este rápidamente volvió a tener una buena erección. Se colocó tras de mí y como le había dicho antes, entró en mi culito lento y me dio lento un largo rato, mientras su compañero miraba sentado en la taza del wáter. Yo disfruté esa lenta enculada y me corrí al sentir como llenaba mi culo con su espuma blanca. Me di la vuelta y en agradecimiento, le limpié la polla. Los muchachos salieron, yo me adecenté y salí unos minutos después que ellos.

Pablo me preguntó qué, que tal y yo le contesté que, qué maravilla la juventud. Le conté la experiencia y me tuve que sentar, pues me temblaban las piernas.

  • Muy bien, estas preparada, hoy te llevaré a cenar y experimentamos con algún juguete.

Vuelve a escribir Pablo.

La cara de María era un poema, esas dos fieras, le habían dado lo suyo y estaba reventada. Tomamos un aperitivo en la terraza y fuimos a casa. Nada más entrar, María se desnudó y se puso a gatas. Le mandé a la cocina para hacer la comida mientras yo veía unos capítulos de mi serie. A la hora, María puso la mesa y su cuenco en el suelo y me dijo que la comida ya estaba hecha. Me senté a la mesa con ella de rodillas bajo mis pies. Comimos tranquilamente y de postre le di algo de mi blanca y nutriente leche. Nos echamos una siesta y a eso de las cinco me levanté y vi a María fregando los cacharros y recogiendo la cocina. Me acerqué a ella y le dije que se había ganado que la follara. Una amplia sonrisa apareció en su cara y me besó en la mejilla.

  • Ahora caliéntate un baño y espera que yo vaya.

María preparó el baño a su gusto y esperó paciente mi llegada. Llegué y le dije que se metiera en la bañera. Preparé una de mis esponjas naturales y le lavé la espalda, su culo y sus piernas. Le hice dar la vuelta y lavé con esmero sus pechos y su sexo. Algún gemido se le escapó a María.

  • Túmbate.

Una vez estaba tumbada, recogí su pelo en una coleta y empecé a lavarlo muy lentamente. Acariciaba su cuero cabelludo, a la vez que imprimía más energía a mis manos. Los pezones de María se salían de la bañera de duros que los tenía. Tenía los pechos hinchados y los labios de su boca, permanecían abiertos. De vez en cuando, mordía su labio inferior y su piel se erizaba. María gemía muy quedo disfrutando de ese lavado.

Yo seguía con el lento movimiento de mis manos sobre su cabeza. Bajé a sus pechos y apreté sus pezones, María gimió y tembló de placer. Aclaré su pelo y le hice salir de la bañera, la sequé y la mandé a la habitación.

Al igual que ella, yo también me había excitado, por lo que me di una rápida ducha fría, para calmar mis impulsos de follarme a María ahora mismo, no era momento. Salí de la ducha y me sequé. Ya eran casi las siete y media, fui al cajón de los juguetes y busqué un huevo vibrador. Lo puse a cargar y lo probé, funcionaba correctamente.

En el armario busqué un vestido para María, encontré uno de licra y le dije que se lo probara. Con sus curvas le quedaba perfecto, muy pegado y muy justito, por la parte de abajo, apenas tapaba su sexo. María me miró atónita, no dijo nada y lo dijo todo.

  • Hoy te exhibiré y seré el más admirado y envidiado.

Busqué el huevo que ya estaba cargado y se lo di a María.

  • Póntelo y ten cuidado de que no se salga, con los flujos, cada vez te será más difícil mantenerlo dentro. En el momento que salga de tu cuerpo, te follaré estemos donde estemos.

Esa noche la llevé a un restaurante, cuya nota de diferencia era que estabas en una habitación independiente, cada mesa tenía su espacio exclusivo.

María se retorcía con el huevo dentro, pero se sentía mucho más tranquila al ver que únicamente el camarero con suerte podría vernos follar.

Durante la comida, mantuve el huevo a una potencia soportable, aunque los ojos de María me decían que estaba muy excitada. La notaba revolverse en el asiento y notaba los vellos de sus brazos en punta. Gemía mirando a todos lados. A los postres subí la intensidad y María dio un bote en su silla, sujetando con fuerza la mesa entre sus dedos. Me miró con la boca abierta, pero no dijo nada. Noté como cerraba con fuerza sus piernas para aguantar el artilugio. Sus dedos ya estaban rojos de apretar la mesa y sus labios morados de sentir sus dientes. Cuando terminamos el postre, subí al máximo la intensidad. María abrió la boca, cerró sus piernas unos segundos y soltando las manos de la mesa y abriendo sus piernas, se dejó ir en un fuerte orgasmo, a la vez que el huevo salía disparado.

  • Te lo dije, desnúdate y apoya tus pechos en la mesa.
  • Sí señor.

Así lo hizo, sacó el vestido por su cabeza y se apoyó en la mesa con sus piernas abiertas, la evidencia de su corrida se podía notar por regueros que el flujo había dejado en sus muslos.

Yo, saqué mi polla por la bragueta del pantalón y de una me enterré en ella. En ese momento, los cristales dejaron de ser opacos y el resto de las mesas apareció ante nosotros. Estos cristales solo se volvían transparentes, en el momento que en tu mesa, se empezaba cualquier escena sexual. A la vez que nos veían, nosotros también veiamos.

En una de las salas, una mujer con un impresionante vestido y más oro que el traído de América, era follada. Tres tíos la follaban todos sus agujeros, tres tíos con traje que solo se habían desprendido de sus pantalones. Ella gemía con la polla de uno de ellos en la boca, mientras los otros dos, llenaban su culo y su coño.

Mientras, yo le daba a María con todas mis fuerzas.

En otra de las mesas dos impresionantes mujeres le comían la polla, el pollón, a un semental negro. Ellas metían a duras penas esa polla en sus bocas, llegando casi a la mitad de ella. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y las arcadas eran continuas.

Mi ímpetu movía la mesa, llegando a pegar está a la pared. De repente, en medio de las salas, se iluminó una estancia. Esta estancia solamente tenía en ella una cruz de San Andrés. Una voz cantó, que quien estuviera dispuesto a recibir una sorpresa, sería invitado a cenar junto con sus acompañantes.

Evidentemente, yo pulsé el botón para ofrecer a María. Al pulsar el botón, las separaciones entre salas, desapareció, quedando únicamente cerrada la sala central donde se encontraba esa solitaria cruz.

María se dirigió rauda a esa sala, donde un hombre con un impecable traje negro se acercó a ella y la sujetó a la cruz. La cruz, con María sujeta a ella, se movió y quedó como a dos cuartas del suelo. Un líquido fue arrojado desde una parte del techo, llenando el sexo de María de no se sabe qué.

Al poco, un pastor alemán, grande y negro, se acercó a María, olio lo ahí dejado y empezó a lamer. El animal en un principio lamía despacio, como degustando lo que recubría el coño de María, pero cuando esta empezó a gemir, el animal intensificó sus lamidas, los jugos de María, le gustaban más que lo ahí depositado.

El animal, lamió y lamió, mientras María gritaba y arqueaba su espalda, luego ella os contará sus sentimientos.

En este momento, una de las impresionantes mujeres, abandonó a sus compañeros y se acercó a mí.

  • Te gusta lo que ves, ¿quieres sentir mi boca? ¿quieres que te la chupe?

Arrodillándose entre mis piernas, se introdujo mi polla en la boca. La lamía muy lento y muy rico, jugaba con ella, la envolvía con su lengua y chupaba mi capullo. Esa lentitud me tenía loco y me proporcionaba un gran placer. Lentamente fue introduciendo mi polla hasta su garganta, para salir igual de lento, yo ya empezaba a gemir y notaba que algo se revolvía en mi interior. Paré sus movimientos intentando darme una pequeña tregua, pero ella siguió batiendo su lengua alrededor de mi capullo, lamiendo mi frenillo y llevándome a tener que introducir mi polla hasta su garganta, para vaciarme ahí, dándole el postre de esa singular cena.

María se retorcía de placer, llegando a perder la conciencia. Retiraron al animal que quería seguir y ladraba con rabia. Un enanito entro en la sala, espabiló a María que aun temblaba de placer. La cruz bajó un poco, lo justo para quedar a la altura de la gran polla del enanito, como se dice vulgarmente, este tenía tres piernas.

Una polla gorda y larga empezó a entrar en María, que, gracias a estar totalmente lubricada, la recibió con suma facilidad. El enanito, sujeto a sus caderas le daba con todas sus fuerzas, ayudado por el vaivén de la cruz. De repente se tensó, sujetó a María con fuerza y permaneció quieto unos segundos. Al separarse un gran chorro de semen, descendió como una cascada entre las piernas de María. El hombre se separó de María y marchó. El mismo hombre trajeado, soltó de la cruz, que había vuelto a su lugar, a María y la acompañó hasta mi ubicación.

María llegó súper excitada con los ojos muy dilatados y aun chorreando entre sus piernas. Le puse el vestido por encima y marchamos para casa.

  • ¿Qué tal María?
  • La verdad, ha sido fantástico.
  • Cuéntame.
  • Primero la sensación de indefensión y exposición no sabía dónde me estaban atando y no lo supe hasta que todo terminó. Sentir el frío líquido caer sobre mí y el calor del aliento de algún animal supongo, me puso a cien. Esa fría nariz entre mis piernas, ese calor del aliento del bicho, esa lengua rugosa… sentirla sobre mi piel, como lamía desde mi culo hasta mi clítoris incansable una y otra vez. Como me raspaba, sin dejar ni una sola gota a su paso y.… como se introducía en mi sexo, dentro, muy adentro. Sentir como raspaba las paredes de mi sexo y como este se volvía un mar al paso de ese apéndice. De repente se centró en mi sexo donde su lengua entraba una y otra vez sin descanso, rozando mi clítoris al salir. Eso fue lo más, mi sexo destilaba cada vez más jugos y el animal cada vez lamía con más premura. Un, dos, tres, cuatro, cinco ahí perdí la cuenta de los orgasmos y me desmayé.
  • Fue todo tan rápido y tan fuerte que casi sin darme cuenta, alguien me estaba despertando. Necesitaba una polla y vaya si la tuve. Apenas podía ver a la persona que estaba entre mis piernas, pero sí que pude sentir. Sentí como una gran barra de carne, caliente, muy caliente se iba abriendo paso entre mis piernas. Raspando las paredes de mi coño hasta llegar al final, donde empujó, traspasando todas mis barreras, yo chillé, chillé muy fuerte, pero no se detuvo. Sujeto a mis caderas empezó a darme con todas sus fuerzas y yo ya dejé de chillar, ya daba igual, los orgasmos iban uno detrás de otro, hasta que el muy animal, me llenó con su semen, que aún resbala por mis piernas.
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