Estaba en el último año del bachillerato, cuando en la escuela organizaron una excursión al parque botánico, la que incluía bañarse en la piscina del sitio.

Durante ese año había ingresado un chico nuevo que se llamaba Eduard y me había dado cuenta que me observaba de manera extraña.

Eduard era moreno, alto con un buen cuerpo, ojos negros, pelo corto, muy silencioso y asediado por las chicas.

Luego de terminar las tareas escolares propias del viaje, todos nos dirigimos a la piscina. Yo me puse una tanga negra, que marcaba muy bien mi paquete y apenas cubría mi culo con un hilito.

Eduard se colocó una tanga casi igual, solo que de color transparente, dejando ver un inmenso miembro que paso a ser el centro de atención de todos, las muchachas y hasta algunos muchachos que también admiraban sus atributos.

Pero yo notaba como me miraba Eduard en forma insistente. En un momento pasé delante de él y sentí su mirada caliente caer sobre mis nalgas expuestas.

Me agache a tomar una toalla del suelo y el hombre no pudo soportar más y me soltó una sonora nalgada con su mano abierta que dejó marcados sus dedos en mi trasero, que ardía como si lo estuvieran quemando.

Me incorporé y me abalancé sobre él para hacerle pagar por su osadía. Empezamos una persecusión, yo detrás de él, que nos condujo a un sitio un poco alejado, una gruta donde se introdujo y yo lo seguí.

Al entrar estaba muy oscuro. No podía ver absolutamente nada. Cuando de pronto siento unos poderosos brazos que me abrazan desde atrás con una presión tal que siento que mi pecho y espalda van a estallar y el aire me empieza a faltar.

«Si no quieres que te siga apretando hasta asfixiarte vas a obedecer todas las ordenes que te dé», dijo Eduard con una voz amenazante y también llena de lujuria y deseo.

Acepté con la cabeza, porque no podía ni hablar por la forma en que me tenía sujeto. De inmediato me puso frente a él, me tomó por la nuca y acercó mi boca a su pecho negro.

«Chupame las tetas», ordenó. Abrí mi boca y comencé a lamer sus tetillas amplias para un hombre, fruto de años de ejercicio y rematadas por unos pezones firmes que fueron chupados y excitados por mi lengua.

Luego elevó los brazos y me dijo que lamiera debajo de sus axilas. La carrera que habíamos sostenido anteriormente lo habían hecho sudar copiosamente y tuve que limpiar sus sobacos que comenzaban a expedir un desagradable olor que tuve que soportar mientras se retorcia de placer.

«Ponte de rodillas», fue su siguiente orden. Me postré ante sus pies, observando como su paquete había adquirido dimensiones extraordinarias y la poca tela de la tanga apenas podía contenerlo.

«Sacame la tanga», dijo. Mis manos se colocaron en los extremos de su cintura y baje lentamente la única prenda que cubría su cuerpo, dejando al descubierto un pene grande, hermoso y vigoroso, de seguro deseado por muchas mujeres y enviado por numerosos hombres.

«Abre la boca», me lanzó. Yo le obedecí al instante. Mis fauces se abrieron lentamente y en esa posición, de rodillas y a punto de hacer algo que nunca habia hecho me senti como una protagonista de peliculas pornograficas.

«Chupamela», ordenó a secas. Me fui acercando lentamente hasta que la punta de su guevo hizo contacto con mis labios. Saqué la lengua y comencé a pasarla por toda la cabeza de su miembro, como me habían hecho a mi las putas que regularmente visitaba.

El comenzó a mover su pene, sin impedir que yo lo siguiera besando y lamiendo e increíblemente, el palo adquirió un tamaño aun mayor que el que tenía cuando comencé con mis lamidas.

De repente me tomó por la cabeza y de un tirón de ella hacia adelante y un golpe seco de su cadera, me introdujo todo su pene, que me llegó hasta la garganta y empezó a cogerme por la boca.

«Que placer siento, su boca está bien caliente. Siempre me has gustado y no veía la ocasión para hacerte mio. Ahora vas a saber lo que es bueno», dijo.

Me dijo que lo había estado provocando durante toda la tarde con mis tangas tan pequeñas, mis nalgas tan ricas y la forma en que caminaba cuando pasaba cerca de él.

«Eres una perra, Alex, eres una vagabunda calientapollas. Voy a saciar toda la lujuria que me provocas. Voy a sacarte todo el gusto que tu puto cuerpo me ofrece. Voy a ser el dueño de tu blanco, estrecho y virgen culo», espectó.

De repente me soltó y me lanzó al suelo, una arena blanca y fina cubría la gruta pareciendo una alfombra. Se colocó sobre mí, poniendo sus gruesas nalgas ante mi cara. «Besame el culo», fue el mandato de turno.

Introduje al momento mi cara en sus grandes nalgas y comencé a darle lametones por toda su extensión, hasta concentrarme en el centro mismo, en el ojo de su culo, el que besé, lamí y chupé con deleite.

No soportó más la excitación. Se levantó y me dio vuelta, poniéndome boca abajo. Tomo mi tanga entre sus manos y con su poderosa fuerza la rompió, provocando el estremecimiento de mi cuerpo al saber lo que me esperaba.

«Ponte en cuatro», ordenó. Me puse como ordeno con las manos y las rodillas en el piso y mi culo respingón a su disposición. Lubricado por mis mamadas, su guevo se dirigió velozmente a mi trasero, entrando de forma inmediata e invadiendo mi ser.

«Qué culo tan bueno tienes, mi esclava. Te lo voy a partir en dos de tanto que te voy a coger. Muevelo maldita perra, mueve ese culo. Dame gusto»

Me estaba dando una cogida fenomenal. Nunca había sentido atracción por ningún hombre y ahora estaba siendo poseído por uno. Por instinto empecé a mover las caderas al ritmo que me imponía y me sorprendí yo mismo al escuchar mis palabras.

«Sí, soy tu perra, soy tu puta, soy tu cuero. Dame ñema por el culo. Ese culo es tuyo, papi, rompeme, rápame, gózame, follame, hazme sentir como lo que soy una vulgar prostituta, una sucia ramera, un gran putón».

Mis palabras le sorprendieron y aceleraron su venida. Dandome múltiples nalgadas y tomándome del pelo para doblar mi cuerpo y besarme, comenzó a convulsionar echando leche en mis entrañas, sacandolo para mojar mis nalgas y mi espalda, y rápidamente poniendo su pene en mi boca donde terminó de correrse entre gemidos y jadeos llenos de placer.